Revista Universum V21 Nº1:190-203, 2006
ARTICULOS
La cultura en los gobiernos de la concertación
Bernardo Subercaseaux S. (*)
(*) Doctor en Literatura, Universidad de Harvard. Vicedecano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile.
Artículo recibido el 11 de enero de 2005. Aceptado por el Comité Editorial el 26 de enero de 2006.
Correo electrónico: besuberc@uchile.cl
RESUMEN
El artículo describe la relación entre política y cultura en las últimas décadas en Chile. Examina los rasgos fundamentales de la cultura en el período autoritario y en los tres primeros gobiernos de la Concertación, en el trasfondo de la historia política y cultural del país. Examina también los logros y desafíos pendientes, en términos de políticas públicas, en el contexto de un nuevo escenario comunicativo y cultural.
Palabras claves:
Cultura - Política - Democracia - Políticas culturales - Control del espacio público - Libertades- Mercado - Nuevas tecnologías
ABSTRACT
The article describes the relation between politics and culture in Chile, during the last three decades. It discusses -with historical perspective- the main features of culture during the Pinochet regime (1973-1989) and the first three governments of the Concertación (1990-2005). It examines achievements and challenges that still need to be dealt, in terms of public policies in the context of a new cultural and communicative scene.
Key words:
Culture - Politics - Democracy - Cultural policies - Control of public spaces - Liberties - Market - New technologies
LA TENTACIÓN AUTORITARIA
Durante el gobierno de Pinochet, entre 1973-1989, el rasgo fundamental de la vida cultural fue el control y administración del espacio público. La dinámica de control se manifestó excluyendo y desarticulando espacios sociales previos, fuesen éstos culturales, institucionales, políticos o comunicacionales. Todo ello en el contexto de un autoritarismo y de una dictadura que se perfiló desde su inicio como reactiva a la cultura política del pasado y a los sectores sociales que la alimentaron. Los ejemplos de esta dinámica en los 17 años de dictadura son múltiples, constantes y variados. Van desde la quema de libros en los primeros años, hasta la prohibición de ingreso a cantantes como Joan Manuel Serrat. ¿Quién (no) recuerda la censura previa que operó entre 1973 y 1983? ¿Y las restricciones a la libertad de información, y circulación de nuevas publicaciones? ¿Y la exoneración de académicos? ¿Quién (no) recuerda que un connotado Alcalde de Santiago, revocó -por presiones del régimen- el Premio Municipal de Literatura (que ya había sido concedido a la obra Regreso sin causa, del exiliado Jaime Miranda), en circunstancias de que el veredicto del Jurado había sido publicitado en todos los periódicos? En fin, si se hiciera un inventario sobre las restricciones, controles y atropellos que experimentó la vida cultural durante la Dictadura, el resultado seguramente sería tanto o más voluminoso que los Informes Rettig y Valech1.
La dinámica de control y administración del espacio público (ceñida a la doctrina de seguridad nacional y a una lógica de guerra) se tradujo en un estrechamiento del universo ideológico cultural en la esfera pública. Se transitó así desde un espacio participativo y desde un Estado cuya legitimidad (y cuyas crisis) descansaban en una cultura reivindicativa, enmarcada en un activo (y a veces excesivamente polarizado) pluralismo ideológico, a un Estado destinado a constreñir el ámbito público y a ejercer una función de control y vigilancia en el campo cultural. La exclusión autoritaria de corrientes culturales consideradas progresistas se tradujo en una merma del patrimonio creativo de la sociedad y de las fuentes que alimentaban a la cultura. Junto con la dinámica de control y de negación, se dio durante la dictadura una dinámica de afirmación cultural, alimentada por tres corrientes discursivas y de pensamiento: una de cuño nacionalista autoritaria, otra integrista espiritual y una tercera neoliberal.
La vertiente nacionalista autoritaria expresó a los grupos militares y civiles más directamente involucrados en el golpe. Su eje fue una concepción telúrico-metafísica del ser chileno, según la cual éste es concebido como una esencia forjada en el entrecruzamiento del hombre con la naturaleza, esencia que estaría latente en todos los habitantes del territorio nacional. Desde esta concepción la cultura fue percibida como manifestación de una esencia invariable, que se revela y encarna en la idiosincrasia chilena. Esta visión niega el espacio cultural como un campo de coexistencia de visiones plurales que a veces entran en conflicto, puesto que ello vulneraría la integridad del cuerpo social y el "alma del país".
La segunda corriente que incidió en la vida cultural durante la dictadura, fue la vertiente integrista espiritual, vinculada a capas altas y a sectores ligados al tradicionalismo católico y al Opus Dei. Desde esta vertiente discursiva el mundo cultural es percibido como un bastión del espíritu y de la belleza, como una espiritualidad trascendente, desligada de las contingencias económicas, políticas y sociales. La tercera corriente que alimentó la cultura de la época -y que corresponde, en cierta medida, a una tendencia internacional- es la que asigna al mercado un rol preponderante no sólo en la vida económica, sino también en la vida social y cultural. Desde esta vertiente se concibió a la cultura como un bien transable, similar a otros y que requiere por lo tanto ser desarrollado con criterios mercantiles y de eficiencia empresarial. Estas tres corrientes alimentaron la vida cultural de la época, su dominio por la fuerza generó, como resistencia, una cultura contestataria de aspiración democrática, cultura que muchas veces (en el teatro, en la música, en la poesía y en la plástica) se sirvió de los intersticios y contradicciones de las vertientes anteriores para alcanzar cierta presencia en el espacio público.
Se ha dicho que durante la dictadura hubo un "apagón cultural", afirmación que a nuestro juicio conviene matizar. Lo que sí hubo fue un férreo control del espacio público y de los circuitos artísticos y comunicativos. Control que tuvo, sin embargo, efectos contradictorios: por una parte, como hemos señalado, inhibió la creación y la vida cultural del país; pero, por otra (aun cuando se proponía lo contrario), la estimuló, en la medida en que dio lugar a una imaginación contestataria y a un horizonte cultural de ideales democráticos y libertarios. No es casual, entonces, que el Documento Bases Programáticas de Concertación de Partidos por la Democracia (elaborado para el Gobierno del Presidente Aylwin), se inicie en lo referente a cultura y comunicaciones con una sección en que se establecen los "principios orientadores de una cultura democrática": la libertad, el pluralismo, el diálogo y la apertura. En 1989 era necesario resaltar estos valores, pues indicaban una diferencia tajante con un pasado de censura y de intervenciones administrativas de carácter restrictivo. En su aspecto propositivo las Bases Programáticas reafirmaban la libertad y el pluralismo como principios básicos y esenciales para el desenvolvimiento de la cultura, concebida ésta tanto en su dimensión artística como en su dimensión antropológica.
CAMINOS DE LIBERTAD
En 1990, con el primer gobierno de la Concertación, se inicia entonces una etapa en que se terminan o se van desvaneciendo los sistemas de control, y lo que es más importante: el miedo. Hablamos de caminos de libertad, por una parte, porque no todo ocurre de la noche a la mañana, no es- como veremos más adelante- que con el término de la dictadura se hayan deshecho ipso facto todas las amarras y controles que la misma estableció; y por otra, porque las libertades son múltiples, no se trata sólo de libertades individuales y políticas (de creación, de expresión, de circulación, de publicación, de cátedra etc.), sino también de libertades en otros ámbitos, que abarcan desde el cuerpo, el género y las etnias, hasta el pluralismo y la diversidad, lo que implica libertades colectivas. No es casual que en el Teatro Cariola, durante la presentación de las políticas culturales del Gobierno de Aylwin, hayan irrumpido las Yeguas del Apocalipsis, grupo integrado entonces por Pedro Lemebel y Francisco Casas, ante la mirada atónita y siempre sonriente del futuro presidente. Fue una interrupción fuera de programa, significativa, sin embargo, porque de hecho es a partir del NO y del triunfo de la Concertación, que se abren y perfilan caminos de tolerancia y libertad en ámbitos como los antes mencionados.
Basta considerar algunos ejemplos del panorama cultural del último año del gobierno del Presidente Aylwin, en 1993, para percatarse de los cambios ocurridos. Ese año, el pintor Guillermo Nuñez inauguró una gigantesca y magistral exposición retrospectiva, que contó con el auspicio de El Mercurio.La exposición de Nuñez incluyó la famosa serie de Jaulas pertenecientes a una muestra que fue clausurada en la época de Pinochet, exhibición que le costó al pintor, literalmente, tortura y exilio. El teatrista Oscar Castro, que fue expulsado del país con "El Aleph" debiendo establecerse en Francia, tuvo una serie de obras en cartelera. Los conjuntos Illapu e Inti-illimani se paseaban por Chile y América Latina, ocupando lugares destacados en el ranking de ventas. Joan Manuel Serrat, al que antes se le pusieron trabas para ingresar, volvió varias veces al país. Chile se abrió a flujos internacionales y a relaciones con países con los que se tuvo en el pasado una larga tradición de intercambios culturales, por ejemplo México. Regresaron artistas y académicos que vivían en el exilio, vinieron conjuntos teatrales, musicales, exposiciones y escritores de jerarquía, celebrándose festivales y congresos de toda índole. En definitiva, con el primer gobierno de la Concertación se instaló en el país y adquirió legitimidad el camino de la libertad y de la cultura democrática.
Hablamos de caminos porque se trata de sendas abiertas, que han avanzado sustantivamente pero que todavía están lejos de llegar a destino. Y es bueno que así sea, la libertad, como el aire, nunca es suficiente2 (sobre todo cuando se trata de creación o de la autodeterminación de los sujetos, de las comunidades y colectivos). En los últimos 15 años, en el plano de la libertad de expresión y creación y de las libertades individuales el camino ha debido sortear algunas vallas, casi todas vinculadas en última instancia a la cautela (a veces, según algunos, excesiva) de una transición pactada, prudencia que llevó al Gobierno a evitar -con criterios de eficiencia y gobernabilidad- conflictos más allá de los necesarios. Recordemos el caso del libro de Martorell en que el gobierno se hizo parte de la prohibición de circulación; las presiones del Ejecutivo para que no se diera por TV Nacional la entrevista en que el ex agente de la DINA, Michael Townley, implicaba en el asesinato de Orlando Letelier al General Contreras y a un alto oficial en servicio activo. La censura a la película española Bilbao, entre otras, por "atentatoria contra la moral y las buenas costumbres," según el Consejo de Calificación Cinematográfica (entidad creada en 1974, en la que participaban tres representantes de las Fuerzas Armadas, situación que sólo fue modificada a comienzos del 2003, con la Ley 19846). Durante los gobiernos de la Concertación han subsistido, además, algunas restricciones y cortapisas que derivan no de presiones del gobierno sino más bien de la propia sociedad, de una sociedad que todavía le queda algo de temor a la discusión abierta y a los puntos de vista diferentes, sean éstos de etnia, género o sector social. Recuérdense, al respecto, la marejada crítica que desató la Agenda de la Mujer y el viaje de la entonces Ministra del Sernam a Pekín; o el ruido que generó la obra de Manuela Infante, una joven dramaturga, sobre Arturo Prat, o las campañas contra el SIDA y en pro del Condón. Cabe constatar empero que en estos años la propia sociedad ha evolucionado hacia la tolerancia y la libertad, hoy día, por ejemplo, el tema de la homosexualidad y de las preferencias sexuales es abordado con mucho mayor apertura que hace 10 ó 15 años. La foto de Tunick y la estampida de desnudos incluyendo una abuelita, fue de alguna manera un evento emblemático al respecto. No cabe duda que aunque en ocasiones haya sido el propio gobierno el que ejerció un llamado a la prudencia, el clima instaurado por los gobiernos de la Concertación -en sintonía con lo que ocurre a nivel internacional- ha incidido en un proceso de modernización valórica.
Tratándose de etnias, de género, de grupos etarios o de sector social, el tema de la libertad no es solo una decisión o un derecho que compete a cada individuo; la preservación de la cultura necesita de la interacción con otros. En la medida que la cultura no depende de la libre decisión individual sino de la existencia de una comunidad que la sostenga y la alimente, ello implica, por parte del Estado, el resguardo para esa comunidad (o minoría) de ciertos derechos colectivos y de algún grado de autonomía relativa. El desafío en este plano es armonizar las libertades y derechos individuales con las libertades y derechos colectivos; articular los derechos de la igualdad con los derechos de la diferencia. Durante los últimos 15 años se han dado al respecto pasos importantes. En 1992, por primera vez se incluyeron en el Censo datos étnicos, estableciéndose la existencia de casi un millón de personas mayores de 14 años que se identificaban con alguna etnia o pueblo indígena (el 9,6 % de la población total)3. En 1993 se aprobó la Ley de Pueblos Indígenas que contempla el fomento y apoyo a la vida cultural de las principales comunidades étnicas del país. Se crearon becas para estudiantes y oficinas locales de pueblos indígenas con presencia y participación de la comunidad, en el sur (mapuches y huilliches), en el centro (pascuences) y en el norte (quechuas y aymarás). Hoy día, gracias a estas iniciativas, son comunidades étnicas las que manejan los sitios arqueológicos y naturales de valor turístico situados en el entorno de San Pedro de Atacama, lo que implica una reafirmación del particularismo cultural y de las identidades locales, además de beneficios económicos para la comunidad. En el 2001 el gobierno de Lagos, creo la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato de los Pueblos Indígenas, Comisión que emitió dos años más tarde un Informe con el propósito de orientar una incorporación adecuada de los sectores indígenas a la sociedad nacional. El Informe apunta a resguardar ciertos derechos colectivos para los pueblos originarios, entre ellos, para el más numeroso, el pueblo mapuche.
Queda, sin embargo, en este camino, un largo tramo por avanzar. Una cosa son los Informes, los discursos, las leyes y las políticas que han tenido los gobiernos de la Concertación al respecto, y la otra, la realidad. Entre los mapuches subsisten problemas de tierra, de pobreza campesina, de demandas culturales y políticas sectoriales insatisfechas. También subsisten problemas en la sociedad mayor, problemas de racismo y discriminación. En una encuesta realizada en el Gran Santiago (2001) un 88% de los entrevistados estimó que los mapuches son discriminados por los chilenos4; sin embargo, en otra encuesta, llevada a cabo en el 2005, un 45 % de los entrevistados opinó que el hecho de que Chile esté mejor económicamente que Bolivia y Perú se debe a que tiene una menor población indígena.5
También se ha avanzado, pero queda bastante todavía por hacer respecto a la libertad y los derechos colectivos de la mujer o de grupos etarios como los jóvenes y la tercera edad. La deuda mayor, sin embargo, es con ciertos colectivos sociales que carecen de presencia en la escena nacional, me refiero sobre todo a los campesinos y trabajadores. Alguna responsabilidad tienen en este silenciamiento los medios de comunicación, pero también los gobiernos de la Concertación, sobre todo los dos últimos, que han tenido ojos fundamentalmente para el mundo de los empresarios y sus organizaciones. En Suecia, en pleno centro de Estocolmo, en el Palacio Legislativo, junto a las estatuas de personajes históricos se levanta también una estatua del albañil que construyó la obra. La diversidad social y su dignificación constituye una fuente de energía para la elaboración artística y cultural de un país; en la medida que la diversidad y los particularismos culturales puedan fluir libremente, ello se traducirá en un mayor patrimonio creativo de la sociedad.
Cabe señalar, sin embargo, que aun cuando se diera una situación utópica en que las cañerías y los circuitos culturales estuviesen completamente despejados, sin interferencias ni restricciones; aunque viviéramos, en definitiva, caminos de libertad pavimentados y con buena señalización (las políticas culturales de la Concertación han hecho, sin duda, mucho en esa dirección) nada aseguraría, empero, el valor estético, la significación y trascendencia de lo que por ellos podría circular. En efecto, a la producción artística y cultural chilena la afectan hoy día algunos problemas de larga data y también otros más recientes y coyunturales, los primeros dicen relación con un tema de arrastre: la relación entre política y cultura, y, los segundos, con la presencia de un nuevo escenario comunicativo y cultural.
POLÍTICA Y CULTURA
En la constitución de las naciones no siempre se produce una relación armónica entre la lógica política y la lógica cultural, más bien lo que se da es una tensión. En América Latina las fronteras políticas no coinciden con las fronteras culturales, lo que de por sí implica una tensión en estado latente. Desde el punto de vista de la lógica política la nación es una territorialización del poder que se inscribe en la matriz ilustrada (en la idea de contrato social, de individuos gobernados por una ley y representados por una asamblea de la que emerge la ley, base de la distinción entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial). Desde la lógica cultural, en cambio, la nación está constituida por una herencia, por el lenguaje, por las costumbres, por los modos de ser, por los particularismos culturales, en síntesis, por la idiosincrasia. Hay naciones que se han constituido en términos históricos e identitarios, en una relación armónica y más o menos articulada entre estos dos polos, otras, en cambio, se han construido con un énfasis en el polo cultural, y otras, como es el caso de Chile, con un claro predominio de la lógica política. En otra ocasión hemos mostrado cómo a lo largo de los siglos XIX y XX, la construcción de nuestra identidad nacional se ha inscrito ostensiblemente en el carril ilustrado bajo la conducción de las elites6. Se trata de una trayectoria cuyo objetivo ha sido conformar un país de ciudadanos, un país civilizado y de progreso en que van quedando sumergidos y sin presencia sectores que no armonizan con esa utopía republicana, como los mundos de los particularismos culturales y de las etnias. Junto al itinerario histórico cuyos principales hitos hemos revisado7 concurre la concepción de una identidad chilena homogénea, más bien europea (el mito de la "Suiza" o la "Inglaterra" de América Latina), y la autoconciencia de un país de excepción en el ámbito latinoamericano. Es dentro de esta modalidad de construcción de la nación que se va a hacer patente la tesis de un déficit de espesor cultural de origen étnico o demográfico, y de un predominio de lo ideológico- político en que la cultura ha sido una suerte de vagón de cola de esa dimensión.
La tesis del déficit de espesor cultural diagnostica un proceso de larga data en que han incidido factores diversos y complejos. Chile ha sido, comparativamente con otros países de América Latina, un país de una interculturalidad abortada, un país en que por nexos y hegemonías sociopolíticas las diferencias culturales de base étnica o demográfica no se han potenciado, en que los diversos sectores culturales y regionales que integran la nación no se han convertido en actores culturales a plenitud (lo que significa que desde cierto punto de vista aún no la integran). Cuando ocasionalmente esos sectores han aflorado y adquirido visibilidad en el imaginario nacional, ello ha sido motivado por circunstancias políticas, pero no por la fuerza cultural de ellos mismos. Es desde la dimensión de lo político y la práctica social que se han generado, entonces, los flujos de energía y los momentos más dinámicos en la historia de la cultura del país (en las primeras décadas del siglo XX, las movilizaciones estudiantiles y obreras, la bohemia y la vanguardia; posteriormente el Frente Popular y la generación del 38; luego en la década de los 60 los proyectos de emancipación y el gran movimiento cultural que incluyó la nueva canción chilena y otros, etc.). Esta situación, que representa para algunos una debilidad y para otros una fortaleza, explica en alguna medida lo que ya hemos señalado: el hecho de que al término de la dictadura no se haya producido sin más una efervescencia creativa, puesto que la transición pactada significó enfriar las dimensiones utópicas de la política con la consiguiente pérdida de épica, este enfriamiento repercutió en una suerte de desactivación de las energías culturales que habían sido activadas durante la dictadura por la imaginación contestataria y por los ideales libertarios y democráticos, vale decir políticos..
En términos de identidad nacional, se advierte en Chile, entonces, un déficit de espesor cultural socialmente circulante. Muy diferente es, por ejemplo, la situación de Brasil, país donde una cultura local, la afrobahiana, que tiene su origen en componentes étnicos y demográficos, nutre a la identidad brasileña desde la samba al bossa nova, las macumbas y los sincretismos religiosos hasta la obra de Jorge Amado y el Carnaval. Entre nosotros la inmigración tampoco ha significado un aporte sustantivo y permanente al espesor cultural. No ha llegado a tener la significación que tuvo la inmigración europea en Argentina, donde como consecuencia de ella se altera y cambia el panorama lingüístico e identitario de ese país. De lo antes señalado no debe colegirse que en Chile no hay espesor cultural de origen étnico y demográfico, sí lo hay, el problema es que ha permanecido enghettado, con escasa circulación y casi sin proyección en la identidad nacional. Ello explica, por ejemplo, la poco frecuente osmosis entre lo culto y lo popular que se da en la producción artística nacional (en comparación con lo que ocurre en la vida cultural mexicana). En este sentido la obra teatral La negra Ester, de Andrés Pérez, es más bien la excepción que la regla. El Informe del PNUD sobre Desarrollo Humano del 2002 detectó a través de una encuesta que lo chileno o la identidad nacional eran percibidos como una herencia bastante difusa y cuestionada8.
¿Cuáles son, en este contexto, los principales desafíos para articular la lógica política con la lógica cultural? ¿Es posible darle cauce, aún, a la diversidad cultural del país, particularmente a la de raigambre étnica y social? ¿Es factible enriquecer el espesor cultural chileno por la vía del fortalecimiento de los procesos interculturales? ¿Las dinámicas de arrastre que informan el campo cultural son susceptibles acaso de afectarse por la vía de políticas públicas? ¿O es que acaso los fenómenos culturales se moldean y sedimentan solos y en el tiempo largo? ¿Es factible, en definitiva, una suerte de ingeniería del tejido cultural y de la identidad nacional?
Hay casos en que las políticas públicas en ámbitos democráticos refuerzan o abren el camino a los espesores e identidades culturales regionales y locales, como ha ocurrido, por ejemplo, en la España postfranquista, gracias al fortalecimiento consensuado de las autonomías y gobiernos regionales. Está también el caso de Canadá y sus políticas multiculturales. Son instancias que buscan articular la lógica política con la lógica cultural. En el caso chileno, considerando el peso que ha tenido en la construcción de la identidad nacional la dimensión de lo político y la práctica social, las respuestas y posibles soluciones tendrán que provenir de esa misma zona. Todo apunta entonces a la necesidad de profundizar la democracia como un camino para abrir cauce a la diversidad cultural y, paralelamente, lograr una mayor integración y cohesión social. Profundizar la democracia implica articular las diferencias. Implica avanzar por lo menos en tres espacios: en el espacio de la regionalización y descentralización del país; en el espacio de una ciudadanía democrática, responsable y emancipada; y en el espacio de la diversidad cultural y social. Se trata de promover la democratización de la democracia de modo que el ámbito de lo político ayude a destrabar las interferencias y los déficit de arrastre en el plano cultural. Ahora bien, en esta tarea el Estado, que es por definición una institución homogeneizante, requiere la concurrencia de la sociedad civil y de otros sectores, con el objetivo de articular lo político y lo cultural, para destrabar una traba de arrastre y enriquecer la producción artística y cultural del país.
NUEVO ESCENARIO CULTURAL Y COMUNICATIVO
En los últimos 15 años se han ido asentando importantes transformaciones en el escenario cultural y comunicativo del país. Concurren a estos cambios tres factores: la massmediatización de la cultura; los cambios tecnológicos y la instalación casi sin matices de una sociedad de mercado. Chile no es una isla, apenas tiene 16 millones de habitantes en un mundo de más de 6 mil millones, no puede por lo tanto sustraerse a tendencias de fuerte impronta internacional.
La massmediatización y organización audiovisual de la cultura constituye sin duda uno de los rasgos actuales más relevantes en el país. Más del 95% de los hogares tienen televisión, para la inmensa mayoría de los habitantes el consumo cultural se limita a la televisión como fuente privilegiada de acceso a la información y entretención9. Los medios, fundamentalmente la TV, han dejado sólo de mediar, pasando a constituirse en co-constructores de la realidad percibida. Afectan y determinan todas las actividades, desde la política a la educación, desde el teatro y la literatura hasta el deporte, desde el cine y la religión hasta la música. En política la sonrisa medial y el posicionamiento comunicacional son hoy día, se dice, tanto o más importantes que las ideas o que lo efectivamente realizado. Quien tiene los focos y las cámaras tiene los votos. Las grandes figuras de la TV son candidatos virtuales a todos los cargos. Hay periódicos y revistas de éxito que son una caja de resonancia de lo que ocurre en la TV. La farándula audiovisual se ha convertido en uno de los temas que concita mayor interés entre los lectores. El teatro y la música están subsidiados directa e indirectamente por la industria de las teleseries y por las competencias de cantantes tipo "rojo vip", sean estos niños, jóvenes o maduros.
Los medios de comunicación inciden también en el panorama identitario, nutriendo y alimentando microidentidades culturales, como por ejemplo el circuito Rumpy, el de Omarcito y sus pulseras o el de las barras bravas. Asistimos a una hiperinflación de la cultura de masas, dependiente del rating. Los medios audiovisuales son industrias culturales que se guían por una férrea lógica mercantil, a la que se han plegado incluso canales de TV de la Iglesia u otros semi-públicos. También los medios escritos operan como industrias o holdings empresariales con una lógica vinculada a la massmediatización, los pocos periódicos o revistas que han tratado de funcionar con una lógica diferente han sucumbido, con el consiguiente estrechamiento de la libertad de expresión y de prensa (un reciente premio nacional de periodismo ha señalado con respecto a este asunto cierta responsabilidad de los gobiernos de la Concertación).
En síntesis, gran parte de la vida y actividad cultural del país pasa por las industrias culturales audiovisuales que operan estrictamente con una lógica de mercado y de people meter. La valoración de este fenómeno es dispar, hay quienes sostienen que la masificación de la TV ha significado una democratización de la información y de la vida cultural, y que el auge del cine chileno se ha beneficiado de este proceso. Hay otros, en cambio, que afirman que en Chile el homo sapiens ha sido reemplazado -Sartoris dixit- por el homo videns y por una cultura de la vulgaridad, plena de antivalores y ramplona.
La massmediatización de la cultura se ha instalado al amparo de una nueva generación de cambios e innovaciones tecnológicas. De la televisión al video, del video al cable; del casette al personal y alcompact disk; de la carta al fax, y del fax al correo electrónico; del cable submarino a la fibra óptica, y, en la cima, la computación, el mundo digital e Internet. Hoy día la interacción entre lo textual, lo visual y lo auditivo, haciendo uso de tecnologías de punta, está abriendo el horizonte de lo multimedial, posibilitando la comunicación y la educación a distancia. La telefonía móvil y el correo electrónico se han masificado o están en vías de hacerlo. Según el citado Informe del PNUD, en el año 2000 se registraban más de 3.500.000 de equipos de telefonía móvil y un computador por cada 6 hogares, en zonas urbanas. El auge de la telefonía móvil y del correo electrónico, inciden en las relaciones cotidianas y en los hábitos de comunicación. La diferencia (económica) entre comunicarse local, nacional e internacionalmente tiende a disminuir, afectando las relaciones y concepciones del tiempo y del espacio. Internet es prácticamente una suerte de supermercado gratuito de cultura (sobre todo de música) e información. Los video juegos y elplay stations (en los que corre la sangre y la violencia a raudales) son un factor que ocupa importantes cuotas del tiempo libre de los niños. Es frecuente encontrarse con adolescentes que escriben "indio" con "h" y novela con "b" larga, jóvenes que tienen serias deficiencias en el pensar abstracto y en la lecto-escritura, pero que son extraordinariamente diestros en el manejo computacional, ya sea de imágenes, de programas o de sonidos.
La producción y circulación de la cultura y de la información están hoy día, y cada vez más, interrelacionados con los cambios tecnológicos. Ellos constituyen el contexto de producción y recepción de la cultura en los más diversos órdenes. Son además tecnologías que rápidamente se están proyectando en la educación y en el imaginario colectivo, y que cumplen un rol incluso en actividades contestatarias vinculadas a la diversidad cultural. El estudiante interesado en el tema mapuche de la Universidad de La Frontera encuentra más y mejor información sobre la región de la Araucanía en los múltiples sitios deInternet dedicados al tema, que en los diarios locales o nacionales. A través de las nuevas tecnologías lo local se ha hecho global y viceversa. La multiplicidad y velocidad de los gadgets tecnológicos y de losvideo clips ha alimentado la estética del zapping, esa estética en que priman los significantes por encima del significado, la superficie por encima del contenido. Desde esta perspectiva, los cambios no son meramente tecnológicos, puesto que inciden en la producción, circulación y recepción cultural, y, por ende, en sus contenidos. La valoración o los juicios que se emiten sobre estas transformaciones son también disímiles, hay quienes piensan que el analfabetismo digital es casi tan grave como el analfabetismo tradicional, y que en una sociedad de la información Internet es una herramienta fundamental. Afirman que las cámaras digitales y la nueva tecnología audiovisual ha permitido incursionar a los jóvenes en el cine como nunca antes. Hay quienes sostienen, en cambio, que una cosa es la información y otra el conocimiento, y que en este plano el libro sigue siendo un medio insustituible, y que hay que tener cuidado con fetichizar a las nuevas tecnologías y a Internet, recordando que estas tecnologías son un medio y no un fin en sí.
Tras los cambios tecnológicos subyace la sociedad de mercado y sus lógicas. La sociedad chilena de las últimas décadas, tal vez antes en el tiempo y de modo más radical que otros países de América Latina, se caracteriza por ser una sociedad de mercado. Se trata, en su formulación más extrema, de un modelo que desestimula las conductas asociativas y convierte en principal regulador de las relaciones sociales al mercado y a la integración del individuo a través del consumo. Una sociedad donde las dinámicas del mercado han incidido en la educación, en la salud, en la previsión, en la entretención y en la elaboración artística, determinando también la conducta, las expectativas y preferencias de sectores mayoritarios de la población.
La omnipresencia de la lógica de mercado ha incidido en varios aspectos de la vida cultural. Quienes producen bienes y servicios culturales se han visto obligadas a privilegiar proyectos que tengan una venta asegurada por estar ya consagrados en el rating massmediático. Los productores y directores teatrales tratan de montar sus obras con actores que tengan un nicho de mercado en la industria televisiva. Lo mismo ocurre con las industrias culturales. Por ejemplo, en la industria editorial el libro Salmón tipo jurelde la Doctora Cordero, o, en la industria cinematográfica la película El chacotero sentimental, basada en el exitoso programa homónimo del Rumpy. Productos que no necesariamente tienen calidad artística pero que si tienen una venta asegurada. El gran tamaño de Santiago como mercado ha contribuido a centralizar aun más la producción artístico cultural. En el año 2000 se estrenaron 207 obras de teatro, todas en Santiago. De las 135 galerías de arte que hay en el país 127 de ellas están en la capital.10 Aún más, si se hiciera un catastro y un mapa de las salas de cine, galerías, librerías de libros, bibliotecas, museos y teatros del país, con toda seguridad un altísimo porcentaje estaría ubicado en las seis comunas más pudientes de Santiago. Tal como señala el Informe del PNUD del año 2002, "donde los bienes y servicios culturales se transan en el mercado, las barreras de la disponibilidad de ingresos constituye una brecha todavía insalvable entre quienes pueden y quienes no pueden hacer efectivas sus demandas de consumo cultural. O bien entre aquellos que están conectados y aquellos que no lo están".11
Los que sí se encuentran a lo largo y ancho del país y están mejor distribuidos que la infraestructura cultural, son los malls. El mall, que es la universalización del mercado por excelencia, se ha convertido en un espacio emblemático, en que no sólo se va a comprar sino a pasear y a exhibirse. Sintetiza la combinación de consumo, paseo público y esparcimiento. Simbólicamente el mall transmite la ilusión de que el consumo iguala y anula la desigualdad social. Entre los varios malls de Santiago y de provincias, hay grandes similitudes y muy pocas diferencias, a pesar de que están situados en contextos sociales y urbanos completamente distintos. El consumo se ha convertido también en una forma de expresividad cultural; los consumidores, particularmente los jóvenes, construyen microidentidades a través de ciertas formas de vestimentas o de posesión de bienes. En términos de valoración, hay quienes aplauden la sociedad de mercado y celebran la instalación en el país de un american way of life; otros, en cambio, miran con mejores ojos a los países europeos.
Los aspectos que hemos abordado hasta aquí: la memoria histórica, las prácticas de control y abuso de la dictadura, la transición a la democracia y los caminos de la libertad; la tensión entre la lógica cultural y la lógica política; la invisibilidad de ciertos sectores culturales; las transformaciones en el escenario cultural y comunicativo, la massmediatización de la cultura y el rol del mercado, constituyen no sólo el medio ambiente y el clima en que se ha desenvuelto la vida cultural en los últimos 15 años, también estos tópicos han sido tematizados en la producción artística y creativa del período, a veces con espíritu crítico y corrosivo, otras con humor, y otras, como documentación del pasado. Piénsese, por ejemplo, en las numerosas obras que abordan temas del período de la dictadura; de derechos humanos y libertad. O en la escritura de mujeres y la poesía mapuche, dos tipos de creación literaria con una causa. O en las obras de teatro que abordan la tensión entre valores humanos y valores de mercado, o la hiperinflación de la cultura de masas. Piénsese en la significación que tienen las nuevas tecnologías en la obra de Fuguet y en la sensibilidad rock and pop. O en las obras de clima posmoderno, carente de utopías. Los problemas y desafíos de la vida cultural en los gobiernos de la concertación, han sido también, entonces, acicates y pulsiones que alimentan la elaboración artística en sus más diversas áreas.
CREACIÓN ARTÍSTICA Y POLÍTICAS CULTURALES
La creación y elaboración artística en cada una de sus áreas, tiene sus ritmos y sus tradiciones; en términos de trascendencia y significación estética no es fácil conducirla para uno u otro lado. El hecho de que la poesía chilena tenga mayor significación que la argentina y que por el contrario la narrativa de ese país sea muy superior a la chilena, sigue siendo, básicamente, un misterio. Resulta en esta perspectiva arriesgado vincular las políticas culturales con logros y valores estéticos, o con consideraciones y juicios de calidad. Lo que sí puede hacerse es vincular las políticas culturales con cantidad, con oportunidades y flujos de circulación. También examinarlas en términos históricos, comparándolas con las de otros períodos.
Hay varias constataciones que se pueden hacer con respecto a la actividad artística en los 15 últimos años. En primer lugar, en algunas áreas fundamentales de la creación, como el teatro, la música, la pintura y el cine, aunque no hay estadísticas pormenorizadas por año, los datos parciales y la información disponible permite constatar un crecimiento en cuanto a obras y películas estrenadas, a grupos musicales, a exposiciones, y en el caso de películas chilenas, a asistencia de espectadores a salas. Aunque gran parte de esta actividad se concentra, como señalamos, en Santiago, ha habido también un aumento en provincias, especialmente en Concepción, Valparaíso y Temuco. En cuanto a las películas han sido vistas a lo largo de todo el país, exhibidas en canales de TV o a través de videos.
La segunda constatación es que la relevancia, presencia y valoración que tiene en el conjunto de la sociedad cada área artística está en directa relación con los vínculos y la presencia que esta tiene con la cultura massmediática. Se destacan en este sentido el cine, el teatro (cuando los personajes de la obra son también personajes de las teleseries) y la música popular. Las instancias de formación en las áreas mencionadas se han incrementado notablemente, sean éstas academias, institutos, universidades o escuelas.
La tercera constatación es que áreas tradicionales vinculadas a la cultura ilustrada, como la del libro, la literatura y la industria editorial, han perdido relevancia y valoración social. Luego de una recuperación inicial, los índices posteriores a 1998 han caído sistemáticamente a pesar de celebraciones en torno a las figuras de Pablo Neruda y Gabriela Mistral (caídas en número de librerías, números de libros leídos por año, producción de libros por habitante, cifras de exportación e importación)12.
La cuarta constatación es que el espacio comunitario de cultura y expresividad artística local, vinculado a los más de 350 municipios que hay en el país, ha sido en cuanto a actividad artística muy desigual, debido a la disparidad de recursos financieros e infraestructura cultural con que cuentan los municipios. Algunos, gracias a las contribuciones e impuestos que recaudan, tienen presupuestos significativos para actividades culturales, otros en cambio tienen recursos muy exiguos y deben darle preferencia a la educación municipalizada. La inequidad en infraestructura también ha incidido en el acceso y consumo cultural. Este desequilibrio no se refleja, empero, en el acceso a la cultura de masa.
La quinta constatación es que incluso áreas que han experimentado un repunte, como es el caso de la industria del cine y el audiovisual, siguen teniendo una situación difícil y en desventaja con respecto a la industria internacional. En el año 2000 se estrenaron 225 películas en el país, 14 de ellas chilenas (6%), 195 norteamericanas (87%) y 16 de otros países13.
Durante los gobiernos de la Concertación se dio un paso importante en términos de políticas culturales con respecto al período anterior a 1973. Las políticas se modernizaron en dos sentidos: en primer lugar se concibieron con mayor complejidad, entendiendo que la vida cultural contemporánea es una trama múltiple, y que los agentes, los medios y los fines de las políticas que afectan a esta trama son también plurales y variados. El campo cultural se abordó en su diversidad contemplando básicamente tres sectores: espacio comunitario o de cultura local, industrias culturales y cultura artística especializada en sus diversas áreas. En segundo lugar se asumió que el rol del estado debía ser de facilitador y de fomento pero no de agente directo como lo fue en el pasado (a través de las universidades públicas en la década del cincuenta o de empresas como Chile Films y Quimantú, en los setenta). En esta perspectiva se establecieron una serie de fondos concursables, los que desde que se instauraron se han ido perfeccionando en cuanto a recursos, áreas cubiertas y descentralización. También se han establecido políticas sectoriales en conjunto con los involucrados: en el caso del cine, la música y recientemente para el sector del libro.
Paralelamente con la instalación del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, (y los Consejos Regionales) se ha dado un notable avance en la institucionalidad. La gestión actual ha elaborado incluso un conjunto de líneas estratégicas, objetivos y medidas a impulsar para el período 2005 al 2010. Contempla el desarrollo de algunas industrias culturales, enfrentar el tema de la inequidad en el acceso, la expansión del mercado en algunas áreas, la descentralización de las actividades artísticas, una política nacional del libro y políticas de preservación del patrimonio. Se trata de políticas culturales de fomento, de facilitación, de mejorar la equidad en el acceso y de mercado asistido, reconociendo que hay algunos productos como el libro que no pueden estar sujeto sólo a los vaivenes del mercado, sobre todo tratándose de un mercado pequeño y algo deprimido como el chileno. En definitiva, un diseño de políticas culturales para el bicentenario que se hacen cargo de varias de las constataciones de lo ocurrido en la vida cultural de estos últimos 15 años, manteniendo además como principios orientadores a la libertad, la diversidad y la participación.
1 Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación (Informe Rettig), Santiago, 1991. [ Links ]Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Informe Valech), Santiago, 2004. [ Links ]
2 Schönberg, sostenía, con respecto a la libertad de creación, que "la completa libertad, único medio en que puede desarrollarse el arte, nunca será absoluta. A cada período le corresponde", decía, "una cuota determinada de libertad".Kandinsky, Sobre lo espiritual en el arte, Buenos Aires, 2003. [ Links ]
3 PNUD, Desarrollo Humano en Chile, Vol.I y II, Nosotros los chilenos: un desafío cultural, Ed. LOM, Santiago, 2004. [ Links ]
4 PNUD, Op. cit. Vol. I.
6 Véase Bernardo Subercaseaux "Política y cultura. Desencuentros y aproximaciones", Nueva Sociedad, 116, Caracas, Venezuela, 1991; " [ Links ]Caminos interferidos: de lo político a lo cultural, Estudios Públicos, 73, Santiago, 1999; [ Links ] también en Chile o una loca historia, LOM, Santiago, 1999. [ Links ]
7 Véase en los textos mencionados en la nota 6.
8 PNUD. Desarrollo Humano en Chile, Op. cit.
9 PNUD. Desarrollo Humanos en Chile, Op. cit.
10 PNUD, Desarrollo Humano en Chile, Op. cit.
11 PNUD, Desarrollo Humano en Chile, Op. cit.
13 Octavio Getino "Aproximación a un estudio de las industrias culturales en el Mercosur", Documento de Trabajo, Seminario Internacional, Santiago, 2001. [ Links ]
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