“Puede tratarse de un privilegio para los militares o de una manera de que el general (R) Contreras entre a una prisión. En esa ambigüedad se ve atrapado el ministro Ricardo Lagos a comienzos de 1995. Es una peculiar crisis de gabinete”, así comienza el capítulo “Acuartelamiento en Morandé” del libro “La historia oculta de la transición”(Editorial Uqbar editores), del periodista Ascanio Cavallo.
El texto, detalla un episodio que provocó una corta pero grave crisis al interior de la Concertación a fines de 1994, en pleno gobierno de Eduardo Frei, debido al rechazo del ministro del MOP a firmar un decreto que autorizaba la construcción del penal Punta Puco, a la espera de los fallos que condenarían a Manuel Contreras y Pedro Espinoza, por su responsabilidad en el asesinato del ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier.
A continuación, los párrafos del libro que exponen la difícil concepción del recinto que en estos días es el centro de la noticia, al recibir de regreso -tras años de “préstamo” en Cordillera- al “Mamo” Contreras, además de Miguel Krassnoff y Marcelo Moren Brito (entre otros), tras la decisión del Presidente Sebastián Piñera de cerrar el penal de Peñalolén.
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En octubre la ministra de Justicia Soledad Alvear oficia al director de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, René Morales, para que diseñe una cárcel de alta seguridad, destinada a un reducido número de presos, sin especificar su finalidad. Cuando Morales le informa al ministro Ricardo Lagos, anticipa que puede tratarse de un penal para albergar a Contreras.
En diciembre el comité político de ministros toma la decisión de usar la vía administrativa, la más corta y expedita para construir la nueva cárcel. Se pedirá a Obras Públicas que utilice su facultad exclusiva de dictar un decreto de emergencia para iniciar por “ejecución directa” (sin licitación pública) el penal cuyos planos y maquetas ya han sido aprobados. Los rumores llegan a Lagos, que comenta con los presidentes del PS y el PPD, Camilo Escalona y Jorge Schaulsohn, los inconvenientes de imagen que puede suscitar un tratamiento de privilegio para los militares.
El 29 de ese mes, el subsecretario de Justicia, Eduardo Jara, lleva al ministerio de Obras Públicas, el oficio del director de Gendarmería que pide el decreto de emergencia. Lagos responde, casi académicamente, que hay alternativas para lo que se le pide: que construya el Servicio de Vivienda y Urbanismo; que construyan otros organismo menores; o que se pida a alguna constructora que haga el penal por su cuenta y luego lo venda a Justicia.
El viernes 30, durante el cóctel de fin de año que ofrece en Ceno Castillo a los dirigentes de la coalición de gobierno, el Presidente menciona a Patricio Hales, secretario general del PPD y arquitecto, la decisión de construir la cárcel especial.
Presidente -reacciona Hales-, aunque le pongan jacuzzi, la cuestión es que lo metamos preso. Eso es lo que va a marcar el término de la transición.
El domingo l de enero de 1995, Lagos acompaña al Presidente Frei a Brasil, a la asunción del mando del Presidente Femando Henrique Cârdoso. Nada se habla de la cárcel en eso días.
Al regresar a Santiago, el martes 3, Lagos llama a la ministra Alvear y le dice que el proyecto de la cárcel es más complicado de lo que parece; el gobierno debería conversarlo con los gobiernos de la Concertación
En la noche del miércoles 4, el ministro de Obras Públicas informa a algunos dirigentes del PS y el PPD que se le ha pedido firmar un decreto exclusivo con el cual está en desacuerdo por dos razones: no se le ha informado de los motivos y supone dar garantías excesivas a los militares.
El jueves 5, Figueroa recibe en su despacho a los presidentes de la Concertación, Alejandro Foxley, Camilo Escalona, Erick Schnake (que subroga a Schaulsohn) y Sergio Carrasco (que subroga a Anselo Sule). Junto a Pérez Yoma y Arriagada les informa de la decisión de construir la cárcel y del procedimiento que se usará. Schnake plantea la única duda:
¿Qué opina Lagos ?
-Eso queremos saber -dice Figueroa-.
-Si se le va a pedir que dicte el decreto -replica Schnake-, parece indispensable saber qué opina. Se quiera o no. Lagos no es un ministro más.
-Creo que tienes razón -dice Soledad Alvear tras un instante de silencio-. Hay que conversar con él.
-Se le informará en la tarde -interviene Figueroa.
-Bueno, no es tan importante -tercia Camilo Escalona-. Que firme, nomás; el asunto es que Contreras vaya preso.
La aprobación es unánime. La Concertación está de acuerdo.
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En la tarde de ese jueves, Figueroa explica a Lagos la decisión del comité político, el acuerdo de los partidos y la vía escogida. El decreto de emergencia debe ser firmado cuanto antes, porque los plazos están venciendo.
-Fíjate que tengo un problema -dice Lagos, esforzándose por parecer tranquilo-. Me piden un decreto de emergencia para construir una cosa que quizás nunca se ocupe. Porque, como tú sabes, el señor Contreras tiene la facultad de cumplir su pena en un recinto militar. Y mientras la tenga, aunque le hagas una cárcel cinco estrellas no se va a ir para allá. ¿el comité político ha tomado en cuenta este problema?
-Por supuesto -dice Figueroa- Contreras va a cumplir su pena donde digamos. Ese es un problema de otros ministros, no tuyo.
-Ah, pero es que yo no estoy dispuesto a firmar un decreto de emergencia para dar privilegios a ese señor, y que más encima se burle yéndose a un regimiento…
La conversación sube de tono velozmente. Los temperamentos explosivos de Figueroa y Lagos no son fáciles de dominar, aunque conserven las formas. Figueroa insiste en que se trata de un acuerdo que todas las partes han suscrito. Lagos subraya que ha ofrecido alternativas y que le parece extraño que las desestimen: ¿por qué insisten tanto en que firme un decreto que es de su facultad exclusiva?
-¿Te das cuenta de lo que estamos jugando? -pregunta Figueroa, irritado-. Edmundo dice que si no se hace esto no responde por lo que pueda ocurrir ¿o vas a ir tú a sacar a Contreras de su fundo en el sur?
-Perdóname, si fuese el ministro de Defensa sabría perfectamente lo que tengo que hacer.
-Pero no eres, tampoco eres el Presidente. Este es un acuerdo político aprobado por el Presidente, y lo que te corresponde es cumplirlo.
-Lo que me corresponde como ministro de Obras Públicas es evaluar bajo mi responsabilidad lo que es un decreto de emergencia. Tú debiste haberme convocado a la reunión del comité político. No soy un mono, estamos juntos en el gabinete; si crees que soy un mono, estás equivocado, y le diré al Presidente que se busque un mono para ministro. Yo no soy mono de nadie.
-Ricardo, entenderás lo que significa lo que me dices.
-Entiendo perfectamente: tengo que cruzar a hablar con el presidente.
-Y sabes donde termina eso.
-Por cierto que lo sé. Pero se me debió haber citado e informado.
De regreso en su despacho, Lagos intenta comunicarse con Frei, que asiste a una ceremonia en San Bernardo. Tras dejarle un mensaje con el edecán, a eso de las 18, redacta su renuncia, una carta con tono áspero que plantea en pocas líneas una radical objeción a los procedimientos.
Esa tarde hierve el teléfono de Obras Públicas: Lagos informa a todos los dirigentes del PS y el PPD que ha rechazado firmar el decreto y está solicitando audiencia con el Presidente.
La crisis es total. Una alarma de catástrofe se extiende por las jefaturas del oficialismo. A las 21, Frei llama a Lagos:
-Presidente -dice el ministro- quiero ir a verlo ahora mismo.
-Vengo llegando, Ricardo – dice Frei- y voy saliendo. Ahora no puedo…
-Es algo muy serio, muy urgente y a mi juicio muy grave.
-Sí, algo me ha dicho Carlos. Veámonos a las 8:30 en mi casa.
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Lagos llega a la casa de calle Baztán con la convicción de que se trata de un encuentro privado. Lo sorprende encontrar en el living a Genaro Arriagada. Unos instantes después llega José Miguel Insulza, y luego, Carlos Figueroa. Cuando Frei ingresa al salón, a las 8:40, el aire se puede cortar con navaja.
Figueroa expone la situación con aire de imparcialidad. Insulza agrega que, habiendo estado en la reunión donde se tomó la decisión clave, la respalda. Arriagada confirma todo.
El Presidente mira entonces a Lagos, quien saca el sobre con su renuncia y se la entrega. Frei hace un gesto de rechazo, pero el ministro insiste. Frei toma el sobre y, sin abrirlo, lo deja sobre una mesa, disponiéndose a escuchar. Pero Lagos vuelve sobre la carta:
-Excúseme, Presidente, pero quiero que primero lea lo que dice.
Frei despliega la hoja y lee, en medio de un silencio expectante. Luego Lagos explica que no se le ha informado de la situación política, que se le ha puesto ante un hecho consumado y que cuando ha ofrecido alternativas, se las han rechazado. Además de los procedimientos, le parece que la negociación con los militares ha sido inadecuada, que se está sentando un precedente nefasto, que por una razón moral…
La palabra “moral” incendia el recargado ambiente.
-¡Quién eres tú para dar lecciones de moral! -brama Arriagada- ¡no te las acepto! ¡yo tengo tanta o mayor moralidad que tú!
-Ricardo se cree no sé qué cosa -dice Figueroa, no menos irritado- ¿se va a hacer responsable de que Contreras no vaya a la cárcel? En realidad ¿quiere que vaya a la cárcel?
-Por cierto que eso es lo importante -dice Lagos-, pero este no es el modo…
Mientras los vozarrones se prolongan, Insulza guarda un extraño silencio. Hasta que pide la palabra:
-Yo he respaldado la decisión del gobierno -dice-, y los jefes políticos también. Pero después de esta discusión, es claro que podemos tener un cuadro político distinto. De lo que se ha dicho puedo colegir el contenido de esta carta. Y no estoy seguro, Presidente, de que la renuncia del ministro Lagos vaya a mantener la unanimidad que se consiguió ayer. Si el resultado es una crisis ministerial, no puedo responder de lo que vaya a pasar con el PS.
Un pesado silencio inunda el salón. La pesadilla de una Concertación quebrada parece flotar entre los ministros: ¿un desbande a nueve meses de iniciarse un gobierno de seis años? El Presidente rompe:
-Muy bien. Les voy a pedir a los ministros Figueroa y Lagos que se pongan de acuerdo. Me tengo que ir a Valparaíso, vuelvo a las 5 de la tarde, y espero que el problema esté resuelto.
Toma el sobre, lo guarda en el bolsillo y se despide. Al salir, aún desconcertados. Los ministros musitan comentarios. Te llamo, dice Figueroa a Lagos. OK.
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Pero no habrá llamado alguno. Cuando llegan a sus oficinas, Figueroa y Lagos se hallan asediados por la prensa: los periodistas ya conocen la crisis y quieren detalles. Figueroa escapa a duras penas del asedio. la situación peor es la de Lagos: los reporteros han copado el edificio y su gabinete hasta debe negociar para que al menos abandonen el sexto piso, donde el ministro ha de encerrarse a partir de este momento.
El primero en llegar a visitarlo es el ministro de Mideplan, Luis Maira, que ya conoce los detalles del problema.
-Lo que están haciendo es innecesario, Ricardo -le dice-. Tienes que firmar, lo que importa es que Contreras vaya preso. Si no es así, no vamos a solidarizar contigo. En esto sí que no.
Cuando Maira se retira llegan Erick Schnake y Patricio Hales. Los argumentos de Lagos les parecen poderosos: la izquierda, aun moderada, no puede aparecer propiciando una “jaula de oro” para un personaje como Contreras; pero menos puede aceptar tal papel sin haber sido siquiera consultada en uno de sus principales dirigentes. ¿Por qué el equipo político, en el que no está presente el único PPD, José Joaquín Brünner (que ha tomado vacaciones) insiste en que sea Lagos quien autorice con su firma esta decisión inconsulta? ¿quién puede asegurar que tras esto no hay una jugada política destinada a cobrar responsabilidades en el futuro, como, por ejemplo, en una campaña presidencial?
Con esa arenga, Schnake y Hales salen del edificio de Morandé y cruzan la calle para llegar a las oficinas de Figueroa: exactos veinte metros los separan de los dos recintos, pero saben que como emisarios se mueven ahora entre abismos políticos.
En la oficina de Interior oyen las enardecidas posiciones de Arriagada y del canciller Insulza. Hasta cuando le aguantamos a este huevón, dice Arriagada. Que renuncie, que se vaya. Insulza, menos enfático, parece haber aceptado que no hay otra salida y que el titular de Obras Públicas debe entender que se ha puesto por fuera de los intereses del oficialismo.
-Pero esto sería un desastre -dice Schnake, que agrega, como si se tratara de un asunto distante-: mirándolo desde fuera. Lo que no sé es si lo será más para el gobierno o para Lagos.
Para la opinión pública progresista, una crisis de este tipo significaría que Lagos es el único que defiende los principios en una concertación entreguista…
La discusión avanza entre exclamaciones furiosas. De entre todos, quien se muestra más cauteloso es el ministro del Interior. Y cuando lo llama el Presidente para conocer el estado del debate, Figueroa sintetiza:
-Genaro piensa que hay que aceptar la renuncia de Lagos, Presidente. ¿José Miguel? Me parece que está más cerca de la opinión de Genaro que de la mía. Bueno, y Schnake nos está planteando que esa salida motivaría la solidaridad del PPD.
Claro, de sus ministros: Alvaro García y Adriana Delpiano. De Brünner, el tercero, sólo Figueroa sabe que se mantiene en estrecha comunicación con La Moneda y que quizás no apoyaría a Lagos. Entre los socialistas, Insulza y Maira, sostienen posiciones críticas; pero Jorge Arrate, titular del Trabajo, parece más proclive a apoyar la actitud del ministro de Obras Públicas.
Por única y última vez, tanto el gobierno como Lagos se enfrentan a una incierta correlación de fuerzas. Nadie puede apostar quien saldrá más dañado si la crisis sigue adelante. Pero para todos es claro que la Concertación se quebraría irremediablemente. Y es igualmente nítido que el Presidente no desea tal cosa. Tampoco Schnake y Hales, los mensajeros que calculan que, con cinco años de gobierno por delante, su máxima figura electoral quedaría en un extraño páramo.
Pero cuando regresan a Obras Públicas, Schnake y Hales no llevan ninguna propuesta concreta, sólo una sensación:
-Las cuerdas sólo pueden estirarse hasta cierto punto, Ricardo -abrevia Schnake-. Vamos a solidarizar contigo porque no tenemos alternativa, pero no porque te hallamos la razón en forma total, lo que importa es que Contreras esté preso.
-Por cierto que quiero lo mismo -dice Lagos-, pero no de esta manera.
-¿Y qué queris? nos quedamos en punto muerto. O damos alguna facilidad.
-Que lo hagan ellos -dice, al fin.
-Ya, pero tampoco lo denuncias después. Te callas.
-…Bueno.
Cuando regresan a La Moneda, Schnake y Hales reciben una andanada de imprecaciones por esta situación.
-¡Qué se ha creído este huevón! -clama Arriagada-¡que nosotros quedemos como unos hijos de puta y él se lava las manos!
Pero para entonces se ha integrado al debate la ministra Alvear. Confusamente, entre ella y Schnake comienzan a emerger la solución: un proyecto de ley que los involucre a todos, al gobierno y al parlamento, a los ministros y a los partidos, al oficialismo y la oposición. Es la idea que transportan los emisarios de regreso a donde Lagos.
-Estamos arreglados -anuncia Schnake.
-Ah. lo van a hacer ellos -dice Lagos.
-No, lo vamos a hacer todos. Un proyecto de ley. Se mojan todos. Pero tienes que firmar tú también.
-No, es que eso es otra cosa.
-Mira huevón, yo me considero un estupendo abogado, que ha hecho grandes arreglos. Pero cuando hay un cliente tan testarudo, me rindo: no tengo más que hacer.
-Ricardo -tercia Hales-, esta es la mejor decisión, la más democrática. El PPD te va a apoyar sin vacilaciones. Tienes que ser razonable.
Lagos medita.
-En ese caso -concluye-, hagamos que en esa ley Contreras no va a poder usar los privilegios del Código de Justicia Militar. Y que Gendarmería construya su cárcel, como lo ha pedido, pero con facultades jurídicas para hacerlo.
La noticia de la conformidad de Lagos causa un revuelo de alivio en La Moneda. La ministra comienza con su asesor la redacción del proyecto en un computador portátil. Cuando lo concluye, Schnake parte por cuarta vez al ministerio de enfrente. Pasadas las 18 horas y cuando el último borrador está firmado, Figueroa llama finalmente a Lagos. Habrá una declaración pública del gobierno anunciando la última decisión.