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lunes, 11 de junio de 2012

karen Eitel (La cosmética de la tortura...por canal 7 y para todo espectador)

El rostro de una mujer en una fotografía tiene a veces una atmósfera vaporosa que poetisa el hallazgo de su presencia retenida e inmóvil en el papel. En cambio, el rostro de una mujer filmado por la televisión supone un movimiento neurótico, una temblorosa imagen quieta por el pestañeo epiléptico que retoca continuamente la cosmética de su aparición en pantalla. Y tal vez, esa sensación de estar frente a un rostro electrificado pudiera ser el argumento para recordar a Karen, para volver a ver, con el mismo escalofrío, su cara tiritando en la pantalla de Canal 7, en el noticiario familiar para todo espectador. Su rostro joven, erizado en el vidrio luminoso del video. Su rostro elegido para el escarmiento, absolutamente dopado por las drogas que le inyectó la CNI para que leyera públicamente la carta de su arrepentimiento. Un mentiroso papel, escrito por ellos, donde Karen renegaba de su pasado en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Confusamente ebria por los barbitúricos, ella iba desmintiendo las flagelaciones y atropellos en las cárceles secretas de la dictadura. Esos cuarteles del horror en calle Londres o Borgoño. Esas casas de techos altos donde el eco de los gritos reemplazaba la visión tapiada por la venda. Casas antiguas en barrios tradicionales, repartidas por un Santiago destemplado por el ladrido matraca de la noche susto, la noche golpe, la noche crimen, la noche metálica en aquellos lejanos años ochenta. La aparición de Karen en canal nacional aquella tarde, tenía la intención de negar las denuncias de organismos nacionales e internacionales sobre violación a los derechos humanos en Chile dictatorial. Por eso se montó la escena patética de su confesión televisiva. Por eso la Karen iba leyendo, y en su voz narcotizada, contaba una película falsa que todo el país conocía de memoria. En su tono tranquilo, impuesto por los matones que estaban detrás de las cámaras se traslucía la golpiza, el puño ciego, el lanzazo en la ingle, la caída y el rasmillón de la cara en el cemento mojado. En esa voz ajena al personaje televisado, subía un coro de nuncas y jamases picaneados por las agujas de la corriente en los ovarios, el aguijón de la corriente crispándole los ojos, dejándoselos tan abiertos como una muñeca tiesa hilvanada de jeringas. Como una muñeca sin voluntad, obligada a permanecer con los ojos fijos, maquillados de puta, como con rabia le tiraron el azul y negro en los párpados. Sus ojos descerrajados abiertos para adivinar el golpe a mansalva. Los ojos tremendamente abiertos a esa nada, a esa franela, a ese trapo de la venda como cortinaje de luto también abierto al paisaje ciego de horror. Y después de tanta oscuridad y búsqueda y denuncia, los ojos de la Karen sin expresión, abiertos de par en par para la televisión chilena, para la familia chilena tomando el té a esa hora del noticiario. Quizás son pocos los que tienen en la memoria esta imagen de la crueldad de alto raiting en el pasado reciente. Son escasos los que desde ese día aprendimos a ver la televisión chilena con los ojos cerrados, como si escucháramos incansables la declaración de Karen arrepintiéndose a latigazos de su roja militancia, de su copihua y estropeada militancia que temblaba coagulada en el rouge de su boca, en el garabato de payaso que le pusieron por boca, en la costra de corazón dibujada en sus labios por el maquillaje del miedo. Su boca torcida por el nunca. Pero ese nunca, anestesiado, agotado por las veces que debió repetirlo antes de filmar, ese nunca obligado por el culatazo bajo la manga y fuera de cámara, ese nunca desfalleciente por el vahido que le dieron para que permaneciera de pie, ese nunca mordido hasta salar la lengua con el gusto opaco de la sangre, ese nunca repartido al país en la imagen compuesta, pintarrajeada y vestida de niña buena para negar la rabia, para falsear de cosmética las ojeras violáceas y los hematomas ganados en el callejón oscuro de la inolvidable CNI. Tal vez, recordar a Karen en el calendario televisivo de los ochenta permita visualizar ahora su vida rasmillada por estos sucesos, saber que fue la única estudiante de la Universidad Católica que no fue reintegrada a su carrera de inglés. Como si el impune castigo se repitiera eterno, en una película sin fin para las víctimas del escarnio tricolor. Es posible que las pocas noticias que tengo de Karen, más el video de Lotty Rosenfeld, la única artista que tomó el caso para denunciarlo en su trabajo, no me permitan la serena objetividad para narrar este suceso. Es más, el reconciliado sopor de estos días democráticos, altera mi pluma y sigo viendo a Karen temblando en el agua de la pantalla, sumergida cada vez más abajo de la historia, cada vez más nublada por el olvido, moviendo lentamente su boca en el nunca repetido calvario de su guerrillera flor 


 PEDRO LEMEBEL


 http://puntofinal.cl/990319/artes.html








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