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viernes, 1 de noviembre de 2019

Chile: es el capitalismo, estúpido

Rolando Astarita
25/10/2019

Hasta hace pocos días la economía chilena era el ejemplo a seguir en América Latina, según los economistas de la ortodoxia neoclásica, y de la escuela austriaca. También según la mayor parte de los capitalistas, de Argentina y de otros países del continente. Cámaras y foros empresariales, con la anuencia de los líderes políticos, han propuesto una y otra vez adoptar el “modelo chileno” de relaciones entre el capital y el trabajo. Sin embargo, un aumento del pasaje de subterráneo colmó el vaso, y estallaron las manifestaciones de bronca y protesta. El reclamo más general es un reparto más igualitario de la riqueza. La respuesta del gobierno fue sacar al Ejército, con un saldo de 18 muertos, centenares de heridos y detenidos por miles.

Desconcertados, los apologistas del modelo chileno pretenden ahora que las protestas fueron organizadas por Maduro y “grupos subversivos perfectamente entrenados”. Naturalmente, es una explicación tan estúpida como reaccionaria, destinada a disimular lo fundamental: lo que ocurre en Chile es el resultado más puro de las tendencias inherentes al modo de producción capitalista. Así como la represión salvaje es consustancial al Estado, ese aparato de dominación de clase en su función última y más esencial. De ahí el título de la nota. Recordemos que en 1992 la frase “es la economía, estúpido”, fue utilizada para señalar que la situación económica tiene preeminencia, en la decisión del voto, por sobre las ideologías, concepciones culturales, y similares. Una admisión, tal vez a regañadientes, de la tesis del materialismo histórico (véase aquí). Pues bien, con respecto a Chile, y más precisamente, podemos decir “es el capitalismo, estúpido”.

Crecimiento capitalista y polarización social

¿Pero no es que la economía chilena creció en las últimas décadas, y bajó la pobreza?

La respuesta es que sí, la economía chilena creció. Desde 1985 a 2017 el producto por habitante aumentó a una tasa del 3,5% anual, con solo dos años (1999 y 2009) de caída (Banco Central de Chile). A su vez la pobreza disminuyó, según la medición del Banco Mundial (son pobres las personas que tienen ingresos menores a los 5,5 dólares diarios). En 2000 abarcaba al 30% de la población; en 2017 fue 6,4%.

Sin embargo, la desigualdad se mantuvo extremadamente elevada. De acuerdo al último informe del Panorama Social de América Latina, de CEPAL, el 1% más rico de la población chilena poseía, en 2017, el 26,5% de la riqueza del país, mientras que el 50% de los hogares con menores ingresos tenían el 2,1%. Según la encuesta Casen, en 2017 el 10% más rico de la población obtenía un ingreso 39,1 veces mayor que el 10% más pobre. Los sistemas de salud y educación están fuertemente segmentados en favor de los más ricos. El trabajo precario alcanza al 40,5% de los trabajadores (OIT); aunque más bajo que el promedio latinoamericano (53%; en Argentina 47%) es extremadamente elevado. Por otra parte, la media de ingresos del chileno es de 550 dólares al mes; el salario mínimo es de 414 dólares; las pensiones de vejez promedian los 286 dólares mensuales. Después de la alimentación, el transporte es el segundo gasto más importante de las familias, seguido de la vivienda y los servicios básicos (como electricidad y agua), según la Encuesta de Presupuestos Familiares. Dado que los ingresos son insuficientes, el 60% de los hogares está endeudado (informe de la BBC). Enfatizo: estos datos hay que ponerlos en el contexto de que el 1% más rico concentra más del 26% de la riqueza.

La pobreza es relativa al desarrollo histórico y social

Las protestas en Chile tienen entonces una base objetiva: el crecimiento capitalista en Chile genera riqueza, y en relación a esa riqueza, la pobreza aumentó. Es que la pobreza se define en relación con la riqueza general de la sociedad. Y en particular, en relación a la riqueza concentrada en la clase dominante. Por eso Marx planteaba que, si bien la pobreza en términos absolutos tiende a bajar con el desarrollo capitalista, se incrementa en términos relativos. Esto sin perjuicio de que haya largos períodos, de crisis y depresiones económicas, en los cuales la pobreza aumenta en términos absolutos, y millones de personas son arrojadas a la desesperación y la indigencia.

La idea de que el salario, y por lo tanto la pobreza, son nociones relativas, fue planteada por Marx, entre otros escritos, en Trabajo asalariado y capital, y constituye una pieza clave de su crítica al capitalismo. Allí sostiene que “ante todo, el salario está determinado por su relación con la ganancia, con el beneficio del capitalista; es un salario relativo”. Y en relación a los períodos en que aumenta el capital productivo, sostiene: “Una casa puede ser grande o pequeña, y en tanto las casas circundantes sean igualmente pequeñas, la misma satisface todos los requisitos sociales que se plantea una vivienda. Pero si se levanta un palacio junto a la casita, esta se reduce hasta convertirse en una choza”. Es por eso que hace hincapié en la caída relativa del salario, a medida que aumenta la concentración de la riqueza en manos del capital. Es el sentido de la noción de plusvalía relativa: la explotación (y por lo tanto la pobreza relativa) puede estar aumentando, a pesar de que se mantenga la canasta salarial, o incluso aumente.

La polarización es inherente al sistema capitalista

Por lo explicado en el apartado anterior, el levantamiento chileno es el resultado de una tendencia inherente al sistema capitalista. O sea, ocurre lo opuesto de lo que dice el reformismo burgués y pequeño burgués, que reduce la cuestión al “neoliberalismo” (como si este fuese una corriente ajena al capitalismo).

Aunque no puedo desarrollarlo aquí –para una discusión más completa, puede consultarse la nota sobre Piketty aquí, aquí, aquí– lo central es que el crecimiento de la desigualdad deriva de la mecánica misma de la reproducción ampliada del capital. Esto es, deriva de la reinversión de plusvalía para explotar más obreros que generan más plusvalía que, una vez reinvertida, genera más capital que permitirá explotar más obreros. En este proceso, todo depende de que el capital extraiga plustrabajo, lo convierta en plusvalía, para invertir esa plusvalía con vistas a producir más plusvalía. Por eso el dominio del capital sobre masas crecientes de trabajo y de medios de producción es una consecuencia lógica del simple hecho que el capital se reproduce en escala ampliada. Por eso también es una tontería pensar que estas dinámicas se revierten cambiando las figuras al frente de un gobierno. La polarización social está inscrita en las leyes de la acumulación capitalista. Es un proceso objetivo, que se impone por vía de la competencia –el látigo que lleva a cada capitalista a explotar cada vez más y a acumular- bajo el respaldo político, jurídico y armado del Estado capitalista.

Los límites del reformismo burgués y pequeñoburgués

El hecho de que la polarización social sea inherente al sistema capitalista pone en evidencia los límites insalvables del reformismo burgués y pequeñoburgués, incluidas sus variantes estatistas. Es que a fin de que haya inversión, el Estado debe asegurar las condiciones apropiadas para llevar a cabo la explotación del trabajo, y la realización de la plusvalía. Es lo que algunos han llamado “el marco social y político” de la acumulación. Es una demanda que unifica a todas las expresiones del capitalismo, y se sintetiza en las condiciones que imponen los capitales para invertir (entre ellas, facilidad de despido, reducción de costos laborales, incluidas las formas de salario indirecto, y similares). En una palabra, vía libre para la explotación y la acumulación sin límites, explotación y acumulación que generarán más polarización social, y empobrecimiento relativo (además de las recurrentes crisis de sobreproducción).

Por otra parte, si los capitalistas no ven aseguradas esas condiciones, habrá huelga de inversiones. Lo cual lleva también al otro callejón sin salida: el estancamiento y retroceso de las fuerzas de la producción, al estilo Venezuela. En otros términos, de la sartén al fuego y del fuego a la sartén. El socialismo, en este respecto, representa una salida radicalmente distinta a estas variantes.

La tendencia a la polarización social y la lucha de clases

Cuando hablamos de tendencia a la polarización social estamos significando que se trata de un impulso que se impone a través de múltiples contratendencias. Como afirmábamos en la nota sobre Piketty, desde el punto de vista de la teoría marxista “el análisis de la evolución de la distribución del ingreso y la riqueza en el largo plazo exige articular la acumulación -vinculada a la lógica del capital- con la lucha de clases, que es inherente a la relación antagónica entre el capital y el trabajo”. Luego de señalar el impulso a la concentración del capital, planteábamos que, sin embargo, “la fuerza relativa de la clase obrera puede obligar a que al menos una parte de los avances de productividad redunde en aumentos del salario real. Con esto ya se puede ver que la dinámica de la distribución del ingreso no es lineal, ni tiene nada de mecánico. Además, el proceso en el largo plazo está mediado por el ciclo económico, y las variaciones en la distribución del ingreso asociado al mismo.

El proceso de acumulación es contradictorio, operan tendencias y contratendencias. Así, la misma dinámica de la acumulación da lugar a la formación de ejércitos de trabajadores, lo que abre la posibilidad -en la medida en que se agudice la lucha de clases- de poner frenos al impulso a la mayor explotación. Por eso cuando Marx presenta la ley de la acumulación capitalista -su tendencia a aumentar el despotismo del capital sobre el trabajo, a la concentración de la riqueza y el empobrecimiento relativo de los obreros- señala que los trabajadores intentan, mediante los sindicatos y la organización de ocupados y desocupados, “anular o paliar las consecuencias ruinosas” de la ley natural de la producción capitalista (capítulo 23 de El Capital)”.

Ahora mismo la clase capitalista chilena puede hacer algunas concesiones. Se trata de conceder algo para calmar las aguas. Casi invariablemente, en este sistema basado en la explotación, las mejoras para los trabajadores son el subproducto de la agudización de la lucha de clases. Pero esto no significa que la tendencia a la polarización social dejará de operar. Las aperturas comerciales; los flujos de capitales; el chantaje de la huelga de inversiones; la presión de los desocupados y precarizados; y la colaboración del reformismo y las burocracias sindicales con el capital, pondrán presión sobre las condiciones laborales y de vida de las masas oprimidas, para asegurar que continúe la concentración de la riqueza en pocas manos.

Es, por otra parte, un fenómeno que trasciende las fronteras nacionales. De nuevo, y a nivel global, hay que decir “es el capitalismo, estúpido”. Es necesario que las fuerzas del trabajo tomen nota de estos procesos y los incorporen a sus agendas de discusión y elaboración de programas y cursos de acción. Para esto, la teoría marxista de la plusvalía y el capital sigue siendo la mejor arma teórica de la que puede disponer la clase trabajadora.


https://rolandoastarita.blog/2019/10/25/chile-es-el-capitalismo-estupido/

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