POR PASCALE BONNEFOY M. | ENE 11TH, 2012 | Por Pascale Bonnefoy M.
Cuando aún no se apagaban las llamas del palacio presidencial, el 11 de septiembre de 1973 patrullas militares, anticipándose a lo que venía, hicieron una silenciosa ronda por Santiago para recoger en sus casas a algunos funcionarios de la morgue. Entre ellos iba uno de los conductores de la morgue en Santiago (Instituto Médico Legal, IML), y cuatro vecinos de su población, todos auxiliares y funcionarios administrativos del Servicio.
El día del golpe militar sólo estaban los cerca de 20 funcionarios de turno en el recinto en Avenida La Paz. A las 20 horas llegaron las primeras dos víctimas de la incipiente dictadura militar. Claudio De la Fuente Castillo, 20 años, y Ariosto Zenteno Araneda, 17 años, habían sido baleados en la vía pública a las 15.30 horas de ese día, de acuerdo a sus informes de autopsia. La orden de autopsia para ambos la dio telefónicamente la Guarnición Militarde Santiago, según quedó anotado en el libro de ingreso de fallecidos a la morgue, conocido como el Libro Transfer. (Ver artículo: El agujero negro de las fiscalías militares)
Al día siguiente, con el país aún bajo toque de queda total, llegaron más cuerpos, todos acribillados con múltiples heridas de bala. Se mandaron a buscar a más funcionarios del IML, entre ellos, el estafeta Heriberto Maians. Como varios de sus compañeros de trabajo, Maians permaneció dos meses encerrado en la morgue. Había demasiado que hacer.
Acostumbrados a recibir un promedio de menos de 10 cadáveres al día (durante agosto de 1973 llegó un total de 286), los funcionarios de la morgue debían lidiar ahora con un número varias veces mayor. Sólo entre el 11 y el 30 de septiembre llegaron 588 cuerpos. De ellos, 397 eran muertos por herida de bala. En un solo día, el 20 de septiembre, ingresaron 43. El día anterior, 40. Para fines de octubre, los muertos post-golpe sumaban 1.177; entre ellos, 722 víctimas de disparo de arma de fuego.
Fue tal la magnitud de trabajo, que el Servicio Médico Legal (SML) debió pedir refuerzos al Servicio de Registro Civil para que sus funcionarios ayudaran a tomar las muestras de huellas a los cuerpos para su identificación, y funcionarios del Cementerio General fueron obligados a salir a las calles a recoger muertos y después a “encajonarlos” en la misma morgue.
Como no se aumentó la planta de personal del SML, médicos clínicos de otros departamentos del Servicio debieron apoyar en la realización de autopsias. El médico legista José Luis Vásquez recuerda que en ese periodo, trabajaba jornadas de hasta 12 horas, realizando una tras otra autopsia.
Fue el periodo de la razzia, de la “limpieza” social y política, como se confirma en la alta concentración de víctimas de violaciones a los derechos humanos en ese periodo consignada en el Informe Rettig. Dejar cuerpos torturados, destruidos por ráfagas de metralleta e incluso mutilados a plena vista de la población pareció ser una táctica de la política de terror y de dominación psicológica impuesta por el nuevo régimen.
La investigación de ArchivosChile se basa en información del Servicio Médico Legal y del Registro Civil e Identificación obtenida a través de la Ley de Transparencia y la revisión de archivos en el Cementerio General de Santiago y el Segundo Juzgado Militar.
El SML entregó una base de datos en formato de hoja de cálculo con los registros completos de todos los fallecidos que llegaron a las morgues de Santiago y de otras 14 ciudades del país entre el 11 de septiembre y el 31 de diciembre de 1973.[1] Además, nos permitió hacer una copia fotográfica del libro de ingreso de fallecidos a la morgue de Santiago, conocido en el Servicio como el Libro Transfer, donde los funcionarios anotaron la llegada de los cuerpos, asignando a cada uno un número de protocolo y dando cuenta de todos los procedimientos en torno al fallecido hasta su salida de la morgue.
ArchivosChile también entrevistó a actuales y ex funcionarios del SML, incluyendo auxiliares, estafetas, conductores, secretarias, administrativos y médicos. Con estos datos y testimonios se ha podido configurar un cuadro de lo que sucedió dentro de la morgue de Santiago en las primeras 11 semanas de dictadura militar. Esto permite conocer la forma en que se enfrentó la repentina avalancha de cuerpos, incluyendo las autopsias que establecieron las causas de muerte, el proceso de identificación y reconocimiento de los cuerpos y su traslado al cementerio u otros lugares. También se pudo indagar la intervención de la burocracia militar dentro del propio SML.
La investigación abarcó la actuación de cuatro instituciones dentro de un virtual circuito burocrático de la muerte: el Servicio Médico Legal, el Servicio de Registro Civil e Identificación, el Cementerio General de Santiago y las fiscalías militares. Todos de alguna manera sirvieron para tergiversar y ocultar la realidad sobre las masivas ejecuciones políticas producidas inmediatamente después del golpe militar y hasta fines de 1973, período en el que se concentró el mayor número de víctimas de los 17 años de dictadura militar.
En esos meses la mayoría de los cadáveres fue abandonada en sitios eriazos, calles y carreteras. Los registros del Servicio Médico Legal dan cuenta de 193 casos de muertos encontrados en la “vía pública”, sin especificar el lugar. Según el Libro Transfer y otros datos entregado por el SML, 123 personas fueron arrojadas en ríos y canales de la Región Metropolitana.
ArchivosChile ha convertido los registros entregados por el SML en un mapa interactivo que muestra la ubicación de los muertos, de acuerdo a la columna del Libro Transfer “Lugar de deceso o sitio donde fue encontrado” y otros datos del SML.
Otros cuerpos fueron tirados como desechos por los propios militares adentro del Instituto o frente a sus portones, según atestiguan ex funcionarios. “Aparecían cuerpos en la entrada del servicio que eran dejados en la noche. Estos cuerpos venían sin ninguna notificación,” dijo el Dr. Vásquez.
Cadáveres al amanecer
A partir del golpe, los funcionarios de turno en la morgue dormían sólo a ratos, según recuerda Heriberto Maians, entonces estafeta que llevaba siete años en el Servicio. El descanso era imposible. Varias veces en el transcurso de la noche, vehículos militares se detenían a la entrada de la morgue. El Libro Transfer registra el ingreso de cuerpos después del toque de queda, a veces individualmente, y otras en grupos de a dos, tres, cuatro y hasta siete.
Lo que Maians y otros funcionarios de la morgue recuerdan con nitidez es la escena de los cuerpos mutilados por las balas arrojados en la vereda a la entrada del Instituto y que ellos mismos debían levantar y entrar al recinto.
“Los milicos dejaban tirados los cuerpos como si estuvieran botando basura. Algunos estaban amarrados con alambres, con la vista vendada, otros con cuerpos cortados con ráfagas. Los recogíamos y los colocábamos en la entrada. No se podía preguntar nada. Adentro, otros colegas los ponían en camillas y los llevaban a la sala de atrás donde están los frigoríficos,” relató a ArchivosChile un ex conductor del IML, entonces de 33 años, que no quiso ser identificado.
Según Maians, nadie les daba instrucciones para recoger esos cuerpos, a pesar de que por reglamento no se debía recibir ningún cadáver sin orden judicial. “No podíamos dejarlos botados ahí. No venían con papeles, y estaban todos baleados. Éramos tres los colegas que debíamos hacerlo y nos demorábamos como una hora. Había carabineros que se paseaban por la vereda, pero ellos no decían nada; sólo miraban,” dijo.
Durante el día, llegaban camiones militares y entraban directamente a la parte posterior de la morgue a dejar más cadáveres. El 21 de septiembre, por ejemplo, quedó registrado en el Libro Transfer el ingreso de nueve cuerpos a las 9.50 horas; otros 12 a las 11 horas; nueve entre al medio día y nueve más en el transcurso de esa jornada. El 6 de octubre, sólo entre las 11 de la mañana y el medio día, llegaron 29 cadáveres.
“Entraban como Pedro por su casa, unas cinco veces al día. No venían con ninguna orden. Un auxiliar me contaba que eran bien prepotentes con ellos. ‘¡Abran la puerta! ¿O quieren terminar igual que los del camión?’, les gritaban,” relató a ArchivosChile Adelina Gaete, entonces secretaria del Director del SML, Dr. Alfredo Vargas Baeza.
Los vehículos cargados de cuerpos ingresaban hacia el sector por donde entraban las carrozas a la morgue, un subterráneo en penumbras. En ese lugar, los militares botaban los cuerpos, y los funcionarios debían levantarlos y entrarlos.
“Eran conscriptos y se notaba que estaban muy asustados. Descargaban camiones con cadáveres y los botaban apilados en el suelo. Los funcionarios de la morgue los ponían en camillas y los trataban de ordenar en el piso. El lugar estaba tapizado de cadáveres uno tras otro: niños, ancianos, mujeres, hombres. Era el infierno mismo,” dijo Héctor Herrera, funcionario del Registro Civil quien fue llevado a la morgue para ayudar a tomar muestras dactiloscópicas a los fallecidos.
“Tenían signos de tortura, hematomas, tierra pegada a los ojos, sangre. Venían en un estado muy lamentable. Muchos tenían los ojos abiertos. Siempre pensé que esas personas vieron a los que les dispararon. Esos ojos me seguían todos los días, volvían conmigo a mi hogar,” agregó.
Víctimas con vida
En varias ocasiones, entre los cadáveres los funcionarios descubrieron víctimas con vida. El auxiliar especializado Mario Cornejo fue uno de los funcionarios que a partir del golpe militar debió permanecer en la morgue durante más de 20 días sin volver a casa. Mario Cornejo después le contó a su hijo[2] Sergio que un día de septiembre, cuando hacía una ronda nocturna por la sala donde se apilaban los cuerpos, sintió un quejido. Rápidamente llamó a otros funcionarios para ayudarlo a revisar los cuerpos y se encontró con un herido. Cornejo dispuso el traslado del hombre al Hospital José Joaquín Aguirre por una puerta lateral que conectaba a la morgue con el hospital. Sin embargo, supo después que ese hombre había sido secuestrado desde el hospital por militares.
Aunque es imposible determinar quién fue el hombre encontrado por Cornejo con vida en la morgue, se puede deducir, basándose en información del Informe Rettig, que podría tratarse de al menos una de dos personas.
Uno podría ser Javier Sobarzo Sepúlveda, militante del Partido Socialista y funcionario de Distribuidora Nacional de Alimentos. Fue detenido el 11 de septiembre y llevado ala Escuelade Paracaidistas de Peldehue del Ejército, de la cual había formado parte. Logró sobrevivir un fusilamiento colectivo y, dado por muerto, fue trasladado al IML, según el Informe Rettig. Desde ahí fue trasladado por los funcionarios de la morgue hasta el Hospital J.J. Aguirre, pero después fue sacado del lugar por militares, y se perdió su rastro. Hoy es un detenido-desaparecido.
Otro sobreviviente que llegó a la morgue durante el mes de septiembre era Luis Gutiérrez Rivas, minero de Lota y militante del Partido Comunista, de 29 años. Gutiérrez había sido arrestado en la capital el 30 de septiembre junto a cinco compañeros en un allanamiento militar al campamento Santiago Pino de Barrancas, en el sector poniente de la capital. Los seis fueron llevados ala Casadela Culturade Barrancas, que el Ejército había ocupado y convertido en centro de detención, y fusilados. El cuerpo malherido de Gutiérrez fue llevado a la morgue. Las otras cinco víctimas quedaron anotadas en el Libro Transfer como muertos en la vía pública. De acuerdo al Informe Rettig, Luis Gutiérrez fue llevado al Hospital J.J. Aguirre aún con vida, pero fue sacado del lugar por una patrulla militar el 2 de octubre. Permanece como detenido-desaparecido.
Maians también recuerda haber encontrado a personas vivas entre los muertos a la semana del golpe. “En las noches íbamos a mirar los cuerpos adentro y de repente sentimos unos quejidos. Había tres vivos. Avisamos a los policías que estaban afuera y ellos mismos llamaron a la ambulancia del Hospital J.J. Aguirre para que se los llevaran. A las pocas horas volvieron, pero muertos,” relató.[3]
Muertes numeradas
Todos esos cadáveres – los que aparecían frente al portón de la morgue por las mañanas, los que se debían recoger en la vía pública, y los que dejaban los camiones militares dentro del mismo IML- repletaban las salas, pasillos y escaleras del Instituto, a la espera de su turno para una somera autopsia.
“El ingreso era asombroso. El pasillo ovalado que circunda el edificio estaba con cadáveres a lo largo de ambas paredes, desde el ingreso de la puerta hasta el fondo. También estaba lleno el salón donde están las cámaras de refrigeración, que eran unas 90 aproximadamente, y no todas funcionaban. En cada una se colocaba dos, tres, cuatro cuerpos. En ese salón también había cuerpos en el suelo,” relató el Dr. José Luis Vásquez en entrevista con ArchivosChile.
Por los pasillos prácticamente no se podía caminar, dijo a AchivosChile la entonces secretaria del Director del SML, Adelina Gaete. “Había que saltar por encima de los muertos. Siempre había un olor horrible. Era espantoso,” señaló.
Los hospitales, en tanto, vivían su propio drama. El Dr. Álvaro Reyes,médico traumatólogo, trabajó en Urgencias dela Posta Central en los primeros días post-golpe. Permaneció enla Posta con otros colegas sin poder irse a casa durante cuatro días.
“No llevé la cuenta, pero era mucha gente, como nunca antes. Había muchos cuerpos con heridas de bala y el trabajo era frenético… Las ambulancias tenían trabajo día y noche sin parar”, dijo a ArchivosChile. Los muertos de los hospitales también terminarían en la morgue.
Los funcionarios se enfrentaban a una catástrofe sanitaria en potencia. Al ingresar un cuerpo, se llenaba una “acta de recepción de cadáveres”, donde se indicaba el día y la hora de llegada a la morgue y la ropa con que venía el fallecido. A cada cuerpo era asignado un número de protocolo, que se anotaba en un pequeño papel que luego era amarrado con alambre o cordel en la muñeca.
Ese número de protocolo quedaba anotado en el Libro Transfer y acompañaba al cuerpo a lo largo de los procedimientos en la morgue: era el mismo número del informe de autopsia y de los exámenes histológicos y toxicológicos que se le hicieran –aunque en esa época, casi no se hicieron. Con ese número también se enviaban las huellas dactilares para su identificación en el Servicio de Registro Civil, y con ese mismo número se autorizaba la entrega del cuerpo y su entierro.
Recoger muertos
Las salidas para recoger cadáveres baleados y abandonados en la vía pública se multiplicaron. En esa época, recuerda el ex conductor de la morgue, el Servicio tenía unas cuatro camionetas Chevrolet en las que cabían cuatro a seis cadáveres. Claramente no bastaba.
Se salía todos los días incesantemente, a diferencia de antes del golpe, cuando las salidas se limitaban a tres o cuatro veces al día, recuerda Sergio Cornejo, quien entonces tenía 13 años y acompañaba a su padre a su trabajo en la morgue. “Carabineros avisaba para ir a retirar cuerpos. Como era chico, a veces acompañaba a los choferes a recoger muertos. En los terrenos baldíos encontrábamos cuerpos muy descompuestos,” señaló.
Era tanto el trabajo, que incluso se pidió ayuda a los funcionarios del Cementerio General para salir a recoger cuerpos al Río Mapocho durante su jornada laboral, recuerda un funcionario del cementerio, quien dijo que se negó a cumplir esa tarea.
“Iban unos cuatro o cinco funcionarios, todos jóvenes. Llevaban unos fierros largos con gancho para poder arrastrar los cuerpos. Incluso uno de los colegas tuvo que ser rescatado una vez porque la corriente del río se lo estaba llevando. Sacaban los cuerpos y los dejaban a la orilla del río,” indicó el funcionario, quien pidió reserva de su nombre.[4]
Arriesgando su propia seguridad, los trabajadores de la morgue debían salir incluso durante el toque de queda. Uno de los conductores del SML de la época, quien también pidió omitir su identidad,, dijo que tenían que prepararse para cada salida: aprenderse todos los santos y señas que las autoridades militares en la morgue le indicaban para pasar los permanentes controles militares en el trayecto y no terminar baleados como las víctimas que debían ir a buscar.
“Nos daban varios santo y señas diferentes cada noche en caso de que nos pararan las patrullas. Por ejemplo, cambio de luces de cabina, brazalete de color o con alguna figura (tortuga, calavera, lagarto), palabras claves, etc. Manejaba a 20 km. por hora porque había patrullas militares a cada rato. Aunque los vehículos estaban identificados como del Servicio, igual nos disparaban ‘por error’. Después nos hacían bajar y nos tiraban al suelo,” relató el ex conductor a ArchivosChile.
Pasaba todo el día y la noche buscando cuerpos. “Íbamos al río Mapocho, a la compuerta del río, al costado del Cementerio Metropolitano, a las poblaciones. Alguien daba la orden y Carabineros en la morgue decía: ‘¿Quéhuevón está desocupado? Anda a la José María Caro, por ejemplo; en la línea del tren hay 6, 8 huevones que hay que recoger. De vuelta pasan a recoger a otros huevones en tal parte’. Así nos daban las instrucciones,” agregó.
“Vi tantas cosas que ya no quiero recordar,” dijo el ex conductor de la morgue, quien se retiró del servicio 10 años después. “Me traumaticé con todo eso, pasaba llorando. Pasé por un montón de psicólogos. Hasta hoy cuando lo recuerdo me pongo a llorar,” contó.
Uno de sus colegas, un joven chofer, tuvo que someterse a tratamiento psiquiátrico varias veces. “Cada vez que escuchaba sirenas se ponía a llorar,” añadió.
Según Heriberto Maians, uno de los estafetas del Servicio, varios de sus compañeros de trabajo que salían por las noches a buscar cuerpos “se volvieron locos”. “No contaban nada, pero llegaban de vuelta desesperados.”
El Dr. Vásquez, quien hoy continúa trabajando como médico legista en el SML, confirmó a ArchivosChile que las secuelas psicológicas de los funcionarios se evidenciaron más adelante. “En ese momento, ni siquiera teníamos la oportunidad de conversar sobre lo que estaba pasando, no había tiempo. Nos interesaba resolver rápidamente la situación, porque veíamos que se nos iba a producir un cuadro sanitario gravísimo.”
“Teníamos una presión sicológica por la responsabilidad de lo que estábamos enfrentando,” agregó. “Había familiares allá afuera, gente que deseaba saber si estaban sus familiares adentro. Humanamente, hicimos lo que pudimos.”
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