La resolución judicial pone en evidencia que como Iglesia tenemos una deuda con la memoria de Miguel.
“en un momento dado lo obligó a mirarlo a los ojos y al levantarlo le impresionó mucho, pues era ver a Jesucristo y desde esa fecha no pudo sacar más ese episodio de su mente”.
Sobre las declaraciones de José M. García Reyes después de torturar a Miguel Woodward, consignado en el fallo judicial del caso[1].
El pasado 3 de mayo la justicia condenó a dos ex oficiales de la Armada por el secuestro, tortura, asesinato y desaparición de Miguel Woodward Iriberry[2], ex sacerdote porteño detenido el 12 de septiembre de 1973. Este caso culmina después de años de diligencias judiciales y de incontables esfuerzos por averiguar la verdad de lo sucedido con Miguel. Él es un ejemplo más de las sucesivas violaciones a los Derechos Humanos acaecidas durante la dictadura en nuestro país.
Las razones que llevaron a Miguel a sufrir ese destino pasaron por ser un sacerdote comprometido con los más pobres de su diócesis. Woodward tomó la opción de vivir en una mediagua en el cerro Los Placeres, lugar desde donde desarrolló su labor pastoral y se vinculó con el trabajo que realizaban las juntas de abastecimiento, JAB. Lamentablemente, de Miguel no se habla casi nada en la Iglesia de Valparaíso, lo que instala muchas veces la vaga idea de que fue un “cura rojo” que se vinculó a grupos políticos y que por eso fue hecho desaparecer.
La resolución judicial pone en evidencia que como Iglesia tenemos una deuda con la memoria de Miguel. Resulta doloroso leer en el fallo que las autoridades eclesiales, al momento de enterarse de la detención de Miguel, hayan decidido no hacer diligencias, puesto “que como Michael Woodward se había marginado de la Iglesia no existía ninguna obligación con él”[3]. Si bien Miguel había decidido dejar el sacerdocio para casarse, ¿tiene alguna justificación la desatención de Monseñor Emilio Tagle, entonces Obispo de Valparaíso, al enterarse de la detención de Woodward? ¿Es que no seguía siendo un hermano de nuestra Iglesia a quien había que socorrer?
Dios quiera que en la Iglesia de Valparaíso se vuelva a hablar de Miguel y se diga que alguna vez hubo un sacerdote que por su opción de compartir la vida con los más pobres se convirtió en un detenido desaparecido más. Mantener viva esa memoria nos permitirá ser interpelados a saldar la deuda que tenemos con Woodward.
Cabe preguntarse también, ¿cómo hoy los cristianos tenemos que seguir saldando esa deuda con tantos hermanos que han sufrido violaciones a su dignidad y no hemos querido ver? Estamos llamados a asumir nuestro ineludible compromiso con la búsqueda de justicia en todas sus formas, que es el rol por excelencia del cristiano en el espacio público.
Justicia y verdad van de la mano. La lucha por la justicia exige establecer la verdad de los abusos y violaciones que suceden día a día. En el caso de Miguel, aunque las dos condenas a tres años y un día que dictamina el Fallo no son para nada justas, sí se pudo establecer la verdad de lo que le sucedió. A él se le detuvo impunemente y fue sometido a torturas que lo llevaron a la muerte, desmintiendo la causa de fallecimiento por enfrentamiento, como consignó el diario La Estrella de Valparaíso el 22 de septiembre de 1973. Determinar la verdad de lo que sucedió con Miguel es un acto de justicia, de hacer memoria, y de restituir la dignidad de su persona.
El cuerpo de Woodward nunca se pudo hallar. Lo más probable es que esté en alguna fosa común abrazado junto a los cuerpos de otros detenidos desaparecidos que sus familias no pierden la esperanza en encontrar. Es esa misma esperanza la que debe movernos a hacernos cargo de nuestra historia, a hacer MEMORIA, y a asumir de una vez por todas como cristianos la lucha por la justicia en todas sus formas, como nuestra misma fe nos exige.
[1]http://www.cooperativa.cl/noticias/site/artic/20130507/asocfile/20130507161159/woodward.pdf P. 48 (En adelante Fallo Judicial)
[3] Fallo Judicial. P. 13
Publicado el 16.05.2013 por David Bruna O.
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