19 de Noviembre de 2011
El alcalde Labbé ha señalado que “Declaro mi asombro ante el revuelo que causa un hecho como este, que no consiste sino en el ejercicio de la libertad de pensamiento y de expresión”. El hecho es el lanzamiento de la cuarta edición del libro de Gisela Silva “Miguel Krassnoff: Prisionero por servir a Chile”. Como se sabe este ex oficial del Ejército de Chile acumula 23 condenas que suman 144 años de cárcel por violaciones de los derechos humanos. Irónicamente para los organizadores del acto el revuelo recordó a miles de chilenos que debemos leer los horrores por los cuales se condenó a este ex miembro de la Brigada Lautaro. Debemos hacerlo no para alimentar el deseo de venganza o para satisfacer una curiosidad malsana. Debemos hacerlo para nunca olvidar que los hombres somos capaces de cosas tan horribles como, por espantoso y real ejemplo, torturar, violar y matar a una mujer embarazada por ser de izquierda y judía. Y cuando hayamos retornado de ese espantoso viaje, respirar más aliviados en el Chile del 2011; valorando profundamente la capacidad que tenemos los seres humanos de pactar una convivencia pacífica y justa entre quienes pensamos distinto.
Por cierto el alcalde de Providencia, elegido el año 2008 con el 61,46% de los votos, invita al acto por razones distintas. El considera que Miguel Krassnoff es una víctima de la persecución política y de fallos injustos que condenaron a un “servidor de la patria”. Para quienes no compartimos esa valoración, Labbé nos llama a no condenar el homenaje pues hacerlo es atentar contra la democracia. Como se pregunta aireado, “¿Cuál es la idea, silenciar al que piensa diferente, acallarlo por la fuerza?” Lo mismo repitió anoche, por Televisión Nacional de Chile, otro ex ministro del General Pinochet y organizador del acto: Alfonso Márquez de la Plata
Ojalá que los organizadores, muchos que ya anuncian que no irán, suspendan el homenaje. Que lo hagan humildemente por el bien de Chile. Si insisten, que reciban por respuesta el silencio indignado de millones de chilenos que diremos en esa noche de olvido: “Nunca más”.
No puedo dejar de alegrarme que la democracia y la libertad hoy sean homenajeadas por todos, incluso por un ex oficial de la Dirección de Inteligencia Militar. Recuerdo la revista Hoy de mi juventud que usaba por emblema una bella frase atribuida a Voltaire: “Estoy en total desacuerdo con tus ideas, pero daría gustoso mi vida por defender tu derecho a expresarlas”. Treinta años después ha ganado la libertad y la democracia al punto que quienes las persiguieron ayer, hoy las invocan; más que no sea para defenderse de sus acusadores. Sin embargo confieso que dudo si el acto de homenaje se pueda incluir en el recto ejercicio de la libertad de expresión y de una justa concepción de la democracia. ¿Será que ahora estoy en el bando de los vencedores y más bien actúo como aquel que el propio Voltaire condenaba ironizando “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo”?. ¿Es eso? Me tomo en serio el desafío planteado y pregunto: ¿Tienen o no razón Cristián Labbé y Alfonso Márquez de la Plata para invocar la libertad de expresión y el respeto democrático?
Lamentablemente para quienes aman las certezas, la respuesta moralmente no es clara. Depende de cómo fundemos la libertad y de las características de un acto de homenaje del que sólo podemos especular acerca de cómo será y de sus consecuencias inmediatas. La libertad de expresión en su concepción libertaria apela a esa moral individualista que proclama que tenemos derecho a decir lo que queramos con tal de no dañar el derecho de los otros a gozar de esa misma libertad. La dignidad, igualdad y libertad del ser humano, de todo ser humano, nos obligan a respetar ese derecho de expresar ideas que incluso nos parecen repugnantes. Por lo demás sólo en ese trato recíproco puedo reclamar mi derecho a una igual libertad de expresión; la que pedíamos a gritos que se respetase en 1983 cuando leíamos la revista Hoy. No le corresponde al Estado dar por buenos unos argumentos y silenciar a los que considera erróneos o inmorales. Eso es romper con la neutralidad valórica de un Estado laico y acercarnos peligrosamente al autoritarismo o al totalitarismo. Hasta aquí Labbé y Márquez de la Plata tienen la razón de su lado. Sin embargo, si miramos las cosas desde la perspectiva de la comunidad y la democracia, el debate se reabre. En efecto, cuando fundamentamos la libertad de expresión desde esta perspectiva, de lo que se trata es proteger y ampliar los términos de la discusión pública. Todos tienen derecho de plantear sus puntos de vista respecto de todos los temas a través de la más intensa e inclusiva deliberación. Sólo así existirá una opinión pública esclarecida, que es la base sobre la cual se edifica el edificio de la democracia fundada en el libre y bien fundado consentimiento de los ciudadanos y ciudadanas. Pero, atención, de lo que se trata es fortalecer la democracia, el pluralismo y la libertad; no de pulverizarlos.
Desde una perspectiva no individualista debemos preguntarnos si cuando los intereses y los derechos de los que quieren hablar chocan con los de quienes deben escuchar o sobre los cuales se quiere hablar, ¿por qué habrían de prevalecer tan claramente los de los primeros sobre los de los otros? En este caso, ¿deben los familiares de los más de tres mil detenidos desaparecidos o de los treinta mil torturados tolerar que se vuelva a negar que su dolor e indignación son justificados y que escuchar que sus victimarios son salvadores y no verdugos? ¿Deben los miembros del actual Ejército de Chile y de la derecha chilena aceptar resignadamente que se vuelva a recordar a todos que en sus filas hubo gente como Miguel Krassnoff? ¿Deben los chilenos aprobar que se vuelvan a preferir eventuales palabras de odio o de justificación del quiebre democrático que puedan llevar a un peligro claro e inminente de una nueva violencia política entre los chilenos? ¿Ayuda esto al Bien Común? La cuestión es, a lo menos, dudosa y amerita una reflexión que supere todo cliché.
En mi caso pienso que sólo un juicio prudencial y un acto de fe pueden resolver la duda. La prudencia dice que los beneficios que se obtendrían por prohibir judicialmente un homenaje como el convocado, en el que se podrían proferir palabras de odio y llamados a la violencia política, serán menores que los perjuicios que produce casi siempre la censura; a ratos muy odiosa y eventual provocadora de nefastas reacciones. Peor aún si el homenaje se intenta evitar mediante las vías de hecho, casi siempre amigas del autoritarismo. El acto de fe es creer que el ser humano, puesto ante la evidencia del mal y de su retorcida justificación, termina por ver con más claridad lo que diferencia al asesino del inocente, al ángel del demonio. Así puede optar racionalmente por una moral que proclama desde el nacimiento de Occidente que “más vale soportar una injusticia que practicarla”. Ojalá que los organizadores, muchos que ya anuncian que no irán, suspendan el homenaje. Que lo hagan humildemente por el bien de Chile. Si insisten, que reciban por respuesta el silencio indignado de millones de chilenos que diremos en esa noche de olvido: “Nunca más”.
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