16.11.2019
Matías Castro (23) es uno de los miles de heridos que han dejado las protestas en Chile. Hoy, sin los perdigones en su cabeza y brazo, cuenta en primera persona su experiencia del día 8 de noviembre: ver a Gustavo Gatica, herido en sus dos ojos, en una camilla a su lado, y sus razones para salir a la calle a exigir derechos que considera mínimos.
Íbamos caminando con un amigo por Baquedano, nos asomamos por las ventilaciones de la estación de Metro. Las lacrimógenas y perdigones estuvieron siempre presentes ese viernes 8 de noviembre. Eran las seis y media de la tarde. Como vivo en San Bernardo, decidimos irnos para alcanzar a tomar el transporte público antes que se cortara. Pasamos por la entrada principal de la estación. Era un verdadero campo de batalla. Si pasas por ahí te arriesgas sí o sí a que te llegue algo. De un momento a otro tienes que proteger tú vida ante todo.
Ahí veo que un paco me apuntó. Debe haber estado a no más de cinco metros. Lo único que atiné fue a agacharme para protegerme. De pronto sentí un golpe muy fuerte en mi cabeza. No me desmayé, no perdí el conocimiento. Lo único que atiné fue, por la adrenalina que sentía, a correr. No escuchaba, quedé sordo. Yo creo que fue más que nada por el golpe, el shock. Me tocaba mi cabeza con mi mano y todavía no asimilaba lo que me había pasado.
Mucha gente me asistió. Algunos cabros me cubrían con escudos de lata para que yo pudiera seguir avanzando hacia el sector de la Cruz Roja que estaba un poco más allá. No sabría decirte la calle exacta porque solamente corrí. Yo recuerdo que me atendieron justo en la esquina de la Alameda, donde está empezando Plaza Italia. Dos chicos de la Cruz Roja me metieron me atendieron al lado de una reja, en una escalera.
Solo miraba a mi al rededor y recién empezaba a asimilar lo que me había sucedido. Me dijeron: “Tienes un perdigón alojado en la cabeza y tienes que irte directo al hospital”. Me revisé el cuerpo y tenía todo mi brazo lleno de sangre. Ahí empecé a sentir un entumecimiento en mi brazo derecho. Me miré y tenía otro perdigón alojado ahí. Después de eso, los chicos me dijeron: “Tenemos que trasladarte de urgencia”.
Me llevaron a la calle Santiago Bueras, cerca del Parque Forestal, donde tienen prácticamente un hospital montado. En el trayecto me sorprendió la gran cantidad de apoyo que recibí. Me sentía débil pero intentaba mantenerme despierto. Me atendieron unas chicas que estaban ahí. Me acostaron en una camilla, me revisaron y me hicieron algunos exámenes para que no perdiera la conciencia. En eso que me están atendiendo, llega a mi lado Gustavo Gatica.
Eran unas camillas montadas en el suelo. Yo estaba en una y él estaba al lado mío, venía vendado. Le pregunté a la chica que estaba atendiéndonos qué le había pasado. Me dijo que le llegaron perdigones en el ojo izquierdo y en el otro también, que posiblemente venía con estallido ocular.
Verlo fue brígido. Nosotros tuvimos que esperar la ambulancia del Samu. Cuando llegó, al Gustavo lo subieron al tiro. Preguntaron quién más tiene previsión de Isapre. Dije que yo. Había también otros chiquillos heridos, que decían que tenían fonasa. Entonces, me dijeron: “Tú, tenís Isapre, vas para allá”. “¿Cuál tienes?” me preguntaron. Respondí que Consalud. “Ya, para la Santa María igual”, respondieron y me subieron al carro. Los otros cabros, teniendo Fonasa, los llevaron a la ex Posta Central.
Yo tengo que haber llegado a las nueve de la noche a la Santa María y pasado las once, ya estaba en mi casa, con puntos y medicamentos. Me siento privilegiado porque recibí todo rápido y unos cabros estaban ahí prácticamente muriéndose en la calle.
Quedé más endeudado que la chucha: un millón doscientos mil pesos. Para mí esto es cuático. Estuve muchos días en la calle apoyando el movimiento. Pero en estos momentos, uno queda así como: “Chucha, casi la vi, casi me voy”.
De acuerdo a mi diagnóstico, quedé con tic nervioso en mi frente. Aparte de todas las cicatrices que no son solamente superficiales, sino que las que quedan en uno. La memoria de todo lo que está pasando. Ver cómo es la situación en la calle. Ver en mi recuerdo cómo me apuntaron.
Siempre viví en un lugar humilde. Me crié en San Bernardo, donde muchas veces teníamos que verla para comer. La desigualdad se vive de hace muchos años. No voy a patalear porque ahora nos están “cagando”. Para mí es algo desde siempre. Siempre la hemos visto. Estuve estudiando pero me tuve que salir por plata, no me alcanzó. Estaba estudiando técnico en veterinaria en la sede San Bernardo del Duoc UC.
Cuando uno entra te lo pintan tan bonito. Te hablan que puedes recibir el apoyo de toda la institución. Al momento que quedé debiendo plata, fui a hablar para pedir una oportunidad y me cerraron la puerta al tiro. Me bloquearon las matrículas y todo. La única solución era pagar y pagar. No hay un intermedio.
En estos momentos yo solamente vivo con mi abuela, de 78 años, y mi hermano Ignacio, que tiene 26. Mi abuela con suerte puede caminar, entonces nosotros tenemos que repartirnos el cuidado. Yo salía a trabajar y mi hermano se quedaba cuidándola. Mi sueldo prácticamente era el sustento de la casa. La pensión de mi abuela es también la razón por la que salgo a pelear. Tiene una pensión de $180.000. De hecho, ni siquiera es su pensión. Es la pensión de viudez que dejó mi abuelo. Con 180 lucas no pagas nada, no sustentas una casa. Es una burla lo que está sucediendo.
Las cosas son bien complicadas. Hay mucha gente que no entiende lo que está viviendo la mayor parte del pueblo chileno. Solamente piensan en la integridad de cada uno y eso es ser súper egoísta. He escuchado mucha gente que reclama por todo lo que está pasando. Dicen “no es la forma”, pero tenemos derecho también a patalear. Y si no nos escuchan vamos a seguir pataleando y dejando la “cagada” hasta que nos pesquen. Esa es la forma que hemos encontrado y que va a seguir así hasta que nos escuchen.
https://www.eldesconcierto.cl/2019/11/16/matias-castro-herido-por-perdigones-junto-a-gustavo-gatica-mucha-gente-no-entiende-lo-que-vive-el-pueblo-chileno/
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