Desde que comenzaron las protestas, grupos de vecinos, trabajadoras de la salud y estudiantes inventaron un sistema paralelo de atención primaria y gratuita en las calles. Estas son escenas de un ejemplo de unión y creatividad popular.
Una madre carga a su hija de once años, desmayada por los gases. Esquina Eulogia Sánchez con Vicuña, a pocos metros de Plaza Italia.
El carabinero que disparó calculó bien: los gases caen en medio de la multitud compacta que apenas puede moverse. No hay muertes por aplastamiento o asfixia de milagro.
Dos mujeres vestidas de negro acuestan a la niña debajo de un gazebo. La asisten, en pocos minutos recupera la conciencia. Una vecina ofrece su casa para que se acueste. Suena música electrónica. Sartenes y disparos.
—Los primeros días solo pasábamos música. Somos un grupo de amigos, casi todos productores y djs.
Josefa es, además, dentista. Y está a cargo del centro de atención ambulatorio que acaba de nacer en su calle. Experiencia autogestiva de salud de las tantas por estos días en Santiago y que no dan abasto: son cientos heridos en cada jornada de protesta.
—Como el gobierno no hace nada, nos organizamos para atender a nuestra gente. La música sigue, pero empezamos a ofrecer agua con bicarbonato. Después se fueron sumaron enfermeros y varias personas que saben primeros auxilios.
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“Al día de hoy hemos atendido a 24 niños entre 12 y 17 años con múltiples problemas de salud producto del actuar directo de Carabineros”, dice Juan Villagra, a cargo de Salud A La Calle, una organización que en apenas una semana de existencia sumó 105 profesionales de salud.
Esos equipos multidisciplinares distribuidos en diversos puntos de la Región Metropolitana (Santiago, Providencia, Ñuñoa, San Miguel, Puente Alto, La Florida) trabajan junto a vecinas y vecinos, quienes también cumplen una labor fundamental: resguardan el perímetro, trasladan heridos y asisten en necesidades básicas a los puestos de salud.
—Todos los casos de menores los estamos reportando a la Defensoría de la Infancia y los generales al Instituto Nacional de Derechos Humanos. Estos registros de menores heridos son solo los que llevamos nosotros; son muchos más. Los diagnósticos han sido heridas por balines en diversas zonas del cuerpo y por golpe directo de lacrimógenas, muchas de ellas en la cabeza. Varias crisis obstructivas bronquiales producto de los gases, crisis de angustia o ansiedad, y un caso de traumatismo encefalocraneano con compromiso de conciencia producto de golpes directos de funcionarios policiales. Se presume que fueron patadas en la cabeza.
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El líquido del rociador que porta Martina es más blanco que el resto. A su alrededor todo es humo y gente que corre. Su protección: un casco de bicicleta y antiparras de natación verdes. Desde las escalinatas de Portugal con Marcoleta asiste una tras otra a personas que llegan desesperadas, con los ojos rojos, prácticamente ciegas por los gases.
—Es agua con magnesio, el bicarbonato ya no funcionaba. Están arrojando gases de peor composición, le agregan gas pimienta al lacrimógeno, y es mucho más nocivo. La mayoría de los casos son por intoxicación por gases y perdigones. Hace dos días, sólo aquí, más de 20 personas perdieron la vista de un ojo.
Martina Koryzma tiene 24 años y es interna de Medicina, una de las tantas que se sumó de forma espontánea a las brigadas de salud apostadas por la ciudad.
—Hemos atendido menores de edad con lesiones por perdigón y muchos niños pequeños complicados por los efectos de las bombas lacrimógenas y el gas pimienta. Lamentablemente de estos últimos no tenemos registro, ya que llegan en masa en los momentos en que se lanzan estos artefactos sobre grupos de manifestantes y no nos da tiempo suficiente para recopilar sus datos.
Mathias Herbach Mayorga es coordinador del grupo OSCA (Operativos de Salud en Catástrofes) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Desde el domingo 20 de octubre han instalado dos bases en los alrededores de Plaza Italia, de las que participan médicos, enfermeras, odontólogos, kinesiólogos y estudiantes de medicina, enfermería y terapia ocupacional. Y que se mueven a diario, según la contingencia y los puntos de mayor conflicto.
Tristeza e impotencia. Las palabras que elige Matías para describir lo que ve bien de cerca desde hace más de una semana: violencia estatal que genera muertes y heridos.
—Pero la sensación es dividida. También esperanza y alegría de ver un Chile que se une para exigir cambios necesarios para terminar con muchas de las injusticias que se viven hoy en día, generando un movimiento masivo y que pareciera ganar cada día más fuerza.
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Una mujer pasa corriendo a toda velocidad con su mochila-botiquín. Va atender una joven herida de gravedad, tirada en medio de la calle. Apenas dos cuadras después, otros dos paramédicos se cubren detrás de un árbol. El guanaco no repara en las cruces que llevan en su vestimenta.
—Ambulancia, ambulancia.
Un grupo de vecinos a los gritos improvisa una camilla con una wenufoye, la bandera mapuche: llevan a un hombre que va perdiendo sangre. A las tres cuadras algunos piden relevo y otras manos toman al hombre que entre cacerolas y disparos escucha palabras de aliento: fuerza, resiste.
Otra madre corre con su hija colgando: la niña, seis años, va desmayada.
Las escenas de víctimas menores de edad durante las protestas se repiten desde hace días, mientras el Minsal se niega a dar cifras oficiales. “Al menos 43 niños, niñas y adolescentes han resultado heridos o maltratados por policías o militares”, es el registro que hasta el momento entrega la Defensoría de la Niñez.
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—Estábamos con las manos en alto, dentro de una zona identificada con banderas y cruces rojas, y un grupo de Carabineros se acercó y nos tiró gas directo a los ojos y a la cara.
El kinesiólogo Felipe Alfaro relata lo que se ve en un video: varias mujeres profesionales de la salud muy afectadas por los gases. Ocurrió el sábado a las 19.45 en el puesto sanitario de Reñaca 77, a metros de la Plaza Italia. El lugar estaba delimitado con cintas rojas y blancas, y el personal diferenciado con uniformes y credenciales a la vista.
—Un contingente de fuerzas especiales se acercó violentamente, agrediendo primero con el carro lanza aguas directamente al equipo y luego efectivos de a pie. Con los brazos en alto, indicaron que era zona de atención de heridos. Pero un funcionario de Carabineros saca del costado una lata y le rocía a una profesional de forma descontrolada la cara y pecho con un líquido de color rojo que genera inflamación de piel, ojos, nariz y garganta, dificultad respiratoria y daño equivalente a quemaduras de primer grado. La profesional de iniciales J.S. es obstetra matrona y fue atendida en el servicio de urgencias del hospital J.J. Aguirre.
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—Agüita con bicarbonato, cabros.
Marcela tiene 36 años y muchas frutas tatuadas en los brazos. Es cocinera y una de las más activas en la posta sanitaria que armaron los vecinos del pasaje Nuevas Bueras, en Lastarria. Como muchas otras de la ciudad, comenzaron ofreciendo ayuda ante los efectos de los gases. Después sumaron integrantes de la Cruz Roja, estudiantes, médicas y médicos.
Es viernes, el día de la gran marcha, y Marcela cuenta que ayer se atendieron 70 personas
—Tres heridos con riesgo vital, que fueron trasladados en ambulancia. Mucho perdigón, varios con pérdida de ojo. Los primeros días los pacos apuntaban a las canillas, pero ahora llegan muchos con heridas en ojos y cabeza. Otro que vino con la masa encefálica afuera.
Alexis tiene 17 años, anteojos y una sonrisa enorme de agradecimiento. Se va con un apósito en la mano derecha. Se cortó en un amontonamiento. Dos vecinos se acercan a la cinta que delimita el área de atención y pasan por arriba tres sillas plegables. Las dejan para que “no tengan que sentarse en el cordón”.
Un joven viene a preguntar por un amigo. Margarita, otra vecina, se fija en la prolija lista que lleva de cada paciente. Luego, la información recopilada la envían al INDH, el Colegio Médico y otras instituciones.
—Traje unas cositas para aportar.
Una chica de cabello violeta deja una bolsita con alcohol y otros insumos. Un rato después una pareja entrega “un poco de comida y agua para los médicos”. Pasa gente y grita palabras de aliento, otros filman, sacan fotos y aplauden.
Se escuchan estruendos. Marcela mira el reloj y dice “se armó la cagada”. Son casi las cinco de la tarde.
—La hora que empieza la embarrada. Los voy a dejar porque ahora van a venir muchos heridos. Es muy feo ver tanta violencia de los pacos, contra cabros que luchan por nuestros derechos. Esta es nuestra manera de apoyar esa lucha. Es muy lindo ver tanta organización de los vecinos. Esta revolución tiene que partir de lo micro. Y nosotros somos lo micro.