A cada chilena/chileno le toca sufrir al menos un terremoto en su existencia. Se reparten por todo el territorio: norte, centro y sur. Algunos van acompañados demaremotos que, si no son previstos, destruyen muchas vidas. En su estadística larga, los sismos parecen ‘preferir’ el norte lo que, dentro del infortunio, es menos malo porque allí es donde reside una menor cantidad de gente. Por fortuna, la capital, Santiago, con un 40% de la población (hoy, unos 7 millones de personas) total, no fue particularmente afectada por terremotos durante el siglo XX. El del 27 de febrero recién pasado, conmovió a Santiago, pero su epicentro estuvo más próximo a la ciudad de Concepción, 500 kilómetros al sur.
El cable ha informado de los daños y muertes causados por la pareja terremoto/maremoto, y ha mostrado también imágenes de enfrentamientos por saqueos realizados por necesidad o negocio y acciones vandálicas que ‘obligaron’ al gobierno a imponer un Estado de sitio en Concepción. Un periódico lo narra así: “El caos social en Concepción dio la vuelta al mundo. Durante el lunes el sonido de las sirenas de ambulancias y bomberos se mezcló con el ruido de 25 tanques y con tiros que militares lanzaban al aire: en un día hubo cinco incendios intencionales, según Carabineros, para distraer a las fuerzas del orden y así saquear tiendas y edificios aledaños”. La fuerza del terremoto se combina con la violencia social. La violencia que afecta a la propiedad y al ‘orden’ de los propietarios, convoca la represión de los cuerpos militares o militarizados. Carabineros es policía militarizada. El Estado de sitio impuesto por el gobierno de Chile le significó movilizar entre 7 y10 mil soldados.
Alguien no chileno podría preguntarse. ¿Para qué tanto soldado pertrechado como para una guerra de exterminio? Cascos, armas pesadas, tanques, lanzacohetes, vehículos acorazados. En otros países-desastres se utiliza a militares para cooperar con la Cruz Roja y cautelar la distribución gratuita de ayuda. Los soldados chilenos, en cambio, protegen a las grandes tiendas y a los megamercados. No están allí para aliviar a una población que muy mayoritariamente no es delincuente. En Concepción la autoridad militar limitó a seis horas diarias el tiempo en que se podía salir a la calle para buscar agua, alimento o combustible. El resto del día, los civiles eran juzgados agresorespotenciales.
Ni televisión ni cable muestran o enfatizan que el auxilio necesario y urgente ha sido lento o no llegó. El control militar, en cambio, fue pronto y masivo. Un chileno opina que si los empresarios a quienes se defiende del saqueo hubiesen donado alimentos a la población, el asalto se habría minimizado y los alimentos perecibles no se hubieran podrido. Porque hambre había. Pero a empresarios, políticos y militares chilenos, ‘donar’ horizontalmente una parte de su propiedad y bienes, incluso en un situación de casi entero desamparo, les parece intolerable, un robo vil. Reservan su bondad para el show de la Teletón. En la vida diaria, en cambio, exigen soldados y carabineros para que secuestren a la población y disparen, como escribe el periodista, “al aire”, o a matar.
En Chile militares y policías han hecho bien su trabajo de disparar a matar para asegurar la propiedad señorial y el ‘orden’ oligárquico y neoligárquico. Un Premio Nacional de Historia de ese país, Gabriel Salazar, resume el punto: “Es la vieja práctica del Ejército chileno que, recordemos, se formó matando mapuches y después rotos y peones. La gran solución siempre ha sido tirar a matar y el problema continúa: cuento 23 masacres y todas contra la clase popular”. Además de la destructividad de sismos y maremotos, Chile es un país de masacres. Sus Fuerzas Armadas y su Policía han sido casi siempre el brazo armado y cruel del imperio señorial. Han golpeado a indígenas y campesinos que reclamaban la usurpación de sus tierras (Ranquil, 1934), a obreros que se levantaban contra la superexplotación que los aniquilaba junto con sus familias (Santa María de Iquique, 1907), o a pobladores que ocupaban terrenos para levantar sus campamentos (Pampa Irigoyen, 1969). No solo han asesinado a humildes. También dieron forma a un ‘espectáculo’ urbano con la matanza de 59 jóvenes y estudiantes en el edificio capitalino del Seguro Obrero (1938). Son solo ejemplos. La sensibilidad de los aparatos militares chilenos se forjó asimismo en guerras racistas de rapiña, saqueo y ocupación contra las poblaciones y territorios deBolivia y Perú (s. XIX). Una de sus batallas, la de Yungay (1839) suele considerarse fundacional de la ‘nación’ chilena. Estas masacres y guerras se mantienen en la memoria como “glorias patrias”. Son ejemplares.
Más recientemente y durante 17 años (1973-1990) los aparatos militares y policiales chilenos acosaron, saquearon bienes, encarcelaron, violaron, torturaron, secuestraron, antes de destrozar o ‘tirar a matar’ a millares de civiles. Obtuvieron ventajas por su comportamiento. Ya no fueron brazo armado de los patrones, sino una sección armada y bien pagada de ellos. La mayor parte de sus delitos está impune. La 'cultura' del miedo, la sujeción y también la explosiva irritación y la tosca arrogancia son constitutivas del 'éxito' chileno'. En Chile, empresarios, políticos ‘oficiales’ y magistrados presumen de 'sus' fuerzas armadas.
La Naturaleza no sabe que hace violencia. Una cultura de violencia como la chilena debería agraviar a todos. La Naturaleza no se jacta de nada. Los dueños de Chile, desde siempre, llaman a su brutal violencia impune, “la Patria”. La bendicen.
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El cable ha informado de los daños y muertes causados por la pareja terremoto/maremoto, y ha mostrado también imágenes de enfrentamientos por saqueos realizados por necesidad o negocio y acciones vandálicas que ‘obligaron’ al gobierno a imponer un Estado de sitio en Concepción. Un periódico lo narra así: “El caos social en Concepción dio la vuelta al mundo. Durante el lunes el sonido de las sirenas de ambulancias y bomberos se mezcló con el ruido de 25 tanques y con tiros que militares lanzaban al aire: en un día hubo cinco incendios intencionales, según Carabineros, para distraer a las fuerzas del orden y así saquear tiendas y edificios aledaños”. La fuerza del terremoto se combina con la violencia social. La violencia que afecta a la propiedad y al ‘orden’ de los propietarios, convoca la represión de los cuerpos militares o militarizados. Carabineros es policía militarizada. El Estado de sitio impuesto por el gobierno de Chile le significó movilizar entre 7 y10 mil soldados.
Alguien no chileno podría preguntarse. ¿Para qué tanto soldado pertrechado como para una guerra de exterminio? Cascos, armas pesadas, tanques, lanzacohetes, vehículos acorazados. En otros países-desastres se utiliza a militares para cooperar con la Cruz Roja y cautelar la distribución gratuita de ayuda. Los soldados chilenos, en cambio, protegen a las grandes tiendas y a los megamercados. No están allí para aliviar a una población que muy mayoritariamente no es delincuente. En Concepción la autoridad militar limitó a seis horas diarias el tiempo en que se podía salir a la calle para buscar agua, alimento o combustible. El resto del día, los civiles eran juzgados agresorespotenciales.
Ni televisión ni cable muestran o enfatizan que el auxilio necesario y urgente ha sido lento o no llegó. El control militar, en cambio, fue pronto y masivo. Un chileno opina que si los empresarios a quienes se defiende del saqueo hubiesen donado alimentos a la población, el asalto se habría minimizado y los alimentos perecibles no se hubieran podrido. Porque hambre había. Pero a empresarios, políticos y militares chilenos, ‘donar’ horizontalmente una parte de su propiedad y bienes, incluso en un situación de casi entero desamparo, les parece intolerable, un robo vil. Reservan su bondad para el show de la Teletón. En la vida diaria, en cambio, exigen soldados y carabineros para que secuestren a la población y disparen, como escribe el periodista, “al aire”, o a matar.
En Chile militares y policías han hecho bien su trabajo de disparar a matar para asegurar la propiedad señorial y el ‘orden’ oligárquico y neoligárquico. Un Premio Nacional de Historia de ese país, Gabriel Salazar, resume el punto: “Es la vieja práctica del Ejército chileno que, recordemos, se formó matando mapuches y después rotos y peones. La gran solución siempre ha sido tirar a matar y el problema continúa: cuento 23 masacres y todas contra la clase popular”. Además de la destructividad de sismos y maremotos, Chile es un país de masacres. Sus Fuerzas Armadas y su Policía han sido casi siempre el brazo armado y cruel del imperio señorial. Han golpeado a indígenas y campesinos que reclamaban la usurpación de sus tierras (Ranquil, 1934), a obreros que se levantaban contra la superexplotación que los aniquilaba junto con sus familias (Santa María de Iquique, 1907), o a pobladores que ocupaban terrenos para levantar sus campamentos (Pampa Irigoyen, 1969). No solo han asesinado a humildes. También dieron forma a un ‘espectáculo’ urbano con la matanza de 59 jóvenes y estudiantes en el edificio capitalino del Seguro Obrero (1938). Son solo ejemplos. La sensibilidad de los aparatos militares chilenos se forjó asimismo en guerras racistas de rapiña, saqueo y ocupación contra las poblaciones y territorios deBolivia y Perú (s. XIX). Una de sus batallas, la de Yungay (1839) suele considerarse fundacional de la ‘nación’ chilena. Estas masacres y guerras se mantienen en la memoria como “glorias patrias”. Son ejemplares.
Más recientemente y durante 17 años (1973-1990) los aparatos militares y policiales chilenos acosaron, saquearon bienes, encarcelaron, violaron, torturaron, secuestraron, antes de destrozar o ‘tirar a matar’ a millares de civiles. Obtuvieron ventajas por su comportamiento. Ya no fueron brazo armado de los patrones, sino una sección armada y bien pagada de ellos. La mayor parte de sus delitos está impune. La 'cultura' del miedo, la sujeción y también la explosiva irritación y la tosca arrogancia son constitutivas del 'éxito' chileno'. En Chile, empresarios, políticos ‘oficiales’ y magistrados presumen de 'sus' fuerzas armadas.
La Naturaleza no sabe que hace violencia. Una cultura de violencia como la chilena debería agraviar a todos. La Naturaleza no se jacta de nada. Los dueños de Chile, desde siempre, llaman a su brutal violencia impune, “la Patria”. La bendicen.
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En este trabajo se utilizó una entrevista a Gabriel Salazar: “El descontento va a seguir y la única vía será robar” (entrevista, La Nación, 03/03/2010, Santiago de Chile), un artículo de Juan Sepúlveda: “El terremoto del bicentenario: un crudo scanner al país” (Comité Ecuménico de Proyectos, Chile) y otros materiales periodísticos.
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Los verdaderos saqueadores (**)
Carlos Fernández
¿Preocupados por unos pocos saqueos a supermercados….?
Esperen un poco a que los verdaderos saqueadores expertos empiecen a hacer de las suyas…
Ya caerán sobre las victimas y todos nosotros…
Quienes compren sus terrenos donde estuvieron sus hogares a mínimos precios…
Quienes aumenten injustificadamente los precios de alimentos, materiales de construcción, pasajes, y créditos…
Quienes ademas de buscar excusas para no pagar los seguros comprometidos, nos suban las primas a todos los que no sufrimos daños…
Quienes ademas de no sufrir castigos y multas por sus deficientes construcciones, pidan menos fiscalización y acelerar los tramites y controles para volver a reconstruir el país…
Quienes justifiquen vender las pocas empresas estatales que nos quedan Codelco, Enap, y otras a precio de huevo para financiar cuatro años de reconstrucción nacional y nos dejen sin nada para el futuro…
Quienes pidan rebajar impuestos a las empresas, para ayudar a dar trabajo????….
Esto ya paso en Tailandia después del Tsunami con pésimos resultados para los que perdieron todo y los que pudieron salvar algo…
Los pescadores artesanales tuvieron que entregar sus caletas a empresas privadas, los poblados costeros se convirtieron en lujosos resorts y hoteles, y sus habitantes fueron desplazados a otras zonas sin trabajo ni ayuda…
Mucho me temo que el próximo gobierno no este preparado para defendernos a todos de esta peligrosa ola de pillaje que se nos viene encima, sino que mucho peor sea uno de quienes la promueven…
Échenle una miradita a La Doctrina del Shock de la Naomi Klein.
Por Naomi Klein *
Desde que la desregulación provocó una crisis económica en todo el mundo en septiembre del 2008 y todos se volvieron keynesianos de nuevo, no ha sido fácil ser un fanático del difunto economista Milton Friedman. Tan ampliamente desacreditada es su marca de fundamentalismo del libre mercado, que sus seguidores, de forma cada vez más desesperada, se han volcado a reclamar victorias ideológicas, aún cuando parezca descabellado.
Un caso especialmente desagradable sobre este punto. Apenas dos días después de que Chile fue golpeado por un terremoto devastador, el columnista del Wall Street Journal Bret Stephens informó a sus lectores que “seguramente, el espíritu de Milton Friedman se cierne sobre Chile”, porque, “en gran parte gracias a él, el país ha sufrido una tragedia que en otros lugares podría haber sido un apocalipsis. No es por casualidad que los chilenos vivían en casas de ladrillo -y los haitianos en casas de paja- cuando llegó el lobo para tratar de soplarlos y dejarlos en el suelo”.
De acuerdo a Stephens, las políticas radicales de libre mercado prescritos para el dictador chileno Augusto Pinochet por Milton Friedman y sus infames “Chicago Boys” son la razón de Chile sea una nación próspera con “algunos de los códigos de construcción más estrictos del mundo”.
Hay un problema bastante grande con esta teoría: el código moderno de construcción sísmica de Chile, elaborado para resistir los terremotos, fue aprobada en 1972. Ese año es sumamente importante, ya que fue un año antes de que Pinochet tomara el poder en un sangriento Golpe de Estado respaldadao por Estados Unidos. Esto significa que si una persona merece el crédito por la ley, no es Friedman, o Pinochet, sino Salvador Allende, presidente socialista de Chile elegido democráticamente (en verdad, muchos chilenos merecen crédito, ya que las leyes fueron una respuesta a una historia de terremotos y la primera fue adaptado en la década del ‘30).
Parece importante, sin embargo, que la ley fue promulgada, aun en medio de un embargo económico impuesto (”hacer gritar la economía”, como gruñó famosamente Richard Nixon después de que Allende ganó las elecciones de 1970). El código fue posteriormente actualizado en los noventa, mucho después de que Pinochet y los Chicago Boys estuvieran finalmente fuera del poder y la democracia fuera restablecida. No es de extrañar: como señala Paul Krugman, Friedman fue ambivalente acerca de los códigos de construcción, ya que lo veía como otra infracción de la libertad capitalista.
En cuanto al argumento de que las políticas de Friedman son la razón de que los chilenos viven en “casas de ladrillo” en lugar de “paja”, es claro que Stephens no sabe nada de antes del golpe en Chile. El Chile de la década del ‘60 tuvo la mejor salud y educación en el continente, así como un dinámico sector industrial y una rápida expansión de la clase media. Los chilenos creyeron en su Estado, por lo que eligieron a Allende para llevar aún más adelante el proyecto.
Después del golpe de Estado y de la muerte de Allende, Pinochet y sus Chicago Boys hicieron todo lo posible para desmantelar la esfera pública de Chile, subastar empresas estatales y promulgar “tramposamente” reglamentos financieros y de mercado. Gran cantidad de riqueza fue creada en este período, pero a un costo terrible: a comienzo de los ochenta, las políticas de Pinochet prescritas por Friedman habían causado las desindustrialización, un incremento de diez veces en el desempleo y una explosión de barrios claramente inestables. También llevó a una crisis de corrupción y una deuda tan grave que, en 1982, Pinochet se vio obligado a despedir a sus asesores clave Chicago Boy y nacionalizar varias de las grandes instituciones financieras desreguladas (¿suena familiar?).
Afortunadamente, los Chicago Boys no lograron deshacer todo lo logrado por Allende. La empresa nacional de cobre, Codelco, permaneció en manos del Estado, bombeando riqueza en las arcas públicas y evitando que los “Chicago Boys” se aprovecharan por completo de la economía chilena. Tampoco, nunca consiguieron destrozar el código de construcción resistente de Allende, un descuido ideológico del cual todos debemos estar agradecidos.
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* Publicado en The Guardian
** Publicado en The Clinic, Chile, marzo 2010.
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La polémica es la siguiente (***):
Tras el devastador terremoto en Chile, se abrió un interesante debate entre Bret Stephens, columnista del Wall Street Journal, férreo defensor del modelo económico neoliberal, y Naomi Klein, periodista e investigadora con gran influencia en el movimiento antiglobalización.
El debate se centra sobre si el modelo económico chileno aplicado por Pinochet, tras el golpe en 1973, habría salvado al país de un desastre total a raíz del terremoto. Para Stephens, Chile habría resistido mejor que ningún país un terremoto tan fuerte, debido a que aplicó las medidas económicas recomendadas por Friedman. Naomi Klein demostró que eso no resiste un análisis serio. A continuación reproducimos fragmentos de este interesante debate. Mejor saque usted sus conclusiones.
Bret Stephens
Milton Friedman murió hace más de tres años. Pero no cabe duda de que su espíritu protegió a Chile en la madrugada del sábado (del terremoto). Gracias en buena parte al economista estadounidense, el país ha soportado una tragedia que en cualquier otro sitio habría sido apocalíptica.
El terremoto en Chile alcanzó una magnitud de 8,8. Es decir, casi 500 veces más potente que el de Haití. Sin embargo, el balance provisional de fallecidos —795 en el momento de escribir estas líneas— es muy inferior frente a las 230.000 personas que se estima han muerto en Haití.
No es causalidad que los chilenos habitaban en casas de ladrillo, y los haitianos en casas de paja, cuando llegó el lobo a derribar la vivienda. En 1973, el año en el que el gobierno protochavista de Salvador Allende fue derrocado por el general Augusto Pinochet, la economía estaba en la ruina.
Lo que Chile tenía era capital intelectual, gracias a un programa de intercambio entre la Universidad Católica y el departamento de economía de la Universidad de Chicago, por aquel entonces el hogar académico de Friedman.
Pinochet designó a una sucesión de Chicago Boys en los principales cargos económicos. Para 1990, el año en el que cedió el poder, el PIB per cápita había subido 40% (en dólares de 2005). Los sucesores democráticos de Pinochet —de una coalición de centroizquierda— ampliaron la ofensiva liberalizadora. El resultado es que los chilenos se han transformado en el pueblo más rico de Sudamérica.
Chile también cuenta con uno de los códigos de construcción más estrictos del mundo, algo que tiene sentido en un país que está entre dos masivas placas tectónicas. Pero tener códigos es una cosa y hacerlos cumplir es otra. La calidad y consistencia de la aplicación de las normas está relacionada generalmente con la riqueza de las naciones.
En “La Doctrina del Shock”, (Naomi) Klein titula uno de sus capítulos “El Mito del Milagro Chileno”. En el libro, la única cosa que logran Friedman y el resto de los Chicago Boys fue llevar la riqueza a la clase alta y eliminar la mayor parte de la clase media. Pero los Chilenos de todas las clases sociales—que enfrentan las secuelas de un shock real— pueden tener otra interpretación de Friedman, que los ayudó a darles los recursos primero para sobrevivir al terremoto, y ahora para reconstruir sus vidas.
El terremoto en Chile alcanzó una magnitud de 8,8. Es decir, casi 500 veces más potente que el de Haití. Sin embargo, el balance provisional de fallecidos —795 en el momento de escribir estas líneas— es muy inferior frente a las 230.000 personas que se estima han muerto en Haití.
No es causalidad que los chilenos habitaban en casas de ladrillo, y los haitianos en casas de paja, cuando llegó el lobo a derribar la vivienda. En 1973, el año en el que el gobierno protochavista de Salvador Allende fue derrocado por el general Augusto Pinochet, la economía estaba en la ruina.
Lo que Chile tenía era capital intelectual, gracias a un programa de intercambio entre la Universidad Católica y el departamento de economía de la Universidad de Chicago, por aquel entonces el hogar académico de Friedman.
Pinochet designó a una sucesión de Chicago Boys en los principales cargos económicos. Para 1990, el año en el que cedió el poder, el PIB per cápita había subido 40% (en dólares de 2005). Los sucesores democráticos de Pinochet —de una coalición de centroizquierda— ampliaron la ofensiva liberalizadora. El resultado es que los chilenos se han transformado en el pueblo más rico de Sudamérica.
Chile también cuenta con uno de los códigos de construcción más estrictos del mundo, algo que tiene sentido en un país que está entre dos masivas placas tectónicas. Pero tener códigos es una cosa y hacerlos cumplir es otra. La calidad y consistencia de la aplicación de las normas está relacionada generalmente con la riqueza de las naciones.
En “La Doctrina del Shock”, (Naomi) Klein titula uno de sus capítulos “El Mito del Milagro Chileno”. En el libro, la única cosa que logran Friedman y el resto de los Chicago Boys fue llevar la riqueza a la clase alta y eliminar la mayor parte de la clase media. Pero los Chilenos de todas las clases sociales—que enfrentan las secuelas de un shock real— pueden tener otra interpretación de Friedman, que los ayudó a darles los recursos primero para sobrevivir al terremoto, y ahora para reconstruir sus vidas.
Naomi Klein responde:
Desde que la desregulación causó un desastre económico mundial en septiembre de 2008 y todo el mundo se ha vuelto otra vez keynesiano, no ha sido fácil oficiar de seguidor fanático del difunto economista Milton Friedman.
Justo dos días después de que un demoledor terremoto golpeara Chile, BretStephens informaba a sus lectores de que “el espíritu de Milton Friedman aleteaba protector sobre Chile”. Hay un problema realmente de bulto con esta teoría: el código moderno de edificación sísmica en Chile, redactado para resistir terremotos, se adoptó en 1972. La fecha es enormemente significativa, dado que se trata de un año antes de que Pinochet tomara al poder mediante un sangriento golpe de Estado respaldado por los Estados Unidos. Eso quiere decir que si hay alguien a quien atribuir el mérito de esa ley no es a Friedman, ni a Pinochet, sino a Salvador Allende, el presidente socialista chileno democráticamente elegido.
Parece significativo que la ley se promulgara aun en medio de un agobiante embargo económico (“que rechine la economía”, gruñó, según es fama, Richard Nixon cuando ganó Allende las elecciones de 1970).
Por lo que se refiere al argumento de que las medidas friedmanianas son la razón por las que los Chilenos viven en “casas de ladrillo” en vez de “paja”, queda claro que Stephens no sabe nada del Chile anterior al golpe. El Chile de los años 60 gozaba del mejor sistema sanitario y educativo del continente, además de disponer de un efervescente sector industrial y una clase media en rápido crecimiento.
Pinochet y sus Chicago Boys hicieron todo lo que pudieron para desmantelar la esfera pública chilena, reduciendo las regulaciones financieras y comerciales. Se creó una enorme riqueza en este periodo, pero a un precio terrible: para principios de los 80, las medidas de Pinochet recomendadas por Friedman habían provocado una rápida desindustrialización, multiplicando el desempleo por diez. Llevaron también a una crisis de corrupción y deuda tan grave que en 1982 Pinochet se vio forzado a despedir a los asesores de los Chicago Boys y nacionalizar varias de las instituciones financieras desreguladas.
Afortunadamente, los Chicago Boys no lograron destruir todo lo logrado por Allende. La empresa nacional del cobre, Codelco, continuó en manos del Estado, insuflando riqueza a las arcas públicas e impidiendo que los Chicago Boys hicieran entrar la economía de Chile en un rápido y completo declive. Tampoco lograron deshacerse del riguroso código de edificación de Chile, un descuido ideológico por el que debemos dar todos, las gracias.