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lunes, 7 de noviembre de 2011

Una maniobra contra los actores secundarios


No hay dudas. A pesar de la contaminación y los gases lacrimógenos, el aire parece más respirable por estos días. La movilización que los estudiantes secundarios han puesto en marcha, ha permitido que miles recuperen la esperanza en la viabilidad del horizonte de un país más vivible, con ciudadanos y con derechos, con una democracia que no sea una mera palabra vacía de contenido.

Tengo la impresión de que es una percepción compartida por los que fuimos estudiantes secundarios en los 80 e integramos el Comité Pro FESES y la FESES.

Lo comentamos con Javiera Parada frente a los vetustos muros del Liceo de Aplicación. Me lo señaló Juan Azócar, presidente del Centro de Alumnos del Liceo Barros Borgoño en 1985, mientras caminábamos hacia la “Universidad del Matadero”. Lo compartimos también con mis ex compañeros del Insuco Nº 2, cuando recorrimos sus viejas aulas. Se lo he dicho a los “pingüinos” en movimiento con los que he tenido ocasión de dialogar, desde el Liceo 4 de Niñas hasta el Colegio San Ignacio.

La capacidad organizativa demostrada por los estudiantes secundarios, su horizontalidad y carácter democrático, la calidad de su dirigencia, la contundencia de sus demandas, el coraje que han demostrado, logró seducir a una sociedad cansada.

Por cierto, no ha sido fácil. Desde el primer momento han estado sometidos al acoso del poder. Y en la medida que el movimiento ha persistido y se ha desarrollado, también se han multiplicado las maniobras tendientes a fracturarlo y debilitarlo, o escamotear parte de su contenido básico. Algunas han sido evidentes y desenfadadas, y otras subrepticias y sutiles, pasando casi desapercibidas.

Una de esas últimas es una curiosa “operación mediática”, los medios de comunicación del establishment introdujeron una idea–fuerza –en apariencia irrelevante– pero cargada de significados subyacentes, posicionándola en el imaginario colectivo.

Tuvo su expresión más acabada en “La Tercera” del pasado 29 de mayo, el mismo día que se realizaría el primer fracasado intento de diálogo entre el Ministerio de Educación y los estudiantes, y cuando era inminente la convocatoria al paro nacional.

La nota principal sobre este tema, a página completa, tenía el titular: “Escolares definen hoy mayor paro nacional de educación desde 1972”.

Esa idea–fuerza fue inmediatamente recogida y repetida una y otra vez en los despachos informativos de los más diversos medios informativos, incluso por “Crónica Digital”, los cuales sostuvieron que la movilización de los estudiantes secundarios es “la mayor que se ha producido desde hace 34 años”.

Una semana más tarde, y cuando era inminente la cristalización del “paro social” al que convocaba la Asamblea de Estudiantes Secundarios, “La Tercera” publicó el 4 de junio un reportaje que sostenía que “el único precedente de un movimiento emblemático de estudiantes secundarios en Chile data de 1972”.

HACE 34 AÑOS

A comienzos de 1972, la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago (FESES) se encontraba presidida por un joven de la Democracia Cristiana, Guillermo Yunge, que el año anterior arrebató la conducción a la izquierda, en el primer triunfo opositor en el mundo juvenil tras la elección de Salvador Allende como Presidente de la República.

Yunge otorgó a esta Federación una orientación de enfrentamiento a la Unidad Popular, con movilizaciones en las calles y tomas de liceos, transformándose en una pieza clave de la primera etapa de la ofensiva desestabilizadora. En este panorama, los estudiantes de izquierda pusieron en marcha una táctica de contención de los opositores y de cerrar filas con el Gobierno.

Al respecto, ese primer reporte de “La Tercera”, el 29 de mayo, sostenía enfáticamente que “hasta hoy, la organización de los escolares sólo se puede comparar con la de la Federación de Estudiantes Secundarios (FESES), creada en los años 60 y que en 1972 realizó su primera paralización nacional en repudio al entonces ministro de Educación, Aníbal Palma. Ese paro en octubre tuvo una convocatoria de 400 mil estudiantes entre los escolares de Santiago y 18 federaciones provinciales. Las movilizaciones no fueron simultáneas, pero fueron más violentas, pues la toma del Liceo Nº 12 de Niñas dejó 40 heridos. No hubo vacaciones de invierno y Palma renunció”.

Un poco más adelante, añadió: “La FESES –que tuvo entre sus filas al ex embajador de Chile en Costa Rica, Guillermo Yunge y a Andrés Allamand, entre otros– exigía que se acabara la designación de directores y pudieran formar centros de alumnos, entre otras demandas”.

Resultan impresionantes las impresiones del reporte de “La Tercera”. Así por ejemplo, mezcla movilizaciones diferentes (una realizada en octubre, en que la FESES se sumó al Paro Nacional convocado por la Confederación Nacional de Dueños de Camiones, y un paro realizado un mes antes, en torno al cual se produjeron los incidentes en el Liceo Nº 12 de Conchalí) y atribuye mecánicamente la salida de Aníbal Palma del Ministerio de Educación al conflicto, en circunstancias que dejó la cartera a raíz del reordenamiento del Gabinete realizado por el Presidente Allende para dar salida a la crisis de octubre (luego asumió la Secretaría General de Gobierno).

Es insólito que se sostenga que una de las demandas de la FESES en esos tiempos era que “pudieran formar centros de alumnos”… Hasta el golpe de Estado, los estudiantes secundarios tenían completa libertad para constituir centros de alumnos y federarse. Por tanto, jamás fue una demanda estudiantil en esa época.

Por otro lado, las movilizaciones de mayor envergadura contra el Gobierno de la UP no se registraron en 1972, sino al año siguiente.

En noviembre de 1972 hubo elecciones en la FESES, la que terminó escindida entre la izquierda, representada por el hoy senador socialista Camilo Escalona, y los opositores liderados por el democristiano Miguel Salazar.

La fracción opositora retomó el camino del enfrentamiento con el Gobierno, el que llegó a su mayor nivel de masividad en 1973, a propósito del rechazo al proyecto de Escuela Nacional Unificada (ENU). La batalla contra este proyecto de reforma educacional, a la larga, fue una pieza clave en la creación de condiciones sociales para el golpe. El actual senador de RN, Andrés Allamand, era entonces dirigente estudiantil y recogió parte de esas experiencias en un libro publicado en 1974 con el título “No Virar Izquierda”.

El reportaje de “La Tercera” del 4 de junio se refiere exclusivamente a esas elecciones de la FESES, pero omite toda referencia a las acciones en contra de la ENU.

Un detalle: también recuerda al candidato del MIR, Luis Valenzuela, aunque omite que fue secuestrado por la DINA el 10 de enero de 1975, fecha desde la que se encuentra en las nóminas de detenidos–desaparecidos.

Con todo, aquellas imprecisiones no son el problema de fondo…

La premisa de “La Tercera” es que “el único precedente de un movimiento emblemático de estudiantes secundarios data de 1972”, y que la actual movilización y organización estudiantil “sólo se puede comparar” con la existente ese año en contra del Gobierno de la Unidad Popular.

En definitiva, se posiciona como el antecedente de lo que ocurre en los liceos del país a una movilización de carácter antisocialista, que nunca llegó a representar la totalidad de los estudiantes secundarios y que se vincula con el proceso fundacional de la dictadura.

El problema es que constituyen afirmaciones falsas, que adulteran los hechos históricos.

Y HACE 20 AÑOS

En mayo de 1986 comenzó un proceso de movilización de los estudiantes secundarios en rechazo a una medida clave que entonces resolvió imponer la dictadura: completar el proceso de municipalización de los liceos públicos, que se había iniciado en 1981 como uno de los pilares básicos de su proyecto de “modernización” del sistema de educación. Los establecimientos afectados eran los “emblemáticos”. Al mismo tiempo, se privatizó a los liceos técnico–profesionales.

Fue una movilización de enorme envergadura, la que logró involucrar al conjunto de los estudiantes secundarios, más allá del “activo democrático”, y que les dio visibilidad en la confrontación con la dictadura. Se paralizaron las clases por casi dos meses, con los liceos en toma y marchas por las calles de Santiago. Estas acciones fueron respaldadas por los padres y apoderados, y el Magisterio agrupado en la Agrupación de Educadores de Chile (AGECH) y el recién democratizado Colegio de Profesores.

Hubo centenares de estudiantes arrestados, golpeados y vejados, e incluso una víctima fatal: la adolescente Guadalupe Chamorro Leiva.

El ministro de Educación, Sergio Gaete, se reunió con la dirigencia estudiantil, aunque para notificarlos de los detalles de la medida y precisar que su opinión no sería tomada en consideración. A partir de esta premisa y ocupando la represión como la herramienta principal, el régimen apostó a una táctica de desgaste que terminó resultando exitosa: la movilización se agotó a comienzos de julio y la municipalización se impuso.

En curiosa sincronía histórica, ese paro estudiantil comenzó exactamente 20 años antes del inicio de la actual movilización de los estudiantes secundarios.

En abril de 1985 se había constituido el Comité Pro–FESES, con el propósito de lograr la reconstrucción de la Federación disuelta luego del golpe, y de luchar por conquistar demandas que incluían aspectos como la democratización de los Centros de Alumnos y el acceso igualitario al pase escolar y la Prueba de Aptitud Académica (que antecedió a la PSU). Por su rechazo al modelo educativo de la dictadura, asumió también la lucha contra la municipalización.

Su primera movilización de envergadura fue la Toma del Liceo A 12 en julio de 1985, la que terminó resultando en la renuncia del ministro de Educación, Horacio Aránguiz.

En el colmo de la tergiversación histórica, el reporte de “La Tercera” del 29 de mayo señalaba que “la última toma habría sido (sic) en 1985 en el Liceo Arturo Alessandri A–12”, poniendo en duda la realidad de esa movilización y, lo más grave, vinculándola con las acciones emprendidas más de una década antes contra la Unidad Popular.

La lucha de los estudiantes secundarios en la dictadura permaneció invisibilizada para la memoria histórica hasta que fueron recuperados por “Actores Secundarios”, documental que se ha transformado notoriamente en referente de significación para los estudiantes ahora en movimiento (lo que, por cierto, no ocurre en modo alguno con los hechos de hace 34 años atrás).

¿Por qué se intenta velar la existencia de aquellas luchas de los estudiantes secundarios en los 80?

Un dato importante: la irrupción de los intentos de asociar la actual lucha estudiantil con la protesta de un sector de la FESES contra el Gobierno de Allende fue coincidente con la emergencia de la derecha política en la controversia sobre la educación chilena que fue desencadenada por la movilización estudiantil. Desde los elencos dirigentes de la UDI y RN se levantó un discurso con dos componentes básicos: señalar que asumían la legitimidad de las demandas estudiantiles, que “comprendían” su movimiento y que la responsabilidad de lo ocurrido se circunscribía sólo a las políticas de los Gobiernos de la Concertación en esa materia.

Poco más tarde, la UDI se encargaría de precisar los alcances de su postura: no están dispuestos a revisar la Ley Orgánica Constitucional de Educación (LOCE).

La reiteración mediática en ubicar a 1972 como el referente de la actual movilización pretende establecer en la opinión pública una burda falacia: los estudiantes secundarios se alzaron hace 34 años contra un Gobierno encabezado por un Mandatario socialista, al igual que hoy se enfrentan a un Gobierno con una Presidenta socialista… O sea, se trata de resignificar el actual conflicto, para aumentar el costo político del oficialismo.

Sin embargo, no es sólo eso. Pareciera que también se busca escamotear el contenido de la lucha que hoy desarrollan los estudiantes.

PROBLEMA DE FONDO

La dictadura diseñó e implementó una profunda reforma del sistema educacional desde 1981, mediante la imposición de diferentes normas, en coherencia con el modelo de país que instaló. Se trataba de despojar a la educación de su carácter de derecho social, para poner énfasis en la “libertad de educación”, es decir, la libertad de emprendimiento del capital privado en la educación, transformándola crecientemente en un bien adquirible conforme a la oferta y la demanda, en el marco de la economía de libre mercado.

Cuando expiraba su permanencia en el Gobierno, el 10 de marzo de 1990, garantizó la protección estratégica de esta transformación mediante la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), cuya promulgación tenía una evidente racionalidad: “blindar” el modelo e impedir que se le introdujeran reformas.

La derecha fue la autora del modelo educacional impuesto por la dictadura, así como del modelo de desarrollo en que se encuentra inserto. Y hoy son sus defensores.

En este contexto, provocan indignación las declaraciones de sus portavoces señalando que “comprenden” la protesta de los estudiantes secundarios, en circunstancias que ellos son los creadores del modelo educacional contra el que los jóvenes se han rebelado… El problema, que los dirigentes estudiantiles parecen comprender con total rigurosidad, no se reduce a una “ineficiencia” de los Gobiernos de la Concertación para “administrar” el sistema, ni tampoco se resolverá con cambios cosméticos que no afecten lo esencial de esa concepción del sistema educacional.

¿Hacia adonde apunta la crítica y la protesta de los estudiantes? Lo gritan en las calles, lo sostienen sus dirigentes en cada tribuna, lo proclaman los lienzos en las paredes de los liceos tomados: se rebelan contra la “educación de mercado”.

El cuestionamiento a la Concertación es que sus cuatro Gobiernos no han demostrado la voluntad de modificar el sistema educacional que heredaron (como, por lo demás, ha ocurrido en otros ámbitos de la vida social).

¿Cuál era el fundamento reivindicativo de la movilización del movimiento estudiantil en los liceos de la aciaga década de los 80?

Lo hemos indicado: el rechazo a la municipalización de los liceos públicos científico–humanistas, a la privatización de los establecimientos de carácter técnico–profesional, al proyecto del régimen para la educación. Eran demandas por la revalorización del papel del Estado en garantizar el derecho a la educación para todas las chilenas y chilenos. Y se formulaban exigencias asociadas a esa materia: la gratuidad de la Prueba de Aptitud Académica y el acceso al pase escolar. En una frase ya citada: era una rebelión contra la “educación de mercado”.

La lucha del movimiento estudiantil secundario de los 80 formaba parte constitutiva de una lucha más amplia, vinculada al propósito de poner fin a la dictadura. En ese sentido, hizo una contribución significativa, pero en lo que se refiere a sus demandas específicas no se logró triunfar: el régimen militar logró imponer su proyecto, y tres años y medio después promulgó la LOCE para garantizar su perpetuación.

En este sentido, la lucha que hoy desarrollan los estudiantes secundarios es continuidad programática, en lo esencial, de la que protagonizaron los estudiantes secundarios de los 80. El proyecto educativo con el cual se enfrentaron los estudiantes hace 20 años se logró imponer y continuó en el tiempo sin modificaciones a sus premisas básicas. Y los estudiantes de estos días decidieron que no estaban dispuestos a seguir soportándolo.

Por eso, el intento por velar el recorrido del movimiento estudiantil en los 80 se explica por el propósito de encubrir que el origen de la protesta del 2006 hunde sus raíces en el sistema educacional que impuso la derecha en el tiempo de la dictadura militar y cuyos contenidos programáticos continúa sustentando (hasta ahora, con la cooperación de los Gobiernos de la Concertación).

Y no sólo se trata de eludir responsabilidades de carácter político e histórico. Lo que se pretende instalar es que la resolución al conflicto, no requiere un cambio de sistema.

En todo caso, los estudiantes en movimiento no ignoran la historia que los precedió. Lo más importante: han demostrado una lucidez tremenda y fecunda para diagnosticar con rigor el mal que los afecta y el horizonte hacia el que tienen que transitar.

Lo comentó María Huerta, dirigente de la Asamblea de Estudiantes Secundarios, en la revista “Pluma y Pincel”: “Este movimiento se parece a las protestas estudiantiles de los años 80 contra Pinochet”. Me lo dijeron las alumnas del Liceo 7 de Niñas de Santiago: “Somos la continuidad de las luchas de los años 80, cuando los estudiantes no pudieron triunfar. Ahora vamos a vencer: lo haremos por nosotros y también por los que lucharon hace 20 años”.

Esa hermosa lucidez permite que el aire parezca más respirable en estos días.





http://victorosorior.blogspot.com/2007/03/una-maniobra-contra-los-actores.html

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