No ha sido suficiente para ellos. Novoa, Larroulet, Longueira, Coloma, Chadwick. Pobres. Matthei, von Baer, Zalaquett, Larraín, Moreira, Melero. No han conseguido eliminar todos los rastros, todas las huellas, cualquier atisbo de incomodidad, de tribulación que los desasosiegue. De allí el dolor que declaran haber experimentado y seguir experimentando. Algunos piden perdón para la foto, la rubia hija del General fascista se defiende diciendo que solo tenía veinte años para el Golpe. ¿Qué querrá decir con eso? ¿Qué a los veinte años, ella por lo menos, era tonta, ignorante, analfabeta, idiota, que vivía en otro planeta, en una nube, encerrada en un cuarto sin ventanas? ¿Qué querrá decir que no signifique, de nuevo, creer que somos todas y todos subnormales que nos tragamos cualquier barbaridad que salga de sus bocas fascistas, de sus genes de clase dominante?
Aunque les pese, no han logrado borrar las páginas como si fuera posible dejarlas en blanco, no fue posible que la terapia social de shock tuviera efectos similares a la aplicación del electroshock en los sujetos. Algo así como lagunas o borrones o islas desiertas de memoria. Como si los hechos no hubieran sucedido, como si nada hubiera pasado. O, al menos, por lo menos claman ellos, como si lo que pasó estuviera plena y completamente justificado, y hubiese sido imprescindible y no hubiese habido opciones y todos estuviésemos totalmente de acuerdo.
Les duele la ausencia de Pinochet, eso sí les duele. Les duele haberse visto obligados a ceder algunos metros. Ya no son alcaldes designados, ni presidentes designados en centros de estudiantes, ni rectores delegados, ni administradores delegados. Eso les duele. Tampoco cuentan con los organismos de persecución, control y castigo con los que contaban graciosamente. Les duele la ausencia de Guzmán, el casto padre de la familia que creen ser, el tío de todos, el guía, el autor de las principales ideas e instrumentos que institucionalizaron el modelo de dominación, vigilancia y abuso. Se aburren de escuchar el reclamo de las víctimas de los crímenes de la dictadura que apoyaron. Se sienten hartos de escuchar protestas y de que los emplacen para hacerse cargo de lo que deben hacerse cargo. Esto es, que colaboraron o conspiraron o esperaron con ansiedad el golpe de estado; que estuvieron completamente de acuerdo con la acción militar que, con brutal violencia, se tomó el poder. Que estuvieron de acuerdo con el fin del estado de derecho, con la prohibición de cualquier actividad política, con el cierre del congreso, con la censura total de la prensa, con el control militar de las empresas y con la prohibición de que los trabajadores se organizaran; con el control militar de las universidades, con la expulsión de estudiantes, académicos y funcionarios; con la detención de los dirigentes del gobierno popular, su maltrato, su encierro en campos de prisioneros sin mediar juicio ni delito ni pena; que apoyaron la complacencia de los tribunales de justicia, que vieron con buenos ojos que las empresas de todos los chilenos se entregaran prácticamente de regalo a los empresarios viejos y nuevos. En fin, para qué enumerar de nuevo lo que todos sabemos. La crueldad y el espanto y la barbarie están grabados en la piel de Chile.
Ellos, los chicos de la UDI, son golpistas, autores, cómplices o encubridores de millares de delitos que afectaron la vida, la dignidad, la salud, la educación, el trabajo, la vivienda, la economía, los derechos de las personas y del país. Y siguen pasando piola. Haciéndose los huevones. Hablando y sonriendo como si aquí no hubiera pasado nada. Pero les duele. Se dan cuenta que algo los desasosiega. Los golpistas civiles, que luego encendieron antorchas alrededor del tirano en el cerro Chacarillas, y brindaron cada 11 de septiembre, y fueron fortaleciendo su poder y el control del país y de sus ciudadanos y ciudadanas, hoy se sienten un poco incómodos. Pero nunca tanto, porque así como saben que han sido cómplices y encubridores, también saben que siguen manteniendo el control del poder, y que no se ve por dónde podrían perderlo. Por lo menos por ahora.
Por KRÚPSKAYA
El Ciudadano
http://www.elciudadano.cl/2013/08/29/80282/la-columna-de-kruspkaya-el-dolor-de-la-udi/
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