(texto modificado del articulo "La insoportable ignorancia de la pequeña burguesía pacifista " escrito por Eduardo Sartelli; "La humanidad del revolucionario", escrito por Fabian Harari y "La contra. Los enemigos de la Revolución de Mayo, ayer y hoy," del mismo autor; "Nota de Ianina Harari sobre el Cordobazo y su vigencia", escrito por Ianina Harari. Se utilizan escritos y citas del muro de Eduardo Sartelli. Eluso de los textos declarados se ha realizado sin el concentimiento de los/as mencionados/as intelectuales).
Para los ignorantes todo pasa por una “conducta”, un “comportamiento” y un “método”. El buen idealista cree que si cambiamos nuestras “conductas”, “comportamientos” y “métodos”, podremos evitar ese fenómeno histórico, de la misma manera que el liberal ingenuo cree que “si cada uno cambia, el mundo cambia”.
Los procesos históricos complejos, ligados a una determinada constelación de fuerzas sociales, en medio de una dinámica política específica, producto de una etapa concreta de la lucha de clases no puedem reproducirse a voluntad, sostener lo contrario es una estupidez, tan grande como creer que salió de la “conducta”, el “comportamiento” o los “métodos” de un solo individuo, incluso de un conjunto de individuos.
No se puede pensar la historia, ni la política, ni la cultura, ni la revolución, sin hacer pleitesía a la vulgata liberal por la cual cualquier alusión a la violencia lleva necesariamente a la dictadura. Se trata de un verdadero obstáculo epistemológico que impide pensar con libertad.
Quiemes analiza asi los hechos son censores y sus declamaciones son instrumento de censura; pretenden que cualquier análisis o accion que escape al pacifismo burgués deba ser reprimido pronunciando la palabra mágica: "violentistas" (e incluso con las fuerzas de seguridad).
Frente a problemas muy complejos, resulta muy difícil tomar decisiones simples. Y cada una de esas decisiones portaba consecuencias que entrañaban graves peligros. Nadie es ignorante de esas cosas. Pero la realidad se encapricha en no ceder a la voluntad de los individuos fácilmente. Podemos ser críticos frente a algunas situaciones, pero reconocemos la necesidad de ciertas medidas. Dicho de otra manera, es discutible que existan muchas posibilidades “libertarias” en determiados contextos como cuando el pueblo es reprimido y sometido desde el Estado y con los organsmos de segurdad del aparato represivo estatal.
Muchas veces, el ataque del pueblo no solo se encamina hacia el ejecutor de la violencia estatal (la policia, por ejemplo), tambien afecta a monumentos, objetos, lugares (estatuas de proceres nacionales, semaforos o torniqueres del metro, oficinas de en)que suelen representar iconografiastidades estatales o partidos polticisos, negocios como supemercados o empresas que poseen los servicios basicos como la energia electrica o el agua para su distribucion y usufructo comercial); es decir, simbolos dela opresion, del adoctrinamiento patriotico-naconalista y simbolos de su sometimeintoeconomico y representantes de la burgesia en general.
POdran argumentar que "dañan propiedad privada", "rompen patrimnio historico-cultural", "ocasionan pedidas y daños a negocios que dan trabajo", etc, etc.
Solo los tontos pacifistas ponen estos argumentos sobre la mesa. Pensemos por un momneto, ¿Qué hace la burguesia (empresarios de todo tipo, la clase politica dirigente que gobierna para esos sectores burgueses, etc), contra el proletariado que se moviliza, protesta y se organiza? ¿Cómo creen estos tontos pacifistas que resuelven los problemas los burgueses asustados que ven en riesgo sus privilegios? ¿Con la “democracia”? ¿Oponiendo a la movilización obrera contra la miseria resultante el poder de las palabras? La sociedad humana está atravesada, lamentablemente, por la violencia, y el cambio social, hasta ahora, no ha resultado la excepción. Quien sostiene lo contrario es un criminal: prepara a la vanguardia para el suicidio cuando se desencadene la venganza de clase.
Como estos pacifistas usan bonete, no se dan cuenta de otra cuestión metodológica elemental: ¿explicar un proceso histórico equivale a defenderlo? ¿Decir que hay razones que permiten comprender la violencia del poueblo equivale a ser violentista, terrorista o delincuente? Por otra parte, entender por qué las cosas toman determinados rumbos y suceden las cosas que pasan , tiene cierto valor para evitar cometer los mismos errores. Pero un valor limitado. Porque vamos a estar expuestos a otra situación, con otros problemas y, evidentemente, vamos a cometer otros errores. La historia no se repite. Hay que pensar la situación actual y razonar sin prejuicios sobre los problemas que nos plantea. Está claro que eso no es fácil para un religioso cuya única función es cuidar el dogma. En este caso, un dogma liberal.
En un momento en el que domina una extraordinaria violencia en los enfrentamientos sociales, en los que la "contrarrevolución" está a la orden del día, en el que los enemigos utilizan métodos aún más horrendos, en el que la estructura social conspira contra la acción revolucionaria del proletariado porque la masa de la población es burguesa o pequeño burguesa, el llamado a ofrecer la otra mejilla es, como ya dijimos, un acto criminal contra los propios compañeros. En esos momentos, lo único que no está en la agenda es el fracaso, porque si fracasamos, nos matan a todos. Que los pacifistas demuestren lo contrario. En ese momento y lugar, ¿estamos a favor de la violncia? Estamos a favor de la violencia de los enemigos de la revolución que se encarna en la lucha popular y lo smismo sucedera con la censura que puede llegar incluso a compañeros (como aquellos que frente a determiadas situaciones critican el avance y fortalecimiento de la lucha) pero siempre criticando a quienes pretendan impedir el desarrollo de fracciones internas, relegado a los sindicatos como si fueran solo meros apéndices del Estado. Criticar a quienes aprovechan la situacion. Pero en relación a los enemigos, somos partidarios de la censura y de cosas mucho peores. Porque no somos pacifistas. Y no somos pacifistas porque no somos idiotas.
Los pequeños burgueses, los pacifistas, los liberales deben creer que se puede hacer una revolución sin violencia. Que no vamos a matar a nadie por defenderla. Porque si estuviera de acuerdo en que una revolución requiere violencia, entonces deberá disponerse a ejercerla, si fuera un revolucionario real, no un charlatán que espera que otro haga el trabajo sucio. Y si está dispuesto a matar a alguien, en nombre de la revolución, ¿en qué sentido se niega a “censurarlo”? Esta gente no se plantea estos problemas, simplemente porque son charlatanes.
Justifican su inactividad pretendiendo ser “crítico” y rechazar la “barbarie”. Para ese tipo de personajes, “barbarie” es todo lo que no encaja en el liberalismo burgués: la censura está mal porque ahoga la “creatividad”, porque es “inútil”, porque expresa “ignorancia”. Por empezar, la censura ya existe. Solo un tontolín liberal puede creer que en la sociedad en la que vivimos Mozart no está prohibido por lo menos para ocho décimas partes de la población. Está prohibido y censurado por las condiciones miserables de vida, que ordenan una educación basura que incapacita a la masa de la población para poder disfrutar productos culturales de cierta complejidad. El mundo capitalista es una dictadura de clase y esa dictadura tiene consecuencias terribles sobre el desarrollo intelectual del proletariado. Hasta los kirchneristas entendían mejor el problema cuando hablaban del poder de los medios. Por otra parte, en toda sociedad existe la censura, incluso en las más revolucionarias, porque toda sociedad proscribe conductas simplemente por el acto de habilitar otras. ¿Astarita daría libertad de expresión a los artistas pederastas? ¿A los asesinos? Toda sociedad reprime conductas, ¿hay que citar a Freud? Se trata de una idea ingenua de la naturaleza humana, que no supera las candideces rousseaunianas de los anarquistas más ingenuos.
Por otra parte, preguntarse si hemos de censurar a alguien, es decir, si luego de la victoria asegurada y de las transformaciones realizadas con éxito, aplicaremos la censura, es otra tontería, porque no hay forma de saber qué problemas enfrentaremos y, por lo tanto, que instrumentos necesitaremos. Es más, es muy probable que haya que aplicar la censura a todos los valores burgueses remanentes y que sea la misma población la que ejerza esa censura negándose siquiera a escuchar hablar de ellos. De todos modos, es un problema abstracto. Lo que sí es cierto es que el socialismo no es un mundo en que cada uno hace lo que quiere, porque eso es el fascismo, el punto de llegada del liberalismo.
Por último, preguntarse si debemos censurar ahora a los artistas e intelectuales burgueses, es otra tontería, sencillamente porque no podemos hacerlo. Cuando ofrecen “toda la libertad a los artistas”, ofrecen algo que no tienen ni pueden ofrecer. ¿Porque alguno diga que los artistas son libres, eso evitará que la maquinaria capitalista los someta material, política e intelectualmente? Si tienen semejante poder, que no sean mezquinos y lo extiendan al proletariado, así, de paso, nos evitamos la revolución. Lo que hacen, en realidad, es censurar a los artistas. La censura consiste en negarles el apoyo necesario que tienen que realizar en su campo. Cuando se declara toda libertad al arte, lo que se está diciendo es que no tiene importancia lo que el artista diga y que no se tiene derecho a cuestionarlo. Para el artista revolucionario eso significa quitarle todo sentido a su tarea; es más, pesa sobre él la acusación implícita de “violentista”, por atreverse a cuestionar el orden cultural de clase. Es más, ese compañero se verá postergado por la política del “figurón”, por la cual el se prefiere a artistas e intelectuales burgueses que, por razones de su conveniencia, conceden ofrecer su figura en un debate o un spot publicitario. Así, el partido “liberal”, en lugar de liberar a sus artistas a la crítica de la sociedad burguesa, se libera a sí mismo para todas las componendas posibles, componendas que no hacen más que reprimir a sus propios intelectuales.
Los pacifistas, burgueses y liberales defienden eso, claro que, sin las virtudes de quienes actúan. Bien o mal, pero actúan. Porque son simples charlatán.
¿Qué es nuestro pais? ¿Cuándo nació? ¿Fue hecha por todos y para todos, como nos dicen? Todos recordamos los actos escolares y nos dicen que esa patria es nuestra. De todos. Todo fue tan lindo, tan en paz. ¿Fue así?
La revolucion independentista fue un proceso en el cual la clase que hoy gobierna nuestro pais se rebeló contra los antiguos dueños, se organizó, tomó el poder y cambió la sociedad. También, nuestro no fue creada por todos ni para todos, sino por y para la burguesía. Una clase que, desde hace 200 años, dirige el país y es la verdadera responsable de que estemos como estamos.
"El campo de batalla está cubierto de 2 mil cadáveres. Su artillería toda, sus parques, sus hospitales con facultativos, su casa militar con todos sus dependientes, en una palabra: todo, todo cuanto componía el ejército real es muerto, prisionero o está en nuestro poder. Nuestra pérdida la regulo en unos mil hombres entre muertos y heridos.” Estas palabras no fueron escritas por Hitler ni por Videla, sino por quien estamos homenajeando. El Comandante de Granaderos a Caballo no sólo fue terminante con sus enemigos: todo subordinado que mostró cobardía, que huyó o que retrocedió sin orden fue inmediatamente ultrajado y luego fusilado, sin mediar proceso ni derecho a la defensa.
Presentamos estos datos a raíz de ciertas voces que suelen exigir una especie de “humanización” de los próceres y de las luchas. Para esta corriente, “humanizar” consiste en mostrar el lado privado, particular, del personaje en cuestión: si llora, si está enamorado, si tenía alguna mascota, si tenía aventuras indiscretas o si era mal hablado… La violencia, obviamente, no constituye una cualidad humana, por lo que suele ser negada o minimizada. El problema es que lo que constituye a un ser humano particular no es tener sentimientos (todos los tienen), ni haber cometido bajezas (quién no lo ha hecho), sino la capacidad de portar ciertas relaciones sociales. Ciertos individuos logran, en determinadas coyunturas, anudar una cantidad y calidad de lazos que le dan una alta responsabilidad y lo colocan en un lugar importante en la historia. Decimos “en determinadas coyunturas”, porque cada cualidad requiere su momento y lugar de aplicación. Por lo tanto, para comprender a un prócer, no hay que hurgar en su vida privada, sino que hay que comprender a su sociedad.
San Martín vivió en una época en que las relaciones que unían a los seres humanos, las feudales, comenzaron a quebrarse. Otras, las capitalistas, pugnaban por nacer. Esos choques estallaron en una guerra que recorrió el mundo. En España, poco podía hacer un oficial de línea, encima criollo, en un conflicto de dinámica irregular y prácticamente perdido. La revolución en América, en cambio, se presentaba como toda una oportunidad para el talento. Así, se ligó con la naciente burguesía rioplatense. Ante todo, se casó con la hija del hacendado más importante (y más radical) de su época: Antonio Escalada. Luego, ingresó en la política, formando la Logia Lautaro, y provocó un levantamiento en octubre 1812, que puso en el poder a un gobierno adicto a sus planes. Él no fue un prócer por haber llorado, por no estar en el funeral de su mujer, ni por ninguno de sus gestos de ternura, sino por haber derrotado al mayor ejército del continente. Eso no lo consiguió por ser más o menos simpático, sino porque supo analizar la estructura militar del dominio peninsular y logró trazar una estrategia de guerra victoriosa. Utilizó la violencia organizada no porque fuera cruel, sino porque tenía que forjar un mundo nuevo. Fue más humano porque supo corporizar, en su persona, las aspiraciones de la burguesía, que entonces emprendía el asalto al cielo. Que quienes veneran a este dirigente se escandalicen por la acción de los nuevos revolucionarios es una muestra de hipocresía o mediocridad intelectual.
¿Qué es lo que constituye un fenómeno revolucionario? Comencemos por el principio. Acordamos que se trata de un proceso de transformación, hay algo de la sociedad que varía. Pero no se trata de un simple cambio de gobierno ni de formas culturales, ni de aspectos de la economía. Es la misma naturaleza de la sociedad la que cambia.
Tamaña mutación es el producto de la reformulación de las relaciones que sostienen a la sociedad como tal. Se trata de los lazos que reproducen la vida misma: las relaciones sociales de producción. Estas afirmaciones suponen otras dos: que la sociedad es una estructura jerarquizada donde ciertos vínculos determinan a otros y que las relaciones que rigen la producción son las que condicionan al resto de las manifestaciones de la vida social. Explicar esto nos llevaría un largo capítulo. Se han escrito libros sobre este problema. Vamos aquí a soslayar el debate. El caso es que las revoluciones han construido nuevas relaciones en todas las esferas sociales, desde la política hasta la cultural. Pero una revolución sólo merece ese nombre si altera las relaciones económicas. Volviendo entonces, podemos decir que la revolución implica una transformación en las relaciones de producción. Una revolución es una transformación social consciente. Es decir, mediada por el elemento político. Eso quiere decir que una revolución no surge espontáneamente. Toma décadas de preparación. Quien quiera tomar el poder debe prepararse para hacerlo. Es así que una revolución, para triunfar, debe tomar no el poder sino el Estado. Poder hay (como bien decía Michel Foucault) en todos lados. Desde un padre sobre el hijo hasta el de un perro con su dueño, pasando por la relación maestro-alumno. Pero el problema no es el poder sino el Estado (como bien se equivocaba Foucault), el instrumento de dominación social por excelencia, la reserva más sensible de la clase dominante y la herramienta para la transformación social. Porque el poder no es algo que siempre nos será ajeno (como también erraba Foucault) y de lo que nos conviene mantenernos alejados, sino algo de lo que hay que apoderarse si no queremos que el mundo permanezca tal y como está. Una revolución tiene, como premisa, una clase interesada en transformar la organización social a fin de poder dar rienda suelta a su desarrollo. No basta con que se halle constreñida en el viejo armazón. Hace falta que comprenda sus tareas y se disponga a realizarlas. Una revolución supone la existencia de un Sujeto histórico: una clase cuyo avance se opone a la constitución misma de la sociedad (el elemento estructural), consciente de su situación y dispuesta al enfrentamiento (el elemento político). El sujeto, entonces, resume en sí los atributos objetivos y subjetivos. Es sujeto porque comprende y transforma. Pero una clase revolucionaria no opera en el vacío. La existencia de una sociedad de clases presupone que hay alguien que custodia su funcionamiento en detrimento de otros. Por lo tanto, la transformación implica un enfrentamiento. Como lo que está en juego es la vida misma de las clases (de eso se trata una revolución) es lógico que cada uno de los términos apele al resto de las clases y fracciones de clase. El resultado es la formación de alianzas que recorren y desgarran todo el tejido social.
En tiempos normales los enfrentamientos tienen como protagonistas a elementos reducidos, ya sea del personal político de la clase dominante o de elementos de clases antagónicas. Lo que se debate, inmediatamente, no es el funcionamiento mismo de la sociedad, sino sus aspectos parciales. Pero la revolución implica que, en algún momento, la convulsión sacuda a toda la población, porque lo que se está poniendo en juego es cómo será la vida futura. Los enfrentamientos revolucionarios suponen un alto nivel de violencia. No obstante, un episodio de suma violencia no garantiza que estemos en presencia de un fenómeno revolucionario. Puede haber conspiraciones, guerras y disputas entre fracciones de la clase dominante, cada cual más sangrienta, sin que esté en juego el sistema mismo. Las guerras mundiales, por ejemplo, constituyen la mayor sangría que presenció la humanidad y, sin embargo, ninguna de las fuerzas combatientes apelaba al cambio social. Es más, luego de la Segunda se reunieron en Yalta para garantizar la estabilidad del sistema. Nos queda, todavía, develar el primer problema: ¿cómo situar cronológicamente una revolución? ¿En el instante de la toma del poder? ¿Al término de la guerra civil? Se trata de una cuestión compleja. Una revolución es un fenómeno que esconde varios procesos. En primer lugar, no sucede en cualquier momento y/o en cualquier lugar. Una sociedad que goza de buena salud es poco accesible a impugnaciones a su funcionamiento. Mientras la organización económica sea una condición para el desarrollo de las fuerzas productivas, las embestidas difícilmente logren su objetivo. Así es como en 1848, en Francia, la clase obrera integra una alianza revolucionaria cuyo destino será el fracaso. El resultado fue, efectivamente, un feroz retroceso de la clase obrera. Marx, agudo observador de los acontecimientos, concluye que no era el momento de una revolución proletaria, ya que el capitalismo francés aún no había dado todo de sí. En términos semejantes, había desaconsejado la insurrección de 1871, la que dio origen a la Comuna de Paris. Aunque, una vez lanzada, la apoyó hasta el final. Pero llega un momento en el que las fuerzas productivas presionan sobre las relaciones en las que se asienta la humanidad. En el siglo XVIII, el desarrollo del mercado mundial y de la producción en masa chocaba con relaciones de servidumbre, impuestos al tráfico y el trabajo gremial. Hoy día, la meteórica socialización de las relaciones sociales presiona sobre la propiedad privada de los medios de producción y de vida. La aparición de esa contradicción es el inicio de una época revolucionaria. Es la tierra donde va a florecer el cambio. No quiere decir que se haya desatado una crisis terminal, sino que el sistema ya no puede asegurar el desarrollo de las clases enfrentadas y, por lo tanto, toda estrategia que tienda a la reforma tiene pocas posibilidades de éxito. La sociedad comienza a excluir a una parte de sí misma. Se trata de una tendencia de conjunto. En Europa, la decadencia del feudalismo puede datarse a partir de finales del siglo XVI y principios del XVII, que dieron origen a fuertes convulsiones. Dos de ellas derivaron en una revolución. En Inglaterra (1640) y en los Países bajos (1572). Hoy día, asistimos a un fenómeno similar a partir de la crisis capitalista mundial. Esta época tiene una duración de décadas y suele variar su intensidad. Muchas veces puede cerrarse momentáneamente a partir de la destrucción de fuerzas productivas, lo que vuelve a darle aire a las relaciones sociales de producción. ¿Cuándo se cierra esa época? Cuando la revolución cumple con sus tareas. Cuando se vuelve innecesaria. La época de la revolución burguesa se cierra cuando la expansión de las relaciones capitalistas despliega toda su potencia, lo que supone la aparición histórica de la clase obrera. La época de la revolución socialista se cierra con la desaparición de las clases sociales. Por eso, una revolución no puede juzgarse por los resultados más inmediatos (la guerra, la dictadura) sino por los logros históricos que le deja a la humanidad.
El proceso revolucionario es algo más específico. Más local o regional. Implica la incapacidad de la clase dominante para mantener su dominación y el surgimiento de una estrategia revolucionaria en el seno de la clase destinada a dirigir la transformación. Los lazos sociales que sustentan la sociedad se quiebran y quienes dominan no pueden mantener una unidad. La clase dominante pierde su hegemonía, esa capacidad para gobernar con el consentimiento de toda la población y para imponer disciplina en sus filas. Es decir, la constitución misma de la sociedad es la que está en discusión. Se abre la oportunidad para la transformación social. Se trata del salto de la crisis de cantidad en calidad. En el fondo de la crisis económica irrumpe la crisis político-ideológica. Esta crisis hegemónica se abre, generalmente, con la bancarrota del Estado y con conspiraciones de las distintas fracciones de la clase dominante contra el gobierno de turno, en un desesperado intento por acaudillar una salida. En este período, la clase revolucionaria, o una parte de ella, abandona las esperanzas en las reformas. Un proceso revolucionario puede durar años, hasta que el poder cambie de manos o hasta que la clase dominante restablezca su hegemonía. Ese proceso puede sufrir retrocesos, sin llegar a cerrarse, en el caso de que la clase dominante logre detener el desbarranque y estabilizar la situación. Como dijimos más arriba, los procesos no se detonan en todos lados (lo que no quiere decir que no afecte al sistema en su conjunto), sino en los ámbitos más sensibles. Sin embargo, aunque su aparición sea muy desigual, una victoria de magnitud provoca la aparición de crisis de dominación en lugares que parecían más resguardados. Basta observar las repercusiones de la revolución francesa y de la revolución rusa, que provocaron conmociones alrededor del globo. A su vez, una derrota histórica puede provocar serias heridas allí donde la revolución parecía afianzarse. El fracaso de la revolución en Alemania y en Francia en la década del ’20 proporcionó las condiciones para el triunfo del Termidor soviético. Bien, pero hay un momento en el cual toda esta acumulación de tensiones encuentran cauce en el terreno militar: la toma del poder. Allí, cuando las clases van al enfrentamiento final, decimos que estamos ante una situación revolucionaria. Se trata de días. Para llegar a esa instancia la clase revolucionaria, previamente, debió: a) tomar la dirección de una vasta alianza y b) haber logrado concentrar todas sus fuerzas en un núcleo capaz de hacerle frente a la fuerza organizada del Estado. Ese poder centralizado de la clase se expresa en la autoridad de su partido. Y la autoridad de su partido se expresa en la confianza depositada en una dirección visible (Cromwell, Robespierre, Lenin). La situación revolucionaria se conforma con la constitución de una aceitada maquinaria y la máxima debilidad de la clase en el poder. Un error de cálculo en esta instancia puede tirar por la borda años de preparación. Por eso, muchas veces suele aludirse a la actividad decisiva de tal o cual dirigente. Porque, justamente, la gran mayoría de la sociedad puso en sus manos, por unos momentos, los destinos de sus vidas. La revolución es, entonces, un fenómeno necesario y no contingente. De la época a la situación, el centro del problema se va desplazando de la economía a la política y, de allí, hacia las acciones individuales. Eso no quiere decir que, en el momento más álgido, la economía esté ausente. Sucede que se halla incorporada en la acción política. Contrariamente a lo que se piensa, en la situación la totalidad social se resume en un núcleo para poder transformarse. Vemos así que las estructuras económicas, políticas e ideológicas no siempre caminan por senderos separados, ni ostentan una tendencia innata a la confluencia. La distinción de estos momentos es sumamente importante, no sólo para el análisis sino también para la acción. La confusión de estos términos ha llevado a más de un descalabro.
La la crisis chilena no se parece a la Primavera árabe. En la Primavera árabe se expresa una descomposición general de los estados que brotaron de la experiencia del nacionalismo árabe. Chile tampoco se parece a la Argentina, en medio de una crisis económica y social galopante. Se parece más bien a los "chalecos amarillos", con menos integración política, al menos por ahora. Es el estallido del hartazgo de una clase obrera exitosamente reducida al lecho de Procusto de los límites de una economía más simple que la Argentina, con una estructura social más limitada. El capitalismo chileno "funciona" en el sentido de que es capaz de adaptarse a las exigencias de la productividad que impera a nivel mundial, no porque aumente sistemáticamente la productividad del trabajo local, sino porque no tiene mucho para desarmar. Es decir, alcanza con presionar sistemáticamente sobre la tasa de explotación vía plusvalía absoluta y renta minera. En la Argentina la cuestión es mucho más compleja, porque este es un capitalismo que alcanzó un nivel de complejidad mayor. Para "adaptar" la Argentina a la productividad mundial sin salir de la estructura productiva actual, es necesario cercenar porciones enteras de la sociedad. De allí que el "espertismo" no tenga posibilidades aquí ni siquiera con un Pinochet detrás. Dicho de otro modo, tanto la Argentina como Chile siguen la evolución (con trayectorias generales comunes) de la crisis mundial del capital, pero la expresan a partir de sus particularidades. Por eso es difícil saber si Piñera caerá. Macron no cayó, el movimiento se agotó luego de un tiempo de agitación. El panorama en Chile no es tampoco el de De la Rúa, porque no hay allí oposición burguesa intentando hacer caer a Piñera. Toda la clase política, modelada por el pinochetismo, está en cuestión. En sentido estricto, esto es la primera impugnación social al orden pinochetista, organizado por Pinochet y continuado por todos los gobiernos posteriores.
La consigna "Asamblea Constituyente" que se viene escuchando y proclamando en Chile durante los días finales del mes de Octubre y principio de Noviembre (2019) durante la rebelión popular al gobierno burgues y policial de Sebastian Piñera, es un formalismo peligroso. Bien. En Chile tenemos un ejemplo. El Partido Comunista de Chile, uno de los puntales de la democracia burguesa chilena, la fuerza dominante en la Mesa de Unidad Social armada con el Frente Amplio de Chile, la tercera fuerza política del país, acaba de proponer el llamado a una Asamblea Constituyente. Sí, el PC estalinista de Chile. ¿El trotskismo planteando una demanda imposible de cumplir por la burguesía? No. El PC estalinista. Y parece que la Nueva Mayoría, de la que el PC es parte, la ex Concertación, de Bachelet, no estaría en contra. Cuando se ve de qué se trata, es sencillo: desarmar la constitución pinochetista con reformas puramente formales. Es decir, se intenta contener la energía popular que ha desbordado al pinochetismo oficial (Piñera) y al extra-oficial (la Concertación) creando una nueva ilusión en la democracia burguesa. Es decir, lo que ya sabemos, Mujica y compañía. Ni siquiera se plantea un programa de nacionalizaciones al estilo FIT, no llega ni al chavismo. Incluso, no alcanza al kirchnerismo, que eliminó las AFJP, un pilar del capitalismo chileno que actúa como extractor de renovadas masas de plusvalía. Sin organismos de poder proletario que actúen como canal de desarrollo de la oposición obrera a la reconstrucción capitalista, las masas irán de cabeza a esa nueva ilusión. La tarea de la izquierda chilena (de la Argentina y de la Latinoamericana en general), es la conformación de organismos de poder popular, en lugar de alentar la confianza en supuestas medidas "transicionales". Se me dirá que tales cosas están lejanas. Sin embargo, en Chile funcionan lo que aquí llamamos "asambleas populares", los "cabildos abiertos". Es por allí donde tenemos que empezar. Lo demás es ser cómplices de una restauración que se limita a cambiarle el collar al perro. Para eso sirve la consigna "Asamblea constituyente" en ausencia de soviets, como señala Lenin en las Tesis de Abril. La religión se revela como lo que es: el reemplazo del análisis concreto de la situación concreta por la ideología. No importa que se le agregue "con poder". Sin soviets, no hay poder.
Mucha gente cree que mañana Chile amanece socialista con solo mediar una AC.
Los bolcheviques conquistaron el poder desarrollando soviets. Después una constitución lo sancionó, no antes.
La clave de toda revolución es la construcción del poder proletario, que nace como "segundo poder".
Los bolcheviques dieron el primer paso hacia el Estado soviético al disolver la asamblea constituyente.
Someter el poder soviético a una elección universal es entregar la vanguardia revolucionaria a las masas atrasadas.
La consigna "asamblea constituyente" en ausencia de poder soviético es un formalismo vacío y peligroso.
La única instancia constituyente es el poder mismo. El poder proletario se construye soviéticamente. Primero, la ANT.
Cuando la ANT destruye el poder burgués, se constituye a sí misma, es auto-constituyente.
La "constituyente" rusa era una imposición de las circunstancias porque acababa de caer un régimen feudal.
Una constituyente hoy solo puede ser socialista y eso es imposible sin soviets. ¿Se entiende?
Cada vez que la burguesía tiene problemas con masas movilizadas, llama a elecciones. De Gaulle terminó así con Mayo del '68.
es preciso (...) explicarles la ligazón indisoluble del capital con la guerra imperialista y demostrarles que sin derrocar el capital es imposible poner fin a la guerra con una paz verdaderamente democrática y no con una paz impuesta por la violencia. (Lenin, Tesis de Abril,1917)
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