Ignacio Santa Cruz, 33 años, actor, hijo menor de Rosario Guzmán, se acuerda perfecto del día en que su tío Jaime fue asesinado. Desde entonces esa muerte le quedó dando vueltas. Hasta que la historia de Jaime Guzmán Errázuriz se le convirtió en obsesión. Primero lo personificó en una obra de teatro. Ahora lo hace en una película, recién estrenada en Sanfic. Para llegar a eso hizo una investigación que incluyó hablar con su familia. Descubrió obsesiones y mucha soledad.
por Pamela Aravena Bolívar - 25/08/2013 - 03:46
Los llamados telefónicos a la casa de Ignacio Santa Cruz, de apenas 11 años, se repitieron insistentemente el 1 de abril de 1991, pasadas las 18.30 horas. Su mamá, la periodista Rosario Guzmán, se encontraba trabajando. Sus hermanos mayores encendieron rápidamente la televisión para escuchar el extra noticioso que la gente mencionaba al otro lado del auricular.
“El tío fue baleado -le explicaron sus hermanos-. Pero no tiene nada, sólo le hirieron el brazo”. Eso decía la televisión, él también lo podía oír, pero lejos de sentirse tranquilo, Ignacio comenzó a llorar sin entender por qué.
Hasta ese día, en su casa recibían a Jaime Guzmán, el tío, quincenalmente. Cada dos sábados, Guzmán llegaba con una sonrisa y saludaba de manera rápida. Con la cara de costado y casi sin rozar la mejilla. La abuela, Carmen Errázuriz Edwards, también participaba del encuentro, pero sólo una vez al mes.
La agenda sabatina con el tío era siempre la misma. Después del jerez y el aperitivo, se sentaban en la mesa redonda, en el asiento que su hermana Rosario había asignado para cada uno y que se mantuvo así por años. Guzmán era quien más hablaba y el último en terminar de comer. “Conversaban sobre los temas que le inquietaban a la familia, especialmente de religión y de la trascendencia del alma”, recuerda Ignacio. La contingencia política y social también aparecía. “Eran temas serios, pero tratados con humor. Yo escuché a mi tío, por ejemplo, imitar a Pinochet”, agrega.
Víctor Santa Cruz Sutil, el esposo de Rosario, había fallecido en 1980, tres meses después de que Ignacio llegara al mundo. Se suicidó con un disparo. “Fui criado por los Guzmán; la relación con los Santa Cruz fue más esporádica y se dio más bien ahora, de adultos. Por eso, Guzmán de alguna manera era la única figura paternal que conocía”, dice Ignacio.
Quizás por ese lazo invisible, el niño de 11 años algo intuyó ese lunes 1 de abril. Las horas pasaban, oscurecía, pero irse a la cama era una tarea difícil en medio de los extras periodísticos desde el Hospital Militar. “Mi mamá no pasó por la casa y se fue directo para allá. Las noticias empezaban a hablar de cosas más graves, como que el hígado estaba afectado”, recuerda.
Ignacio no quería ver ni oír más. Con el pantalón de pijama puesto y un chaleco de lana se escapó a la calle Leo, en Vitacura, a dar vueltas sin rumbo en bicicleta. Otra vez el llanto lo invadió. “Lloré, lloré y lloré sin parar”, cuenta, hasta que volvió y le confirmaron lo que él ya sospechaba: Guzmán había muerto.
Lo que Ignacio no sabía era que el tío se iba a instalar como un tema constante en su vida y que, más tarde o temprano, gastaría años en buscar pistas para entender su historia.
“No le fue fácil a mi hijo esquivar las toneladas de odio que muchos sienten por mi hermano, y digámoslo: que el odio duele, duele; venga de la derecha, la izquierda o los militares. De hecho, fue la suma de todos esos odios la que culminó con su brutal asesinato en democracia, que aún permanece impune a más de 20 años de su ejecución”, comenta Rosario Guzmán.
La búsqueda de Ignacio generó una primera catarsis 20 años después, en 2011, cuando protagonizó la obra de teatro Guzmán, donde caracterizaba a su tío. El estreno fue en el Campus Oriente de la UC, el mismo lugar donde a Jaime Guzmán lo asesinó el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. La obra causó polémica. En una de sus escenas, mostraba a este Guzmán ficticio bailando un tango con el actor que representaba a Jorge Alessandri. En otra, debía responder a las preguntas de una torturada en los años de Pinochet.
Ahora Santa Cruz, con más información en la mano, vuelve a la carga. Ayer sábado estrenó en Sanfic la película con el sugerente título de El tío, ópera prima de Mateo Iribarren como director. El sobrino, una vez más, se convierte en su tío. El parecido es impresionante.
LA BUSQUEDA
“Cuando salí del colegio y comencé a estudiar Comunicación Escénica en el Duoc, y luego cuando ya era actor, me encontré enfrentado a quién era: no sólo en los comentarios de pasillo, como había sido hasta ese momento, sino directamente en la lectura de la prensa. Ahí se hablaba del ‘sobrino actor de Jaime Guzmán’. Esa es la mochila con la que he tenido que cargar. Cada vez que hago algo o aparezco mencionado, se recuerda que soy su sobrino. Ahí empezó mi búsqueda por entender la verdadera historia de este polémico tío”, dice Ignacio, sobándose las manos, sonriendo y abriendo levemente los ojos, en un gesto que recuerda a Guzmán. Como si de tanto actuarlo, algo de él se le hubiera quedado encima.
Hasta entonces, el sobrino sabía lo mismo que todos. Que Jaime Guzmán Errázuriz, que tenía 44 años cuando fue asesinado, había estudiado Leyes en la Universidad Católica y que dictaba allí la cátedra de Derecho Constitucional. Que formó el movimiento gremialista y posteriormente la UDI. Que participó en la redacción de la Constitución del 80 y que, por eso, es considerado el cerebro del régimen militar. Que fue senador por Santiago Poniente y un hombre que hasta el final defendió al general Pinochet. “Me declaro pinochetista y a mucha honra”, decía.
Pero Ignacio quería saber más.
Comenzó de a poco a escudriñar en su propio pasado. Recordó que tras la muerte, esa misma noche de abril de 1991, su casa se llenó de políticos y periodistas. En los días siguientes, en la calle, en los paraderos de micro, en los quioscos, el comentario obligado era el asesinato a tiros de su tío. “La suya fue una de las muertes con las que me ha tocado relacionarme toda la vida. Antes fue mi padre y, recientemente, mi hermano, durante el proceso de la película, en circunstancias muy parecidas a las de mi papá”, confiesa.
Las preguntas sobre quién era realmente Guzmán siempre se le cruzaron, pero recién en 2009 comenzó una búsqueda obsesiva. “Esta investigación es una metáfora de una búsqueda familiar y nacional, del hogar y la patria, y una manera de sacarme el peso de ser su sobrino”, explica. Su madre resume cómo esta búsqueda también impactó en ella: “Para mí ha sido un viaje doloroso y gozoso a la vez, como la vida misma. Doloroso, porque me hizo revivir lo más oscuro y traumático de nuestra historia familiar, cuya huella nos marcó demasiado -aunque de diferente manera- a mí, la mayor de los tres hermanos, Jaime y la Isabelita. Lo más gozoso, lejos, fue ver a mi hijo cumplir con el sueño-obsesión que tenía con su tío, a través de esta suerte de catarsis sicoanalítica un tanto narcisista, pero muy sanadora para él, lo que como madre me llena de felicidad”.
Lo primero que ratificó Ignacio en su investigación fue el poder e influencia que su abuela, Carmen Errázuriz, ejerció en Jaime Guzmán. El abuelo Jorge Guzmán Reyes, un hombre definido en 2007 por Alfonso Ríos, uno de sus parientes políticos, como “entretenido, alegre, culto, fino e inteligente, pero de incorregible bohemia”, dejó la vida de Jaime siendo éste aún un niño, tras 14 años de matrimonio con Carmen. La separación obligó al padre a irse a vivir con una hermana viuda. Según una carta escrita por parientes suyos hace seis años, él lloró varias veces de impotencia, pues “le impedían acercarse a sus hijos, con quienes pudo restablecer un mínimo contacto” apenas días antes de morir, en 1977. Aunque Jaime Guzmán apenas conoció a su padre, heredó de él “su bondad, inteligencia y sentido del humor, amén de su pasión por el fútbol y su talento de imitador”, según dijo Rosario en 2007. Carmen Errázuriz se convirtió entonces en matriarca de la familia y marcó la vida de su hijo Jaime. “El quería ser sacerdote más que dedicarse al servicio público. Fue su madre quien lo persuadió a dedicarse a la política”, dice Ignacio.
La misma Carmen Errázuriz, en un encuentro con jóvenes gremialistas en 1999, había contado de la relación con su hijo. Explicó que hablaban constantemente de religión y de política. “Tuve la suerte de tener mucho contacto con Jaime y de ser muy amiga de él, teníamos muchos puntos en común, porque nos interesaba la política”, les dijo. Y agregó que fue ella quien le sugirió que estudiara Derecho para luego poder ejercer la docencia.
En su investigación por decodificar a su tío, Ignacio no pudo entrevistar a su abuela. Ella había muerto dos años antes, en 2007.
TRES HISTORIAS POLITICAS
Los descubrimientos de Ignacio comenzaron a ser más íntimos. Al sobrino le llamó la atención detectarlo “como una persona neurótica y averiguar cómo algunos rasgos de su personalidad se iban repitiendo en distintos integrantes de la familia. Obsesivos, compulsivos, sectarios, dominantes; cómo aparece en nuestras vidas el orden, la simetría en el hogar, la estructura, la agenda, eso de estar siempre ocupados”.
El departamento de Ignacio en Tabancura, una de las locaciones usadas en la película, no es la excepción. Ordenado hasta el punto de la perfección, ningún objeto está fuera de lugar. Mezclando estilos, conviven en armonía en el dormitorio un respaldo de cama barroco sacado de un altar lateral de una iglesia en Venecia, con un plasma y una escultura de color rojo furioso.
“Yo que soy artista trato de luchar contra eso, pero especialmente contra otro de los hallazgos -dice Ignacio-. Me impactó lo que encontré. Una semana antes de morir Guzmán le dijo a alguien cercano: ‘No tengo tiempo para el amor’. A pesar de ser una persona muy querida y admirada, su falta de desarrollo afectivo es conmovedora”.
Santa Cruz trabajó con historiadoras que durante seis meses revisaron la vida de su tío y accedieron a archivos de la Biblioteca Nacional y de la Fundación Jaime Guzmán. Le entregaron un documento de 300 páginas. De la parte política, en la película Ignacio recupera tres historias. Primero, la fuerte influencia de Jorge Alessandri como el mentor de Guzmán, reconocido por él mismo como “el hombre público chileno hacia el cual mayor admiración profesé”. Luego, Augusto Pinochet, con quien aparece en una única escena conversando en una cocina en la que metafóricamente aderezan juntos la Constitución de 1980. Por último, en otro acto, hay una mención a la difícil relación de Guzmán con el director de la Dina, Manuel Contreras, de quien se sentía enemigo político. “Me interesa cuestionar toda certeza y mito instalado sobre Jaime. Esta es una historia familiar y un pedazo de la historia de Chile que todavía tiene una investigación inconclusa y muchos antecedentes desconocidos -explica Ignacio-. Su verdadera relación con Manuel Contreras es uno de ellos”.
SER GUZMAN
“Cuando decidí yo mismo encarnar a Guzmán, muchos me dijeron que era una locura, que mejor llamara a Aldo Parodi”, dice aludiendo al parecido físico entre el actor y su tío. Pero Santa Cruz estaba decidido a hacerlo él mismo. Aunque eso implicara esfuerzo.
Si bien comparte con Guzmán la piel excesivamente blanca y un timbre de voz grave, se distancia en su abundante cabellera rubia, sus ojos azules con escasa miopía y un cuerpo más alto y corpulento que el de Guzmán.
En la búsqueda de sus movimientos, su modulación algo exagerada, su forma de mirar, se acentuó la obcecación. “Fui de a poco obsesionándome, revisando el archivo fílmico y mucho documento de prensa. Jaime tenía una miopía de -6,5, y como me atiendo con Claudio Yaluf, el mismo oftalmólogo de él, mi madre y mi abuela, le pedí que me hiciera unos lentes para ver igual que Guzmán. Me dijo que era imposible, que mis ojos explotarían. Pero me mantuve firme. Con llanto y terquedad, lo logré”, cuenta.
Con Jaime comparte la dentadura inferior chueca; Eduardo Saavedra -quien trabajaba con Stefan Kramer en sus caracterizaciones y murió a principios de agosto debido a un cáncer- colaboró con la dentadura superior basándose en fotografías del fundador de la UDI. “Al incorporar este detalle encontré el modo de hablar adecuado. El resto no fue tanto el maquillaje, lo que actuó fue la sangre”, dice.
Gran parte de la composición del personaje la hizo en Valparaíso, en una casa frente al mar que hace poco vendió para financiar la película. Cuenta que caminó en la terraza de esa casa hasta que dio con esa postura encorvada que avejentaba la figura de su tío. El momento mágico, revela, ocurrió en un ensayo de la obra de teatro, en una escena que representaba la su última clase como profesor de Derecho y donde los alumnos se iban transformando en los personajes que impactaron en su vida: Pinochet, Contreras, su madre, su padre: “Yo tenía unos mamotretos en que hablaba sobre la sociedad. De pronto, empecé a mirar a los actores y al ver sus caras me di cuenta de que lo había logrado. Yo era Guzmán”.
DIFERENCIAS
La obra Guzmán debutó el 1 de abril de 2011, el mismo día en que se cumplían los 20 años del asesinato de su tío. Luego estuvo un mes en cartelera en un teatro de Bellavista. Al estreno fueron su madre, Rosario Guzmán, y todos sus hermanos. De hecho, la última foto que existe de la familia Santa Cruz Guzmán completa antes de la inesperada muerte de uno de los hijos fue tomada ahí.
Ignacio dice que el valor de la obra de teatro fue que “un sobrino en conjunto con otros artistas de trayectoria decidieran darle un punto de vista nuevo a Jaime Guzmán. Y que dado lo que pasó o no con la obra de teatro es que surgió la necesidad de hacer esta película”.
En concreto, dice, lo más complicado fueron los temas sobre la vida más personal de su tío. “En términos precisos, lo que descubrí es que enfrentarse a su sexualidad fue un tema imposible para él siendo la figura pública que era, teniendo la madre que tenía. Les pedí a las historiadoras que investigaran si había tenido alguna pareja. Buscaron y buscaron y no apareció ninguna, ni una sola. Jaime Guzmán era muy solo y quizás por eso, en la última etapa de su vida, según sus propias convicciones, lo único que esperaba este hombre de misa y comunión diaria, con una dimensión espiritual enorme, era la muerte, para entrar a esa verdadera vida en la que él creía”.
Las preguntas sobre este aspecto en la vida de Guzmán fueron abordadas en la obra de teatro y ahora también en la película. Es un aspecto delicado, que para Ignacio Santa Cruz significó un remezón personal y una diferencia importante con su tío. Explica: “Mi madre me educó en libertad y he tenido relaciones de pareja con personas de mi mismo sexo, estables y acogidas dentro del espacio familiar. Después de interpretarlo a él, yo definitivamente me di cuenta de que sí tengo tiempo para el amor. En eso estoy concentrado, y en ese aspecto espero diferenciarme profundamente de él”.
Después de terminar la película y de cuatro años de indagación, Ignacio Santa Cruz aún no puede sacarse cierta manera de mover las manos, de mirar y de impostar la voz que copió de su tío en estos años. Sabe que se parecen en varias cosas -ambos crecieron sin imagen paterna y vivieron solos su vida de adulto-, y que comparten rasgos de personalidad como la obsesión por el orden y el control. Pero es enfático también en dejar claro otro punto de diferenciación: “Creí ser agnóstico y no, definitivamente soy ateo. De eso me di cuenta después de interpretarlo. No creo en nada; para mí llega la muerte y nos descomponemos como materia. Para él, la muerte era la verdadera vida”.
EN FAMILIA
A Rosario Guzmán, su madre, le pareció notable la transformación de Ignacio para interpretar al tío en la obra de teatro. “Con su pelada, sus anteojos poto de botella, sus dientes chuecos, su caminar encorvado, su oratoria insoportablemente brillante. Reconozco su intento de humanizar al tío, al mostrarlo en su faceta más frágil y vulnerable que pocos conocían”, enfatiza.
Su hijo le había contado de su proyecto sin ninguna ceremonia especial. Lo mismo pasó con el resto de la familia, con quienes Santa Cruz fue hablando de a poco. Algunos de sus hermanos lo aceptaron enseguida. A otros les costó más tiempo.
Su tía Isabel Guzmán, en cambio, estuvo en desacuerdo con la investigación, la obra y, luego, la película. “Por personalidad, a ella le cuesta hablar de ciertos temas. Nos juntamos a tomar café un par de veces para explicarle y me manifestó sus aprensiones. No fue a ver la obra y encuentro que es respetable; yo la entiendo. En todo caso, ella es muy cariñosa”, afirma Ignacio.
De sus cuatro primos Moreno Guzmán, los hijos de Isabel, sólo Francisco vio la obra de teatro, mientras Rodrigo vio el tráiler y la primera versión de la película. “Pero eso no significa nada. Siento que están separados los temas. Una cosa es lo que yo haga con mi trabajo de expresión artística, y otra, las relaciones al interior de la familia. Yo comprendo que mis primos pueden sentir más contradicciones que mis hermanos con el argumento, porque a diferencia de nosotros, ellos sí han sido militantes del partido que Jaime fundó, miembros de la fundación que lleva su nombre y han trabajado en forma directa con parlamentarios de la UDI”, sostiene.
Aunque dentro de la familia no todos estén alineados con el trabajo de Ignacio, él cuenta con el apoyo irrestricto de su madre. Dice Rosario Guzmán que lo ha acompañado “con el profundo respeto que se merece como persona, como artista honesto y valiente, y sobre todo como hijo. Si bien yo no habría elegido este punto de vista para abordar la figura de Guzmán, Ignacio encontró eco para su proyecto entre personas de izquierda y no de derecha, aunque resulte paradójico. Recuerdo a Jaime cuando decía que el peligro de la derecha era ir en la búsqueda del dinero, abandonando el mundo de las ideas y la cultura. Si la derecha hubiese descubierto a su propio Gramsci, todo le habría salido más fácil”.
http://www.latercera.com/noticia/nacional/2013/08/680-539396-9-el-tio-jaime-guzman.shtml
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