18 de Noviembre de 2011
Probablemente usted se escandalice si le digo que fui partidaria del Gobierno Militar y le cuento que el día en que Pinochet volvió de Londres yo estaba en el aeropuerto de Santiago pronta a recibirlo.
Quizá alberga en su interior la esperanza de que ésta no haya sido más que una forma provocadora de comenzar mi columna y espera dé un giro y se transforme en una diatriba contra los abusos que se cometieron durante esa época, o contra los fraudes económicos que se le imputan al General.
Si ésas fueran sus expectativas y usted tuviera poca tolerancia a la frustración, le recomiendo entonces que suspenda de inmediato la lectura de esta columna.
Porque yo no puedo dejar de pensar que los militares reciben formación…militar. Y preparados como están para la guerra, poner en sus manos el Poder Ejecutivo es un riesgo evidente y perfectamente previsible (salvo para un democratacristiano, claro está).
No puedo dejar de pensar que los militares reciben formación…militar. Y preparados como están para la guerra, poner en sus manos el Poder Ejecutivo es un riesgo evidente y perfectamente previsible (salvo para un democratacristiano, claro está).
Es un riesgo y por eso se toma en circunstancias bien determinadas y por lo general, bastantes graves. Usted comprenderá que la ciudadanía no clama por Golpe de Estado cuando todo está en orden o cuando, simplemente, no se siente a gusto con el gobierno de turno. Y una razón que se me ocurre para decir que las circunstancias del año 1973 lo ameritaban es que hubo políticos que apoyaron el Golpe. Asumo usted no será tan ingenuo de pensar que fue solo porque repentinamente experimentaron deseos irresistibles de perder poder…
Chile estaba bajo amenaza. La situación interna era caótica y los antecedentes mundiales daban pié para pensar que los peligros asociados a esa situación eran serios. Si éstos se sobredimensionaron o si la reacción que hubo frente a ellos fue desproporcionada, es algo que me parece perfectamente discutible; pero de ahí a tomar una parte de la historia y a presentarla como una especie de efecto sin causa, hay una diferencia radical.
Permítame decirle, por tanto, que no acepto me llame cómplice de asesinato o partidaria de la tortura (como lo ha hecho con Labbé) sólo porque tengo una interpretación de la historia distinta a la suya. Yo parto de la base de que usted es -como yo- contrario a toda forma de violencia y que condena también cualquier violación a la dignidad de la persona. Y le pido que por elegancia, tenga la amabilidad de hacer lo mismo conmigo y con aquellos a los que se ha dedicado a denostar el último tiempo.
Permítame recordarle también que la responsabilidad es una cuestión personal y que lo que haya hecho tal o cual persona durante esos años no es algo que involucre a todo el sector que fue partidario de ese régimen y ni siquiera a todo el Gobierno.
Porque si usted no contribuye a sacar de sus esquemas mentales la visión maniquea del mundo, e insiste en la idea de que usted es bueno y yo mala, me obligará a dudar de su buena fe y lo que es peor, hasta de su inteligencia…
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