En la defensa por los derechos humanos que desarrolló la Vicaría de la Solidaridad durante la dictadura cívico militar de Pinochet tuvimos siempre dos frentes esencialmente unidos: la violencia más brutal y sanguinaria de toda la historia de Chile,
y la mentira inherente. Lo que más indignaba al dictador y sus secuaces
era que la Vicaría desenmascarara todas y cada una de sus mentiras. No
hay detenidos desaparecidos; son mentiras del comunismo internacional;
no hay presos políticos; nadie ha sido torturado; murió al fugarse;
murió en un enfrentamiento; atravesaron la cordillera a pié; los mató el
Partido Comunista; se suicidó (incluso una familia completa asesinada fue presentada como suicido colectivo).
Se
montaron espeluznantes operaciones mediáticas para justificar los
crímenes, como la de los 119 opositores asesinados en Chile que se
dieron por muertos por sus amigos en el extranjeros, para lo que
fundaron diarios tanto en Argentina como en Brasil.
En este esfuerzo participaron todos los estamentos del Estado y los que el Estado autorizaba: cuatro ramas de las Fuerzas Armadas, la diplomacia, el Poder Judicial, la Contraloría, todos los servicios públicos, la diplomacia (el embajador Sergio Diez
es el ejemplo emblemático del recurso a la mentira), las organizaciones
juveniles de fachada, los sindicatos alineados, las comisiones
legislativas que redactaban las leyes que pedía el dictador, el gran
empresariado que se liberaba de los sindicatos descabezados. La mentira
no se detenía ni frente al ridículo: en Chile hubo una guerra que nadie
vio, sin que se pusieran siquiera de acuerdo en cuándo comenzó: algunos
Consejos de Guerra dicen que en 1969, otros que 1970, varios en marzo de
1973, y algunos el 11, 12 ó 22 de septiembre 1973.
Nada de esto se inicia con el cuartelazo: estaba todo organizado desde hacía muchos años. Piénsese en el montaje tramado en la Universidad Católica sobre un supuesto fraude electoral que había ocurrido en las parlamentarias de marzo de 1973, en que Jaime del Valle, Hernán Larraín, Gustavo Cuevas
y algunos otros golpistas sostuvieron que hubo fraude, porque los
resultados no cuadraban con sus cálculos… y lo evaluaron en 600.000
votos. Las operaciones para deshacerse del general Prats fueron también montadas por civiles, y, como no, de la Universidad Católica.
El plan del Golpe incluía masacres desde antes del 11: los detenidos en La Moneda fueron llevados a Peldehue,
donde días antes habían comenzado a hacerse las fosas para el gran día.
De los asesinados, que estuvieron años como desaparecidos, se dijo que
nunca habían sido detenidos.
La Caravana de la Muerte no existió. Tampoco fueron detenidos los campesinos de Isla de Maipo, pero cuando en Lonquén fueron encontrados sus restos, el entonces ministro del Interior Sergio Fernández cambió de mentira: murieron en enfrentamientos.
Cuatro Álamos, Villa Grimaldi, el cuartel Silva Palma
y cientos de otros, no existieron para las autoridades de facto. Desde
luego, toda la prensa autorizada, los canales de televisión y la mayoría
de las radios sostenían el discurso de las mentiras.
Todas esas mentiras fueron develadas en un primer momento por la Vicaría, y luego por las comisiones Rettig y Valech, y desde el histórico 16 de octubre de 1998, también por nuevas generaciones de jueces.
Ya
con todo develado, hubo que cambiar de mentiras. Y apareció la del yo
no supe. Nadie supo nada, pero todos participaron en los crímenes, por
acción u omisión: desde luego los directores, editores y periodistas de
televisión, de los diarios del Bando 15 (El Mercurio y La Tercera); los jueces a quienes tapábamos con un promedio de 300 escritos diarios sólo en Santiago;
el Contralor; Sergio Diez, obligado profesionalmente a leer todos los
informes sobre las atrocidades de la dictadura; los ministros militares
pero sobre todo civiles que disponían detenciones en centros de torturas
y otros que firmaban decretos arrebatando la nacionalidad chilena a
opositores en el extranjero, los que requerían la firma de todos los
secretarios de Estado; los ministros de Hacienda que entregaban fondos
de todos los chilenos a los criminales de la Dina y la CNI, y demás cuerpos represivos; los que desfilaban en Chacarillas; el rector de la Universidad Católica y su jefe de gabinete, que entregaron ilegalmente al profesor Ávalos Davidson a funcionarios no identificados de la Dina, tampoco supieron nada, ni siquiera que lo entregaron.
Hubo
también otra colaboración igualmente siniestra: la de los que optaron
por no hablar para alegar no saber, y que están magistralmente
representados en “Los archivos del cardenal”: aquellos que, sabiendo,
aparentaban ignorancia. Si alguien hablaba de algún crimen, pedían “no
hablemos de política” (madre del abogado Sarmiento); su
esposo agrega “cuidado que soy asesor”, y su hijo “nos pones en
peligro”. Así ninguno sabía nada y todos tenían la conciencia tranquila.
Terrible, porque se creen el cuento de la conciencia tranquila.
Estos
últimos fueron indispensables para el régimen: con su silencio
transmitían la sensación de que no pasaba nada y que todo eran mentiras
de los comunistas.
El senador Carlos Larraín
pertenece a estos, que sabiéndolo todo, jugaron y juegan a no saber
nada. Y tiene la conciencia tranquila. Por eso la serie y la verdad lo
intranquilizan, y de allí sus reacciones destempladas contra el programa
de TVN.
Seamos
claros. Uno: todos supimos siempre todo. Dos: todos tomamos nuestras
opciones políticas, pero por sobre todo morales, sabiéndolo todo. La
barrera moral entre unos y otros es insuperable e indestructible.
Nadie
puede pretender que militares y civiles, ministros, subsecretarios,
jueces, diplomáticos, religiosos, propietarios, directores de medios
autorizados y periodistas de esos medios, y los empresarios que hicieron
sus fortunas gracias al régimen dictatorial, no sabían nada. La serie
“Los archivos del Cardenal” no descubre nada, pero desenmascara todo. Y
eso el fascismo no lo perdona.
Por Roberto Garretón
Fue abogado de la Vicaría de la Solidaridad entre 1976 y 1990.
Publicado en www.casosvicaria.udp.cl
http://www.elciudadano.cl/2011/12/30/46354/todos-supimos-siempre-todo/