- SEBASTIÁN GUZMÁN
- Doctor (c) en Sociología.
En Aysén y Freirina, cientos apedrearon a Carabineros y quemaron sus vehículos, para obtener una respuesta a sus demandas. Los estudiantes, en cambio, han evadido la violencia en las protestas, priorizando manifestaciones pacíficas, pero a pesar de su gran fuerza, han sido menos efectivos. ¿Será hora de cambiar de estrategia?
Muchos estudiantes piensan que sí y lo proponen en sus asambleas y en la calle. Sin embargo, los principales dirigentes han evadido dicha estrategia, incluso haciendo eco al discurso de los medios oficiales, según el cual las manifestaciones violentas perjudican al movimiento. Esta estrategia parece inadecuada, en gran parte, porque la legitimidad de la violencia es un tema tabú en el debate público. Pero, si nos atrevemos a hablar del tema sin tapujos, podemos romper muchos mitos. Veremos que una estrategia disruptiva e incluso violenta, como son los bloqueos de rutas, no implica perder apoyo ciudadano y que, aunque se perdiera algo de apoyo, igual sería una estrategia efectiva y legítima.
Los estudiantes, al igual que los medios, repiten que la violencia deslegitima el movimiento. Pero nadie analiza si ello es verdad. Sólo la encuesta Cooperativa-Imaginacción tiene datos sobre el tema. Vemos allí que enoctubre de 2011, un 76.2 % de los encuestados creía que la violencia en las manifestaciones disminuye el apoyo a la causa. Sin embargo, ello era sólo una imagen errada de lo que creían que otros pensaban; en realidad la violencia no afectó el apoyo al movimiento, que se mantuvo en un 89 % durante esos meses.
Los defensores de la democracia a medias dirán que los bloqueos son ilegítimos porque para eso están las instituciones representativas. Pero hoy está claro que esas instituciones sólo favorecen a los más acaudalados, quienes no necesitan protestar porque pueden presionar con una llamada telefónica o donando para una campaña.
No era sólo que los dirigentes se desmarcaran de los encapuchados. En Agosto de este año, un 46,5 % de los encuestados estaba en contra de las marchas por el centro y el 67,3 % está en desacuerdo con las tomas. Sin embargo, el apoyo a las demandas era de un 82 %. En cambio, en Junio de 2011, cuando los estudiantes llevaban algunas marchas pero recién comenzaron las tomas, el apoyo era de sólo un 37,1 %. La violencia mostrada por los medios y las tomas visibilizaron el movimiento, muy probablemente contribuyendo así a un apoyo masivo a pesar del desacuerdo con la forma de las protesta.
La evidencia sobre Aysén reafirma la tendencia. A fines de Marzo, el 52,6 % de los encuestados estaban en contra de los bloqueos de caminos y puentes en Aysén, pero a pesar de ello el 90,9 % estaba a favor de las demandas del movimiento.
Vemos también la ciudadanía no solamente apoya a pesar del desacuerdo con los medios. En realidad, el desacuerdo con protestas que interrumpen el tránsito y terminan en violencia es mucho menos generalizado de lo que asumimos (46,5 % contra marchas en Santiago y 52,6 % contra bloqueos en Aysén).
Los estudiantes no sólo cuentan con una disposición favorable de la ciudadanía hacia la protesta. Quienes temen que la radicalización les hará perder apoyo olvidan que también cuentan con la simpatía y tribuna para validar públicamente sus acciones. La ciudadanía no apoyó el corte del puente por sí mismo, sino porque el movimiento lo justificó públicamente. También, quizá, porque vieron en quienes apedreaban a Fuerzas Especiales a personas defendiendo una causa justa, no a jóvenes que sólo querían destrozar o saquear. Si los dirigentes estudiantiles justifican cortes de carreteras y avenidas organizados, sin destrozar negocios, no serán vistos como saqueadores, sino como jóvenes jugándosela por una causa justa.
El que las protestas disruptivas o con violencia no tenga los costos políticos que muchos asumen no significa que sea el mejor medio de protesta. Casi todos preferimos otros medios antes. Sin embargo, cuando el sistema político en Chile permite a los políticos hacer oídos sordos a la ciudadanía que se expresa en reuniones o en protestas pacíficas, aprendemos que el que no llora no mama. Así se demostró en Magallanes, Aysén, Pelequén y Freirina, y así también han ido aprendiendo los pobladores de Dichato, de La Greda, los pescadores artesanales y algunos estudiantes.
Quizá a mediados del año pasado los estudiantes hubieran aparecido como innecesariamente violentos si defendían las barricadas —no lo sabemos—. Pero hoy está claro que el gobierno no responde al apoyo masivo. Por ello, concentrarse principalmente en mantener el apoyo ciudadano, como sugiere Noam Titelman, no parece muy práctico. De hecho, aunque radicalizar la protesta les costará a los estudiantes una buena parte de su 82 % de apoyo actual (algo poco probable), hoy ese sería un costo que valdría la pena asumir. Un 80 % o 90 % de apoyo ciudadano no sirven, porque el gobierno está blindado y demostró que está dispuesto a sacrificar todo el capital político si ello es necesario para defender el lucro. Peor aún, con el sistema electoral chileno, quienes defienden el lucro podrán mantener sus puestos en el Parlamento, bloqueando cualquier cambio. Lo que se necesita es presión donde al gobierno le duela: parando la economía con cortes de las principales carreteras y avenidas por varios días, cómo se hizo en Magallanes, Aysén, y Freirina.
Ante una estrategia así, los defensores de la democracia a medias dirán que los bloqueos son ilegítimos porque para eso están las instituciones representativas. Pero hoy está claro que esas instituciones sólo favorecen a los más acaudalados, quienes no necesitan protestar porque pueden presionar con una llamada telefónica o donando para una campaña.
Los “progresistas” dirán, entonces, que para eso en democracia se permiten las marchas pacíficas donde los ciudadanos pueden expresar su opinión. Pero hoy sabemos que esa opinión, por mayoritaria que sea, no se hace valer con marchas. En el Chile de hoy, la única forma que tienen las mayorías para hacer valer su opinión es a través de protestas disruptivas, especialmente si traban la economía.
Algunos dirán que las protestas disruptivas son válidas mientras no involucren violencia contra personas o cosas. El problema es que estas protestas casi inevitablemente son reprimidas con violencia policial y, por tanto, generalmente requieren de algún grado de uso de fuerza para mantener la protesta. Negarse a esta violencia defensiva implica justificar sólo la violencia de Carabineros y quienes los mandan, o un alto nivel de ingenuidad política.
También están quienes defienden el pacifismo a toda costa, citando a Gandhi o Martin Luther King. Ese pacifismo es ingenuo. Cuando la no-violencia activa es más efectiva que prácticas disruptivas que pueden traer violencia, casi todos la preferiríamos. Pero hasta el mismo Gandhi reconocía que ella no siempre era una opción y fue por ello que llegó al extremo de tomar parte activa en guerras en Sudáfrica. Más aún, la no-violencia no sólo no ha sido poco efectiva en Chile, como han aprendido muchos movimientos sociales; varios estudios han mostrado que tampoco lo fue en el supuestamente ejemplar caso de Luther King en EE.UU. Allí, la expansión de asistencia social para los afroamericanos no fue una respuesta directa a la no-violencia activa de Luther King, sino a los disturbios violentos de la época.
Imitar la estrategia de Magallanes, Aysén y Freirían no es fácil. Requiere de un gran coraje para enfrentar la violenta respuesta que podemos esperar de parte del gobierno. Sin embargo, los estudiantes han demostrado que están preparados. Sólo les falta saber confiar que será efectivo y saber que el país los va a seguir apoyando.
http://www.elmostrador.cl/opinion/2012/09/13/la-necesidad-y-legitimidad-de-las-barricadas/
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