- CRISTÓBAL BELLOLIO
- Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
No se le puede pedir a nadie que sufra la pérdida de un ser querido de la misma manera que valora la partida de un desconocido. En todos esos casos aceptamos una ponderación subjetiva de la vida humana, porque entendemos que hay especiales vínculos de afecto que no son exigibles al resto de la comunidad. Sin embargo, una sociedad civilizada siempre debería efectuar una valoración política equivalente respecto de la vida de sus miembros.
Uso la expresión “valoración política”, porque en el nombre de algunos proyectos que ejercieron el poder durante el siglo XX se hizo común que la vida de los adversarios ideológicos valiera menos que la de los propios. Las recientes declaraciones de Margot Honecker son la mejor postal: la viuda del ex jerarca de la Alemania comunista minimiza el sacrificio humano de aquellos que intentaron cruzar el muro de Berlín. Añade además que la Stasi —policía secreta del régimen— existía, porque “la República Democrática Alemana tenía enemigos” y que quienes sufrieron la represión “se disfrazaron de víctimas políticas”.
“Matar un carabinero es matar a Chile” decía el difunto General Bernales. Años después, es probable que el crimen de Zamudio haya azotado con más virulencia el alma del país. No es una mala noticia: significa que la valoración política de la vida humana está finalmente adquiriendo cierta equivalencia. El rechazo generalizado a las expresiones de Margot Honecker —especialmente por parte de los líderes de la izquierda del futuro— es otro presagio de un Chile que toma conciencia que tus muertos y los míos terminarán descansando sus huesos en el mismo cementerio.
Ahora, si usted cambia las palabras RDA por “Régimen Militar” y Stasi por “DINA” se encontrará con la misma estructura argumental que promovían los defensores de la dictadura chilena: idéntica y errática búsqueda de una justificación moral para amparar crímenes sistemáticos e institucionalizados. En esto, lamentablemente, no hay superioridad que valga: izquierdas y derechas impenitentes que en nombre de imperativos abstractos barrieron con la dignidad de personas de carne y hueso.
La tarea ética de nuestro tiempo es derrotar ese faccionalismo dogmático y deshonesto para desarrollar aquel rasgo que el ensayista británico Cristopher Hitchens tanto admiraba de George Orwell: un consistente e integral antitotalitarismo, sea político, religioso o cultural. El propio Hitchens, de joven furioso marxista, cuenta en su biografía la ruta intelectual de frustraciones y contradicciones que debió asumir hasta emular al maestro. Sus experiencias en Cuba, Checoslovaquia, Portugal, Polonia, Argentina e Irak constituyeron la mejor escuela para el desengaño.
Es probable que a estas alturas del partido ciertos dinosaurios políticos sean químicamente incapaces de cambiar de mirada. Estamos hablando de una generación criada en la lógica de “tus muertos y los míos”. A veces les cuesta entender el presente y sólo tienen al pasado como elemento explicativo (es cosa de ver como en algunos círculos las conversaciones son 1973-céntricas). Y seguramente más de alguno todavía cree que el valor de la vida está asociado a la filiación política de la víctima.
Tengo la impresión de que la gran mayoría de los chilenos ha evolucionado positivamente en este sentido. La muerte gratuita y la violencia absurda son ampliamente rechazadas por la opinión pública en general. La abrumadora reacción nacional ante el brutal asesinato de Daniel Zamudio confirma que no somos indiferentes frente a la perversidad de unos pocos que insisten en dañar con su odio.
Quiero pensar que la mayoría también repudió el deceso del sargento Hugo Albornoz en Ercilla. A rato parecía que la derecha de las redes sociales insistía en sacar al pizarrón a la izquierda para que compartiera su indignación. Salvo tristes y contadas excepciones, lo hizo con la misma fuerza que el resto de sus compatriotas. Es más, a ratos fueron capaces de distinguir con precisión entre la pena por la muerte del carabinero y la rabia por la torpeza política que finalmente provoca este tipo de dramas.
“Matar un carabinero es matar a Chile” decía el difunto General Bernales. Años después, es probable que el crimen de Zamudio haya azotado con más virulencia el alma del país. No es una mala noticia: significa que la valoración política de la vida humana está finalmente adquiriendo cierta equivalencia. El rechazo generalizado a las expresiones de Margot Honecker —especialmente por parte de los líderes de la izquierda del futuro— es otro presagio de un Chile que toma conciencia que tus muertos y los míos terminarán descansando sus huesos en el mismo cementerio.
http://www.elmostrador.cl/opinion/2012/04/04/tus-muertos-y-los-mios/
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