Raúl Hasbún |
La dictadura del general Pinochet produjo en Chile un gran quiebre entre la Iglesia Católica y el Estado. La persecución inicial en contra de una iglesia liberadora e identificada con los pobres produjo terribles resultados: cuatro sacerdotes asesinados (Woodward, Alsina, Gallegos, Jarlan), uno detenido y desaparecido (Llidó), decenas de curas y monjas recluidos en centros de tortura, 106 sacerdotes y 32 religiosas que tuvieron que abandonar el país durante los primeros cuatro meses del golpe y muchos otros expulsados en los años siguientes de los cuales los últimos fueron Dubois, Lancelot y Carouette. La política de la violencia oficial, avalada por la Doctrina de Seguridad Nacional, continuó en los años siguientes con la destrucción de iglesias, allanamientos de locales, y ataques a balazos a reuniones. Se persiguió y aterrorizó tanto a laicos como a agentes pastorales, con el propósito de someter a la Iglesia Católica y legitimar la indignidad por la que atravesaba Chile.[1]
Las dictaduras latinoamericanas desde 1964 en adelante, han manipulado abiertamente las categorías religiosas para construir su propio aparato ideológico y justificar la aberración política. Así, en el discurso oficial los golpistas aparecen como defensores de la sociedad cristiana occidental, en lucha abierta contra el ateísmo y el materialismo. De este modo, proyecto político autoritario y mesianismo pasan a ser sinónimos. Si se examina el discurso del general Pinochet, es fácil encontrar expresiones como "el enviado", "el salvador", "la mano de Dios", "yo obtengo mi guerra de Dios", que muestran el afán de asignarse a sí mismo y por extensión a las Fuerzas Armadas, una función mesiánica que en cierto nivel, cumpliría el papel de legitimar la dictadura y su proyecto político. Las acciones críticas de una parte significativa de la Iglesia, llevó al General a buscar legitimaciones espirituales dentro de algunas iglesias evangélicas las que, haciendo uso de la teología de la "divinidad del poder", lo apoyaron incondicionalmente, por lo menos hasta el momento en que un grupo de iglesias evangélicas dirigiera una carta abierta al general Pinochet el 29-8-86 haciéndole "acreedor, junto a las FF.AA. y de orden, al juicio de Dios, por la sangre derramada".[2]
Dentro de este contexto: ¿Cómo interpretar las desatinadas acciones y declaraciones de un representante de la Iglesia como el sacerdote Raúl Hasbún? Examinemos algunos hechos:
Ya durante la dictadura de Pinochet, y siempre a través del Canal católico, Hasbún dedicó sus mejores panegíricos para sacralizar y justificar la brutalidad del régimen. Su intervención era el preludio obligado a los discursos del dictador en las cadenas nacionales de televisión. Años más tarde, su oratoria odiosa exigiría a los militares más "mano dura" contra la oposición.
Con la detención de Pinochet en Londres, Hasbún ha perdido a su Mesías y ha concentrado sus esfuerzos en plegarias y homilías para pedir a Dios la libertad del tirano al que ha asociado públicamente con Jesucristo. Su reciente viaje a Londres para bautizar a la nieta del General - la que ya había sido bautizada -, demuestra una devoción tan ciega a la familia Pinochet que desprestigia a la Iglesia Católica y ofende a las víctimas de la dictadura. Más todavía: separa, divide y aliena. Su último discurso en la Academia Militar (Agosto, 1999) constituye claramente un llamado a la división y una falta de respeto a la jerarquía eclesiástica, la cual quiere promover exactamente lo contrario: justicia, paz y reconciliación en la sociedad chilena.
Hasbún es un personaje que se identifica con el ala más conservadora de la Iglesia. Adolece de un antimarxismo visceral y se muestra como partidario férreo de la Doctrina de Seguridad Nacional, que la dictadura utilizó para derribar al gobierno legal y justificar los crímenes. Su posición está en abierta contradicción con la de la iglesia conciliar que continúa siendo la tendencia dominante en Chile, y con la de la iglesia popular o liberadora, que también es importante en el país. Hasbún es, en fin, la antítesis del fallecido Cardenal Silva Henríquez y de tantas otras figuras eclesiásticas cuya obra éticamente cristiana será juzgada favorablemente por la historia.
Hasbún es columnista del diario El Mercurio, comentarista en el Canal 13 de la Universidad Católica y charlista en la Radio Agricultura. Desde la posición privilegiada que le otorgan los medios de comunicación más reaccionarios de Chile, así como desde las aulas de una universidad fundada por Pinochet, este sacerdote ha vertido opiniones tan extremas como las siguientes:
1. Baltazar Garzón, Juez de la Audiencia Nacional de España, que lleva el caso contra Pinochet en España, "es un sinvergüenza".
2. Chile debe "respetar y agradecer" la existencia de la DINA y otros organismos de inteligencia y terror creados por Pinochet, que secuestraron, torturaron y mataron con impunidad durante años.
3. Paul Schäfer, es "inocente". Este individuo, gran colaborador de la DINA, fue el líder de la ex Colonia Dignidad, lugar donde se torturó e hizo desaparecer detenidos. Hoy es el hombre más buscado por la justicia criminal, bajo la acusación de perpetrar abusos sexuales por un periodo prolongado en niños de esa Colonia.
4. El sufrimiento de Pinochet es igual al sufrimiento de Jesucristo.
5. Los socialistas son "intrínsecamente antipatria", además de "parásitos que profitan chupando la sangre ajena".
Raúl Hasbún nunca condenó los crímenes de la dictadura ni lamentó la muerte ni el sufrimiento de religiosos o seglares. Él es un cura politizado que desobedece a la propia jerarquía eclesial, y que se niega a acatar la misión que su iglesia plantea en las "Orientaciones Pastorales" (1986-1989) según las cuales, el papel de la Iglesia Católica es promover la unidad nacional y la reconciliación para retornar a una democracia en la que pastores y fieles caminen junto al pueblo. Por el contrario: el mal sacerdote se ha dedicado a fomentar el odio y la división entre los chilenos, lo que ha reiterado con sus últimas desafortunadas declaraciones. Ellas han merecido reprimendas públicas del Arzobispo de Santiago Francisco Javier Errázuriz, del Vicario de la Pastoral Obrera Monseñor Baeza, del Gobierno chileno y de la Concertación, el grupo de partidos que conforman la plataforma política de dicho gobierno. A pesar de las críticas de su propio Arzobispo, y de otros obispos como Manuel Camilo Vial, Fernando Ariztía y Carlos Camus, Hasbún ha insistido en sus afirmaciones utilizando sus espacios en la TV y en la radio Agricultura. Allí, no sólo ha reiterado sus dichos, sino que ha insistido que ellos representan la opinión verdadera de su iglesia.
El padre Hasbún es un elemento negativo para la curia y para la sociedad chilena, la que no necesita más odio, sino reconciliarse y encontrar la paz. La Iglesia Católica, tímida en los años álgidos, debe fortalecer ahora la conducción espiritual de su pueblo y asumir un papel más transparente y más de acuerdo con la ética cristiana de la Sagradas Escrituras. Chile no necesita falsos evangelistas que utilizan el púlpito con fines personales y egoístas para diseminar el odio. La propagación de este tipo de barbaridades en un momento histórico tan delicado para la sociedad chilena resulta irresponsable y merecería sanciones mayores. Hay sacerdotes que han sido removidos de su ministerio por materias mucho menos peligrosas. La Iglesia Católica ha recurrido también a la excomunión cuando ha querido condenar posiciones extremas contrarias a su doctrina. Este es un momento en que la Historia exige a esa Iglesia definiciones concretas y un acercamiento real al hombre sufriente.
1. Jaime Escobar M. Persecución a la Iglesia en Chile (Martirologio 1973-1986). Santiago: Terranova Editores, 1986.
2. Artuto Chacón Herrera & Humberto Lagos Schuffeneger. Religión y proyecto político autoritario. Concepción: Ediciones Lar (Proyecto Evangélico de Estudios Socio-religiosos), 1986.
Dra. Carmen J. Galarce, USA
July 99
http://www.remember-chile.org.uk/espanol/comentarios/hasbun.htm
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