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miércoles, 23 de noviembre de 2011

El martirio de Sebastián Acevedo


* Alumnos de cuarto año de Periodismo UDP. La investigación se realizó bajo la guía del periodista Javier Ortega.  
Estaba desesperado. Pedía que la CNI le devolviera a sus dos hijos detenidos ilegalmente. Fue a la Vicaría de la Solidaridad, recorrió comisarías, salas de prensa y conversó con autoridades civiles y militares. Pero a Sebastián Acevedo nadie lo ayudó. El 12 de noviembre de 1983 se instaló afuera de la Catedral de Concepción, se roció con bencina y se prendió. Ocho horas después murió. Los jóvenes habían sido acusados de organizar un plan terrorista. Antes de ser liberados, ambos fueron torturados en un recinto militar. La muerte de Acevedo conmovió al país e inspiró el capítulo 10 de la serie “Los archivos del cardenal”. Hoy sus hijos recuerdan a su padre con orgullo. Dicen que dio la vida por ellos.
No pudo seguir durmiendo. El miércoles 9 de noviembre de 1983, María Candelaria Acevedo se despertó con los gritos de su madre. Eran pasadas las siete de la mañana cuando más de treinta hombres entraron a su casa en la Villa Mora de Coronel, en la Octava Región. Todos estaban armados. La estudiante de 26 años no opuso resistencia. Era militante de las Juventudes Comunistas y desde 1973 cumplía labores clandestinas.
A esa hora, Sebastián Acevedo, su padre, esperaba un bus para dirigirse a su trabajo en la constructora Lago Ranco de Concepción. Hacía unos días le habían advertido que dos de sus cuatro hijos eran seguidos por la CNI. Cuando vio pasar los furgones a toda velocidad, volvió corriendo a su domicilio. Después de un forcejeo, los hombres le dijeron: “Nos llevamos a su hija porque es terrorista”. Dos agentes de la CNI subieron a María Candelaria a una camioneta blanca, vendaron sus ojos y comenzaron a dar vueltas por Coronel.
Una hora y media después detuvieron a Galo Acevedo, otro hijo de Sebastián. Dos autos se estacionaron afuera de la constructora donde trabajaba, la misma de su padre. Lo subieron a un furgón y le pegaron con la culata de la pistola en los testículos. Después de esposarlo, lo tiraron al suelo. Al detenerse en una comisaría para buscar a otro detenido, Galo escuchó que lo mencionaban: “Tenemos el regalo”.
Los hermanos Acevedo Sáez fueron llevados a un recinto militar ubicado frente al balneario de Playa Blanca, a tres kilómetros de Coronel. Al día siguiente, el jueves 10 de noviembre, el diario El Sur de Concepción –propiedad de la cadena El Mercurio- informó en una escueta nota que varios miembros de una “red de militantes comunistas” habían sido detenidos en la zona, por efectivos policiales y de seguridad. Entre los nombres figuraban los hermanos Acevedo. No se informaba sobre cargos, tribunal responsable ni del lugar de detención al que habían sido trasladados.



Tres días frenéticos
Sebastián Acevedo siempre fue un padre protector. Con cuatro hijos, luego del Golpe Militar su familia pasó apuros económicos. Era miembro del Partido Comunista y perteneció al Grupo de Amigos Personales de Salvador Allende (GAP). Tenía una colección de casi dos mil libros, que abarcaba desde la medicina hasta el pensamiento de Marx.
Le gustaba que sus hijos tuvieran una postura frente a la dictadura y sentía una especial aversión por la DC. “Creía que el centro no representaba nada”, recuerda hoy Galo Acevedo.
A lo largo de la década de los 70, los cuatro hijos decidirían entrar a las Juventudes Comunistas, en distintos momentos. El jefe de familia siempre supo que militaban. “Nos decía que tuviéramos cuidado porque las dictaduras eran furiosas. Temía que en algún momento nos pasara algo. Sin embargo, siempre apoyó nuestras decisiones”, afirma María Candelaria.
Cuando la CNI detuvo a sus dos hijos, Sebastián Acevedo hizo todo por encontrarlos. Visitó comisarías y mandó una carta al Intendente Regional, Eduardo Ibáñez. Durante tres días no comió ni durmió. Su alarma se acentuó al día siguiente de los arrestos, cuando El Sur de Concepción publicó que ambos hermanos habían sido detenidos por integrar una célula comunista que “habría participado en los actos terroristas efectuados en los últimos meses en la región”.
Al día siguiente de esa noticia, 72 horas después de los arrestos, Sebastián Acevedo viajó con su esposa a Concepción. El matrimonio llegó hasta las oficinas del diario Crónica. “Soy el padre de dos jóvenes detenidos”, se presentó ante un periodista. Enseguida preguntó: “Por qué le dan tan mal calificativo a mis hijos si ni siquiera está probado que sean comunistas, y menos aún están en un tribunal determinado…?” .
Luego de pasar la mañana en la casa de unos parientes, se despidió de su mujer. Le dio un beso y se devolvió a abrazarla. Le dijo que la amaba.
Sólo unos pocos podrían haber tenido nociones sobre su verdadero plan. “No puedo comprender por qué mantienen escondidos a mis hijos. Temo que los maten. Si no me los entregan (…) me crucificaré… Me quemaré vivo”, confesó ese mismo día a un corresponsal del diario La Tercera y de la revista Hoy. El periodista, quien afirmaría después en una nota que en esos días tenía jornadas de “bastante tensión”, no le creyó.
Torturas y vejaciones
Desde 1974 que María Candelaria realizaba tareas de resistencia en Coronel. Al hablar para esta investigación, ella aclara que nunca tocó un arma y que se limitaba a realizar labores políticas. Su hermano Galo se unió a esas tareas en 1979. Formaba parte de la base Ricardo Fonseca y sus chapas eran Alberto, Nicolás y Ramón. “Nos juntábamos en las casas de seguridad, en mi casa o en las de otros compañeros. Como éramos católicos, también lo hacíamos en las iglesias”, cuenta  María Candelaria.
Días antes de la detención de ambos, varios militantes de la zona comenzaron a caer. Víctor Huerta, dirigente comunista de la Octava Región, fue uno de ellos. El 3 de noviembre de 1983, lo encontraron muerto a manos de la CNI. Recibió un disparo entre los ojos. Los hermanos Acevedo lo conocían y sospechaban que podían estar siendo vigilados. “Un funcionario de la Intendencia de Concepción nos dijo que nos seguían. Durante cuatro días vi unos autos con vidrios polarizados estacionados en la esquina de mi casa”, cuenta María Candelaria.
Galo está seguro que su arresto se debió a una delación de gente conocida. Cree que un oficial del Ejército y vecino de su padre los delató.
En el centro de torturas Playa Blanca, en Coronel, los hermanos pudieron ver a varios militantes conocidos. A la hija de Sebastián Acevedo le pegaron en el estómago, en las caderas y la obligaron a hacer unstriptease. “Me pidieron que hiciera un show, similar al de un prostíbulo. Cuando me sacaba la ropa ellos (los agentes) cantaban. No quise bailar. Mientras iban pasando agentes de la CNI empezaban a tocar mis senos, genitales y nalgas. Uno por uno”.
Desnuda, fue llevada a otra pieza donde le aplicaron corriente. Todas estas prácticas iban acompañadas por un interrogatorio. María siempre respondió lo mismo: “Soy militante de las Juventudes Comunistas y encargada de finanzas de mi base. Me conocen como Violeta, Fabiola y Ana”. Nunca dijo que era la encargada orgánica del Comité Regional El Carbón, que abarcaba Lota y Coronel. Conocía toda la estructura de las bases regionales y de ella dependían alrededor de 50 personas.
Cuando Galo Acevedo llegó a Playa Blanca reconoció la tos de su hermana y se dio cuenta que María Candelaria también estaba detenida. Lo hicieron escuchar el llanto de una guagua y le advirtieron que tenían a su hijo de seis meses. Pero Galo no lo creyó y siempre repitió lo mismo: “Soy de las Juventudes Comunistas y entré porque quería dejar la marihuana”. Después de recibir golpes en sus oídos y rodillas, fue obligado a desnudarse. “Me amarraron un cordel en el pene y recibí cargas de corriente. Fueron dos sesiones de 20 minutos cada una”.

Al segundo día siguieron las torturas. Metieron su cabeza a un tambor con agua y lo sumergieron durante dos minutos. “Mientras me hacían preguntas, me ahogaban. Perdí el conocimiento como dos veces. Creo que me hundieron en agua con excrementos porque tenía mal olor”.
Sin que sus hijos pudieran saberlo, en esos momentos su padre realizaba desesperadas gestiones por dar con su paradero. El hombre comenzaba a desesperarse.
Durante los tres días que estuvieron detenidos en Playa Blanca, los hermanos Acevedo perdieron la noción del tiempo. María Candelaria recuerda que nunca pudo dormir. Las 24 horas sonaba una radio mal sintonizada, se escuchaban los gritos de otros prisioneros  y los agentes de la CNI pasaban toda la noche jugando con un flipper.
En las tardes los detenidos eran expuestos al sol; algunos quedaban insolados y  con dolor de cabeza. “Ponían focos y manejaban el tiempo. También tiraban viento con unas máquinas. No nos dejaban ni agachar la cabeza”, comenta Galo Acevedo.
Además de las torturas, eran obligados a ducharse. Todos debían secarse con la misma toalla y lavarse los dientes con el mismo cepillo. Les daban una comida diaria y a veces podían repetirse. “Me acuerdo que nos dieron porotos y mi hermano pidió tres platos. Nos reímos y por eso nos pegaron”, recuerda María Candelaria.
Mientras, en la prensa de la región se afirmaba que Galo preparaba un plan terrorista en Concepción y Coronel. Se le acusaba de usar bombas y armamentos. Según un comunicado de la Dirección Nacional de Comunicaciones Sociales (Dinacos) publicado por Crónica el 15 de noviembre de 1983, participó en el robo de un camión que transportaba explosivos desde Calama a Lota . Hoy, ambos hermanos declaran no haber formado nunca grupos terroristas.
“Perdóname, señor”
Sebastián Acevedo estuvo tres días buscando a Galo y María Candelaria. El sábado 12 de noviembre, después de despedirse de su esposa, se dirigió al Arzobispado de Concepción. Sería su último intento. Cuando llegó a  las oficinas estaban cerrando y le pidieron que volviera después de almuerzo. Desesperado, advirtió que se quemaría si no tenía noticias de sus hijos.
Luego, compró dos bidones con 10 litros de bencina y parafina. También compró un encendedor. A las 15:30 volvió al Arzobispado y dejó un mensaje. Al salir, se volcó el primer bidón sobre el cuerpo. Mientras caminaba a la Plaza de Armas, gritaba exigiendo información de sus hijos. Lo siguió a distancia el sacerdote Juan Bautista Robles, secretario general del Arzobispado, pidiéndole que se tranquilizara. Pero Sebastián Acevedo estaba decidido. Sin parar de mencionar a sus hijos, se instaló en la entrada de la Catedral de Concepción. Ahí terminó de vaciarse el resto del combustible. Llamó la atención de los transeúntes y fueron varios los que trataron de impedir su acto. “Los alejó haciendo una raya con tiza blanca ante sí. Aseguró que sólo podrían pasarla quienes tuvieran noticias de sus hijos. Con el encendedor apretado en su mano derecha, prometió quemarse si se acercaba cualquier otra persona”, se narra en el libro El Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, del escritor Hernán Vidal.
Sin embargo, un carabinero intentó cruzar la línea y entonces Acevedo cumplió su palabra. Completamente en llamas, bajó las escaleras de la Catedral y cruzó hacia la Plaza de Armas. Quería llegar hasta la Intendencia pero cayó. Algunos transeúntes gritaban. Unos taxistas corrieron a ayudarlo con los extintores de sus autos y un joven le tiró su chaqueta. Había personas que lloraban, mientras otras estaban paralizadas. Alguien pidió una ambulancia pero ésta nunca llegó. Cuando los taxistas lograron apagar las llamas, su cuerpo estaba negro. Nunca dejó de gritar por sus hijos.
Avisado por el personal de la Arquidiócesis, el sacerdote y periodista Enrique Moreno fue a darle la extremaunción. Llevó su grabadora y capturó las palabras de Acevedo. “Quiero que la CNI devuelva a mis hijos… Señor perdónalos a ellos y también perdóname por este sacrificio”. Con un 95 por ciento del cuerpo quemado, en un furgón de Carabineros fue llevado de urgencia al Hospital Regional.
“Un amor de padre”
Ese mismo 12 de noviembre en la tarde, María Candelaria fue liberada por la CNI. En un auto la llevaron a su casa. “Estaba feliz, pero cuando llegué mis hermanas me dijeron que mi papá se había quemado”. Sin pensarlo, corrió a tomar el primer bus hacia Concepción. Finalmente se fue en taxi con el cura de su parroquia.
Cuando llegó al Hospital Regional habló por citófono con su padre. En un principio, Sebastián Acevedo no creía que fuese ella. La joven tuvo que decirle que estaba hablando con la “Comandante Candelaria” y la “Patita de Canario”, tal como la llamaba cariñosamente él a veces. “Me dijo que criara derechito a mis hijos. Que lo perdonara, que no lo quería hacer, pero que debía cumplir su palabra de hombre. Me pidió que liberara a mi hermano. Siempre estuvo lúcido”.
Siete horas después murió.
Galo no tuvo la misma suerte de su hermana. Ese día fue llevado a la Cárcel Pública de Concepción, donde estuvo dos años detenido. Lo culparon de formar grupos paramilitares, y de la tenencia y porte de armas y explosivos. Al día siguiente en la Fiscalía, el sacerdote Enrique Moreno le informó de lo ocurrido con su papá. “Nunca pensé que fuese capaz de eso y que un amor de padre llegara tan lejos. Si no fuera por él, estaría muerto”, dice Galo Acevedo, convencido de que el revuelo mediático que generó el sacrificio de su papá convenció a la CNI de no matarlo.
A los funerales en Coronel llegaron 15 mil personas. La cantidad de asistentes hizo que muchos no pudieran entrar a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús.
A partir de ese momento, Sebastián Acevedo se convirtió en uno de los íconos de la lucha pacífica contra la dictadura. En la misa, Alejandro Goic, obispo auxiliar de Concepción, calificó su acto como un gesto heroico de amor.
Galo no pudo ir al entierro y se quedó para siempre con el dolor más grande de su vida. “Me cuesta creer que mi papá murió”, confiesa hoy.
María Candelaria volvió a ser detenida y estuvo un año en prisión, imputada por los mismos cargos que su hermano.  Ella jamás  asimiló el impacto que causó en la opinión pública la muerte de su padre. Su caso trascendió y en honor al trabajador de Concepción se creó el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo. Liderado por el sacerdote jesuita José Aldunate, el movimiento realizó manifestaciones públicas y asambleas a favor de la integridad de los detenidos por los aparatos represivos.
Cuando quedaron en libertad, ambos hermanos siguieron luchando contra la dictadura, tal como su papá les había inculcado. Galo se trasladaría a Santiago para movilizarse con estudiantes de la USACH y María seguiría en labores clandestinas en Coronel. La esposa de Sebastián Acevedo, Elena Sáez, nunca pudo superar la pérdida. “Aprendió a vivir con la pena”, confiesa Galo.

Prensa





















http://www.casosvicaria.udp.cl/el-martirio-de-sebastian-acevedo/

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