Fallo adverso a Claro en juicio contra La Nación
Luego
de casi cuatro años de publicado en La Nación Domingo el reportaje "La
cara civil de la tortura: los top ten", Ricardo Claro Valdés perdió el
juicio que entabló en contra del entonces director del medio, Juan
Walker Edwards, y de la periodista Ana Verónica Peña por injurias graves
con publicidad.
Ambos
profesionales fueron notificados ayer de la sentencia absolutoria en la
causa criminal y del rechazo en todas sus partes de la querella civil
presentada en su contra y, subsidiariamente, en contra de La Nación por
mil millones de pesos por supuestos daños morales causados a Claro con
la publicación del reportaje -y de una foto suya en la portada del 5 de
diciembre de 2004- referido al soporte comunicacional, jurídico y
político que tuvo el régimen militar para violar sistemáticamente los
derechos humanos en Chile.
Claro
fue uno de los diez civiles con que el medio ejemplificó
periodísticamente este apoyo o desprotección a los derechos
fundamentales, en el contexto que estableció el "Informe sobre prisión
política y tortura", elaborado por la Comisión Valech, dado a conocer en
noviembre de ese año.
Entre
los testigos que prestaron declaración a favor de Claro, para
establecer "el daño moral sufrido", se encuentran el presidente del
Senado, Adolfo Zaldívar, el senador Fernando Flores y el presidente del
Tribunal Constitucional, Juan Colombo Campbell.En el fallo el tribunal
establece que Ricardo Claro "no ha controvertido las afirmaciones"
referidas a su persona, que dicen relación a su apoyo e integración al
gobierno militar desde el mismo 12 de septiembre de 1973.
Por
otro lado establece que "si el querellante ha estimado que su inclusión
en el referido reportaje contiene imputaciones falsas, se ha sentido
ofendido o injustamente aludido, la forma más rápida y eficaz de
revertirlas habría sido ejercer su derecho consagrado
constitucionalmente a que su declaración o rectificación sea
gratuitamente difundida por el mismo medio".
Asimismo,
la sentencia consideró que el reportaje no se encuentra referido sólo a
su persona, que está redactado en términos narrativos haciendo
referencia a hechos ya publicados por otros medios y que no existe en él
ánimo "o intencionalidad ofensiva de las expresiones contenidas en el
reportaje de marras".
El
tribunal también señala que la ley sobre libertades de opinión e
información y ejercicio del periodismo constituyen un "derecho
fundamental de todas las personas" y que queda de manifiesto en los
antecedentes reunidos que "los imputados han ejercido este derecho".
La
sentencia también consideró entre los antecedentes el que de los diez
aludidos, sólo dos dedujeron acciones penales: Claro y el sacerdote Raúl
Hasbún. En este último caso, la Corte de Apelaciones de Santiago estimó
que no ha concurrido el ya mencionado ánimo de injuriar.
Diez civiles clave del régimen que torturó al menos a 28 mil chilenos
Los Imperdonables - Domingo 5 de diciembre de 2004
Ninguno
de ellos colocó un cátodo de electricidad o introdujo ratones en los
cuerpos de algunos de los miles de prisioneros torturados. Ni siquiera
los golpearon. Pero como lo reconoció el general Juan Emilio Cheyre, en
esto hubo una responsabilidad institucional, que por cierto va más allá
de los uniformados. Fue un entramado político, jurídico y comunicacional
que dio sustento al régimen militar, tal como lo consigna el informe
sobre Prisión Política y Tortura. Estos hombres no vistieron uniforme,
pero sí se pusieron la camiseta para avalar estos horrores. Algunos
dicen que no sabían, que fueron engañados y que incluso ayudaron para
que estos hechos no siguieran ocurriendo. El 76 por ciento de los
consultados por la Fundación Futuro cree que sí sabían. El 84 por ciento
estima que deben pedir perdón. Y usted ¿qué cree?
Agustín edwards
Los
atentados y restricciones a la libertad de expresión durante la
dictadura fueron los más duros y extensos en la historia de Chile. Desde
el mismo día del golpe se cerraron y se expropiaron medios. Centenares
de periodistas debieron salir al exilio. Decenas fueron detenidos y
torturados y algunos hasta asesinados, como el editor de Análisis José
Carrasco.
Sin
embargo, los medios que subsistieron -El Mercurio, La Tercera, Qué Pasa,
Ercilla y La Nación- nada dijeron al respecto, salvo para justificar
los hechos en toda su dimensión. De ahí que el Informe sobre Prisión
Política y Tortura sostenga que los medios de comunicación durante la
dictadura “constituyeron un soporte cotidiano del gobierno”.
Como
caso emblemático, el informe reproduce un editorial de El Mercurio del 5
de octubre de 1973, en el cual se afirma que la actuación de los
servicios de seguridad estaba “plenamente justificada” porque el país se
encontraba en guerra. También alude a un editorial de Las Ultimas
Noticias, de abril de 1978, en el que se celebraba el “buen criterio,
ponderación y responsabilidad” con que actuaba el régimen.
El
informe no lo incluye, pero resulta memorable también un titular de La
Segunda, de junio de 1975, que dio cuenta de la muerte de 119 chilenos
que a esa fecha figuraban en las listas de detenidos desaparecidos:
“Miristas se matan como ratas”. Sobre el mismo caso, hoy conocido como
Operación Colombo, El Mercurio publicó que “estos seudo detenidos o
secuestrados son transportados a Argentina a fin de que se incorporen a
movimientos guerrilleros y, tras recibir adiestramiento, son retornados a
Chile”.
Todos estos
medios estaban en las manos y bajo la atenta mirada de su dueño, Agustín
Edwards Eastman. El ‘Duny’, como le llaman sus cercanos, no ha hecho
ningún gesto de arrepentimiento.
La
Tercera también hizo lo suyo y reprodujo esta noticia tal y como la
presentó la DINA en sus comunicados. Incluso fue más allá. Sostuvo que
el hallazgo de los cadáveres “ponía en descubierto las burdas maniobras
con que los elementos de izquierda se preparaban para esperar a la
llamada Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas”, agregando
que Amnesty International “no tendrá otra cosa que borrar sus nombres de
la lista de personas desaparecidas en Chile”. El director de La Tercera
a esa fecha era Alberto Guerrero.
Jaime Guzmán
El
asesinado senador fue de los primeros civiles en ponerse a disposición
de los militares. No ejerció cargo de autoridad en el gobierno, pero
operó en las sombras; al principio, como principal asesor y consejero de
la Junta Militar y de Pinochet -a quien incluso le escribía sus
discursos- y, tiempo después, como miembro de la Comisión de Estudios de
la Nueva Constitución y luego de la Comisión de Estudios de Leyes
Orgánicas Constitucionales, que dieron sustento jurídico al régimen.
Sólo
días después del golpe de Estado, en una de sus primeras minutas a la
Junta, Guzmán marcaba la pauta de la brutalidad con que actuaron los
servicios de seguridad: “El éxito de la Junta está directamente ligado a
su dureza y energía, que el país espera y aplaude. Todo complejo o
vacilación a este propósito será nefasto. El país sabe que afronta una
dictadura y lo acepta... Transformar la dictadura en dicta-blanda sería
un error de consecuencias imprevisibles”.
El
fundador del gremialismo y miembro de Patria y Libertad (entre 1970 y
1972), tenía en mente desde los inicios del régimen la creación del
movimiento que en 1983 se convirtió en la UDI, un partido a la medida
del régimen. De hecho él mismo lo definió como “un nuevo movimiento
cívico-militar que respalde a la Junta y dé prolongación fecunda y
duradera a su gestión”, cuando propuso su creación, en otro memorando a
la Junta fechado en octubre de 1973. Tiempo después, en 1978, los
gremialistas se declararon abiertamente pinochetistas.
Fue
así que el gremialismo -y UDI después- se levantó como el principal
grupo de poder de la dictadura. La historia se encarga de confirmarlo.
Los nueve senadores de la UDI en ejercicio fueron funcionarios de
Pinochet y la mayoría de sus diputados fueron alcaldes designados o
directivos de la Secretaría Nacional de la Juventud. Todos los
presidentes que la UDI ha tenido fueron también funcionarios del
régimen: Julio Dittborn fue director de Pro Chile, director de la
Refinería de Con Con y subdirector de Odeplan, Jovino Novoa fue
subsecretario de Gobierno y Pablo Longueira fue asesor del ministerio de
Vivienda y Urbanismo.
Jovino Novoa
Después
de conocer el Informe Valech, Jovino Novoa dijo que los civiles que
cumplieron funciones en la dictadura no tenían causa, razón o motivo
para sentirse avergonzados o arrepentidos. “La participación de los
civiles significó una mejoría notable en la situación de los derechos
humanos”, sostuvo, refiriéndose a la “civilización” del régimen iniciada
en 1978, cuando la DINA fue reemplazada por la CNI y asumió el
ministerio del Interior el hoy senador por la UDI Sergio Fernández.
Mérito que también le correspondería, porque él entró al gobierno
militar en junio de 1979.
Pero
si bien el Informe Valech sostiene una baja numérica de las prácticas
de tortura después de esa fecha, igualmente consigna que de ahí en
adelante el sistema de violación de los derechos humanos “se caracterizó
por un mayor refinamiento”, tanto en el uso de instrumentos jurídicos
que facilitaron la tortura como en el empleo de aparatos más
sofisticados, que permitían graduar el voltaje de la electricidad que
aplicaba a las víctimas.
“La
autorización para mantener incomunicados a los detenidos por largos
períodos ...favorecía la aplicación de torturas”, afirma el informe. Y
esas autorizaciones venían del Ejecutivo en el que Novoa participaba.
Mientras
Novoa fue subsecretario General de Gobierno, en esas dependencias se
planeó el asesinato de Tucapel Jiménez. Y, según afirmó el hijo del
sindicalista a LND, Novoa fue quien “dio la orden de perseguir y
amedrentar” a su padre. El crimen lo ejecutaron miembros de la
Secretaría Nacional de los Gremios, que estaba a su cargo. Los
tribunales no encontraron razones para juzgar a Novoa.
Además
del control de la Secretaría de los Gremios, la Segegob tenía a su
cargo la Secretaría Nacional de la Mujer y de la Juventud y la
movilización de civiles para los actos del régimen. También le
correspondía ejercer el control de los medios de comunicación, que
incluía el nombramiento de ejecutivos y directores en TVN y La Nación,
la censura previa ejercida por Dinacos y la implementación de la
política comunicacional.
Al término de sus servicios en el aparato de gobierno, Novoa asumió como jefe de servicios informativos de El Mercurio.
Ricardo García
Ricardo
García Rodríguez reemplazó a Sergio Onofre Jarpa en el ministerio del
Interior en febrero de 1985, implementando una política aún más dura que
la de su antecesor. Debutó en el cargo con el caso degollados, ocurrido
en marzo del mismo año, que terminó con tres profesionales comunistas
muertos y abandonados en un camino en Quilicura y determinó la salida de
la Junta Militar del director general de Carabineros César Mendoza. Al
mes siguiente fue secuestrada la sicóloga Carmen Andrea Hales, hija del
ex ministro de Minería Alejando Hales y hermana del diputado Patricio
Hales.
En julio de
1986, durante la represión de una protesta, son quemados vivos los
jóvenes Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas Denegri, quien fallece a
consecuencia de las lesiones.
Tras
el atentado contra Pinochet, en septiembre de ese mismo año, García
decreta el estado de sitio. La medida se tradujo en allanamientos
masivos y diversas operaciones en toda la Región Metropolitana, con más
de un centenar de detenidos; entre ellos, el ahora Presidente Ricardo
Lagos, el actual diputado Patricio Hales, el ex ministro Germán Correa,
entonces dirigente del MDP, y el sacerdote Rafael Maroto.
Simultáneamente decretó el cierre de las revistas Análisis, Apsi, Hoy,
Cauce y La Bicicleta, del diario Fortín Mapocho y las agencias Ansa,
Reuter y Latín Reuter.
En
la madrugada del 9 de septiembre fueron detenidos en sus domicilios el
editor internacional de Análisis José Carrasco, el electricista Felipe
Rivera, el publicista Abraham Muskatblic y Gastón Vidaurrázaga. Al día
siguiente aparecieron los cuerpos de los cuatro infortunados, con 15
balazos cada uno.
En
1987, poco antes de abandonar el cargo, Ricardo García firma el
requerimiento en contra del dirigente socialista Clodomiro Almeyda.
Su hermano, Juan Ignacio García, fue designado director del Servicio Electoral cargo que desempeña hasta hoy.
Cura Hasbún
Entre
las víctimas de la dictadura se cuentan cuatro sacerdotes asesinados:
Miguel Woodward, Juan Alsina, Gerardo Poblete y André Jarlán. Otro,
Antonio Llidó, engrosó las listas de los desaparecidos tras ser detenido
por la DINA en 1974. Decenas de curas y monjas sufrieron tortura en
centros de detención y centenares debieron abandonar el país con órdenes
de expulsión.
Mientras
todo esto ocurría, Hasbún se dedicaba a dar sus opiniones por las
pantallas de canal 13, en las páginas de El Mercurio y en radio
Agricultura. Desde allí apoyó y alentó a las fuerzas de seguridad y al
régimen en general. También fue un ferviente defensor de Colonia
Dignidad. El Informe Valech señala que “hubo testimonios que
coincidieron en señalar que algunos detenidos por la DINA o la CNI
fueron trasladados a la Colonia Dignidad. Ex detenidos la mencionan como
centro de detención y tortura”.
Hasbún
sostuvo en su oportunidad que Chile debía estar “agradecido” de la
DINA, que el sufrimiento de Pinochet en Londres era similar al de
Jesucristo y que el juez Garzón era un “sinvergüenza”. En una de sus
últimas intervenciones en Canal 13, dijo que los socialistas son
“intrínsecamente antipatrias” y “parásitos que profitan chupando la
sangre ajena”. Hoy sigue haciendo de las suyas en las pantallas del
Mega, el canal de Ricardo Claro.
Sergio Onofre Jarpa
Sergio
Onofre Jarpa es uno de los 39 extraditables del juez Garzón. Este
fundador de RN y ex presidente del partido fue delegado del régimen ante
la ONU en 1974, embajador en Colombia y en Argentina y ministro del
Interior entre 1983 y 1985. Su misión en esta cartera fue encabezar la
apertura, la transición que terminaría por entregar el gobierno a la
civilidad. En ese contexto inició el diálogo con la opositora Alianza
Democrática, bajo los oficios del cardenal Juan Francisco Fresno. Pero
ello no detuvo la ola de violencia política, todo lo contrario.
A
sólo un día de haber asumido, el 11 de mayo de 1983, sacó 10 mil
soldados a la calle para hacer frente a la primera protesta nacional.
Hubo decenas de muertos y centenares de heridos, especialmente en las
poblaciones más populares.
Su
mandato estuvo lleno de hitos en la violación de los derechos humanos.
La comisión Rettig consignó decenas de muertes a manos de los servicios
de seguridad durante su período, algunas en acciones concertadas. Como
la ocurrida el 7 de septiembre del mismo año, cuando la CNI ejecutó a
cinco miristas en calle Fuenteovejuna y Janequeo. En este proceso, Jarpa
declaró como inculpado. El 11 de noviembre de 1983, Sebastián Acevedo
se quemó a lo bonzo en la plaza de Concepción, como una manera
desesperada de exigir que la CNI liberara a sus dos hijos que estaban
siendo torturados en recintos secretos. El hecho dio pie para la
creación del Movimiento Nacional Contra la Tortura Sebastián Acevedo,
que quiso oponer la no violencia a la brutalidad del régimen. Sus
miembros fueron violentamente reprimidos en cada una de sus
manifestaciones, no sólo por carabineros, sino también por los
memorables “gurkas”, civiles que se infiltraban entre los manifestantes y
que hicieron su debut con Jarpa.
En agosto de 1984, tuvo lugar otro operativo simultáneo de la CNI en varias ciudades del sur, que dejó 7 miristas muertos.
Mientras
Jarpa estuvo en Interior, se creó también la Dicomcar, el aparato de
inteligencia de Carabineros, que operó impunemente durante este período,
igual que el Comando de Vengadores de Mártires, Covema.
Jarpa
tampoco trepidó en aplicar la Ley de Seguridad Interior del Estado para
clausurar medios y aplicar una férrea censura a otros, que terminó con
ediciones de revista Hoy, Apsi y Análisis con páginas en blanco. Las
detenciones, amedrentamientos, golpizas y relegaciones de periodistas se
hicieron cotidianas.
Jarpa dejó su cargo en medio del Estado de Sitio.
Ambrosio Rodríguez
El
ahora presidente del Tribunal Supremo de RN, Ambrosio Rodríguez,
comenzó sus servicios a la dictadura como encargado de los sumarios a
los profesores de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile,
recién acaecido el golpe de Estado. Por esa vía expulsó al 80 por ciento
de los docentes, aduciendo que impartían marxismo en sus clases.
En
1977 tuvo una oscura participación, en calidad de abogado de la
familia, en la desaparición en Argentina del matrimonio chileno
integrado por Jacobo Stoulman y Matilde Pessa. Pese a ser citado a
declarar en varias oportunidades en este caso, nunca se presentó ante
tribunales.
A poco
andar se transformó en asesor jurídico del ministerio del Interior y, en
esa calidad, en 1978, declaró a la prensa que “los supuestos
desaparecidos” estaban viviendo en el extranjero con identidades falsas.
En el mismo cargo, en 1980 representó al gobierno militar en la vista
del recurso de amparo que buscaba dejar sin efecto la expulsión del país
del DC Jaime Castillo Velasco, presidente de la Comisión Chilena de
Derechos Humanos. Y ganó la contienda.
Años
después se le inventó el cargo de Procurador General de la República
para darle más prestancia. Allí estaba cuando, en 1988, se ejecutó la
Operación Albania, que terminó con 12 miembros del FPMR muertos a manos
de la CNI. Para validar la tesis del enfrentamiento, que luego los
tribunales se encargaron de desvirtuar, Rodríguez aseguró que todo se
había hecho en presencia de un juez y un fiscal.
Tras
el término de la dictadura, Rodríguez ha complementado sus actividades
políticas con el ejercicio de su profesión de abogado, en la defensa de
Augusto Pinochet, en Londres y Santiago; del ex director de la CNI
Humberto Gordon; de los procesados en el Caso Degollados; de Augusto
Pinochet junior en el caso Pinocheques; y en la mismísima Operación
Albania.
También
asumió la defensa del ex ministro de la Corte Suprema Hernán Cereceda
Bravo, destituido por el Senado “por notable abandono de deberes” en el
caso de Alfonso Chanfreau, desaparecido en 1974.
Manfredo Mayol
Manfredo
Mayol es en la actualidad uno de los samuráis de Lavín, encargado del
manejo comunicacional de su candidatura. Misma función que cumple en la
UDI, en donde ha tenido una importante participación en el manejo del
caso Spiniak. En mayo de este año, tras la salida de Longueira de la
presidencia del partido, Mayol obtuvo la primera mayoría como integrante
de la nueva comisión política de la colectividad.
En
tiempos de dictadura, Mayol fue vicepresidente de Radio Minería,
director de Ercilla y ejecutivo de canal 13 y TVN. Para el golpe, Mayol
era subeditor de prensa en canal 13 y el sacerdote Raúl Hasbún el
director del medio. Cuando Hasbún dejó el cargo, en marzo de 1974, Mayol
ascendió a editor. En 1978, para la consulta, era gerente de TVN.
Para
el plebiscito del 88, era asesor del subsecretario de gobierno, coronel
Alfonso Rivas, y fue uno de los convocados por el ministro del Interior
Sergio Fernández para mejorar la franja del Sí, después que su primera
edición alterara los ánimos de los pinochetistas. Fue uno de los
creativos que puso a la ex esposa de Ricardo Lagos en la pantalla
haciendo íntimas y duras críticas a su ex cónyuge. Lejos de repuntar, la
franja del Sí perdió más adherentes.
A
Mayol se le atribuye también la autoría de varios tongos
comunicacionales ideados para distraer la atención pública de los hechos
que ocurrían en el país. Uno de ellos es el exagerado despliegue de
prensa para el paso del cometa Halley, que finalmente casi nadie vio.
Otro, más ambicioso, fue en las apariciones de la virgen en Villa
Alemana entre junio de 1983 y mediados de 1988, cuando las protestas
contra el régimen ardían.
El
compromiso de Mayol con el régimen fue más allá de su desempeño
profesional como publicista. Mayol integró el Frente Juvenil que surgió
como un movimiento de apoyo al régimen en la ceremonia de Chacarillas,
en julio de 1977, y mantuvo estrechos vínculos con agentes de seguridad.
De hecho, la propia defensa de Alvaro Corbalán Castilla, en el caso
Operación Albania, aportó a tribunales la nómina de vistas registradas
en su residencia la noche anterior a cometerse el crimen. Entre ellas
estaba Manfredo Mayol.
Ricardo Claro
Ricardo
Claro se integró al gobierno militar como asesor del canciller,
contraalmirante Ismael Huerta, el 12 de septiembre de 1973. Días después
acompañó a Huerta a Washington en lo que sería la primera intervención
del régimen ante la Asamblea de la ONU. Su función fue bien específica:
conseguir recursos económicos para el gobierno militar.
Para
la realización de la sexta asamblea de OEA, en Santiago en 1976, Claro
fue designado coordinador general del encuentro. Las violaciones de los
derechos humanos fueron tema obligado y los esfuerzos de Pinochet y sus
funcionarios dieron sus frutos: la resolución final hizo una tibia
censura que El Mercurio transformó en apoyo total. El entonces
presidente de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, Jaime Castillo
Velasco, y Andrés Zaldívar se las ingeniaron para hacer llegar a los
delegados algunos documentos que denunciaban las muertes, desapariciones
y torturas. Ricardo Claro los acusó de traidores y el régimen dispuso
la expulsión de Castillo y la prohibición de ingreso de Zaldívar. Claro
también estuvo presente en la reunión que Pinochet sostuvo con Henry
Kissinger en aquella ocasión.
A
Claro también se le ha vinculado en la detención y desaparición de un
grupo de trabajadores de Elecmetal, empresa de su propiedad. Según ha
relatado Mario Fernández, hermano de dos de las víctimas y ex trabajador
de esa compañía, él mismo presenció cómo ellos fueron citados a la
oficina de la gerencia por el interventor militar Patricio Altamirano,
el gerente Gustavo Ross y el director, Fernán Gazmuri, para ser
entregados a carabineros.
Hace
un par de años Claro fue funado en las puertas de Megavisión. Los
manifestantes aseguraron que Claro puso a disposición de las fuerzas de
seguridad dos barcos de otra de sus empresas, la Compañía Sudamericana
de Vapores, para ser usados como centros de detención y tortura. Uno de
ellos, el Maipo, trasladó a 380 detenidos desde Valparaíso hasta
Pisagua. Muchos de sus “pasajeros” perdieron la vida. El otro, el Lebu,
cumplió el rol de cárcel flotante y más de dos mil personas pasaron por
sus bodegas y camarotes.
Sergio Diez
El
ahora presidente de RN fue delegado ante la Tercera Comisión de la
Asamblea General ONU en 1975. Allí le tocó dar explicaciones por más de
un centenar de chilenos que figuraban como detenidos desaparecidos en
listas elaboradas por organismos de derechos humanos.
En
su impecable labor presentó documentos para desmentir las acusaciones.
Entre ellos, falsos certificados de autopsia emitidos por el Instituto
Médico Legal que indicaban la muerte en enfrentamiento de algunas de las
víctimas. En otros casos mostró certificados del Registro Civil que
afirmaban que algunos “no tenían existencia legal en Chile”.
La
tienda de Diez tampoco está exenta de responsabilidad, pese a que a sus
dirigentes les fascina sostener lo contrario, argumentando la
“juventud” del partido. RN nació en plena dictadura. Su antecesor
directo, el Movimiento de Unidad Nacional (MUN), encabezado por Andrés
Allamand, fue digitado desde el gobierno en 1983 por el entonces
ministro del Interior, Sergio Onofre Jarpa. La fundación de RN, en 1987,
reunió al MUN con la UDI y el Frente Nacional del Trabajo, fundado por
Jarpa cuando abandonó el gobierno, en 1985. Esta unidad se quebraría
recién en 1988, cuando el plebiscito estaba ad portas.
Sus
principales figuran tampoco nacieron ayer. De los siete senadores que
hoy tiene RN, sólo Alberto Espina no participó en el régimen militar.
Carlos Cantero fue alcalde designado; Mario Ríos Santander fue
subsecretario general de Gobierno, director del área de salud de la
Corporación Nacional de Desarrollo Social, asesor de los ministros de
Salud y Hacienda, presidente de Chile Films y alcalde designado; Antonio
Horvath fue director de Vialidad en Aysén y luego seremi de Obras
Públicas; Baldo Prokurica fue intendente subrogante y gobernador; José
García Ruminot fue seremi de Gobierno, jefe del Departamento Social de
la Intendencia y alcalde designado; y Sergio Romero fue subsecretario de
Agricultura.
Más de
la mitad de sus diputados también tuvo cargos en el gobierno militar.
Entre ellos, Alberto Cardemil, quien fue asesor del Ministerio de
Agricultura, vicepresidente ejecutivo de Indap, representante del
gobierno militar ante misiones especiales, subsecretario de Agricultura
subrogante y subsecretario del Interior.
http://www.memoriaviva.com/Complices/hasbun_raul.htm
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