Señor Director:
La pregunta por el papel que cupo a Jaime Guzmán en la dictadura y en las violaciones sistemáticas a los derechos humanos es de las más importantes de la esfera pública en Chile. Jaime Guzmán es el intelectual orgánico más relevante que tuvo la derecha durante el siglo XX. Por lo mismo, su papel en el periodo que media entre 1973 y 1989 —aunque le moleste a la Fundación Jaime Guzmán, según se sigue de la carta de ayer— no puede escapar al escrutinio.
La literatura sobre la figura de Jaime Guzmán (especialmente Huneeus, C. El régimen de Pinochet, Sudamericana, 2005, pp. 344 y ss; Cristi, R. El pensamiento político de Jaime Guzmán. Una biografía intelectual, Lom, 2011; Moncada, B. Jaime Guzmán. El político de 1964 a 1980, RIL, 2006) muestra que él pensó: i) que la dictadura era plenamente legítima (en esto seguía a pie juntillas la tradición fundada por Donoso Cortés y Vásquez de Mella); ii) que la democracia carecía de valor intrínseco y poseía un valor transferido, propio de un medio que podría servir distintos fines; iii) que el valor de los derechos humanos no era absoluto y que su vigencia podía suspenderse si así lo requerían circunstancias excepcionales (aquí pareció seguir las ideas de Sánchez Agesta, confundiendo lo que es necesario de facto con lo que era debido de jure); iv) que en esas circunstancias excepcionales, la autoridad política debía estar al margen del control de los jueces, con lo cual legitimó el rechazo de los recursos de amparo (vid. Rojas et al (ed), Derecho Político, Apuntes de las clases del profesor Jaime Guzmán Errázuriz, Ed. Universidad Católica, 1996, p. 150; v) que los culpables finales de las violaciones de los derechos humanos no fueron los militares que ejecutaron la violación sistemática, sino los políticos que habrían desatado la violencia política.
Distinguió así Guzmán entre el régimen que toleraba las violaciones, los militares que ejecutaron los crímenes y quienes radicalizaron el conflicto político previo. Exculpó al primero, restringió la responsabilidad de los segundos y declaró la plena culpabilidad de los terceros: “No estoy señalando que esos uniformados que hayan transgredido los derechos humanos no tengan responsabilidad en los hechos. Lo que estoy señalando es que los máximos dirigentes de la Unidad Popular tienen una responsabilidad todavía mucho mayor en los dolores que sufrieron sus seguidores, como resultado del cuadro de guerra civil al cual los arrastraron” (confunde así, como es obvio, las causas de la ruptura democrática con las violaciones sistemáticas que le siguieron. Sobre el punto, puede verse la entrevista aparecida en “El Mercurio” del 10 de marzo de 1991).
No cabe duda, pues, que Jaime Guzmán elaboró una justificación del golpe, de la dictadura y de las violaciones a los derechos humanos acaecidas en Chile. ¿Se compensa esa actitud intelectual y política con los actos particulares estimables que tuvo y que él mismo (olvidando el mandato evangélico de que no sepa la mano izquierda lo que hace tu derecha) se encargó de divulgar? Este es el problema que merece la deliberación pública: si acaso un acto bueno o de conmiseración compensa y borra el apoyo intelectual y la colaboración política con un régimen que, a sabiendas de Guzmán, violaba los derechos humanos.
El propio Jaime Guzmán era consciente de esa dualidad que lo habitaba: la legitimidad política que él atribuía al régimen y los problemas morales que todo eso le causaba. Sin embargo —y como buen político pragmático—, mantuvo separados ambos planos, sin inclinarse por uno o por el otro. Supo, pues, vivir atribuyendo legitimidad al régimen que violaba los derechos humanos y, al mismo tiempo, condoliéndose por algunas de sus víctimas. Lo dice en la entrevista citada “El dolor de cualquier persona ha sido motivo de un requerimiento ineludible a mi conciencia moral y a mi sensibilidad, separándolo por entero del análisis político que uno haga sobre los orígenes o responsabilidades en el sufrimiento”.
Discutir sobre un personaje como Guzmán a cuarenta años del golpe —sobre todo luego del perdón solicitado por algunos de los que fueron sus discípulos— es una de las tareas pendientes de la esfera pública en Chile.
Carlos Peña
La pregunta por el papel que cupo a Jaime Guzmán en la dictadura y en las violaciones sistemáticas a los derechos humanos es de las más importantes de la esfera pública en Chile. Jaime Guzmán es el intelectual orgánico más relevante que tuvo la derecha durante el siglo XX. Por lo mismo, su papel en el periodo que media entre 1973 y 1989 —aunque le moleste a la Fundación Jaime Guzmán, según se sigue de la carta de ayer— no puede escapar al escrutinio.
La literatura sobre la figura de Jaime Guzmán (especialmente Huneeus, C. El régimen de Pinochet, Sudamericana, 2005, pp. 344 y ss; Cristi, R. El pensamiento político de Jaime Guzmán. Una biografía intelectual, Lom, 2011; Moncada, B. Jaime Guzmán. El político de 1964 a 1980, RIL, 2006) muestra que él pensó: i) que la dictadura era plenamente legítima (en esto seguía a pie juntillas la tradición fundada por Donoso Cortés y Vásquez de Mella); ii) que la democracia carecía de valor intrínseco y poseía un valor transferido, propio de un medio que podría servir distintos fines; iii) que el valor de los derechos humanos no era absoluto y que su vigencia podía suspenderse si así lo requerían circunstancias excepcionales (aquí pareció seguir las ideas de Sánchez Agesta, confundiendo lo que es necesario de facto con lo que era debido de jure); iv) que en esas circunstancias excepcionales, la autoridad política debía estar al margen del control de los jueces, con lo cual legitimó el rechazo de los recursos de amparo (vid. Rojas et al (ed), Derecho Político, Apuntes de las clases del profesor Jaime Guzmán Errázuriz, Ed. Universidad Católica, 1996, p. 150; v) que los culpables finales de las violaciones de los derechos humanos no fueron los militares que ejecutaron la violación sistemática, sino los políticos que habrían desatado la violencia política.
Distinguió así Guzmán entre el régimen que toleraba las violaciones, los militares que ejecutaron los crímenes y quienes radicalizaron el conflicto político previo. Exculpó al primero, restringió la responsabilidad de los segundos y declaró la plena culpabilidad de los terceros: “No estoy señalando que esos uniformados que hayan transgredido los derechos humanos no tengan responsabilidad en los hechos. Lo que estoy señalando es que los máximos dirigentes de la Unidad Popular tienen una responsabilidad todavía mucho mayor en los dolores que sufrieron sus seguidores, como resultado del cuadro de guerra civil al cual los arrastraron” (confunde así, como es obvio, las causas de la ruptura democrática con las violaciones sistemáticas que le siguieron. Sobre el punto, puede verse la entrevista aparecida en “El Mercurio” del 10 de marzo de 1991).
No cabe duda, pues, que Jaime Guzmán elaboró una justificación del golpe, de la dictadura y de las violaciones a los derechos humanos acaecidas en Chile. ¿Se compensa esa actitud intelectual y política con los actos particulares estimables que tuvo y que él mismo (olvidando el mandato evangélico de que no sepa la mano izquierda lo que hace tu derecha) se encargó de divulgar? Este es el problema que merece la deliberación pública: si acaso un acto bueno o de conmiseración compensa y borra el apoyo intelectual y la colaboración política con un régimen que, a sabiendas de Guzmán, violaba los derechos humanos.
El propio Jaime Guzmán era consciente de esa dualidad que lo habitaba: la legitimidad política que él atribuía al régimen y los problemas morales que todo eso le causaba. Sin embargo —y como buen político pragmático—, mantuvo separados ambos planos, sin inclinarse por uno o por el otro. Supo, pues, vivir atribuyendo legitimidad al régimen que violaba los derechos humanos y, al mismo tiempo, condoliéndose por algunas de sus víctimas. Lo dice en la entrevista citada “El dolor de cualquier persona ha sido motivo de un requerimiento ineludible a mi conciencia moral y a mi sensibilidad, separándolo por entero del análisis político que uno haga sobre los orígenes o responsabilidades en el sufrimiento”.
Discutir sobre un personaje como Guzmán a cuarenta años del golpe —sobre todo luego del perdón solicitado por algunos de los que fueron sus discípulos— es una de las tareas pendientes de la esfera pública en Chile.
Carlos Peña
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