Jorge Montealegre -poeta- sabe tres cosas.
El nombre: Luis Jiménez. La profesión: dibujante. El destino: detenido desaparecido.
Con esas tres se transforma en el detective de los rastros del único dibujante que desapareció en la dictadura.
Una historia en la que luego sabría que todo pasó un catorce o quince de septiembre de 1973, que habían allanado la casa de la mamá de Luis, la casa de la novia, que su novia estaba embarazada, que tenía un hijo, que esos días andaba con una pistola, que se refugió un par de horas en la casa de una vecina, que tenía 25 años, que de chico había ido a un internado, que le gustaba la música, que dibujaba en Quimantú, que hacía dibujos de humor, que era del MIR, que su nombre-chapa era Venancio, que andaba escapando, que luego todo se volvió difuso y que no se supo más, porque la primera gran desaparición de Luis Jiménez no tuvo ni un sólo testigo.


-Yo decía una broma un poco macabra: que tenía vocación de desaparecido-, cuenta Jorge.
Porque Luis Jiménez desapareció de muchas formas.
Una: lo primero que hizo Jorge para saber algo de Luis fue preguntarle a otros dibujantes de él. Ninguno se acordaba.
Otra forma: casi ningún ex mirista sabía quién era porque no conocían su verdadero nombre ni su trabajo.
Otra: Juanito Garabatez -uno de sus cómic- tiene la pregunta: ¿Dónde estás? en su primera primera viñeta. Una pregunta que su familia se haría de él en los años que vendrían.

La obsesión
Su primera pequeña aparición fue por Hilda López, una amiga de la mamá de Luis. Cuando Jorge llegó a ella pudo encontrar a Julia Jiménez, la hermana, y dar con dibujos, autorretratos y revistas.
Revistas que aparecían cuando él ya estaba desaparecido y que llevaban dibujos como éste: en el primer cuadro, la cara de un hombre gritando y la frase: “Lo que se ve en pantalla”. En el segundo, el cuerpo del hombre en una suerte de tortura y la frase: “Lo que no se ve en pantalla”. Lo dibujó antes del golpe. Salió después.
Su segunda pequeña aparición fue una portada de la revista Cabro Chico, dibujada por él , en una exposición sobre el humor gráfico chileno en el Museo de Bellas Artes.
Y su gran aparición fue en la forma de unos huesos del Patio 29.
Su papá ya estaba muerto. Sus hijos y su novia se habían ido al exilio. Su mamá y su hermana se habían pasado esperando más de veinte años a que -de alguna forma- volviera.

Eran los años noventa y el Servicio Médico Legal identificaba los cuerpos de 96 personas que habían sido asesinadas entre septiembre y diciembre de 1973.
Uno de esos era Luis Jiménez. La familia pudo llorar y darle sepultura. La mamá de Luis murió un poco después.
Y otro poco después -año 2006- el juez Sergio Muñoz ordenó que a esos 96 cuerpos volvieran a hacerles peritajes. Entonces se supo que 48 de ellos no eran de quiénes se había dicho que eran.
Uno era el de Luis Jiménez. Sus huesos nunca habían sido suyos. Eran de otro: un tipo de 19 años que había estado en el MAPU y que, ahora, tendría a una familia aliviada mientras la de Luis veía cómo volvía a desaparecer.
-Estaba la verdad. Después se supone que venía la justicia. Pero la verdad se desmoronó- comenta Jorge.
Con todo desmoronado, Montealegre también se vio buscándolo, soñando con él y escribiéndole.
-Una vez le escribí una carta. Le preguntaba si seguía dibujando. Me obsesioné con el personaje.
Y dio con más gente que lo había conocido, con más revistas, con más apuntes. Dio con el cuerpo de una historia que se construía de rastros. Una historia sin final.
Una con la que haría el libro de la vida de Luis Jiménez y que va a presentar en el Museo de la Memoria para que, aunque no estén sus huesos, pueda volver por primera vez.