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sábado, 16 de noviembre de 2019

Los secretos de la oficina

Marcelo Schilling, diputado PS, dirigió el organismo que combatió a los grupos subversivos tras el asesinato de Jaime Guzmán. Estuvo amenazado de muerte y procesado por obstrucción a la justicia. Cuando una nueva sentencia por el caso Guzmán está próxima a dictarse, el hombre de la inteligencia de la transición habla de su papel en los 90 y desarchiva capítulos desconocidos de La Oficina.

Marcelo Schilling grafica su lugar en la historia en los siguientes términos:

-Esto es como en Francia. Si usted le pregunta a un francés quién es el ministro de Cultura, le va a responder Jack Lang, que fue ministro de Mitterrand hace como 30 años. Usted aquí pregunta quién es el jefe de la inteligencia y le responden Schilling, Marcelo Schilling.

–¿Y por qué pasa eso, diputado?

-No sé. Tal vez porque yo era al que más nombraban.

El que fuera secretario del Consejo Coordinador de Seguridad Pública -que pasó a la historia como La Oficina, creada en 1991 tras el asesinato del senador Jaime Guzmán- estuvo poco más de un año al frente del organismo de inteligencia encargado de combatir a los grupos subversivos que siguieron activos tras el retorno a la democracia. Ese año bastó para desarticular lo que quedaba del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y el Movimiento Juvenil Lautaro (MJL). Y, de paso, para que Schilling se ganara la odiosidad de ambos extremos políticos.

De un lado lo acusaron de infiltrar a los grupos subversivos, echando mano a antiguos presos políticos y guerrilleros arrepentidos. Del otro, de transar la desmovilización a cambio de impunidad. Ambas cosas tuvieron costos para él. Estuvo amenazado de muerte y procesado por obstrucción a la justicia. Y a mediados de los 90, cuando volvió a la vida política y postuló a la presidencia de su partido, sufrió lo que califica como “una derrota electoral estrepitosa” a manos de Luis Maira.

Desde el antiguo Congreso Nacional, Marcelo Schilling, 64 años, diputado socialista, dice entre risas:

-Maira representaba todas las virtudes de la izquierda revolucionaria. Y yo, en cambio, era lo peor de la izquierda reformista y socialdemócrata.

El diputado dice que el haber dirigido La Oficina le cobró la cuenta. Pero ahora, cuando la justicia está próxima a dictar sentencia en el caso Guzmán, se anima a hablar del tema.

–¿Por qué fue que lo eligieron a usted para dirigir La Oficina?

-Estarían los otros ocupados, no sé… Eso habría que preguntárselo a Enrique Correa, a Ricardo Solari y a Gonzalo Martner, que son los que me proponen.

–Y a usted le pareció bien.

-No, yo les dije que lo tenía que pensar. Al margen de la información que uno pueda tener por las lecturas y el estudio de la historia, para estas cosas, aparte de lo que fue mi paso por el GAP y de haber aprendido a disparar rifles en el campo donde me crié, yo no tenía la más mínima idea de esas cosas.

–¿Me está diciendo que el jefe de la inteligencia de la transición ni siquiera hizo un curso de inteligencia?

-No, nada. Yo había estudiado todo lo que tiene que ver con la historia del movimiento popular, el pensamiento de la doctrina socialista, los procesos revolucionarios y tararí y tarará, pero así como que me haya dedicado a estos fenómenos de los grupos armados, no. Es más, yo estaba declarada persona non grata en Cuba por unos artículos que escribí sobre el movimiento Solidaridad en Polonia, y la única vez que fui a ese país fue porque me invitó el embajador mexicano en Cuba. Todas las otras son fantasías, invenciones. La verdad de la milanesa es la que le estoy contando ahora.

En marzo de 1971, mientras estudiaba Administración Pública en la Universidad de Chile, Schilling fue uno de los 15 jóvenes socialistas seleccionados para reforzar la guardia civil de Salvador Allende. El Grupo de Amigos Personales (GAP). Su preparación militar estuvo a cargo de oficiales cubanos que lo instruyeron en defensa personal y prácticas de tiro. Una preparación rápida, de dos o tres meses, que lo obligó a abandonar la universidad y su nombre completo. Con 21 años, Marcelo Gastón Schilling Rodríguez pasaba a llamarse Gastón, a secas.

El ahora diputado hacía guardia en la casa de Allende de Tomás Moro. Y en algunos casos, en los traslados del Presidente, oficiaba de “edecán whisquero”, como llamaban al guardaespaldas que acompañaba a Allende en el asiento trasero del auto y cargaba una petaca de whisky. El hombre conoció la trastienda del poder y algunos de sus secretos. Como aquel día en que el Congreso nacionalizó el cobre y Allende, de regreso de una ceremonia en La Moneda, le comentó a su “edecán whisquero”:

-¿Sabe usted cuánto le vamos a pagar a los gringos?

Antes de que el joven Schilling abriera la boca, Allende volvió a hablar:

-Cero, compañero. Eso le vamos a pagar. Cero.

Schilling fue guardaespaldas de Allende por cerca de un año. Luego ocupó una gerencia en Chuquicamata y el golpe lo sorprendió en esas funciones. Ya estaba distanciado de su familia, agricultores de Temuco en su mayoría de derecha. Su padre había muerto y su madre se había establecido en Estados Unidos. El hombre que se exilió en México en 1974, y 11 años después volvió a Chile para sumarse a la oposición y trabajar en el Centro de Estudios Sociales y Económicos, dice que si bien en su juventud estuvo por los cambios radicales, y en 1985 fue detenido por la CNI, jamás postuló la vía armada.

-Escribí artículos en que sostengo la tesis de que la dictadura va a terminar por evolucionar hacia formas de democracia -dice-. Eso me valió varios garabatos, porque el año 80, que alguien (de izquierda) planteara algo así, era una herejía.

Al inicio del gobierno de Patricio Aylwin, Schilling fue de los pocos dirigentes socialistas que no asumió algún cargo. El dice que “por una decisión personal”, pese a que a nombre del partido había negociado designaciones y listas parlamentarias.

-Yo veía la transición por televisión -dice.

Planeaba una carrera académica cuando recibió el llamado de su amigo de entonces, Gonzalo Martner, subsecretario de Desarrollo Regional. Jaime Guzmán había sido asesinado días atrás y el gobierno buscaba un dirigente socialista para integrar un nuevo organismo de inteligencia.

Martner dice hoy que pensó en Schilling por su pasado en el GAP. Y porque tampoco había mucho donde elegir. Era uno de los pocos dirigentes socialistas de importancia disponibles. Schilling, en tanto, dice que una cosa es estar disponible y otra, dispuesto:

-No estaba muy convencido, la verdad.

–¿Y qué lo convenció?

-Mira, Pinochet había salido con el cuento de Cincinato, este emperador romano que se había ido para el campo y cuando Roma lo necesitó, volvió. Todo el mundo andaba con la sospecha de que este señor andaba esperando la oportunidad para volver, cosa que era cierto. Yo no tenía ninguna intención de integrarme al gobierno, ya había cumplido, pero qué iba a hacer, me tocó bailar con la fea.

–¿Qué cuentas saca ahora?

-Lo concreto hoy en día es que no hay grupos armados, los empresarios andan sin guardaespaldas y la democracia no está en jaque. Y eso se logró con total respeto a las libertades individuales y a los derechos humanos.



Ocupó una oficina en La Moneda, segundo piso, ala oriente, con vista a la Alameda. Ahí compartía secretaria con Jorge Burgos, jefe de gabinete del ministro Krauss, que asumió la vicepresidencia de La Oficina. Mario Fernández oficiaba de presidente, pero Schilling era el único dedicado de lleno a eso. La cabeza de un organismo que en principio no tenía sede ni personal.

Cuenta Schilling que ante la falta de espacio, y la necesidad de instalar un estadístico, Enrique Correa ofreció un departamento que su ministerio tenía en calle San Antonio, entre Huérfanos y Agustinas. Esa era la verdadera Oficina.

Allá llegó a trabajar el estadístico. Luego se integró Antonio Ramos, funcionario de La Moneda que oficiaba de archivero. Y poco después, por recomendación del subsecretario Solari, el analista de inteligencia Oscar Carpenter.

Militante socialista con instrucción militar en países de la órbita socialista, Carpenter conocía a alguno de los subversivos que se proponía combatir. Incluso, habría oficiado de instructor de algunos. Schilling dice que nunca antes había conocido a Carpenter. Y que una vez que comenzó a tratarlo, “resultó toda una revelación”.

–¿Cuál fue la contribución de Carpenter?

-Yo creo que él hacía conversar a gente de izquierda con otra gente que podía andar en la frontera, y de ahí sacaba información. Era súper hábil, se las arreglaba pese a que nunca tuvo los recursos para montar una red de informantes. Los recursos yo los conocía, y lo poco que había, lo distribuía yo.

–¿Cuántos informantes tuvo La Oficina?

-Uno solo: Agdalín Valenzuela.

–¿Uno? ¿Y Humberto López Candia?

-Ah, no, López Candia era un informante de los militares. Ese tipo llegó (a La Oficina) con el dato de que iba a haber un traslado de armas. Nosotros actuamos, pero no fuimos más allá con él. Aquí no se trataba de andar reclutando tipos, no; éramos los que éramos y punto. Uno puede ser aficionado, pero no huevón. Teníamos que construir nuestra propia valla de contención y de seguridad ante los militares y el FPMR, ¿y cuál era esa valla? Poca gente.

–¿Por qué no protegieron a Agdalín Valenzuela? ¿Qué pasó ahí?

-Yo hace mucho tiempo que no estaba en La Oficina cuando eso ocurrió. Pero puedo decirle que Agdalín es un héroe de la democracia. Todos deberíamos estar agradecidos de él.

Agdalín Valenzuela era un antiguo frentista que entró al círculo de confianza de los más altos jefes del FPMR. En 1991 comenzó a colaborar con La Oficina y fue identificado como F1. Sus datos permitieron al gobierno descubrir quién era quién en la cúpula del FPMR y confirmar algo elemental: quienes habían secuestrado a Cristián Edwards eran los mismos que habían matado a Guzmán.

En 1993 el informante de La Oficina fue detenido junto al jefe frentista Mauricio Hernández. Y dos años después, fue acusado de traición y ajusticiado por sus compañeros del FPMR.

–¿Cómo reclutan a Agdalín?

-Ocurre que una profesora socialista que era amiga mía me llama y me dice que tiene un sobrino que quiere hablar conmigo. Que él cree que tiene cosas que me podrían ayudar sobre el lío del asesinato a Guzmán. Viene este joven a hablar conmigo y me habla de Agdalín Valenzuela.

–¿Usted lo conoció?

-No, nunca físicamente. (Antonio) Ramos toma el contacto con él en la Estación Central, mantiene un tiempo el contacto y después le pido a Carpenter que se haga cargo.

–¿Cuál fue la motivación de Agdalín para colaborar con La Oficina?

-Yo creo que por la influencia de un militante comunista amigo que le fue diciendo que había que dejar las armas. Y motivado porque sus amigos no murieran.

–¿No hubo una motivación económica?

-Estas cosas te deben parecer increíbles, pero como yo las viví no me parecen: una vez Carpenter me pidió plata para comprarle un par de zapatos. Otra vez me pidió re poca plata para ayudarle con unos cajones de abejas que había instalado en Curanilahue o no sé dónde. Eso fue todo.

–¿Sólo eso?

-Si quieres, me crees. Pero fue así.

Veinte años atrás esta imagen hubiera sido impensada. Marcelo Schilling viajando solo, al volante de su auto. En ese entonces estaba amenazado de muerte por la directiva del FPMR y el MJL. Por eso, adonde quiera que fuera, viajaba acompañado de un chofer y dos guardaespaldas. Adelante lo acompañaba otro auto de seguridad seguido de dos motoristas de civil. Nueve guardias para un solo hombre.

-Tampoco era para tanto -sopesa Schilling-. Una vez nos escapamos con mi hijo, tomamos un micro y nos fuimos a Providencia a almorzar a El Parrón.

El diputado cuenta esto mientras conduce su Hyundai Veracruz rumbo a una actividad de campaña en Limache. No tiene chofer y suele conducir entre su distrito y sus departamentos en Viña del Mar y Santiago. Tampoco tiene un sistema de seguridad especial. Dejó la escolta en 2000, cuando asumió como embajador de Chile en Francia. Y al regreso, en 2006, dice que comenzó a hacer “una vida normal”.

Ha gastado la mañana en una tediosa ceremonia con autoridades regionales de Valparaíso. Y dedicará la tarde a actividades sociales en un club deportivo de barrio donde su equipo ofrecerá servicios de veterinaria, peluquería y asesoría jurídica y espiritual. Esta última, a cargo de una mujer que lee el Tarot, será la más demandada por sus electores de Limache.

***

El 92 fue un año decisivo para la desarticulación del FPMR. Cristián Edwards fue liberado y sus captores detenidos. La Oficina vivía su mejor momento cuando Schilling renunció a lo que derivó en la Agencia Nacional de Inteligencia, ANI.

–¿Por qué se va de La Oficina?

-Porque no es mi vocación… Yo me fui a despedir de Aylwin el 92, en julio o agosto, y le dije:Don Patricio, ya se resolvió, no hay nada más que hacer, y me fui.

–¿Cómo sabía usted que no había nada más que hacer? Había quedado gente libre que podía volver a operar.

-Estaba todo desarticulado. La fuga había sido general. Además que políticamente ellos se habían arruinado a sí mismos. Primero matan a Guzmán y no lo reconocen. Después secuestran a Edwards y lo vuelven a ocultar. O sea, es el fin.

–Tenía información, entonces.

-Obvio. Al punto que si le preguntas a Carpenter tal vez él te lo va a negar, pero él una vez me dijo: Hasta nos podemos tomar la dirección del FPMR.

–¿Y qué le dijo usted?

–Estái más huevón, le dije. Ahí le recordé lo de las Brigadas Rojas en Italia, que siguieron cometiendo actos terroristas cuando estaban completamente infiltradas por policías. No, le dije, esta huevá se acabó.



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