(Por Andre Jouffe)
El 11 de septiembre de 1972, Salvador Allende y los periodistas de La Copucha de La Moneda, ofrecieron un vino de honor en homenaje a su colega Tatiana Vega, que cubría esta área para el diario El Siglo.
Gran contraste con lo que fue la boda religiosa, nada menos que oficiada por el cura pro Patria Libertad, Caradima, de la Iglesia colorada de El Bosque. El tema era mantener felices a los viejos que anhelaban novia de blanco y su pareja de rigurosa formalidad.
La periodista luego del matrimonio partía pocos días más tarde con su media naranja a Alemania donde el flamante novio cursaría una beca en el Instituto Internacional para el periodismo de Berlín.
Para el Presidente, éste periodista quedó marcado como viajero. Y en algunas oportunidades, a mi regreso, el amigo Secretario General de Gobierno, Jaime Suarez Bastidas, me hacía subir donde el "chicho" para que lo entretuviera con noticias de Europa, de las que remitía por correo o teléfono mi madre.
Obviamente que no me negaba a los buenos whiskies que me ofrecía el Jefe de Estado y, en más de una ocasión, mi mujer de entonces me reprochaba llegar pasado a trago cuando iba a La Moneda.
No le consolaba el saber que había estado en compañía del Presidente de la República, más la molestaba que esa noche iba a ser de apnea y ronquido.
Aunque doña Tencha quiera olvidarlo, pocos meses antes, en diciembre de 1971, le propuse una Navidad cristiana a Salvador Allende, proyecto que se concretó gracias a la gestión personal de Carlos Jorquera.
Allende se defendió un poco aludiendo la campaña que existía contra la tala indiscriminada de pinos.
Lo concreto es que el Premio Nacional de Periodismo, Enrique Lindorfo Aracena Pérez, perpetuó esta velada. La Tencha nos obsequió con una botella de vino, sin envolver a cada uno.
El Presidente estuvo a la altura de las circunstancias, jovial, simpático y optimista. En esos meses el desabastecimiento aún no ingresaba al mercado nacional. El living de Tomás Moro estaba adornado con motivos navideños y, ahí estaba el famoso pino.
Después del 11, mi padre escondió esta foto en medio del pánico de muchos de nosotros que lo quemábamos todo. Ustedes no se imaginan lo que fue picar en pedacitos el carnet del PC de mi ex.
El autor de mis días -lamento decirlo- estaba bastante contento con el fin de la UP, aunque pienso que sus negocios nunca anduvieron mejor que entonces. Hasta regaló el anillo de su único matrimonio a la Junta, para lo que fue el gran robo nacional. Pero por lo menos, puso a buen recaudo la foto que ilustra esta columna, pues momio y todo, el viejo sentía respeto por la autoridad que, hasta el día de su asesinato, fue don Salvador Allende Gossens.
http://www.elperiodista.cl/newtenberg/1449/article-37611.html
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