Por Sergio Grez Toso
La “Carta a los chilenos” firmada a fines de 1998 por el ex dictador Pinochet detenido en Londres y las manipulaciones de la historia nacional realizadas contemporáneamente por sus partidarios políticos e intelectuales, suscitaron encontradas reacciones dentro y fuera del país. Para quienes nos hemos consagrado profesionalmente a la labor de reconstruir la historia de Chile desde una clara perspectiva de compromiso con sus grandes mayorías y con la defensa de la soberanía popular, ambos hechos constituyeron un desafío que no podíamos eludir.
Por ello, once historiadores dimos a conocer, a fines de enero de 1999, un Manifiesto de refutación a las interpretaciones sobre las últimas décadas de la historia nacional contenidas en la misiva del ex dictador y en los Fascículos de Historia de Chile publicados en el vespertino capitalino La Segunda por uno de los ex colaboradores de la dictadura, el historiador Gonzalo Vial.
El Manifiesto logró la adhesión de numerosos académicos en Chile y en el extranjero y marcó una discusión sobre la historia del tiempo reciente (y también sobre el pasado más lejano) que se ha entrecruzado con otros debates historiográficos y políticos.
En esta oportunidad quisiera resituar brevemente la iniciativa del Manifiesto de Historiadores en la disputa por la memoria que se libra aún en Chile respecto de las últimas décadas de la historia nacional.
Los contenidos fundamentales del Manifiesto Junto con responder a las manipulaciones y tergiversaciones más significativas de la historia de nuestro tiempo contenidas en los textos de ambos exégetas de la dictadura, al difundir el Manifiesto quisimos también referirnos, aunque fuese de paso, a otras tentativas manipulatorias de la realidad histórica que emanan recurrentemente –y con particular fuerza desde el estallido del “caso Pinochet”- desde distintos círculos del poder político, mediático y económico.
Existen múltiples maneras de manipular y acomodar la historia. Se suelen ocultar o acallar ciertos hechos y magnificar otros. Igualmente, se pueden mistificar determinadas acciones, focalizar la atención en algunos actores relegando voluntariamente al olvido a otros e introducir cortes de tiempo y periodificaciones hermenéuticas o políticas destinadas a descontextualizar ciertos hechos o procesos.
También se acostumbra a describir consecuencias y manifestaciones visibles de ciertos fenómenos sin indagar en sus causas profundas y, en versiones más extremas y descaradas de la manipulación del pasado (como es la contenida en la carta del ex tirano), se llega lisa y llanamente a mentir y atribuir a designios de la divinidad las responsabilidades políticas y criminales de ciertos grupos y personas.
Pinochet y Vial incurrieron –cual más, cual menos- en todos estos vicios, trampas y artimañas. Así, por ejemplo, la violenta acción faccionalista de los golpistas de septiembre de 1973 en defensa de los intereses más retardatarios, fue calificada por el ex dictador de “gesta nacional”. La crisis de comienzos de los años 70 fue atribuida de manera maniqueísta en esas y otras visiones de la historia a las “planificaciones globales”, a la “sobreideologización” a la “prédica de odios”, a la acción del “guevarismo” y a otros fenómenos de tipo ideológico y subjetivo sin que se insinuara la existencia de fenómenos materiales en la conformación de la sociedad chilena que hicieron posible el desarrollo de las ideologías y tentativas de cambio social que la dictadura intentó condenar y borrar del alma nacional.
En su versión más docta y académica, la del historiador Gonzalo Vial, la esencia de esta manipulación consiste en reducir el proceso histórico al período corto 1964-1973, a fin de justificar el golpe de Estado. Vial, al igual que Pinochet y todos los que apoyaron el golpe, silencian los procesos históricos estructurales y la acumulación de las responsabilidades de la oligarquía y del imperialismo.
En nuestra perspectiva la crisis de comienzos de los 70, o si se quiere, la responsabilidad y el rol histórico de la Unidad Popular, consistió básicamente en administrar y precipitar la crisis del sistema capitalista dependiente nacional. Sostuvimos que en un análisis lúcido y verídico no es posible –como insistentemente se sigue haciendo- “contextualizar” (y en el fondo justificar) los horrores de la dictadura, remitiéndose exclusivamente al período 1964-1973; que no se puede olvidar la historia plurisecular de pobreza, marginación, opresión y explotación de las grandes mayorías; que no es posible ocultar el estado de permanente desgarramiento de la nación, la profunda escisión entre sus componentes sociales, étnicos y culturales; que no se puede evacuar del análisis la reiterada historia de frustraciones populares, promesas no cumplidas y esperanzas siempre postergadas que llevaron a muchos a tratar de “tomarse el cielo por asalto” a fines de los 60 y comienzos de los 70.
No es lícito, planteábamos en síntesis, hacer historia política prescindiendo de la historia económica y social y de las miradas a los procesos soterrados y de larga duración.
Contra estas y otras manipulaciones del pasado se alzó nuestro Manifiesto.
El eco del Manifiesto o la relación entre historiografía y memoria
Dicen que una característica de la postmodernidad liberal que nos toca vivir es la ausencia de memoria colectiva, esto es, la carencia de conciencia acerca de las raíces históricas de los grupos humanos; la sensación de estar viviendo un presente de tiempo muy corto, fugaz e inmediatista, y, correlativamente con ello, una incapacidad casi patológica de los individuos por proyectarse hacia el futuro más allá de su rol como consumidores.
De ser rigurosamente cierta esta visión e incontrarestable esta situación, la labor, el rol y la importancia social de los historiadores estaría en franca decadencia, y lo que es más grave, la humanidad habría quedado atrapada en un “fin de la historia” representado por el capitalismo globalizado, el “pensamiento único” y la posmodernidad neoliberal.
Sin embargo, día a día se acumulan más evidencias de resistencia a este orden de cosas, como también de una necesidad social de recordar y redescubrir el pasado colectivo, una exigencia de conocimiento histórico que se manifiesta en numerosos grupos de la sociedad chilena.
Pero tal vez, la historia que requiere el ciudadano de nuestros días, o más exactamente, la historia que precisan las personas para acceder efectivamente a la categoría de ciudadanos, no puede ser el relato de un pasado muerto que ya no guarda relación alguna con las preocupaciones actuales, sino una trama donde la relación entre el presente y el pasado es muy activa, una historia puesta al servicio de las preguntas que el presente le plantea al pasado a través de la labor de los historiadores.
Afortunadamente, la evidente dimensión política de la historia hace de esta disciplina un tema de constante actualidad, ya que el conocimiento histórico es un ámbito donde también están presentes las luchas por la hegemonía y el poder.
Resulta casi obvio afirmar que quienes impongan su visión del pasado tendrán mayores posibilidades de modelar los comportamientos del presente y diseñar las vías de desarrollo futuro. Por lo mismo, esta “capacidad operativa” del conocimiento histórico jugará su rol de distintas maneras según las circunstancias: a veces de manera directamente inducida, premeditadamente instrumental, como opera el saber en las “historias oficiales”, pero en otras ocasiones, de manera más sutil porque el conocimiento “vulgar”, esto es, los saberes comunes sobre el pasado de una nación, un pueblo, una clase social o de cualquier grupo humano, inevitablemente, suelen inspirar el sentido común de las personas, su vida colectiva, su ser social.
Estos saberes –atesorados a través del tiempo- se traducen en constitución de identidades, tradiciones y comportamientos colectivos e individuales, lo que no hace aventurado sostener que aquellos grupos carentes de una sólida memoria colectiva corren peligro de des-construirse, perder su fisonomía, diluir sus identidades en modelos propuestos por actores más fuertes y pujantes.
El combate por la historia (o por el conocimiento histórico) es un combate político ya que si bien la memoria colectiva de un pueblo no está constituída en lo fundamental por el saber “histórico científico” producido por los historiadores, no cabe duda que este influye en la formación de identidades y tradiciones. A modo de ejemplo, basta señalar el peso que tienen en la formación de la conciencia ciudadana las visiones hegemónicas de la historia nacional expresadas a través de los textos escolares para entender la trascendencia cultural y política de esta lucha, más allá del plano estrictamente académico e historiográfico.
Es cierto que si analizamos más finamente la realidad de cualquier sociedad relativamente compleja, descubriremos una pluralidad de memorias “emblemáticas” o colectivas, siendo algunas de ellas antagónicas entre sí. Pero no es menos cierto que en la memoria colectiva de los pueblos queda un sedimento común que, en definitiva, constituye su memoria histórica.
Existe, pues, un vasto campo de disputa entre distintas miradas y maneras de concebir la sociedad respecto de la o de las memorias colectivas hegemónicas que se constituirán como conciencia histórica o sentido común historiográfico desde los niveles más simples hasta los más elaborados.
Creo no traicionar el pensamiento de mis amigos y colegas firmantes del Manifiesto de Historiadores al plantear que esta motivación “política”, fue el principal incentivo para salir al paso a lo afirmado en la “Carta a los chilenos” de Pinochet y los Fascículos de Historia de Chile de su ex Ministro de Educación, el historiador Gonzalo Vial.
(Sobre este concepto me parecen particularmente esclarecedoras las reflexiones de Steve J. Stern, “De la memoria suelta a la memoria emblemática: hacia el recordar y el olvido como proceso histórico (Chile, 1973-1998)”, en Mario Garcés y otros (compiladores), Memoria para un nuevo siglo. Chile: miradas a la segunda mitad del siglo XX, Santiago, Lom Ediciones, 2000, págs. 11-33.)
Quisimos responder desde la disciplina de la historia, pero también desde nuestra posición de ciudadanos comprometidos con la defensa de los Derechos Humanos y la soberanía popular.
Era necesario, porque así lo exigía nuestro rol social y nuestro compromiso ético, refutar con todo el peso de nuestro saber y quehacer profesional las manipulaciones y tergiversaciones de la historia de las últimas décadas de la vida de la nación expresadas en esos documentos y por otros medios ligados al poder hegemónico en Chile.
Así surgió el Manifiesto de Historiadores durante el verano de 1999, iniciativa que fue apoyada tanto en Chile como en el extranjero con un entusiasmo que en un comienzo no podíamos prever. Varios periódicos, radios, revistas y páginas web reprodujeron el texto o entrevistaron a algunos de los signatarios; un grupo de connotados historiadores norteamericanos especialistas en historia de América Latina publicó una Carta de Adhesión a nuestra proclama y la lista de adherentes aumentó considerablemente en Chile y en el extranjero.
El Manifiesto fue difundido en universidades argentinas, brasileñas, mexicanas, estadounidenses, danesas, inglesas y francesas. En Chile el texto circuló en universidades,lugares de trabajo y en algunas asambleas como la realizada en Santiago a fines de marzo del mismo año por los ex prisioneros políticos y en la que organizó, para presentar el Manifiesto y dialogar con algunos de sus autores, a mediados de abril, la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC). La respuesta descalificatoria y destemplada de Vial, la censura del diario La Segunda a nuestra réplica y el mutismo de los historiadores conservadores que optaron por no tomar partido públicamente, se sumaron al activo de la iniciativa. En septiembre de 1999 el Manifiesto y los principales pronunciamientos que surgieron a su alrededor fueron publicados bajo la forma de un libro de bolsillo cuya presentación se realizó en la sede de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), y fue difundido poco después en Argentina en las Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia realizadas en Neuquén y en el Seminario de Estudios Históricos argentino-chileno que tiene lugar cada año en Mendoza. El documento fue traducido al inglés por una organización de defensa de los Derechos Humanos en Inglaterra para su difusión en la red de Internet y hasta ahora –a tres años de su aparición-los primeros firmantes de este texto seguimos siendo invitados a hablar de él en colegios y organizaciones sociales.
(Sergio Grez y Gabriel Salazar (Compiladores), Manifiesto de historiadores, Santiago, Lom Ediciones, 1999.)
El futuro
Los peligros y dificultades que se ciernen en la lucha por restablecer la verdad histórica sobre lo ocurrido en Chile durante la segunda mitad del siglo XX son numerosos.
En los últimos años se han redoblado las maniobras políticas para lograr una “verdad mínima” en la que pretendidamente puedan reconocerse todos los sectores del país. Con ese fin se intentó juntar en una “mesa de diálogo” a víctimas y victimarios del período dictatorial para que de común acuerdo hicieran emerger una verdad puramente arqueológica y forense, que calmara las ansias de verdad y justicia de la población. La operación –aparte sus objetivos políticos inmediatos- pretendía cooptar la memoria pública a través de una memoria unificada, una suerte de “historia oficial” que limara los desgarramientos de la nación y que entregara una visión aceptable para lograr la ansiada unidad nacional, saldando cuentas, “de una vez por todas”, con los aspectos más ariscos del enfrentamiento social y político de las últimas décadas.
No es extraño que para legitimar esta operación los poderes políticos, económicos, militares y religiosos involucrados en ella recurrieran a algunos intelectuales “de partido”, que calificaron a los intelectuales críticos de “científicos de izquierda [que] vagan en el liviano aire de las generalidades”, y a la visión de aquellos colegas que persisten en su labor crítica de “mirada enojada, rabiosa, ácida, dolorida y llena de frustración”.
Pero la maniobra no logró los frutos esperados por sus mentores. De la llamada “mesa de diálogo” no emanó –porque era imposible que eso ocurriera- una historia oficial o suerte de mínimo común denominador historiográfico, ni tampoco logró con sus magros resultados sobre el paradero de los detenidos desaparecidos frenar o desviar por un callejón sin salida el reclamo de verdad y de justicia presente en la sociedad chilena. Los complejos juegos políticos entre bambalinas se han encaminado más bien a ceder una cuota mínima de justicia y a cumplir el rito del enjuiciamiento a Pinochet exigido por la comunidad internacional, pero tratando de sobreseerlo finalmente por “razones de salud”.
Los “enojados, rabiosos, ácidos, doloridos y llenos de frustración”, tenemos pues, mucha tarea por delante junto a todos los que desean una verdad verdadera, plena, y también justicia, sin las condicionantes y acomodos de la “razón de Estado” de la clase política (civil y militar) y de sus intelectuales.
A pesar de las dificultades podemos sentirnos optimistas ya que el tiempo ha venido ratificando lo que sostuviéramos en el segundo documento de la polémica con el historiador Vial: “Los debates públicos, la política y la justicia oficial podrán relativizarlo todo -hasta pretender transformar en héroes a los que han cometido crímenes contra la humanidad -, pero no engañarán a la memoria social y popular. Hay allí una verdad que, al emanar de la experiencia y la propia realidad, no necesita recurrir a juegos retóricos ni artificios de publicidad. Lo que sí necesita es que la investigación académica -si se propone ser directa, empírica y socialmente interactiva- confluya con ella y potencie el contenido cognitivo y la conducta histórica de la mayoría popular de Chile. Pues solo esta mayoría podrá impedir a futuro que la manipulación de la 'memoria pública' continúe alienando y escamoteando el ejercicio social de la soberanía. Que es lo único que confiere verdadera legitimidad histórica”.
Prueba de ello ha sido el vasto movimiento de opinión ciudadana en pro de la verdad y la justicia que desde 1998 ha cobrado más fuerza y se ha manifestado en una proliferación de Nuestro artículo fue redactado un par de meses antes del sobreseimiento del ex dictador.
(Gonzalo Vial, “Reflexiones sobre un manifiesto”, La Segunda, Santiago, 12 de febrero de 1999.
Sol Serrano, “Valores y cultura democrática: un largo laberinto”, El Mercurio, Santiago, 5 de septiembre de
1999.
Nuestro artículo fue redactado un par de meses antes del sobreseimiento del ex dictador.
“Réplica a las ‘Reflexiones sobre un manifiesto”. Este texto fue censurado por el vespertino La Segunda, quien no respetó el derecho de réplica. Fue publicado por La Nación en su edición del 7 de abril de 1999 y en la edición del 9 de abril de 1999 del semanario El Siglo. Se encuentra reproducido en Grez y Salazar, op. cit.,págs. 29-37.)
Memoria viva