18 de Noviembre de 2011
Tiene razón el ciudadano Cristián Labbé al insinuar que en democracia nadie tiene el derecho de silenciar al que piensa diferente o de callarlo por la fuerza. Se ampara en una vieja bandera liberal que paradójicamente no fue defendida con tanta fuerza en los años en los cuales el entonces uniformado Labbé era un leal funcionario de gobierno: la libertad de expresión. En efecto, como ciudadano de esta república el coronel Labbé tiene todo el derecho de homenajear a quien estime conveniente. Y el resto de los chilenos tenemos el derecho de cuestionar la moralidad de un personaje dispuesto a elogiar la trayectoria de un célebre violador de los derechos humanos. El abanico de figuras reales o ficticias que se colocan en los altares es parte de la diversidad. Muchas de ellas nos parecen absurdas, irrisorias o indignantes, pero no es nuestra calificación la que condiciona el ejercicio de la libertad de expresión. Por el contrario, ésta adquiere toda su relevancia cuando lo que se dice no es del agrado de la mayoría y aun así se protege.
Sin embargo en el caso Labbé-Krassnoff hay otros principios comprometidos y otras tantas consideraciones importantes.
En primer lugar que el coronel Labbé no es un ciudadano común. Es una autoridad pública. En un programa de televisión dijo encarnar “la ley y el Estado de Derecho” como alcalde de Providencia. Lo cierto es que “la ley y el Estado de Derecho” nos cuentan que Miguel Krassnoff, el agasajado en ausencia, es un criminal condenado a más de 140 años de cárcel.
La comuna de Providencia suele premiar a su alcalde con altísimas votaciones, mientras la Concertación tiende a darla por perdida. Corresponde preguntarse ahora si la buena gestión edilicia -ciclovías y áreas verdes, programas del adulto mayor y aseo de calles- es razón suficiente para hacer la vista gorda de actuaciones reiteradas que empañan el nombre de la comuna y avergüenzan a sus vecinos. Yo soy uno de ellos.
¿Cómo se puede estar de parte de “la ley y el Estado de Derecho” y al mismo tiempo encabezar la abierta apología de un delincuente de marca mayor? No es posible hacerlo. Labbé es “la ley y el Estado de Derecho” sólo cuando le conviene, como tantos otros alcaldes que en sus territorios operan como reyes feudales y gobiernan con frecuente arbitrariedad. La misma que exhibió al negar renovación de matrícula de escolares no residentes –medida que fue rechazada en tribunales- y la que actualmente pone en práctica al decretar unilateralmente qué patentes nocturnas se revocan y cuáles no.
En segundo lugar, porque Labbé además de ser alcalde es un dirigente político que representa a un sector determinado. Su participación y auspicio en el blanqueamiento de imagen de un terrorista de Estado revive los odios de un país que lucha por dejar el pasado atrás. El coronel Labbé se defiende sosteniendo que se trata de una mirada historiográfica. Pero el libro se titula “Miguel Krassnoff: Prisionero por Servir a Chile”, lo que implica sin ambigüedades que para ciertos chilenos como Labbé la violación sistemática de derechos fundamentales fue una actividad patriótica y virtuosa. ¿Es acaso imaginable un camino de reconciliación en esos términos? ¿Qué dice el partido político al cual pertenece el alcalde Labbé? Mientras el Gobierno ha sido categórico en desligarse e incluso reprochar esta especie de homenaje después del involuntario condoro inicial, en la UDI para variar suenan los grillos. Salvo para buscar justificaciones.
Hay algunos países en los cuales la libertad de expresión está limitada cuando ciertos actos ofenden gravemente la memoria histórica de los pueblos. El caso alemán es paradigmático: no está permitido homenajear a Hitler o a los nazis. La legislación chilena no contempla tipos penales para estos casos. Tampoco me parece recomendable hacerlo. El episodio Labbé-Krassnoff ya es suficientemente escandaloso en su arista moral y política. Mientras no se hayan utilizado fondos municipales para el evento, el problema de la legalidad puede salvarse.
De cara a las municipales 2012, Cristián Labbé ha sostenido que intenta repostularse. De tener éxito, cumpliría 20 años en el cargo después de 5 períodos consecutivos. La comuna de Providencia suele premiar a su alcalde con altísimas votaciones, mientras la Concertación tiende a darla por perdida. Corresponde preguntarse ahora si la buena gestión edilicia -ciclovías y áreas verdes, programas del adulto mayor y aseo de calles- es razón suficiente para hacer la vista gorda de actuaciones reiteradas que empañan el nombre de la comuna y avergüenzan a sus vecinos. Yo soy uno de ellos.
http://www.elmostrador.cl/opinion/2011/11/18/el-derecho-de-labbe/
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