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viernes, 27 de enero de 2012

El Blog de Guerrero: Mi padre y yo denunciamos: La mano del traidor, El Fanta #tressillas

Mi padre escribió un testimonio dado a conocer en 1976, que probablemente le costaría la vida años después en 1985, pues denuncia por primera vez la participación de Miguel Estay Reyno, "El Fanta", en los operativos de lo que se creía era la DINA, pero que hoy se sabe era el Comando Conjunto, que articulaba a agentes de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas en el período de instalación de la dictadura militar en Chile.


El Fanta había sido militante de las Juventudes Comunistas, encargado de seguridad de los dirigentes, y conocía muy de cerca no solo la estructura organizacional, sino la vida familiar de muchos de los hoy detenidos desaparecidos durante la acción del Comando Conjunto. Estuvo varias veces con mi familia, jugó conmigo cuando yo era pequeño, y en forma aún inexplicable hasta el día de hoy, pasó de delator a agente de los órganos represivos. Una cosa es no aguantar la tortura, pues se trata de una experiencia límite monstruosa de la cual nadie puede sentirse a salvo, pero otra cosa es convertirse a la escala de valores de los torturadores y participar, colaborar en la destrucción de los conocidos y la organización que antes era propia, y así volverse responsable activo de la máquina de guerra que constituyó el núcleo duro del Terrorismo de Estado.


Mi padre fue uno de los pocos que salvó con vida en 1976 de la acción de tal Comando, situación que no fue perdonada por el Fanta, quien participaría directamente con posterioridad en su secuestro y asesinato en marzo de 1985, siendo la persona que decidió que la técnica de muerte sería el degollamiento, entregando él personalmente el cuchillo con el cual se perpretuó el crimen de José Manuel Parada, Santiago Nattino y mi padre. Hoy cumple condena en la cárcel de Punta Peuco y está procesado por varios de delitos de lesa humanidad.


A pesar del tiempo transcurrido Miguel Estay Reyno no ha mostrado arrepentimiento alguno de lo obrado. Al contrario, en cada oportunidad que se presenta busca racionalizar su participación en los hechos quedando siempre como víctima de las circunstancias, como si él fuese el único ser humano sobre la tierra que no tiene que dar razón de sus hechos, que no es sujeto. Yo he pedido a los abogados poder ir a visitarlo a la cárcel, pues se trata de la persona que vió por última vez a los ojos a mi padre, condenándolo a una muerte de animal degollado. Se trata de una persona que ellos llaman "sin alma", esto es, de una frialdad extrema, de cálculos insospechados. Él no ha aceptado que lo vaya a visitar y dejar que lo mire a los ojos. No ha sido capaz del más mínimo gesto de asumir y pedir perdón, sólo calcula costos y beneficios, y actúa con una frialdad extrema.


Parte de ese cálculo maquínico, es que aparezca hoy con el número 2877 como beneficiario del Informe Sobre Prisión Política y Tortura, "Valech". El Fanta logró, por un extraño proceder de los funcionarios de Estado a cargo del Informe, que su testimonio fuese calificado, compartiendo ahora un soporte de inscripción común con sus víctimas. El Fanta, con esta operación, se convierte de victimario en víctima, que es lo que siempre ha buscado realizar para no hacerse responsable de su participación en crímenes de Lesa Humanidad.


Pero hay algo que su frío cálculo racional no podrá alterar: De acuerdo al mismo Informe fueron decenas de miles los torturados y sin embargo no se volvieron torturadores ni asesinos como él. Cientos, miles de ejemplos de valorosos compatriotas lo demuestran. Sufrieron, padecieron, se quebraron, pero no se volvieron torturadores ellos mismos. No hay correlación entre esta experiencia límite y la opción que tomó el Fanta, de volverse un agente de los organismos de exterminio del fascismo chileno. Por ello el Fanta es indigno al postularse al Informe Valech, porque él mismo ayudó a engrosar sus páginas con nuevas víctimas por su acción como victimario. No hay caso, nuevamente se sirve del Estado para encubrir su responsabilidad.

Y aquí el Estado democrático a través de este Informe ha cometido una aberración. Como menor de edad de entonces, 1976, que sufrí junto a mi hermana prisión política y tortura en el Fuerte Silva Palma cuando él ya era agente activo del Comando Conjunto, hoy comparto Informe junto a él, que es quien torturó y asesinó a mi padre, y siendo que él cometió Terrorismo de Estado es beneficiario de la misma pensión de reparación de Estado que yo y sus víctimas. Y miles que sí les corresponde por lo que atravesaron no calificaron a juicio de este Informe. Pero el Estado es imparcial, se pone la venda en la lotería de impartir justicia. ¿Es así? Miles de casos reales de violaciones a los derechos humanos no calificaron, y el Fanta sí, que cumple cadena perpetua en Punta Peuco. No colaboró con la justicia y hubo que gastar años de años investigación e ir a buscarlo a Paraguay. Y es beneficiado por el Informe Valech. ¿Estado imparcial o a favor de la impunidad?

Algo no me calza con este Estado democrático: Lagos indultó, sin razón alguna, al asesino material de Tucapel Jiménez y tuvimos que salir los hijos del "caso degollados" a la calle para exigir que se cumplan las condenas que el Estado de Derecho había dado, con justos y debidos procesos. Lo de Lagos se ha dicho que fue un gesto al general Cheyre, que nada tenía que ver con la justicia, simple pragmática política. Luego Piñera puso a Andrusco a cargo de Gendarmería de Chile, y nuevamente tuvimos que salir a la calle para impedir que alguien que formó parte activa de la DICOMCAR, responsable del crimen de nuestros padres, estuviera a la cabeza de un organismo del Estado. Hoy la Comisión Valech beneficia a El Fanta, ¿hasta cuándo se persiste en introducir horror en nuestras vidas que hemos intentado reconstruir? Bajo el manto de impunidad es imposible no solo reconciliarnos con el Estado de Chile, sino con la propia vida que va perdiendo sentido al carecer de certezas mínimas de que avanzamos a asumir nuestras responsabilidades, también el Estado respecto de sus agentes.

A pesar de todo lo vivido, no creo en el gen del mal, creo en el ser humano. Por ello es que mi llamado es siempre a revisar cuáles son las condiciones de posibilidad sociales que permiten que gente termine asesinando a mansalva tomándose el Estado como parte de su máquina de guerra contra la ciudadanía y el propio pueblo. En el caso del Fanta contra sus propios compañeros. Si no se establecen las condiciones sociales de posibilidad para la tortura institucionalizada, el tan cacareado "nunca más" nunca será verdadero y solo una consigna funcional para dar credencial de país democrático. Por de pronto, la memoria activa es una forma de hacer presente lo que la condición humana es capaz de hacer en determinadas circunstancias y hacer conciencia, de esta forma, que ello no se repita. Pero claramente la Memoria no basta. El Estado tiene que asumir su responsabilidad y es pésima señal mezclar víctimas con victimarios, pues relativiza lo sucedido y agravia aun más a las víctimas y la memoria de los luchadores sociales que dieron sus preciosas e irrepetibles vidas para recuperar la democracia.


Manuel Guerrero Antequera.
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La mano del traidor
por Manuel Guerrero Ceballos (testimonio escrito por mi padre en 1976)


Un puñete en el estómago me hizo aullar de dolor y fue seguido por otro que me hizo crujir la mandíbula. Golpearon con furia y odio concentrado.


- No hueví pu' Manuel veí que yo te conozco - gritó alguien a mi lado.


En la tempestad de padecimientos la voz heló mi sangre y cosquilleó mis oídos. Me sobresalté y esperé tenso.


- Mejor que contí la firme Manuel, aquí ya tienen la película completa. Vos te llamai Manuel Guerrero Ceballos, teñí 27 años, estay casado con la Vero, tení un hijo que se llama Manuel y tiene cuatro años, tus pa­dres y hermanos se llaman -dio los nombres de cada uno-, erí de una familia comunista, tus parientes han tenido estos cargos en la Jota y el Partido. Tú erí miembro de la Comisión Ejecutiva del Central, de la Jota, en la que participai de tal fecha, hai tenido tales cargos, hai viajado al extranjero. Después del 11 quedaste trabajando en la Dirección de la Jota, y hai ocupado estos cargos y hai estado viéndote con esta gente. Seguiste participando. Esto es para que te soltí de una vez y te podai salvar o te fuiste cortado no más. Lo siento Ma­nuel, pero así es la cosa. Si no entendí te puedo dar otros datitos de tu familia, de la Jota y de tu pega. Yo te recomiendo que mejor hablí, porque aquí al final todos lo hacen. Hay un lote de viejos del Partido, por los cuales se colocaban las manos al fuego, pero que han cantado como locos, y con ellos se ha hecho un trato. Tú también podí hacer un pacto, contar algunas co­sas, ayudai su poco y viví tranquilo después. Total esta cosa va pa' largo.


La tensión vivida se precipitó y, una vez más, escalofríos hacían vibrar el cuerpo y la respiración se apretaba. Mi angustia se producía porque esa voz me era familiar, la había escuchado en alguna parte, además que la gran cantidad de antecedentes y sobre todo la forma de decir las cosas resultaba cercana.


Sin dar tiempo a mis cavilaciones las preguntas sucedían sin parar:


- ¿A dónde podemos ubicar a tal y cual?
- ¿Qué pasó con este otro?
- ¿Y al exterior quién viajó en esta fecha?
-¿Cómo se financia la actividad?
-¿Dónde imprimen el periódico?
-¿Cómo se ligan las provincias y el Partido?
-¿Qué nombres de dirigentes y militantes podí dar?
-¿De otros partidos a quién conocí y sabí cómo ubicarlos?
-¿En qué casas se reúnen?
-¿Hacia los milicos qué pega hacen?


Seguía sobrecogido. Mi ansiedad era ubicar al dueño de la voz que dijo conocerme. Eso era muy importante, ya que dependía de quien fuera y si era efectivo que me conocía cómo me seguiría manejando y sobre todo eso podía demostrar hasta qué punto conocían la actividad y el funcionamiento de la Jota. Ya que una cosa era ata­car desde fuera la organización y otra era hacerlo desde dentro, conociendo más ampliamente los métodos de trabajo y acción.


La posibilidad de la utilización de presos como delatores o traidores me golpeó brutalmente. En mí se rebelaba el sentimiento de pensar que un antiguo compañero pudiese ser un elemento servil de los que sometían a nuestro pueblo a la represión, al hambre y a la miseria. Quise separar la idea del traidor para suponer que era una maniobra más de los verdugos, y que, como otras, se desvanecerla. No sería la primera vez que se inten­taba contraponer a militantes con militantes, pero esa voz me seguía siendo conocida, había hablado con cercanía nueva respecto a los otros interrogadores.


¿Quién podría ser, desde cuándo estaba allí, era obligado a decir eso o era un agente más, sería un síntoma de in­filtración? ¿A lo mejor tenían a otros compañeros pre­sos, nada raro que los mismos por los que preguntaban? ¿Y en ese caso qué hacer? ¿Qué posibilidades de accio­nar tenía? ¿Hasta qué punto tenía sentido negar todo cuando lo podrían conocer? Incluso podría morir en va­no.


- Ya Manuel, mejor colabora y así no te sacrificas inútilmente. Aquí se trabaja a gran escala, no somos novatos y si gastamos plata y tiempo en vos por algo será -, agregó el mismo individuo.
¿Dónde he escuchado esa voz? En alguna ocasión me fue cercana. ¿Pero será la misma? Intentaré mover el brazo, correrme la venda, así lo podré ver y aun­que me peguen saldré de la duda. Si sé quién es sabré cuánto pueden conocer.


- No seai, porfiado no veí que te conocemos.


La voz retumbaba en mi conciencia. ¿Dónde la he oído, en qué lugar y circunstancia? ¿Será la proximi­dad de la muerte que me hace divariar, confundir so­nidos y palabras?


El eco de la voz se prolongaba en los mil veri­cuetos de mi cerebro y sentidos.


- Te conozco.
- No hueví, veí que te conozco.
- Dí la firme, veí que te conozco.


En la búsqueda de la unión de la voz y las imáge­nes fantasmales, borrosas, que acudían, un espanto profundo se fue haciendo patente. Por vez primera la rea­lidad de la traición me estremecía, me aplastaba, hun­diéndome, aún más, en la incertidumbre, en el miedo y el vacío. Sí, vacío. Un vacío de nada, de ausencia-presencia, de vértigo inmenso, de desarraigo de la tierra, ingravidez, oscuridad y silencio. Caminaba por un sendero sin fin, sin límites, desocupado de vida y sentido. Deambulaba solitario, viendo rostros sin fac­ciones, cuerpos sin brazos, voces sin bocas.


La pregunta persistía: ¿Quién era el que machaca­ba mi carne, acrecentaba mis pesares, empujaba el carro del exterminio?


Una vez más la disputa entre mi cuerpo y la con­ciencia surgía. Debía ser capaz de serenarme, de re­flexionar sobre quién era el bastardo, pero el dolor y la angustia lo copaban todo, no había lugar para pen­sar.


“Estoy jodido, nada va quedando, no hay en que afirmarse, estoy haciendo el loco aguantando cuando hay gente nuestra trabajando con ellos. Y si hablo san se acabó. Total estoy solo, nadie vigila mis pasos y por lo demás yo soy el que está sufriendo. Tengo que vivir, es estúpido morir.”
La sensación informe, profunda, hiriente fue con­sumiendo mis tejidos.


“¿Y si hablo qué pasa? ¿Quién me va a poder juz­gar, cuando para sufrir esto, hay que estar aquí? Es fácil condenar a la distancia cuando como jueces se dice lo que es bueno y malo. Si este infeliz habló estoy puro hueviando. Pero si les digo lo que sé y después igual me ma­tan. ¿Quién me asegura la vida? Quizás pudiera ganar algunos días. Vivir, vivir, esa es la suprema necesidad. Si hablo después, cuando me suelten, digo que ya lo sabían todo.”


-¿Qué estai pensando? Te dai cuenta que estai ca­gado, cuenta mejor y llegamos a un acuerdo.


- Ya Manuel, di con quién ibas a juntarte.


Un silencio pesado se interpuso entre ellos y yo.


- Habla concha de tu madre.


El golpe me dolió pero ya no tanto.


“¿Qué pasa que no siento tanto dolor, a lo mejor me estoy muriendo ya?


- ¡No voy a hablar!


- ¿Qué decí?


“Putas, pensé, lo dije en voz alta.”


- ¿Qué decí?, te pregunto. No respondí.


- Dile a este comunista de mierda lo que sabí de él.


La voz del traidor (la idea del traidor tomó cuerpo) empezaba a hacerse familiar. Tengo que conocerlo. Si ubico en qué tiempo lo oí antes, puedo saber más o menos quién puede ser. Antes, claro, es de antes, ahora no me he topado con nadie dueño de esa voz.


Con pomposidad y aspaviento el miserable sujeto reinició su letanía, rodeando cada afirmación de aspectos anecdóticos que indicaban el conocimiento cercano que tenía sobre mí. Cada hecho lo unía a amenazas, ex­presiones de desprecio y ofertas de colaboración.


- Esto tiene para largo, así que te vai a sacrificar inútilmente, la Jota y el Partido cagaron. Qué sa­camos con jugar a los bandidos con esta gente que son especialistas en la cuestión, hasta pueden leerte el pensamiento si quieren. Eso de andar escondido y pasando apuros para qué, cuando hay huevones de arriba que se las arreglan lo más bien, viven como reyes mientras los esclavos trabajan para ellos, y cuando caen presos, los que se creen duros son los que más sueltan prenda. Mira, es cosa de pensar bien si ya tienen cagada a la Jota, más vale vivir. Piensa en tu señora y el cabro chico. ¿No te da pena no verlos más? La solución la tienes en tus manos, de ti depende que salgai de esta y la Vero también se salve. Sí, yo sé que cuesta hacerse a la idea, pero después de dar el paso se arregla la cosa. Vivir, eso es lo que importa, lo demás son huevadas. Estai pensando, nosotros sabemos que le estai dando vueltas al asunto, decídete y avísanos. Ahora.... mira, si no querí darte por las buenas, te vamos a despachar de una vez, y nadie va a saber de ti. Más encima, te podemos cagar con tus compañeros queridos, porque te vamos a requetecagar, hasta el recuerdo, entendí.


La andanada de antecedentes, amenazas y proposi­ciones, caían como fardos, uno tras otro, sin dejar tiempo para completar una idea cuando estaba frente a otro hecho. La confusión era total. No sabía ya qué pensar, por dónde salir, cómo reaccionar, qué respon­der o callar.


Las informaciones dadas por el traidor eran, en general, efectivas, correspondían a hechos reales. Te­mía el enfrentamiento con él, un careo. La mayor angustia era la duda que se metía en mi ser, había ahí un traidor, alguien que estuvo luchando o pensó igual que uno y que servía ahora otra causa. La traición no era una especulación, existía, se daba, era muy posible que fuésemos manejados como marionetas por traidores enquistados.


Esto que provocaba mi rechazo era atenuado por la urgencia de vivir. Se podía hablar y seguir vivien­do. “Si digo lo que sé no es traición porque ellos ya lo saben”. El mundo se derrumbaba a mis pies, el andamiaje de credibilidad y confianza se trizaba, parecía estéril sufrir, padecer, cuando habían otros que entregaron todo lo que sabían. ¿Para qué seguir padeciendo, por qué tener que sufrir cuando a tanta gente le es indiferente nuestra lucha? ¿Cuántos hay que en nada se meten y viven sin sobresaltos? Es una irracionalidad esta lucha tan desigual. Nos cazan como conejos, estamos ajenos a nuestros hogares, vivimos como de prestado, entregamos los días y las noches, hemos dedicado más de la mitad de nuestras vidas a esto sin conocer vacaciones, sacrificando domingos, careciendo de reposo y todo para qué, para que en cualquier momento todo se vaya a la mierda. Somos enanos, queriendo alcanzar el cielo con las manos. Ilusos: eso somos.


Sentía una pena honda, dolores no de huesos y carne, sino de sentimientos, desazón, desengaño, frustración.


(Hablo y me salvo...Vivir, salvarse; qué más humano que vivir).


Las lágrimas emergieron. Lloraba, lloraba, por mí, por impotencia, por estar solo, abandonado, perdido, desorientado. El llanto brotó a mares, como un escape abierto a la angustia. Nada me importaba, sentía nece­sidad de llorar, lo hacía, profusa, copiosamente. La tensión, rabia, confusión, terror, miedo, dolor y todo eso junto y mucho más, se expresaba en lágrimas que bañaban mi cara, imparables. Me entregué al desahogo sin pensar qué pasaba y dónde estaba. Existía solo yo y mi pena. De tanto llorar me trapicaba, me ahogaba, tosía.


¿Qué hacer? ¿Qué hago? ¿Qué hacer? ¿Hablo y se acabó no más? ¿Y si no hablo, me mataran o no? ¿Por qué metí en esto?¿Para qué?¿En qué momento estuve?¿Por qué no me cabrié antes? ¡Debería haberme ido del país!


Parecía que estaba sólo, pues nadie hablaba, no se sentía ruido alguno. Era yo no más que estaba hundido, extraviado, quizás moribundo. (Mierda de vida, mierda de mí).


- ¡No te desesperí Manuel, cuenta con nosotros!


- Conversemos mejor, a ver, ayúdate un poquito y estai al otro lado. Mientras más te apurí mejor, así te verán los médicos.


El deseo de no despertar de ese largo letargo, de continuar sumido en las penumbras, de no escuchar ni saber de nada ni de nadie era muy fuerte.


(Quisiera abrir los ojos y estar en casa. Esto tiene que ser una pesadilla o estoy divariando. Vero, ayúdame, me siento mal, me hacen daño, no los dejes. Grita, grita: ¡Asesinos, se llevan a mi marido, auxilio! ¡Asesinos son de la DINA, asesinos!)


(Son de la DINA, asesinos, son de la DINA, asesi­nos, ¡eso son!)


Una vez más me sobrecogí, estaba agazapado dentro de mi, hay un tigre dentro de otro tigre, una caja dentro de otra caja, uno más uno dos, dos más dos cuatro…. Estoy agazapado dentro de mí. Ya espero, golpeen si quieren, ya espero. Pienso leseras, me estaré vol­viendo loco: Manuel Guerrero......presente ......diga señor. ..... llévenselo. ..... amárrenlo. .... .es peligroso, ......y si no se deja mátenlo......En la cabeza debían haberte pegado el balazo, así habría estallado la cabeza, plop: saltaron las pepas. ....y…C......A......G......A......S......T......E.


El silencio, nuevamente el silencio. Hay una luz en el horizonte, camino y camino, me detengo, res­piro, con la mano derecha me seco la transpiración, agachado sigo caminando, de vez en cuando me paro y al­zo la vista, la luz sigue donde mismo: que lejos está, y cuán cansado estoy, pero llegaré. Paso a paso avanzo por ese paisaje desolado sin que me cruce con cosa vi­va alguna, alzo la mirada, estoy a pocos pasos de la luz. Un poco más y ya estaré, miro de nuevo y no hay tal luz.


- Manuel, cuenta, háblanos de la Jota, de lo que haces tú.


- No sé, nada sé.


- ¿Cómo no vai a saber nada? Dinos algunos nombres de galla que conocí. Danos diez nombres para empezar, militantes si querí.


- No sé, ya dije que no sé.


Cual garfios dos manos me tomaron de los hombros cerca del cuello y me sacudieron brutalmente.


-¡Si no hablai, muérete de una vez concha de tu madre!


Me zarandeaban y golpeaban, profiriendo injurias, maldiciones.


Grité, aullé, lloré, ofendí:


- ¡Déjenme morir, asesinos!


Volví a sentir gritos, golpes, pero parecía que era otra persona, nada me dolía, me sentía bien, escu­chaba, escuchaba, escuchaba, escuchaba.......


- No te vai a morir ahora, huevón. Aguanta, aguanta.


Me levantaban tirando de pies y brazos. A la dis­tancia, una voz presurosa señaló:


- El General dice que lo llevemos.


Escuchaba y perdía la audición. Sentía frases truncas, palabras incompletas.


Corrían y prestos me transportaban en una sába­na, frazada o chal.


-¡Apúrate, apúrate!
- Echa a andar el auto mientras....
- ¡Apúrate huevón!
- Abre atrás.
- Tú, agárralo del otro lado.
- ¡Ya está!
- Vamos, corre, vuela, tonto huevón, mira que el fiambre se puede echar a perder....
- Ja, ja, ja, ja....


Encajado en el espacio que hay entre el respaldo del asiento delantero y el asiento trasero, de lado, con las piernas encogidas me encontraba.


- Métele pata.
- Putas que vai lindo Manuel, parecí arrollado con esa frazada.
- Ja, ja, ja, ja....
- Ahora te vamos a bautizar, desde ahora te vai a llamar Pedro Gonzáles Rocha, lo de Rocha te lo ponemos, porque de vos no va a quedar ni rocha.


Nuevas risas acompañaron la amenaza.


El vehículo iba a gran velocidad, en las curvas chirriaban los neumáticos y mi cuerpo zangoloteaba co­mo resultado de las maniobras.


Me sentía pésimo, perdía y recuperaba el conoci­miento. En los intervalos de lucidez pensaba en la muerte que me atrapaba. Deseaba que fuera así.


La loca carrera del vehículo continuaba y los ocupantes bromeaban con la posibilidad de un choque, competían en adelantar vehículos, gritaban a los choferes de otros autos. Jugaban. Tras una vuelta muy pronunciada el vehículo ascendió por lo que a mi me parecía una explanada, y gritando ¡cuidado! se introdujo por lo que podría ser un camino. Frenó bruscamente y corriendo descendieron a abrir las puertas.


- i Una camilla, rápido! - gritaron.


Tomaron las puntas de la frazada y me sacaron del vehículo, al tiempo que alguien se me acercó al oído y dijo:


- Ya sabí como te llamai Pedro González Rocha y cerrado el pico. Si hablai con alguien, te liquidamos, eso no solo sucede en las películas, hay gente que muere atropellada, se cae de los edificios y también de los hospitales.


- Te vamos a sacar la venda.


Me estremecí: podía ver los rostros. Todo ese tiempo me intrigaba saber quiénes eran, cómo eran. Ahora podría verlos, registrar sus fisonomías, gritarles en su cara. La posibilidad de ver me dio esperanzas, recupe­rada un arma, con los ojos abiertos ya no estaba tan indefenso. Me regocijé.


De un tirón desprendieron la venda adhesiva de los ojos, uno de los cuales lo sentía destruido, pues había quedado medio abierto con la tela pegada encima.


Me golpeó la luz, haciéndome lagrimear. Veía nubladamente. Con ansiedad miré las caras de los verdugos. Eran rostros comunes, sonrientes, "normales", miraban con aparente simpatía inclinados sobre mí mostrando preocupación por mi salud. Sus caras denotaban juventud, tendrían mi edad o menos años. Me impactó esta observación, esperaba encontrar hombres con aspectos de enfermos, rostros crispados, desencajados de odio, frenéti­cos. Estos parecían saludables, de fisonomía bonachona, amigables, conocidos sin conocerlos. Su piel parecía bien cuidada, eran elegantes, rasgos finos. Eran pijes.


- En apariencia ustedes no son malos - les dije.


Se rieron y alzaron el cuerpo poniéndome en una camilla que rápidamente empujada, por no sé quién, entró en un largo pasillo. Los agentes de la DINA corrían a ambos lados. Introdujeron la camilla en una sala pequeña y manos expertas me atendieron: Eran médicos y enfermeras.


- El Director está al tanto y ha dado orden que lo atiendan -, señaló uno de los verdugos.


Nadie dijo nada y empezaron a examinarme para después clavarme inyecciones, ponerme plasma sanguíneo y suero.


Sentía debilidad total y en contra de mi voluntad los ojos se cerraron y nada supe.


Volví en mí, cuando tapado por una sábana, cual imagen de muerto, era trasladado de lugar. Me costó volver a captar la realidad, tenía dolores incisivos y un bra­zo estaba pinchado con algo. La sábana que me cubría el rostro se pegaba a la nariz y la boca. Temblaba, tenía frío, mucho frío. Las ruedas de la camilla producían un extraño ruido al deslizarse sobre el suelo. Eso, más el recuerdo de los médicos y enfermeras, me hizo pensar que estaba en una clínica u hospital. Debe ser una clínica de la DINA, supuse. El ambiente estaba impregnado del olor característico de los hospitales. La camilla entró en un ascensor y dijeron "tercer piso". Cada detalle lo interpretaba. ¿Me matarán aquí? ¿Serán otras las torturas que aquí aplican?


Si fuera un hospital corriente a lo mejor puedo armar un escándalo, mandar a decir dónde me tienen, pedir ayuda. También puede ser que me lleven donde otros presos. ¿Qué lugar será? No puede ser Dignidad, porque esto creo es Santiago.


Me sofocaba debajo de esa sábana y también para intentar averiguar el lugar donde estaba, con la boca empecé a tirarla.


- Despertaste huevón, quédate quieto -, me ordenaron.


Descendieron y me destaparon en una pieza pequeña que tenía una ventana. Había seis sujetos, varios de los vistos antes. Un médico y un enfermero me trasladaron a la cama que tenía sobre la cabecera una luz potente. Estaba prendida, pues ya estaba oscuro y asemejaba un típico cuarto de interrogatorio de la Gestapo.


- Ahora vai a descansar, mañana hablaremos. Aquí van a quedar dos muchachos contigo, para que no te sientas solo. Y recuerda la advertencia, si tratas de comunicarte con alguien te vai cortado. ¿Entendiste Pelluco?


Todos se habían puesto alrededor de la cama por lo que asemejé la escena a una que habla visto en la película "El Padrino".


El que hacía de jefe era un hombre joven que ves­tía chaqueta de gamuza, de piel blanca, pelo negro li­so, peinado al lado, de aspecto atlético, con una pequeña cicatriz en la pera. Tenía modales delicados. Lo que delataba su función, eran sus ojos, que buscaban estar mansos pero estaban rabiosos, trasnochados, diabólicos.


Junto a él, estaban otros dos, que en conjunto componían el trío de interrogación. El segundo era más bien bajo, de unos 25 años, de piel sonrosada, crespo, ligera panza. Parecía sacado de un cuadro de Rubens. El tercero imitaba a Himmler en sus gestos, lentes me­dio oscuros, impermeable tipo James Bond y guantes negros finos que se sacaba y se ponía a cada instante. Su tema preferido, como después lo ratificaría, era la obscenidad, la pornografía y la amenaza exquisita. Ade­más de ellos, había los tontón macout, los encargados de la agresión física y la vigilancia, tipos de aspec­to lumpeniento, trituradores de hueso, machacadores de carne.


Uno a uno, obedeciendo a su amo, estiraron la ma­no para despedirse de mi, tomándome la mano izquierda. Sentí repulsión y nuevos deseos de abalanzarme sobre ellos, gritar, golpear, escupir, pero no estaba en condiciones de levantar ni un brazo.


Manuel Guerrero Ceballos, 1976.

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