INTRODUCCIÓN
Se han cumplido treinta años del golpe militar que el 11 de septiembre de 1973 derrocó al gobierno de la Unidad Popular, que presidía Salvador Allende, y los chilenos siguen manteniendo visiones contrapuestas, parciales o sesgadas respecto de su pasado reciente. En los treinta años que van desde el golpe de estado a la fecha, el pasado ha sido objeto de luchas reiteradas, lecturas encontradas, manipulaciones, olvidos y recuerdos: un largo período de disputas por la memoria y debates de opinión en el espacio público, que buscan articular visiones interpretativas sobre el pasado.
En la etapa de transición a la democracia, en los años noventa, las visiones que desde el estado y los medios de comunicación han buscado hacerse dominantes, han recurrido a lecturas generales y en muchos sentidos abstractas del pasado, con el objeto de constituir una suerte de “sentido común”, que favorezca el reencuentro entre los chilenos.1 En términos generales, estas sentencias y discursos a veces más elaborados sobre el pasado, por más que se reiteren, no parecen alcanzar ni la consistencia suficiente ni los efectos de reconciliación deseados, de tal modo que en cada nueva coyuntura o con cada suceso que conmueve a la sociedad –las conmemoraciones del 11 de septiembre o la publicación de investigaciones emblemáticas en el campo de los derechos humanos– el pasado débilmente elaborado vuelve al presente cargado de dolor, pasión, disputas o nostalgias. De este modo, la memoria de los conflictos, de las luchas por el cambio social y de la violación de los derechos humanos pareciera habitar, más que en el espacio público, en una especie de subsuelo social, reforzando ciertos aspectos y rasgos telúricos de la sociedad chilena.
La tendencia dominante de los medios de comunicación, especialmente de la televisión abierta, en los años noventa, ha sido encarar el pasado reciente como una suerte de “empate histórico y moral”: la mayoría, si no todos los chilenos, se equivocó, en el sentido de la polarización ideológica, hasta llevar a la sociedad a una confrontación sin salida, que impulsó a los militares a intervenir en la política del estado. Estos últimos, si bien favorecieron en el mediano plazo el desarrollo económico, se excedieron más de una vez en sus funciones de gobierno, violando los derechos humanos de muchos chilenos. Instalado este discurso, que ha acompañado al proceso de transición a la democracia, el guión televisivo reproduce el esquema del empate invitando a debatir y recordar a unos pocos partidarios de un bando y a unos pocos partidarios del bando contrario.
La idea de un empate histórico y moral representa algunas ventajas para los medios, entre las cuales, tal vez la más importante sea que iguala los males acontecidos en la historia chilena, haciendo responsables de éstos a los militares, en menor medida a la derecha civil, y a la izquierda política. De este modo, los medios de comunicación en Chile, tienden a reproducir aunque en contexto distinto, “la teoría de los dos demonios”, popularizada en la Argentina, la que como ha indicado Pilar Calveiro pone la responsabilidad de lo ocurrido en dos sujetos conocidos, los militares y la izquierda, y no en la sociedad, que liberada de estos demonios, puede seguir el curso normal de su historia.2
En 2003, al conmemorarse treinta años del golpe de estado, una verdadera avalancha de programas especiales, reportajes y entrevistas invadió las pantallas de la televisión chilena y, si bien hubo algunos testimonios nuevos relevantes, el esquema del empate tendió a reproducirse, con una excepción: la figura de Allende volvió al espacio público, después de treinta años (diecisiete de estigmatización en dictadura y trece de silencio en democracia). El “retorno de Allende”, en cierto modo impuso un giro, ya que hubo que admitir que se trató de un presidente democráticamente elegido, aunque sus ideales de cambio y de justicia culminaron en tragedia. El guión televisivo no pudo sino reconocer la “figura del presidente mártir” (siempre hubo un fuerte énfasis en su final trágico) para lo cual cultivó la imagen del líder, pero sin bases, es decir sin pueblo. Se mostró sólo “el hombre” (algo de su biografía política y su familia) el demócrata y el mártir, pero nunca los movimientos populares que sustentaron al líder.3
Estos discursos de memoria, que por caminos distintos buscan influir en los debates en torno del pasado reciente de los chilenos, escabullen el análisis propiamente histórico –débilmente alimentado, hay que decirlo, por los historiadores hasta ahora–, limitan los campos de la reflexión, pero sobre todo, invisibilizan a los sectores populares, que jugaron papeles muy activos durante la Unidad Popular (UP). La experiencia y las voces del pueblo chileno son de este modo las más débiles en el debate interpretativo sobre el pasado chileno, como si éste no tuviese más función que la del coro en la tragedia griega.
La invisibilización de los sectores populares, aunque más precisamente de los movimientos sociales populares, no es posible, sin embargo, cuando se trata de la historia de Chile, ya que, por una parte, durante la Unidad Popular estos movimientos –de trabajadores, pobladores, campesinos, estudiantes– fueron protagonistas fundamentales del proceso de cambios que cristalizó en Chile en los años sesenta y setenta, y por otra parte, estos mismos movimientos, fueron objeto durante la dictadura, de la mayor represión y silenciamiento desde los aparatos del estado.
Este trabajo indaga en la experiencia vivida el día 11 de septiembre de 1973 por diversos grupos populares que convergieron en un sector de la zona sur de Santiago: los vecinos de la población La Legua;4 se trata de trabajadores de la industria textil Sumar; y de militantes y dirigentes de la izquierda que buscaron coordinar acciones de resistencia al golpe de estado. Es la historia de pobladores, trabajadores y militantes de la izquierda chilena que lucharon en los años sesenta por transformar la sociedad y que, por circunstancias que se relatan en este trabajo, constituyeron un bastión de resistencia a la acción de las Fuerzas Armadas el día 11 de septiembre de 1973. Esta experiencia les hizo reconocer la derrota de su proyecto político y los sometió a crueles formas de represión estatal en los primeros meses que siguieron al golpe de estado. Tal vez uno de los tantos efectos de aquella derrota política sea el manto de silencio que se ha tendido sobre su historia hasta hoy.
Romper el silencio ha sido uno de los mayores desafíos de esta investigación. Los documentos son escasos y de difícil acceso; la prensa, controlada por los militares, ha omitido la información sobre estos hechos, y las dictaduras, en general, niegan la existencia de archivos de la represión. Por tanto, fue fundamental recurrir al testimonio de los que sobrevivieron o fueron testigos de algunos de los acontecimientos que logramos reconstruir.
Desde el punto de vista metodológico recurrimos a entrevistas en profundidad, toda vez que ello fue posible y a “talleres de memoria”, que organizamos en conjunto con un grupo de actuales dirigentes sociales de La Legua, en los años 2000 y 2001.5 Las razones para el silencio de los que no nos concedieron una entrevista se relacionan en gran medida con la impunidad que ha protegido a quienes violaron los derechos humanos y con el miedo que, pegado a la piel, constituye tal vez una de las principales herencias de la experiencia autoritaria.
DE ESCENARIOS Y SÍMBOLOS: LA MONEDA, LOS CORDONES INDUSTRIALES Y LA LEGUA
El escenario más conocido del golpe es, sin lugar a dudas, La Moneda, la casa de gobierno, defendida por Allende y su Grupo de Amigos Personales (GAP) atacada por aire y tierra por los militares el 11 de septiembre de 1973. Sin embargo, al menos en la ciudad de Santiago, el golpe tuvo también otros escenarios menos difundidos, pero que tienen un lugar en la memoria social: la industria textil Sumar del cordón industrial Vicuña Mackena y la población La Legua, donde aquel día se enfrentaron efectivos de las Fuerzas Armadas y de Carabineros con diversos grupos de militantes de izquierda.
Los cordones industriales fueron alianzas de sindicatos de trabajadores de un mismo sector geográfico de Santiago y también de algunas de las ciudades más importantes del país. Debutaron durante el paro de octubre de 1972, cuando las asociaciones de empresarios, tanto de la industria como del comercio y el transporte, promovieron la paralización de actividades con el objeto de desestabilizar y eventualmente derrocar al gobierno de Salvador Allende. En Santiago, los más destacados fueron los cordones Cerrillos, Estación Central, Panamericana Norte, Macul, Santa Rosa y Vicuña Mackena. En los cordones, a medida que se profundizaba la crisis política, fue plasmando la idea de dar forma a un “poder popular”, capaz de actuar con algún grado de autonomía respecto del gobierno de Salvador Allende. Para la oposición y para los militares representaron por cierto una amenaza –muchas veces magnificada– ya que se suponía que allí podrían constituirse los mayores focos de resistencia frente a la eventualidad de un golpe militar. La industria textil Sumar ubicada en un sector colindante a la población La Legua, formaba parte del cordón industrial Vicuña Mackena.
La Legua es un barrio popular emblemático de la ciudad de Santiago, ya que en esta población están presentes muchos de los componentes de los complejos procesos de configuración de este tipo particular de barrios de la ciudad de Santiago en el siglo XX, respecto de su gente, sus ocupaciones, las formas de poblamiento y sus tradiciones organizativas. La población La Legua está organizada en tres sectores: Legua Vieja, Nueva y de Emergencia. La más antigua comenzó a levantarse en los años treinta, cuando obreros que retornaban de la colapsada producción salitrera de la zona norte del país, y pobres de la ciudad, pudieron acceder a sitios para vivir “a una legua del centro”. Se trataba de sitios con un equipamiento urbano mínimo, de modo que sus habitantes transitaron un largo camino hasta obtener los servicios urbanos básicos. Sin embargo, era una población que ya se diferenciaba de las formas más precarias de habitación de la mayoría de los más pobres, los conventillos y las denominadas “poblaciones callampas” (semejantes a las favelas brasileñas), que agrupaban a miles de familias en improvisadas habitaciones de latas, cartones, plásticos y “fonolitas”.6 La mayor concentración de estas poblaciones se asentaba sobre los márgenes del río Mapocho, que cruza por el centro de la ciudad, y de un viejo canal, el Zanjón de la Aguada, que cruza también de este a oeste la zona sur de Santiago, a escasa distancia de La Legua. En 1947, con un problema habitacional agudo en la ciudad, un grupo de pobladores de conventillos y callampas invadieron sitios (en el lenguaje histórico popular, se “tomaron sitios”) en el sector suroriente de Santiago y luego de rápidas negociaciones con la autoridad pública, fueron trasladados hasta el sector para dar origen a la Legua Nueva. A diferencia de los de Legua Vieja, éstos “venían más organizados”7 y avanzaron más rápido en la obtención de los servicios urbanos y en el desarrollo de las dinámicas deportivas y comunitarias. Comunistas, socialistas y cristianos, todos con sus respectivas organizaciones se disputaban por dar conducción y hacer más eficientes las obras de adelanto y de progreso, dándole a la población una impronta militante y prueba palpable de las capacidades organizativas de los pobladores.
Finalmente, a principios de los años cincuenta, por iniciativa del estado, se agregó un tercer sector, Legua de Emergencia, habitaciones muy pequeñas, que, como su nombre sugiere, debían tener un carácter transitorio, pero que permanecen hasta hoy. A este sector llegaron familias de entre las más pobres de la ciudad, personas que sobrevivían gracias a prácticas ilícitas o que se movían en el límite de la legalidad. Ellos contribuyeron a agregar otra impronta a la población, la de “los choros” de La Legua (la de los “vivos” que definen su identidad por oposición a los “giles”, es decir, aquellos que se dejan explotar y mandar por los ricos y poderosos). Los legüinos mantienen sentimientos ambivalentes frente a esta realidad, pero la reconocen como parte de su historia. En La Legua han convivido tanto tradiciones organizativas y comunitarias como otras asociadas a la delincuencia. Hoy en día, La Legua debe en parte su fama a la expansión del narcotráfico durante los años noventa: allí se ubica un importante foco de consumo y venta de drogas. Anteriormente, sin embargo, cuando predominaban las organizaciones sociales de pobladores, fue el principal asentamiento urbano en que el golpe fue resistido.
A pesar del carácter relativamente aislado de la resistencia al golpe de estado que se verificó el 11 de septiembre en La Legua y Sumar cuando a santiaguinos de mediana edad se les consulta sobre La Legua, responden que “más de algo han escuchado decir”: que allí hubo enfrentamientos, que se atacó a un autobús de Carabineros, que se derribó un helicóptero, y que la población fue atacada por aire y tierra. Los relatos, dependiendo del lugar social del interlocutor, se pueden minimizar o magnificar y en algunos casos, abundar en detalles reales o imaginados de lo que allí ocurrió; por ejemplo, que “todos los carabineros murieron” o que “fueron colgados en los postes del alumbrado público”. También, en la misma población los relatos se han venido recreando de generación en generación, entre los propios pobladores, destacando uno u otro aspecto de la experiencia vivida, que en unos casos afirman con orgullo –“en La Legua se combatió”–, y en otros, con dolor y desesperanza –“son muchos los que murieron o desaparecieron”–.
Estos relatos y memorias ponen de manifiesto que el día del golpe ocurrió allí algo distinto que en el resto de la ciudad. El pueblo resistió, y ése es el núcleo significativo que preserva la memoria popular. Los relatos de muchos santiaguinos sobre estos acontecimientos, incluso los de los propios pobladores de La Legua, son fragmentarios, parciales, reelaborados en el tiempo, pero, con todo, contrastan con el relato central sobre el golpe militar de 1973, cuyo escenario principal es el centro de la ciudad, La Moneda, y sus protagonistas, el presidente Allende, su escolta y los militares. En el caso de La Legua, los acontecimientos se desarrollaron en un escenario completamente distinto: el de las fábricas y el de la población, es decir, el barrio popular por excelencia de la ciudad de Santiago.
Simbólicamente, la fábrica, lugar de trabajo para muchos hombres y mujeres de pueblo en esos años, tanto como la población, lugar de vivienda para la mayoría popular de Santiago, son espacios cruciales desde el punto de vista de la constitución de la identidad popular, a partir al menos de la segunda mitad del siglo XX. Por otra parte, los actores que convergen en La Legua el día del golpe provienen de los movimientos sociales: militantes de izquierda, trabajadores sindicalizados y pobladores organizados. Es decir, tanto los actores como el territorio dan cuenta de una lógica de acción distinta de la de los relatos centrados en Allende y La Moneda. Pero además, estos relatos también contrastan con la idea de un golpe fulminante, que prácticamente no encontró ninguna respuesta significativa en la ciudad más allá de La Moneda.
La Legua es un icono de la memoria popular porque, aunque la resistencia que allí se generó fue aplastada en pocas horas, representa la acción de unos pocos hombres y mujeres de pueblo que en condiciones de extrema desventaja se opusieron a la acción golpista, como muchos otros hubiesen deseado hacerlo, durante ese día de miedos, desconcierto e impotencia frente a las Fuerzas Armadas chilenas que, cual ejército de ocupación, en pocas horas tomaron el control de la ciudad y del país.
LOS SUCESOS DE LA LEGUA: LA CONFLUENCIA DE MILITANTES, POBLADORES Y TRABAJADORES
La mañana del martes 11 de septiembre, muchos pobladores de La Legua, alertados como la mayoría de los santiaguinos por la información radial, se desplazaban por las calles tratando de averiguar qué pasaba, y los más comprometidos con la Unidad Popular, se preguntaban qué se podía hacer para defender al gobierno y si había que ir al centro como había ocurrido el 29 de junio, cuando se produjo un conato de golpe cívico militar que no prosperó.8 Otros pobladores, hombres y mujeres, salieron a tempranas horas a sus trabajos habituales: la construcción, las ferias libres, pequeñas y medianas empresas. Hacia el mediodía la mayoría regresó, muchos de ellos caminando, ya que el transporte público había disminuido considerablemente. Todos estaban en medio de la incertidumbre, a la espera de los acontecimientos y los más militantes abrigaban la esperanza de poder “hacer algo”.
A escasas cuadras de la población, en dos fábricas vecinas, otros santiaguinos con mayor premura y no menos incertidumbre, se preparaban para encabezar la defensa del gobierno y del “proceso revolucionario” o sumarse a ella. En efecto, en la industria Indumet, ubicada en la avenida San Joaquín, a pocas cuadras de Santa Rosa, los socialistas habían convocado a una reunión de altos dirigentes de la izquierda chilena, tanto de socialistas como de comunistas y miristas, para evaluar y definir sus formas de actuar frente al golpe de estado (véase figura 1). Otro grupo, esta vez de trabajadores de la industria Sumar, tomaba rápidas decisiones desde la mañana para organizar la defensa de su centro de trabajo y eventualmente sumarse a las acciones más militantes de la izquierda y la Central Única de Trabajadores (CUT). Durante el día 11, integrantes de ambos grupos convergieron en La Legua.
De los que se congregaron en Indumet, el núcleo más importante estaba compuesto por militantes socialistas, que no sólo contaban con cuadros con formación militar en el GAP, sino con un aparato militar propio, que había considerado planes de emergencia frente a la eventualidad de un golpe de estado. Por cierto, no se trataba de un grupo muy numeroso, habida cuenta de las circunstancias y de las tareas que debía enfrentar, pero sí disponía de algún armamento. El historiador Patricio Quiroga, testigo de estos acontecimientos, escribe casi treinta años después:
En Santiago a las 6.00 llegó la información del copamiento de Valparaíso y el desplazamiento de unidades desde Los Andes y San Felipe. Luego sobrevinieron las instrucciones: concentración de combate. A las 8.30, la mayoría de los miembros del Aparato Militar se encontraba en el lugar de cita: el estadio de la CORMU (Corporación de Mejoramiento Urbano), en las inmediaciones del matadero Lo Valledor. Alrededor de las 9.00 llegaban Elio y Eduardo López con el armamento y comenzaba su distribución, logrando armarse una compañía reforzada, es decir, unos cien militantes.9
Junto con las armas llegaron las instrucciones de Carlos Altamirano, secretario general del Partido Socialista (PS), que enviaría un emisario para conversar con Allende; otros dirigentes ordenarían el desplazamiento de las fuerzas hasta el cordón Santa Rosa con el objeto de coordinarse con el resto de los partidos de la Unidad Popular y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). El punto de arribo, indica Quiroga, fue Indumet, cuya ubicación les permitiría además establecer contactos con los cordones industriales de San Joaquín, Santa Rosa y Vicuña Mackena. Alrededor de las once de la mañana, cuando el grupo socialista ya se encontraba en Indumet, se produjo el crucial encuentro con representantes del Partido Comunista y del MIR. En este encuentro se buscó evaluar la situación y tomar rápidas decisiones. Sin embargo, trabajos y testimonios recientes coinciden en una apreciación crítica de este encuentro de la izquierda.10 Los resultados de esta reunión así como las circunstancias que la rodeaban estuvieron por debajo de lo esperado y más bien confrontó a los asistentes con una realidad francamente insólita. En efecto, mientras los socialistas proponían asaltar una unidad militar para incrementar su poder de fuego y avanzar sobre La Moneda, los comunistas plantearon que esperarían evaluar el curso de los acontecimientos, la suerte que correría el Parlamento y en lo inmediato, pasar a la clandestinidad. Los miristas, por su parte, más cercanos a los socialistas, estaban de acuerdo con las propuestas de éstos, pero solicitaban algunas horas para convocar a su “fuerza central” (unos cuatrocientos militantes, pero sólo cincuenta con dotación completa). De acuerdo con Quiroga:
Un frío recorrió a los presentes. Estupefactos, comprobaron la realidad y la irresponsabilidad de aquellos socialistas que habían llamado a la toma del poder. ¿Con qué?
Los comunistas, veinte días antes habían señalado que contaban con un diez por ciento de sus militantes en armas […] y eran poderosos, porque, según distintos cálculos no bajaban de ciento ochenta mil militantes, Juventudes Comunistas incluida.
Del MIR ¿cincuenta hombres para el despliegue de una estrategia que puso en jaque a la UP?11Pero la situación se volvió aún más crítica cuando fuerzas de Carabineros interceptaron la reunión y fue necesario abandonar las instalaciones de la industria Indumet. Prácticamente todos los testimonios coinciden en que la situación se hizo ahora apremiante –“el centro operativo se llenó del fragor de los disparos, del humo y de la pólvora”–12 y todos también coinciden en que no había más alternativas que el repliegue, rompiendo el cerco que los carabineros tendían sobre Indumet. Pascal Allende, sobrino del presidente y dirigente nacional del MIR indica que primero Miguel Enríquez –secretario general del MIR– y luego otros militantes intentaron bloquear el portón de entrada, pero pronto se dieron cuenta de que debían escapar por la parte trasera del recinto. Al salir a la calle se encontraron con una columna de Carabineros que intentaba cerrar el cerco. Se produjo un enfrentamiento a corta distancia:
Instintivamente abrimos fuego más rápido que el enemigo, haciéndoles varias bajas. [...] Miguel, que a toda costa quería romper el cerco […] nos ordenó seguir adelante para lo cual tuvimos que cruzar la calle bajo fuego, donde había retrocedido y vuelto a parapetarse la columna de Carabineros, dirigiéndonos hacia la población La Legua.13
Pero no sólo ese grupo de miristas pasó por La Legua en su acción de repliegue, sino también un importante grupo de socialistas –unas treinta o cuarenta personas–, que había acordado reagruparse en la industria textil Sumar. Para estos últimos, la opción más rápida era avanzar por el callejón Venecia (una callejuela interior de unos doscientos metros, sin pavimento, rodeada de muros de industrias del sector, entre ellas la Coca Cola y la textil Comandarí). El militante socialista Rafael Ruiz recuerda este callejón como una verdadera pesadilla por lo expuestos que estaban ante los carabineros:
Maldito [...] porque si uno hubiese tenido capacidad de reacción o capacidad de orientación […] yo no me habría metido por ese callejón. Era un callejón largísimo, con unas murallas altísimas [...] que yo lo único que quería era llegar a alguna parte.
Evidentemente, una distancia tan extensa jugaba en contra en estas circunstancias, amén de que Ruiz reconoce también que el repliegue fue desordenado, sin un plan claro de acción y que sólo algunos llegaron hasta la industria Sumar; sin embargo, a juicio de este mismo entrevistado, la recepción de los pobladores fue calurosa, no obstante el temor que también se reflejaba en algunas personas al ver entrar en su población a un grupo de hombres y mujeres en armas.
María, una mujer hoy mayor, madre de dos niñas, fue una de las primeras que tomó contacto con el grupo:
Pasaron por aquí, claro, se les dio agua, se les dio manzanas. [...] Por la Sumar preguntaban, porque decían que había gente trabajando y que la gente la iban a sacar de ahí y la iban a matar […] que ellos iban a prestarle ayuda.14
Delia, hija de María y una niña entonces, recuerda que su madre decía que “eran compañeros” y que iban “a luchar por nosotros”. También recuerda que no sólo les dieron agua, sino que les pusieron una escalera para que desde la altura, se ubicaran más en el sector.
Pronto se produjo un segundo contacto, esta vez más político militante, de socialistas con jóvenes comunistas de La Legua, quienes desde temprano buscaban coordinarse para enfrentar el golpe. Margarita, militante del “aparato de inteligencia” de las Juventudes Comunistas y una de las pocas sobrevivientes de estos acontecimientos, relata que cuando se desplazaba por la población junto a su compañero Luis Orellana, éste reconoció en el grupo socialista a uno de sus dirigentes, Arnoldo Camú, del aparato militar del PS. Orellana les pidió que no disparan y les aseguró que la mayoría de los pobladores era de izquierda; otros jóvenes comunistas se sumaron a la columna para ayudarlos en su desplazamiento hacia Sumar.15 Sin embargo, al avanzar por el interior de la población muy pronto se enfrentaron con un autobús de Carabineros que se desplazaba por el lugar. Hubo intercambio de disparos pero los carabineros se rindieron y los militantes discutieron qué hacer con sus prisioneros. Margarita recuerda que decían “no seamos criminales, nos los matemos”, y decidieron quedarse con sus armas y dejarlos ir.16 Superada la situación, el grupo socialista siguió en dirección a la industria Sumar, pero al llegar a la esquina de las calles Los Copihues con Pedro Alarcón se encontró con el carro de bomberos de la población y decidió tomarlo –sin herir a nadie, sostiene una testigo– para continuar con mayor rapidez su desplazamiento.17
La industria textil Sumar es un importante establecimiento industrial, que ocupa un vasto sector de aproximadamente cuatro manzanas en la avenida San Joaquín, en el sector sur de Santiago, subdivido en tres plantas: Sumar Algodón, Nailon y Poliéster. Todo este complejo industrial fue intervenido en los inicios del gobierno de Salvador Allende, para ser incorporado al “área de propiedad social”, y se nombró un interventor para cada planta. Cada uno de ellos llevaba a cabo la coordinación técnica, pero operaba con autonomía. Algo semejante ocurría con los sindicatos. En el caso de Poliéster, al momento del golpe, el encargado de la planta era Rigoberto Quezada, antiguo dirigente socialista obrero. Con él tomaron contacto ese día los socialistas provenientes de Indumet.
La industria Sumar había alcanzado notoriedad pública sólo días antes del golpe: el 7 de septiembre fue allanada por la Fuerza Aérea, amparada en la ley de Control de Armas.18 La prensa informó de tres heridos y diez detenidos durante el allanamiento en que se disparó indiscriminadamente. Allende solicitó entonces informes a la Policía Civil, preocupado por el tenor de los acontecimientos.19 La prensa mostraba a unos militares muy agresivos en acciones operativas que formalmente buscaban impedir la organización de grupos armados, pero que en términos prácticos constituían visibles acciones represivas sobre las organizaciones obreras. Cuando se observan esos hechos a la distancia, más parecen acciones operativas que preparaban el golpe de estado y que trataban de impedir la constitución de eventuales focos de resistencia.
La mañana del 11, Rigoberto Quezada recuerda haber llegado muy temprano a su trabajo, como de costumbre, y, aunque no logra precisar la hora, a media mañana un grupo de trabajadores ingresó a su oficina para informarle que se había producido el golpe. Ordenó detener las actividades de la planta y disponer de transporte para que se llevara a las mujeres con sus hijos pequeños –la empresa contaba con una sala cuna– hasta sus casas. En la planta Poliéster, según el testimonio de Rigoberto Quezada, quedó un centenar de trabajadores del turno mañana.20 En la planta Algodón, por su parte, de acuerdo con Luis Mora, delegado de sección, también se detuvieron las máquinas y los trabajadores se reunieron en el patio para escuchar a sus dirigentes, los que les dieron la posibilidad, según fuera la voluntad de cada uno, de retirarse a sus hogares. La mayoría de los trabajadores, a pesar de que eran partidarios del gobierno de Allende, se retiraron. Luis Mora considera que el miedo fue mayor, de modo que sólo permanecieron en la planta Algodón unas treinta o cuarenta personas.21
Resulta difícil precisar el número de trabajadores que permanecieron en las instalaciones de Sumar y qué acciones de defensa se organizaron allí. Sabemos que durante la mañana del golpe tanto en las plantas Algodón como Poliéster ingresaron algunas armas. En la planta Poliéster, las armas llegaron en manos de los militantes socialistas, bajo la dirección de Arnoldo Camú y fue allí donde se produjo uno de los hechos más recordados de la resistencia de Sumar: el ataque a un helicóptero de las Fuerzas Armadas. El testimonio más directo de este suceso nos lo ha referido Rigoberto Quezada:
Reparten las armas. Y un helicóptero que andaba en la mañana dando vueltas en todo este sector […] iba para allá, para La Legua, sobre todo a La Legua y las fábricas que están contiguas a La Legua. Cuando vimos que se acercaba de nuevo el helicóptero, bastante alto ¡ah! No estaba muy bajo. […] Entonces, Camú dijo: “Escóndanse”. Así entonces, nos escondimos debajo de unas marquesinas de concreto, que habían [sic] en la fábrica –deben estar todavía– cosa que no se viera desde arriba, y cuando ya estaba acercándose, entonces salimos todos de un viaje –él gritó: “Salgamos”– y empezamos a dispararle al helicóptero. Se fue así […] se fue a Los Cerrillos que está aquí cerca […] salía humito por todos lados, pero no cayó. No se vio que explotara, nada, sino que desapareció. Se vio la estela no más, se le había dado.22
El ataque y la inutilización del helicóptero se registra también en una publicación interna de las Fuerzas Armadas, donde se indica que como resultado de los impactos la nave debió reportarse a la base.23 Aunque es posible que haya habido más enfrentamientos esa mañana en Sumar, los testimonios que hemos logrado reunir son divergentes. Mientras que tanto Quezada como Quiroga afirman que el ataque al helicóptero fue el único episodio de ese tipo en Sumar, otros testimonios de pobladores cercanos a la industria indican que los disparos se prolongaron por varios días. Luis Mora, que permaneció en la industria hasta el día 13, relata que al anochecer del día 11, los militares les disparaban desde el exterior, razón por la cual no podían salir de la industria.24
Pasado el mediodía del 11, el grupo socialista, al que se habían sumado los trabajadores de Sumar Poliéster, decidió dividirse y marchar hacia la industria Mademsa,25 ubicada en el cordón Santa Rosa, con el objeto, según Quiroga, “de reagrupar fuerzas para acudir en auxilio de La Moneda”. Quiroga llama la atención acerca de que al mediodía era claro que el plan previo de los socialistas de construir “centros de resistencia”, es decir, “atrincheramiento generalizado en las industrias” no había funcionado. No había medios de comunicación y por lo tanto Sumar sería pronto cercada y tomada por los militares. Éstas eran razones suficientes para decidir evacuar esta industria y sumar fuerzas en Mademsa. Finalmente, se dirigieron a Madeco y no a Mademsa. Madeco era una importante industria procesadora de cobre, ubicada al suroeste de La Legua. En realidad, los desplazamientos se hicieron cada vez más difíciles durante la tarde. El grupo dirigido por Camú decidió avanzar a través de La Legua, para recoger militantes que habían quedado rezagados en el desplazamiento de la mañana.
En efecto, el nuevo desplazamiento del grupo socialista –esta vez desde Sumar a Madeco– dirigido por su jefe militar, fue más accidentado y violento que los anteriores, ya que debieron sostener un prolongado enfrentamiento con carabineros –el mayor de día– en medio de la población La Legua. A no más de quinientos metros de la planta Poliéster de Sumar, muy próximos a la plaza de La Legua –actualmente plaza Salvador Allende– por calle Los Copihues, se desplazaba una patrulla de carabineros y un autobús de la policía uniformada chilena, la que en ese sector se enfrentó con los socialistas y jóvenes de La Legua. El mayor Salazar, oficial a cargo, describió pocos meses después, este enfrentamiento:
El bus marchaba adelante seguido por mí en el auto cuando de pronto, mientras íbamos por una calle, que me parece se llamaba Los Copihues, el primer vehículo se detuvo bruscamente. Pude percatarme de que en la esquina se hallaba detenida una camioneta y unos ocho individuos bajaban de ella armados con fusiles automáticos o ametralladoras, con los que de inmediato comenzaron a hacer fuego sobre nosotros.
El personal del bus descendía ya del bus para repeler la agresión y lo mismo hice yo con mis hombres. Al adelantar el bus, ordené al personal que se pusiera a cubierto y corrí hacia la esquina disparando mi arma, seguido por los carabineros Martín Vega Antiquera y Raúl Lucero Ayala.
Hallándome a mitad de distancia entre el bus y la esquina en que estaba la camioneta, me di cuenta de que ya no sólo nos disparaban desde el frente, sino que se hacía fuego sobre nosotros desde diferentes lugares, todos con armas automáticas.26Otros carabineros que participaron del enfrentamiento y que al resultar heridos, permanecieron varios días en el hospital de su institución, confirman las apreciaciones del mayor Salazar y agregan que el bus fue atacado por una bazuca, aunque el proyectil milagrosamente no habría estallado.27 Pobladores de La Legua, testigos del enfrentamiento, afirman haber visto que el proyectil impactó al autobús de Carabineros:
Aparece esa micro con los carabineros armados y ahí aparece un joven, que no sé de dónde sería, con una bazuca, al llegar ahí, a la calle Álvarez de Toledo ¿cómo se llama? esa calle después de Teniente Soto, se paró. Nosotros estábamos mirando de por aquí; se paró en ese lado, preparó la bazuca y le mandó el bazucazo y tuvo la suerte, le pegó medio a medio, y ahí quedó la embarrada, por ahí cayeron entonces, huyeron los otros, ya quedó el carro destrozado y los carabineros muertos y después aparecieron carabineros con tanquetas disparando para todos (lados). Entonces tuvimos que encerrarnos y pasaban por medio de la calle Los Copihues disparando, cerrando las calles, después se dieron vuelta en Toro y Zambrano y había unos jóvenes que no eran de esta población […] y se subieron a los tejados y les disparaban a los carabineros y ahí, incluso, frente a el […] pasa del vecino ¿cómo se llama? Raúl Riveros; cayó un carabinero […] pero todos los que disparaban no eran de esta población, eran jóvenes que venían de afuera.28
Evidentemente el intercambio de disparos fue nutrido en calle Los Copihues, entre Alcalde Pedro Alarcón y Álvarez de Toledo, pero también, otros testigos refieren enfrentamientos en la esquina de Toro y Zambrano (la calle siguiente hacia el oeste) con Álvarez de Toledo. Margarita, por ejemplo, recuerda que sus compañeros, Gerardo y Ernesto Salamanca, jóvenes comunistas de La Legua que participaron de los enfrentamientos (ambos posteriormente detenidos-desaparecidos), le contaron de un segundo autobús de Carabineros, justamente en Toro y Zambrano. El testimonio de los pobladores se confirma con fuentes militares escritas: el mayor Salazar informa de al menos dos carabineros muertos y otros informes indican que una ambulancia de Carabineros ingresó cinco veces esa tarde a La Legua, para recoger uniformados heridos.29 A través de Margarita y por el Informe sobre calificación de víctimas de violación de los derechos humanos y de la violencia política, sabemos también que al menos tres civiles fueron muertos ese mismo día,30 uno de ellos gravemente herido la tarde del 11 y que la ambulancia de Carabineros se negó a trasladar hasta el Hospital Barros Luco, relativamente cerca de La Legua.
La ambulancia de Carabineros, que ingresó a rescatar uniformados heridos pasadas las cinco de la tarde, fue atacada a tiros en la población. Allí perdió la vida el carabinero José Wetlin. El ataque a la ambulancia fue el único acontecimiento registrado por la prensa, controlada por los militares; sólo a fines del mes de septiembre, veinte días después de lo ocurrido, se informa del hecho para justificar el fusilamiento de tres pobladores, imputados como los autores del ataque.31 Sin embargo, los testimonios acerca de quiénes atacaron la ambulancia son dispares: para un testigo de La Legua fue “uno de los que venían de Indumet”; para una publicación izquierdista de los años noventa, fue obra del lumpen, de “los choros” de La Legua.32
Todos estos acontecimientos, pero en particular el ataque al helicóptero desde Sumar y la destrucción de un autobús de Carabineros y los enfrentamientos en las calles Los Copihues y Toro y Zambrano, en la población La Legua han quedado como hitos emblemáticos de la memoria sobre el 11 de septiembre en Chile y como vivo testimonio de resistencia y valentía.
De acuerdo con Margarita, durante el día 11, entre los legüinos más activos estuvieron los jóvenes militantes comunistas, “unos quince, la Tita, Raúl y Chelo, los dos Salamanca, Lucho y yo, mi hermano, Arturo”. Pero no sólo fue la acción de los militantes sino también, a juicio de Margarita, de “la población” que se mostró muy movilizada, activa, solidaria, favoreciendo el desplazamiento y la acción de los socialistas. La población se mostraba más firme que la fábrica, ya que se trataba de un terreno propio, conocido, creado por los propios pobladores y desde esta posición se podía apoyar más eficientemente a los socialistas que resistían el golpe:
Participa mucha gente cuando ve toda esta cosa activa, que vienen estos militantes, que viene esta columna y después del enfrentamiento mismo, la gente es muy solidaria, toman armas, digamos, los chicos mirando. [...] La población participó como en pleno, como abriéndoles las puertas a los compañeros, como ayudándolos, como haciéndoles cortadas para que entraran, una cosa así impresionante. Yo te digo, nunca lo hubiera esperado de cierta gente que ni siquiera era de izquierda, pero había una cosa como de conciencia de clase.33
LA REPRESIÓN MASIVA Y SELECTIVA SOBRE LA LEGUA
Al atardecer del día 11, algunos cuerpos de las víctimas permanecían en las calles así como el autobús de Carabineros abatido, y cuando caía la noche, las bengalas iluminaban el barrio mientras los pobladores se refugiaban en sus casas. Los militantes socialistas, por su parte, que habían logrado reagruparse en Madeco, supieron que la resistencia no se había extendido y que Allende había muerto en La Moneda. El balance era catastrófico y la decisión fue rescatar algunas armas, mantener los contactos y pasar a la clandestinidad. Habían sobrevivido a los enfrentamientos de Indumet y La Legua, pero el curso general de los acontecimientos nos los favorecía.
La represión sobre La Legua tomó algunos días, pero trajo una seguidilla de muertes en los primeros días y semanas posteriores al golpe. La población fue allanada el domingo 16 de septiembre mediante un impresionante operativo militar por aire y tierra, con tanques, jeeps y sobrevuelo de aviones de guerra. Luego, la represión se hizo más selectiva y considerando sólo al período entre septiembre de 1973 y enero de 1974, el número de víctimas alcanzó a cuarenta y un personas: militantes políticos, en especial de las Juventudes Comunistas de la población, de los que al menos once fueron torturados y asesinados o desaparecidos, y pobladores sindicados como delincuentes, de los cuales al menos treinta fueron fusilados o ejecutados en la vía pública. Para el período completo de la dictadura, es decir los diecisiete años que los militares chilenos permanecieron en el poder, el número de víctimas de La Legua se eleva a cincuenta y dos personas.
Todavía la noche del 11 de septiembre, algunos socialistas permanecieron en La Legua y contaron con el apoyo de los pobladores y de los jóvenes militantes, especialmente comunistas. En los días siguientes se puso de manifiesto que la resistencia al golpe no había alcanzado las proporciones que se esperaban: la experiencia de La Legua tenía algo de excepcional y la realidad se fue imponiendo paulatina y abrumadoramente. Hubo un compás de espera durante el cual algunos pobladores realizaron “organizadamente”, según testigos, más de un saqueo a industrias vecinas que permanecían abandonadas. Sin embargo, para los jóvenes militantes comunistas no había mucho tiempo para descansar ni para hacer evaluaciones. No sólo había que ayudar a salir a los rezagados en La Legua y esconder las armas ingresadas el día 11, sino que además era necesario prepararse para enfrentar una nueva amenaza: el persistente rumor de que serían bombardeados. Muchos abandonaron la población dirigiéndose a casas de familiares en otros barrios. La mañana del domingo 16, vuelos rasantes de aviones de combate surcaron con ruido ensordecedor los cielos de La Legua. Esta acción táctica de “ablandamiento” precedió al masivo allanamiento que sufrió la población ese día. La prensa informó así este acontecimiento:
Temprano en la capital, la población fue sorprendida por el continuo pasar de aviones. Las fuerzas militares actuaron en Nueva La Legua contra un foco extremista que había estado atentando contra la población civil y los militares que hacían rondas.
La acción se ejecutó luego de que los niños y las mujeres fueron puestos a salvo. También los hombres fueron conminados a desalojar la población.34
Sin embargo, lo que en realidad ocurrió en La Legua luego del vuelo rasante de los aviones, no fue una acción de protección de mujeres y niños sino un masivo allanamiento durante el cual personal uniformado del Ejército, la Fuerza Aérea y los Carabineros registraron las casas, destruyeron enseres e insultaron y humillaron a los hombres –con culatazos, golpes, cortes de pelo,35 agresiones verbales–. La pobladora Gladyz Balboa perdió la vida en el patio de su casa bajo los disparos de carabineros.
Cuando caía la tarde del domingo 16, en camiones de carga, unos doscientos pobladores fueron detenidos y trasladados primero a la base aérea de El Bosque y luego al Estadio Nacional. En este último lugar fueron recibidos en medio de golpes y agresiones como “los choros” de La Legua y como los responsables de las acciones del día 11. La experiencia en el Estadio Nacional no difiere de los relatos que muchos sobrevivientes han hecho de este “campo de detenidos”: encierro, simulacros de fusilamiento y tortura en los interrogatorios son algunas de esas características. La mayoría, sin embargo, pudo regresar a sus hogares en el mes de octubre de 1973 y sólo se refiere el caso de uno de ellos, sindicado como delincuente, que fue asesinado en el mismo Estadio Nacional.
Después del allanamiento vino la represión más selectiva, que comprometió tanto a los militantes comunistas como a muchos pobladores acusados de delincuentes, del sector La Legua de Emergencia. Entre los militantes, los primeros en caer –y desaparecidos hasta hoy– fueron los hermanos Eduardo y Abelardo Quinteros, Raúl San Martín y Celedonio Sepúlveda, cuando intentaban asilarse en la Embajada Argentina en los primeros días de octubre. Más tarde, la naciente Dirección Nacional de Inteligencia (DINA),36 detuvo al menos a siete integrantes de las Juventudes Comunistas de La Legua (entre ellos, Luis Orellana, compañero de Margarita, que reconoció a Camú cuando éste ingresó a La Legua desde Indumet), cinco de los cuales fueron brutalmente torturados y asesinados en la sede de la calle Londres 38. La acción fue encubierta a través de un comunicado de prensa del Ejército, que los involucraba en un supuesto plan terrorista (el denominado “plan Leopardo”).37 Los dos restantes, un hermano de Luis Orellana, y su compañera, Margarita, fueron abandonados amarrados luego de ser torturados en un camino rural de la zona norte de Santiago. La crueldad hacia los jóvenes comunistas, a quienes se torturó y asesinó para que dieran nombres e informaran acerca de armas que habrían quedado en La Legua, no reconoció límites. Margarita nos ha relatado que su compañero fue asesinado mientras ella era brutalmente torturada y Pedro Rojas, padre de una de las víctimas, declaró a la Vicaría de la Solidaridad que al retirar a su hijo del Instituto Médico Legal se encontraron con su cuerpo completamente desfigurado por la tortura.38 Tres de los cuerpos de los jóvenes fueron velados en la Parroquia San Cayetano de La Legua, el padre Fernando Ariztía –delegado del Cardenal Silva y fundador del Comité Por Paz– les ofició una misa de despedida. Era el 24 de diciembre de 1973, la víspera de la Navidad y
los tres ataúdes fueron sacados de la capilla y conducidos a las carrozas. La calle estaba llena de gente. Partió el cortejo que consistía en tres carrozas, quince autos y nueve omnibuses con gente hasta en la pisaderas, con rumbo al cementerio.
Así consignó Pedro Rojas la despedida de su hijo.39
La represión a los comunistas no se detuvo allí; en el mes de enero de 1974, un nuevo grupo, cuyo número no podemos determinar, fue detenido. De entre ellos, los hermanos Gerardo y Ernesto Salamanca, no retornaron. Fueron desaparecidos desde el regimiento de Tejas Verdes –que dirigía el coronel Manuel Contreras, futuro jefe de la DINA– presumiblemente en enero de 1974.40
Entre los pobladores sindicados como delincuentes, las primeras víctimas fueron aquellos a quienes se responsabilizó del ataque a la ambulancia, fusilados el 26 de septiembre; el 30 de septiembre, otros tres pobladores fueron ejecutados en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano y sus cuerpos fueron encontrados en la vía pública (en el sector de la Rotonda Departamental); en octubre tres personas murieron en la vecina población Isabel Riquelme y diez en La Legua, donde se sumaron otras cinco en diciembre y seis en enero de 1974. La magnitud de la represión hacia los pobladores sindicados como delincuentes es, en verdad, sorprendente, ya que si bien el Informe Rettig reconoce una acción represiva en la zona sur de Santiago (a la que denominó “razzia anti-delictual”), la mayoría, de acuerdo con nuestra investigación, fue eliminada en La Legua.41
La violencia oficial desatada contra la población La Legua se desarrolló mayormente entre septiembre de 1973 y enero de 1974. La acogida de militantes socialistas y de sindicalistas en la población el día 11 fue castigada con un allanamiento sin precedentes el día 16; y la muerte recorrió el barrio en los meses siguientes, dejando huellas y marcas imborrables. Sin embargo, ya en diciembre de 1973, muchos vecinos acompañaron los funerales de los jóvenes comunistas asesinados y algunas organizaciones surgieron o se fueron recreando bajo la Parroquia San Cayetano. Cristianos y no cristianos aprendieron a acompañarse en el dolor, el miedo, pero también en la sobrevivencia, las acciones culturales, la fe cristiana y además las convicciones ideológicas que a muchos ayudarían a atravesar los días amargos de represión y de violación de los derechos humanos.
LAS MEMORIAS DE LOS LEGÜINOS O LOS RECUERDOS A FLOR DE PIEL
La mayoría de los pobladores actuales de La Legua desconoce los hechos que hemos reseñado. Sólo ha sido posible reconstruirlos luego de una prolongada investigación histórica, apoyada en la memoria de algunos legüinos, de combatientes socialistas y en los escasos documentos a los que pudimos acceder. En los talleres del año 2000 vimos cómo los legüinos registran sólo fragmentos de aquello que les tocó vivir o que les contaron y que se ha ido recreando con el tiempo. En general, sus recuerdos sobre el golpe siguen dos direcciones: “los que ya no están”, porque desaparecieron o fueron ejecutados, y “los sucesos”: el ataque al autobús de Carabineros, los saqueos, la amenaza de bombardeo y el allanamiento del día 16.
La memoria de los que ya no están, y más precisamente, la memoria de la muerte es lo que más conmueve y lo que más se repite en los testimonios y conversaciones: los hijos, el hermano, el tío, los vecinos y también el desconocido, el que quedó tendido en la calle:
Llegan ya otras fuerzas de Carabineros a atacar la población, entonces empieza a defenderse, se meten algunos dentro de las casas y de los techos empiezan a disparar, después de esos disparos, al rato, se sale a la calle y ya vemos algunos heridos que están en la calle Teniente Soto con Los Copihues, ahí había dos muertos.42
Son recuerdos dolorosos y amargos porque pasa lo siguiente, llega una etapa en que los hijos preguntan: “Mamá, ¿por qué pasa esto? ¿Por qué pasa esto otro? ¿Por qué no voy a ver más a mi tío? ¿Por qué no voy a ver más a mi primo?”. Entonces son recuerdos amargos, muy amargos. Mis hijas no alcanzaron a conocer a su tío, porque él fue desparecido el 13 de octubre […] despareció en las puertas de la Embajada Argentina. […] Y hasta el día de hoy no sabemos nada de él, pero donde ha habido aviso de restos, alguna cosa así, nosotros hemos estado, sobre todo en el Patio 29.43
También se recuerda a los vecinos del barrio que, con antecedentes penales o no, eran sobre todo amigos, vecinos, cuyos derechos fueron violados impunemente. Gastón, que no estaba en Chile el día 11, recuerda cuando vino en busca de su hermano:
Me encontré con un drama enorme, porque compañeros y amigos, que habían sido compañeros futbolistas, amigos de distintos clubes deportivos, que habían sido muertos, entre ellos, recuerdo al Loco Marín, el Tachuela, el Locomelo, que era un gran win izquierdo, que tenía el Club Deportivo Río Seco y militaban en el Club Deportivo Norambuena, compadres que dentro de todo no pertenecían al ambiente laboral, pero en el fondo eran pobladores de nuestra población.44
En la memoria de los pobladores y pobladoras los sucesos colectivos quedan marcados y se los recuerda buscándoles algún significado. Por ejemplo, la amenaza de bombardeo, que todos recuerdan y refieren en sus relatos. Fresia hoy la evoca como un castigo psicológico:
Para muchas personas de La Legua fue un castigo psicológico creo yo, por los aviones que ya cayeron, fue algo terrible, yo me acuerdo que tenía, de los seis [hijos], tenía como tres más chicos, y es verdad, todos abajito del catre, mi suegra debajo del catre. Yo, lo único que quería era que me mataran a mí, que mataran a mis hijos, porque ¿quién me iba a ayudar? Entonces, pienso que el castigo psicológico que se le hizo a La Legua, de pensar que en cualquier minuto íbamos a ser liquidados todos. Y se burlaron, yo digo burla psicológica. [...] El pensar en todo lo que pasó durante esos años, uno lo recuerda con dolor, con mucha rabia.45
María Inés, por su parte, que sólo días antes discutía con sus compañeros de trabajo lo difícil que sería un golpe de estado en Chile, dado el apoyo que los trabajadores daban al gobierno de Allende, recuerda el toque de queda, los aviones y su impotencia y estupor:
Llegamos a la casa, toque de queda, nadie podía salir, pero en La Legua es bien especial la gente, no hacía caso a veces de no salir para afuera, entonces se sentían disparos, qué sé yo, una pila de cosas. […] Después el día 12, ya habían anunciado que iban a bombardear La Legua, entonces mi marido me decía a mí: “¿Cómo se le ocurre que van a bombardear La Legua?”. Mucha gente se fue de la población, harta gente se fue, pero los demás, nos quedamos. Cuando empieza a venir la primera lanchada de aviones, porque pasaron tres veces así, nosotros creíamos que estaban rociando las casas porque era un ruido fenomenal, fantástico de fuerte. La gente toda salió a la calle, ya estábamos en toque de queda, entonces, yo me desesperé y dije, “van a tirar bombas a la gente” y decía “¡éntrense! ¡para adentro!” y nadie me hacía caso y yo hasta me desmayé ahí a la entrada de la puerta. En esto, vino mi viejo, me dio agua y se me pasó ligerito. Pero, fue algo terrible [...] los aviones ya venían pasando y ahí fue el susto tan grande. Ésa fue una de las cosas que más me impactó a mí.46
El recuerdo de esta experiencia es un núcleo relevante en la memoria de los legüinos, la sensación de vulnerabilidad, de amenaza, de que un poder externo podía terminar con sus vidas. El temor a los bombardeos, en realidad, recorrió varias poblaciones de Santiago y el hecho de que en La Legua hubiera habido resistencia hacía más verosímil esa posibilidad. Existen indicios de que tal eventualidad fue considerada por la Fuerza Aérea, sin embargo, los bombardeos sobre la ciudad fueron descartados, según informes de la Central Intelligence Agency (CIA) de fines de septiembre de 1973.47
Con respecto al allanamiento del mismo día, Carmen, que vivía en las inmediaciones de Sumar, recuerda el registro y también la muerte de una de sus vecinas. Sus recuerdos, transitan desde el día del golpe hasta el día del allanamiento a la población:
Yo no sufrí familiares, pero llegaban los milicos y me hacían tira las cosas. Yo tenía todos los niños chicos en ese tiempo, hacían tira las cosas, los colchones, todo esto es un trauma para los niños. Doy gracias a Dios que ninguno tomó por mal camino, porque una cosa que lo choquea, quedamos nosotros mal, ¿cómo quedarán los hijos? Yo tenía ocho hijos en ese tiempo y vivo al frente de la fábrica Sumar, ésa era la más, todos los días disparaban de arriba de la fábrica y los milicos parados arriba, apuntando a nosotros que estábamos al frente. Era terrible, yo tenía la puerta con llave todo el tiempo para que los niños no salieran a la calle y los mataran. […] Ahí estábamos a dos fuegos y todos nos íbamos para el patio para que las balas no nos alcanzaran. [...] Me rompieron con balas las ventanas, fue terrible, entonces una queda marcada y los niños, cómo quedarán, gritaban como animalitos [...].
Lo otro fue ver morir personas, vecinas, yo me acuerdo que una vecina estaba peinando a su hija en el patio y le llega un balazo. Fue horrible, terrible, algo que no se va a olvidar nunca. Va a quedar marcado, los niños ven, esa niña quedó traumatizada porque vio morir a su madre con la cabeza destrozada, una niña de cinco años que vio a su mamá que cayó en la falda de ella, fue terrible.
Los recuerdos del allanamiento transmiten la sensación de una experiencia que se vive al límite de la amenaza, la incertidumbre y el riesgo incluso, de poner en juego la vida. La señora María, que el día 11 tomó contacto con los militantes que ingresaron a la población por su pasaje, recuerda que cuando se produjo el allanamiento, estaba con sus hijas y con un nieto y les dijo a todos ellos: “Aquí, les dije yo, nos vamos a morir, si van a llevar a alguien, nos vamos a tirar todos encima para que nos maten a todos y no quedemos ninguno vivo...”. Y agrega: “Hasta el cabro chico estaba de acuerdo”, refiriéndose al niño menor. En los días previos al 16 habían estado quemando libros o papeles comprometedores, de tal modo “que no les encontraron ninguna cosa”.48 Por otra parte, la señora María recuerda también que durante el allanamiento se preocupó de tener en su mano el dinero que poseía, porque sabía que se lo podían robar:
Yo pesqué mi platita que tenía y la tenía en las manos para que no me la fueran a quitar. Ahí me hubieran quitado la plata, yo habría cargado [...] si me hubieran muerto a alguien, yo no estaría viva, porque tendría que haber muerto a alguien.49
Don Luis, por su parte, que sí fue detenido durante el allanamiento, recuerda que esa mañana amanecieron completamente rodeados de militares, que primero pasaron por su casa unos que no le ocasionaron mayores problemas, pero que muy pronto las cosas se complicaron:
Me acuerdo que un militar, y todavía me acuerdo, creo que era un grado de coronel, y me sacó para allá, muy amable, me preguntó varias cosas de la vida de la población y yo le contesté. Y me dijo, “mire caballero, trate de no meterse más en estas cosas, así que nosotros nos vamos a retirar, aquí no tenemos nada que hacer”... Dentro de unos diez minutos o un cuarto de hora, apareció un señor de la Aviación, con grado, con cara de fascista, porque tenía los ojos que se le desorbitaban. Y venía con una lista, que se la hizo o se la dictó,50 yo creo, una vecina de acá, de la calle Fuerza, no sé, Dios la haya perdonado, si es que ha sido la señora que está fallecida, la señora de los volantines, porque todos la acusaban a ella. Porque incluso después se llevaron detenido a Flores, el hermano, el Yayo, y a los jóvenes Navarro [...]. Entonces, llegaron aquí con una lista y en la lista, el primero que estaba era yo, con una letra muy bonita, se conocía de una persona con cultura, sin falta de ortografía, una la conoce entonces. Entró, le pegó una patada a la puerta, el teniente o capitán, y me dijo, “¿quién es Luis Durán?” “Yo soy”, “pa’fuera”, me dijo después. Estábamos, Gerardo Rubilar, ¿quién estaba más? El joven de acá al lado, el Jorge Poblete que es un niño, tenía 14 años, lo tiraron pa’fuera también [...]
Entonces, lo primero que hicieron, nos tiraron ahí, un montón de piedras, ahí donde se pone la feria, dentro de la plaza, y ahí nos pegaron una patadas, unos culatazos, y así, los milicos venían pintados, parece que venían drogados, porque no entendían razones, pegaban al tiro no más [...]
Ahí estaban los torturadores, habían unos que les decían los perros, que eran unos jóvenes que estaban con unos lakies,51 y esos nos pegaban, nos pegaban en las rodillas, nos pegaban a donde cayera y a un paco se le ocurrió cortarle el pelo en serio a este vecino que era de la población Emergencia, que está en Bélgica, que se llama igual que el compositor, Agustín Lara [...] le cortaron el pelo a Diego Alfaro, le cortaron el pelo a Gerardo Rubilar y a varios vecinos. A Agustín Lara, después, le hicieron comerse el pelo, que conste, le hicieron comerse el pelo delante de mí.52Cada testigo que fue detenido narra paso a paso su detención así como los maltratos de que fue víctima, en plena vía pública. René, actualmente dice que la situación de La Legua el día del allanamiento se le representa como un “gran campo de concentración”:
Todo bloqueado con uniformados, cuando volvían las niñas del colegio o los niños, tipo cinco o seis de la tarde, no podían entrar hasta que terminara el allanamiento […]. La Legua, digo yo, era un gran campo de concentración lleno de gente.53
Carlos, al igual que don Luis, fue detenido ese día. Participaba de un centro juvenil vinculado a la Iglesia Católica, “era un grupo católico […] más que nada éramos un grupo juvenil que nos juntábamos para participar en actividades, proyectos”. Fue detenido en la sede de su grupo y el castigo comenzó en ese mismo lugar, “los carabineros nos detuvieron acá, dentro de la casa, revisaron la casa, nos pegaron, nos cortaron el pelo”; luego, él y sus compañeros fueron entregados a los militares. Esta experiencia de humillación e impotencia, tanto para don Luis como para Carlos recién se iniciaba, ya que una vez en Santa Rosa, fueron trasladados a la base aérea de El Bosque y al Estadio Nacional.
Con relación al ataque al autobús de Carabineros, que es el suceso que más ha trascendido puertas afuera de la población, la memoria es más difusa. Todos saben que hubo más de un enfrentamiento, pero cada cual relata lo que vio, lo que escuchó, lo que le contaron. Éste fue el diálogo, ciertamente emblemático para los estudios de la memoria, que registramos en un taller:
—Lo de la micro fue el día 11, fue en la semana, no fue el mismo día 11 porque ahí nos acuartelaron a todos para adentro.
—La micro era como una papa caliente.
—A mí me dijieron que la habían quemado.
—Sí, la quemaron; la micro era de carabineros.
—Pero que agarraron una micro y que los mataron a todos, eso no.
—Y que los colgaron.
—Eso ya es mentira.
—La quemaron allá en Las Industrias con no sé qué parte, la quemaron de ahí se vino enfrentando hasta acá.
—Yo digo que a lo mejor quedó en panne,54 la dejaron ahí y la gente la quemó.
—Fue en la semana, si no el mismo día 11. El día 11 nos metimos todos acuartelados para adentro. Mi marido llegó como a las doce y me dijo: “Aquí no podemos salir, hay un golpe militar fuerte”, “sí” –le dije– “ya lo sabemos todos”, y así la niña mía llegó después, ella estaba en las monjas, llegó corriendo.55
Los relatos de este episodio se superponen en el tiempo y se amplifican o simplifican según sea la intensidad y la intención que se quiera dar a la experiencia, pero el sentido general es más o menos el mismo: en La Legua un autobús de la policía uniformada chilena fue abatido. Si se tiene en cuenta que la policía ha cumplido roles represivos en las manifestaciones populares desde su creación en la década de 1930, el hecho tiene un fuerte valor simbólico: el día del golpe, los carabineros fueron repelidos en La Legua.
COMENTARIOS FINALES
Los sucesos del 11 de septiembre en La Legua han sido preservados por la memoria popular a través de sucesivas recreaciones y reelaboraciones en el tiempo. Nos parece que la memoria se organiza en torno de dos núcleos fundamentales: por una parte, la resistencia al golpe, los enfrentamientos que se produjeron ese día, en particular el ataque al autobús de Carabineros, y por otra, la represión que se desencadenó sobre la población, en especial, la amenaza de bombardeo, el allanamiento y la muerte de los militantes y de pobladores señalados como delincuentes.
Los recuerdos acerca de la resistencia se recrean con alguna dosis de orgullo y también con reserva frente a los que vienen de afuera. Entre los mayores, que fueron testigos o conocieron más de cerca los acontecimientos, se insiste más en los que vinieron de afuera a combatir que en la acción de los jóvenes de La Legua. Sólo entre las generaciones más jóvenes de militantes de la izquierda, tímidamente en los años noventa, se percibe interés por conocer la acción de los propios jóvenes militantes legüinos.
Los recuerdos de represión, por su parte, están asociados a sentimientos de dolor por los ausentes, pero también dan cuenta de miedos, rabias e impotencia frente al ejercicio de un poder policial y militar que los discriminó por su condición de pobres y su adhesión al gobierno de Salvador Allende. En muchos casos, son experiencias no elaboradas, que reiteran de modo más amplio sentimientos de inseguridad y ciertamente también de desconfianza, si no desprecio, hacia los militares chilenos.
Evidentemente, aquí no se sostienen como lógicas interpretativas ni el empate histórico y moral ni la teoría de los dos demonios. La experiencia de vida de los pobladores y los militantes de la izquierda nos abre camino hacia la historia del conflicto social y político chileno y el papel que desempeñó Allende y la Unidad Popular en él. El proyecto político de la Unidad Popular no contaba con una estrategia capaz de conjurar un golpe de estado. Desde este punto de vista, los sucesos de Sumar y de La Legua son muy expresivos de la debilidad y la impotencia de la izquierda y de los grupos populares organizados (sindicalistas y pobladores) para enfrentar el golpe. Revelan, que no existían ni “ejércitos paralelos” ni planes sociales y políticos consistentes para enfrentar la emergencia de una acción militar.
Sin embargo, los sucesos de Sumar y La Legua hicieron visible también la disposición de un significativo número de personas de pueblo, que espontáneamente se sumaron a una estrategia de resistencia que difícilmente podía prosperar. En este cruce de fuerzas políticas, sociales y militares, los pobladores sufrirían las mayores consecuencias de la acción represiva de las Fuerzas Armadas, que tuvo evidentes rasgos de castigo y de venganza social sobre los sectores populares que históricamente habían apoyado a la izquierda y al gobierno socialista de Allende.
A pesar de su condición de resistencia, la experiencia del golpe representó sobre todo el castigo y la humillación de pobladores y trabajadores que habían visto expandidos sus horizontes históricos durante el gobierno de la Unidad Popular. Con todo, la memoria de los pobladores de La Legua se ha encargado de preservar no sólo el recuerdo de la represión sino también el de la resistencia desde un territorio popular como un hito emblemático de la defensa del gobierno de Allende.
NOTAS
1. “Se quiso ir más lejos de lo posible”, “se exacerbaron las posiciones”, “se perdió la capacidad de diálogo”, “se dividió a la familia chilena”, “todos nos equivocamos”, son diversas expresiones que vagamente buscan sintetizar la experiencia chilena de los años sesenta y setenta.
2. Pilar Calveiro. Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Buenos Aires: Colihue, 2001, p. 98.
3. Otra visión distinta a la de los medios de comunicación sobre el pasado reciente y de gran influencia entre dirigentes políticos y académicos de las ciencias sociales es la que sostiene que la crisis chilena se relaciona especialmente con la crisis de su sistema político, ya que al rigidizarse el centro político se habrían inhibido las capacidades de negociación e impuesto las soluciones de fuerza. Esta visión está analizada ya en la obra clásica de Arturo Valenzuela. El quiebre de la democracia en Chile. Santiago: FLACSO, 1989 [título original inglés: The Breakdown of Democratic Regimes. Chile. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1978].
4. “Población” es una denominación genérica con que se nombra a los barrios populares en Chile. Su origen, en la mayoría de los casos en el siglo XX, corresponde a invasiones o “tomas de sitio” que realizaban los sin casa; también se denomina población a las urbanizaciones y la construcción de viviendas realizadas por el estado a partir de Planes Nacionales de Vivienda. La población tiene un gran contenido simbólico, ya que es la forma peculiar de habitar por parte de las mayorías pobres. En muchos casos, la “toma de sitios“ es recordada por sus habitantes como el producto de su propia acción y protagonismo. Para una visión más amplia de las poblaciones de Santiago y el movimiento de pobladores, véase Mario Garcés. Tomando su sitio. Historia del movimiento de pobladores de Santiago, 1957-1970. Santiago: LOM, 2002.
5. La investigación ha recorrido varias fases. Se inició en el año 2000, como un proyecto de investigación y acción “Memoria histórica en el campo de los derechos humanos”, en el contexto de un convenio entre Educación y Comunicaciones (ECO) y el Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile (USACH), que contó con los aportes de la Fundación Ford. Luego, en el 2003, pudimos dar continuidad a la investigación a través del proyecto “Historia y memoria del golpe de estado de 1973 en el pueblo: resistencia y represión en la población La Legua y la industria Sumar”. Proyecto 09/02. Concurso de Proyectos de Investigación. Creación y Producción Artística, período 2002/2003, financiado por Universidad ARCIS.
6. El Primer Censo Nacional de Viviendas, realizado en Chile en 1952, demostró que el déficit de viviendas comprometía al 30% de los chilenos, que vivían en ranchos, conventillos, poblaciones callampas, piezas subarrendadas, etc. En el caso de Santiago, el déficit alcanzaba al 36%. Véase Mario Garcés. Tomando su sitio. Historia del movimiento de pobladores de Santiago, 1957-1970. Santiago: LOM, 2002, p. 62 y ss. Las “fonolitas” fueron un precario material de cartón y alquitrán que servía de techo en las habitaciones más pobres de la época, y que se convirtió en emblema de la pobreza.
7. Varios testimonios relativos a la historia y actuales modos de vida y organización en La Legua, se puede consultar en: Red de Organizaciones Sociales de La Legua y Educación y Comunicaciones (ECO). Lo que se teje en La Legua. Santiago: 1999.
8. El 29 de junio de 1973, un grupo de oficiales del Regimiento Blindado número 2 de Santiago se sublevó acompañado y animado por el movimiento de ultraderecha Patria y Libertad. Los oficiales avanzaron con tanques sobre La Moneda, pero fueron detenidos por el general Carlos Prats, aún comandante en jefe del ejército y leal al gobierno constitucional. Una gran movilización popular acompañó la acción de Prats: miles de personas se desplazaron desde los barrios y sectores industriales hacia el centro de la ciudad.
9. Patricio Quiroga. Compañeros. El GAP: La escolta de Allende. Santiago: Aguilar, 2001, p. 150.
10. Junto al estudio de Patricio Quiroga, se pueden consultar también a este respecto, los trabajos de Eduardo Gutiérrez. Ciudades en las sombras, Santiago: 2003. Pascal Allende. “MIR, 35 Años”.Revista Punto Final. Número 480, septiembre-octubre de 2000. Carmen Castillo. Un día de octubre en Santiago. Santiago: LOM, 1999.
11. Quiroga. Compañeros. Op. cit. pp. 152 y 153.
12. Quiroga. Compañeros. Op. cit. p. 162.
13. Pascal Allende. “MIR, 35 años”. Revista Punto Final. Número 480, septiembre-octubre de 2000, p. 13. Carmen Castillo, compañera de Miguel Enríquez, también ha dejado constancia de la reunión en Indumet y del escape de ese lugar por parte de la dirección del MIR. Un día de octubre en Santiago. Santiago: LOM, 1999.
14. Entrevista a María, realizada por Rafael Silva. Santiago: 18 de noviembre de 2000.
15. Entrevista a Margarita, realizada por Mario Garcés. Santiago: 1 de octubre de 2001.
16. Quiroga hace también referencia a este suceso, como un gesto “versallesco” de parte de los militantes socialistas.
17. Si bien hay testimonios diversos, aparentemente fue una mujer socialista quien protagonizó la apropiación del carro de bomberos, para facilitar el traslado de los militantes armados hasta la industria Sumar. Así nos los han referido tanto Margarita como una dirigente actual de La Legua que, siendo niña, presenció parte del episodio.
18. En las semanas previas al golpe de estado, a lo largo del país, se sucedieron por parte de las Fuerzas Armadas, diversos allanamientos a industrias, con el pretexto de que la izquierda distribuía armamento almacenado en las plantas industriales para la organización de grupos armados.
19. Jorge Timossi. Grandes alamedas. El combate del presidente Allende. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1974, pp. 15 y ss.
20. Entrevista a Rigoberto Quezada, realizada por Sebastián Leiva. Santiago: 23 de enero de 2003.
21. Entrevista a Luis Mora, realizada por Sebastián Leiva. Santiago: 14 de diciembre de 2002.
22. Entrevista a Rigoberto Quezada realizada por Sebastián Leiva. Santiago: 23 de enero de 2003.
23. “Aquí Puma, nos dieron”. Fuerzas Armadas y Carabineros. Septiembre de 1973. Los cien combates de una batalla. Santiago: Empresa Editorial Nacional Gabriela Mistral, Santiago de Chile: s/f, p. 30. Esta publicación, que presumimos fue editada en 1974, consta de pequeños reportajes y describe la participación de las Fuerzas Armadas en diversos sucesos en torno del 11 de septiembre; cinco de ellos dan cuenta de los sucesos de La Legua, Sumar e Indumet.
24. Entrevista a Luis Mora, realizada por Sebastián Leiva. Santiago: 14 de diciembre de 2002.
25. Aunque algunos testimonios se refieren a Mademsa, una conocida industria de artefactos electrodomésticos, y otros indican Madeco, una importante industria procesadora de cobre, ubicada al sur de la población La Legua, entre Santa Rosa y Gran Avenida, a la altura del paradero 11 de esta última, es claro que, finalmente, fue en Madeco donde convergieron varios de los dirigentes socialistas, que participaron en los actos de resistencia de ese día. Cf. Patricio Quiroga.Compañeros. El GAP: La escolta de Allende. Santiago: Aguilar, 2001, p. 167.
26. “Aquí Puma, nos dieron”. Fuerzas Armadas y Carabineros. Septiembre de 1973. Los cien combates de una batalla. Santiago: Empresa Editorial Nacional Gabriela Mistral, s/f, p. 33.
27. El Mercurio. 8 de octubre de 1973, p. 17. Sin bien los carabineros indican que el proyectil no estalló, reconocen que luego del enfrentamiento el bus quedó completamente inutilizado.
28. Entrevista a don Luis Durán, realizada por Mario Garcés. Santiago: 27 de septiembre de 2000.
29. “Aquí Puma, nos dieron”. Fuerzas Armadas y Carabineros. Septiembre de 1973. Los cien combates de una batalla. Santiago: Empresa Editorial Nacional Gabriela Mistral, s/f, p. 26.
30. Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación. Informe sobre calificación de víctimas de violaciones de derechos humanos y de la violencia política. Santiago: 1996. Esta corporación dio continuidad a la tarea iniciada por la Comisión Rettig de 1991. En el referido informe se consigna la muerte de Benito Rojas, poblador de La Legua (p. 453) y de Camilo Carmona, militante socialista (p. 478). Margarita sin embargo, recuerda además haber visto a dos militantes socialistas gravemente heridos la tarde del 11 y que al no recibir atención murieron al anochecer.
31. Oscar Lobos, Amado Ríos y Manuel Arancibia fueron fusilados el 26 de septiembre, luego de haber sido sometidos a un supuesto Consejo de Guerra. El Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación estableció que “no consta que el Consejo de Guerra se haya celebrado y que de haber ocurrido, los acusados carecieron del derecho a una defensa legal”. Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Santiago: 1991. Volumen 1, tomo 1, p. 175.
32. El Rodriguista. Núm. 5. Edición Especial, septiembre de 1998, p. 15.
33. Entrevista a Margarita Durán, realizada por Mario Garcés. Santiago: 3 de octubre de 2002.
34. Diario La Tercera. 17 de septiembre de 1973, p. 4.
35. Los cortes de pelo en la vía pública fue una práctica de sesgo fascistoide que practicaron los militares chilenos, rechazando de esta manera las modas juveniles que provenían del rock o de los primeros grupos hippies de jóvenes chilenos. El pelo corto era hasta los años sesenta una obligación escolar y por supuesto una práctica obligada por los jóvenes reclutas y los militares.
36. DINA, Dirección Nacional de Inteligencia, fue la policía secreta creada por Pinochet en 1974, que comenzó a operar sin reconocimiento oficial después del golpe, bajo la dirección del Coronel Manuel Contreras, que en esa fecha se encontraba asignado al Regimiento Tejas Verdes, de Llolleo, y al cual convirtió en campo de detenidos. En Santiago, su primera central de operaciones fue una casa de la calle Londres 38, vecina a la Iglesia de San Francisco, en pleno centro de la ciudad.
37. Los jóvenes comunistas ejecutados que habían participado en los acontecimientos del día 11, fueron Luis Orellana. Alejandro Gómez, Carlos Cuevas, Luis Canales y Pedro Rojas. Cf. Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. 2 vols., tomo 3, p. 358; véase también “Carpeta Pedro Rojas Castro”. Fundación de Archivos y Documentación, Vicaría de la Solidaridad. El comunicado de prensa del Ejército fue publicado en diversos diarios, entre ellos, El Mercurio. Domingo 23 de diciembre de 1973, p. 37.
38. “El cadáver de nuestro hijo, Pedro Rojas, no tenía uñas, se las habían arrancado, huellas de amarras en las manos, huellas de quemaduras de corriente eléctrica, brazo derecho quebrado, tenía los oídos con sangre y lo que era más impresionante tenía la cabeza achatada en la parte de arriba y mandíbulas sueltas, era evidente que con una especie de prensa que se usaba en tiempos remotos, le habían apretado la cabeza. Ésta, seguramente, fue la última tortura de nuestro hijo. No tenía heridas de bala”. Testimonio de Pedro Rojas, padre. “Carpeta de Pedro Rojas Castro”. Fundación de Archivos y Documentación, Vicaría de la Solidaridad.
39. El caso de la denominada “Operación Leopardo” fue objeto de un intercambio de notas entre el cardenal Raúl Silva y el ministro del Interior, general Oscar Bonilla, dada la evidente falsedad de la información oficial. El general admitió que los jóvenes habían sido detenidos, pero “dejados en libertad” antes de su ejecución y que “no podía poner en duda la palabra de las Fuerzas Armadas”, rechazando de este modo la posibilidad de una autopsia, que determinara las verdadera causa de muerte de los jóvenes comunistas. Confróntese “Carpeta de Pedro Rojas Castro”. Fundación de Archivos y Documentación, Vicaría de la Solidaridad.
40. Recientemente, en el contexto de la denominada Mesa de Diálogo en 2002, el Ejército entregó una lista relativamente menor de detenidos desaparecidos, entre los que figuran los hermanos Salamanca como lanzados al mar en las costas de San Antonio.
41. Incluso dos años más tarde, en medio de una discusión familiar, varios uniformados ingresaron a la vivienda de los Contreras González y dieron muerte a los hermanos Jorge Edilio y Juan Orlando, con los que el número de estas víctimas se eleva a 32.
42. Testimonio de don Luis, en Jornada del 25 de noviembre del 2000.
43. Testimonio de una mujer, en Taller del 5 de agosto del 2000. El Patio 29 es un lugar en el Cementerio General de Santiago, donde fueron enterradas ilegalmente muchas víctimas del día 11.
44. Gastón en Jornada del 25 de noviembre del 2000.
45. Fresia en Taller del 5 de agosto de 2000.
46. Entrevista a María Inés Concha, realizada en San Carlos: 15 de octubre de 2000.
47. Volodia Teitelboim. La guerra de Chile y otra que nunca existió. Santiago: Sudamericana, 2000, p. 158.
48. Muchas personas, tanto en La Legua como en otros lugares del país, quemaron libros o impresos políticos que pudieran vincularlos a la Unidad Popular, ya que en muchos casos, poseer algunos de estos materiales era razón suficiente para ser detenido e interrogado, con imprevisibles consecuencias.
49. María en Taller del 25 de noviembre de 2000.La expresión “yo habría cargado” es una expresión popular que indica que ella habría reaccionado, atacando al militar.
50. Como en muchos otros lugares, los militares, apoyados por vecinos opositores al gobierno de Allende, confeccionaron listas de dirigentes o personas con alguna figuración pública, que los vinculaba a la izquierda. Durante los allanamientos a poblaciones se valían de estas listas para detener a militantes o dirigentes barriales.
51. Lakies, fierro cubierto de goma antiguamente usado por la policía o como arma de defensa personal.
52. Entrevista a Luis Durán realizada por Mario Garcés, 27 de septiembre de 2000.
53. René en taller de monitores, 12 de agosto de 2000.
54. Con una avería mecánica.
55. Taller de memoria, 2 de septiembre de 2000.
Figura 1: Área de los enfrentamientos del 11 de septiembre
Este trabajo ha sido publicado en versión papel con el título El golpe en La Legua. Los caminos de la historia y la memoria. Santiago de Chile: LOM, 2005. <inicio>
http://www.historizarelpasadovivo.cl/es_resultado_textos.php?categoria=Chile%3A+los+caminos+de+la+historia+y+la+memoria&titulo=Historia+y+memoria+del+11+de+septiembre+de+1973+en+la+poblaci%F3n+La+Legua+de+Santiago+de+Chile
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