Publicado: junio 20, 2013
“¿Será el hombre moderno capaz de luchar contra su tendencia a ser pasivo, a permanecer en silencio?Tucídides decía que: Es la libertad o la tranquilidad. Tienes que elegir. Serás libre o estarás tranquilo. No puedes tener ambas cosas”.
Cornelius Castoriadis, filósofo griego, 1990.
“Cueste lo que cueste, pase lo que pase, yo intentaré sacar de la miseria a mi pueblo y darles a todos el mayor bienestar posible, basándome en los modernos cánones de la democracia”
Jacobo Árbenz Guzmán, presidente de Guatemala, 1951 – 1954.
“La propaganda fue en Chile la más socorrida de las acciones encubiertas. Era barata”
Informe del Comité Church del Senado de los Estados Unidos.
“Lo más importante es la guerra psicológica en el interior de Chile. No tiene sentido tratar de prender fuego al mundo si Chile es un remanso de paz. El combustible necesario debe provenir del interior del país. En consecuencia, el puesto santiaguino debe hacer uso de cualquier estratagema, por estrafalaria que parezca, para crear esa resistencia interna”
Cablegrama secreto del cuartel general de la CIA, 27 de septiembre de 1970.
La tranquilidad en Chile vino de la mano de un golpe de estado y una dura represión con miles de asesinados y desaparecidos. En defensa de la “patria” y al grito de “libertad y democracia” la derecha chilena empujada por EEUU derrocó el gobierno democrático de Salvador Allende. Desde antes que éste fuera investido presidente la suerte estaba echada. Richard Nixon no tuvo reparos con su habitual desparpajo en decirlo, en reunión del Consejo de Seguridad Nacional, el 6 de noviembre de 1970: “Nuestra principal preocupación en Chile es la posibilidad de que [Allende] se consolide, y que su imagen ante el mundo sea su éxito… Haremos chillar a la economía chilena”. Y la economía de Chile chilló. Más tarde, Nixon también nos deleitaría con estas palabras: “¡Qué hijo de puta! ¡Qué hijo de puta…! […] Me refiero a ese hijo de puta de Allende. Vamos a aplastarlo”. Y Allende sería aplastado.
El delito más claro de Allende y el que le condenó fue una política orientada a la independencia y la soberanía del pueblo chileno. El aumento del salario de los trabajadores, la reforma agraria y educativa, la nacionalización de las telelecomunicaciones, la banca o el cobre ponían en riesgo los intereses de las corporaciones estadounidenses y de la clase alta chilena al servicio de éstas. A partir de entonces las acciones estadounidenses se centraron según mostraron las comunicaciones secretas de la CIA y el gobierno en crear un “clima propicio para el golpe (militar)” mediante el bloqueo económico internacional: “… Haremos cuanto esté en nuestras manos para condenar al país y a sus habitantes a las privaciones y la pobreza más absolutas”; el sabotaje, el boicot productivo, la especulación y acumulación de alimentos con el objetivo declarado de crear una “gran demanda de mercancías alimenticias”; un Parlamento que hizo imposible la gestión del presidente constitucional, unas huelgas patronales financiadas con decenas de millones de dólares estadounidenses, líderes sindicales que fomentaron huelgas y acabaron siendo presidentes del sindicato único de la dictadura, etc. Pero lo peor de todo fue el terrorismo. El terrorismo de estado. El terrorismo, las violaciones y las torturas. A pesar de preguntarse: “¿Supone Allende una amenaza mortal para Estados Unidos? Resulta difícil sostenerlo”, y correr el riesgo de “… repetir los mismos errores que cometimos en 1959 y 1960, cuando llevamos a Fidel Castro a la esfera soviética”.
El programa de Allende y su Unidad Popular nunca estuvo bien visto por los poderes económicos de Estados Unidos. En 1964, según probó el Comité Church del Senado, que analizó los informes secretos de la CIA, varias organizaciones del gobierno estadounidense se dedicaron a provocar “una campaña de pavor” mediante “un amplio uso de la prensa, la radio, el cine, panfletos, carteles, […], artículos de diario. […] Asimismo, se recurrió a la «desinformación» y la «propaganda negra»” durante la campaña electoral para imposibilitar el triunfo de Salvador Allende. Más tarde, las organizaciones de la CIA continuarían apoyando al diario chileno “El Mercurio” que desempeñó “un papel significativo en la preparación del escenario para el golpe del 11 de septiembre de 1973 […]. Tanto el gobierno de Estados Unidos, como la ITT canalizaron dinero a manos de individuos asociados al diario”.
Desde el primer momento la opción del gobierno de EEUU fue dar un golpe de estado: “… El objetivo firme y vigente es el de derrocar a Allende por medio de un golpe de estado” o “… ¡intentar asesinar a Allende!”. La misión ordenada por el gobierno a los agentes estadounidenses era “estimular el malestar social y otros acontecimientos capaces de provocar acciones militares”. Había que crear el “caos” para abortar la toma de posesión de Allende aun a riesgo provocar un “derramamiento de sangre”, una “guerra civil” y una “matanza […] considerable”. Cuando los estadounidenses pudieron comprobar que el ejército chileno no daría ningún golpe de estado, que era “imposible una acción militar en ese momento” no cejaron en su propósito porque “sólo el caos económico o el surgimiento de serios disturbios civiles [podrían] alterar la postura de los militares”. La exigencia era entonces “incrementar el nivel de terrorismo [del grupo fascista Patria y Libertad] en Santiago [...]. El objetivo de esta actividad es el de provocar un contraataque por parte de la Unidad Popular y disturbios callejeros” con el objetivo de evitar la toma de posesión de Allende.
A los pocos días los servicios secretos estadounidenses apoyados por el grupo fascista que financiaban “Patria y Libertad” asesinaban en un atentado al jefe del ejército, general René Schneider, partidario de la defensa de la Constitución. En opinión de la CIA el asesinato había conseguido su objetivo: “ahora Chile está sumido en el clima ideal para un golpe de estado”. A pesar de todo el gobierno de Allende tomó posesión y en las elecciones municipales de abril de 1971 lograba un apoyo del 50%, casi 14 puntos más que en septiembre del año anterior. Pero el terror y el terrorismo no desaparecieron. En 1973, otro ataque terrorista, un francotirador, acababa con la vida del edecán presidencial, el capitán de navío Arturo Araya Peeters, el último enlace constitucionalista del presidente con el ejército chileno. El jefe del ejército, general Carlos Prats, partidario de la Constitución y del régimen democrático se veía obligado a dimitir y, más tarde, a exiliarse en Argentina donde sería asesinado por un coche bomba puesto por la CIA y la DINA transcurrido un año del golpe de estado.
Ante esta situación el presidente Salvador Allende estaba decidido a poner su cargo a disposición del pueblo chileno convocando un plebiscito sobre su persona y las reformas en curso. Este plebiscito, esta votación democrática, nunca pudo llevarse a cabo porque un golpe militar, el segundo en un intervalo de pocos meses, acababa con la vida de Allende y la democracia chilena. El miedo a que los chilenos pudieran ratificar la gestión de Allende en esas complicadas circunstancias aceleró la sedición de parte del ejército que llevaba tiempo preparando el golpe de estado. Curiosamente, se asistía nuevamente a cómo la instauración de la “libertad” socaba todas sus garantías y se llevaba por delante los Derechos Humanos. Se pueden hacer múltiples paralelismos con lo acontecido en Chile en 1973 y lo ocurrido en decenas de casos más donde el cambio social fue parado a golpe de asesinatos.
La Guatemala de 1954 bajo el gobierno de Jacobo Árbenz con un programa de corte nacionalista y socialdemócrata tenía la intención de realizar una reforma agraria y educativa, construir infraestructuras, nacionalizar los recursos naturales en manos de corporaciones extranjeras, industrializar el país, mejorar las condiciones de los trabajadores, etc. Pero la búsqueda de la justicia y el bienestar para su pueblo y la independencia económica chocó con los intereses de la United Fruit Company y los terratenientes locales. La campaña orquestada contra él fue terrible, el fantasma del comunismo resurgió. Los intereses económicos se vistieron de libertad. El sueño de progreso y avance social de Guatemala fue un amargo despertar de bombardeos aéreos, violaciones, asesinatos, aldeas quemadas, desplazados y torturas. Los trabajadores, campesinos, maestros y estudiantes que votaron por Árbenz encontrarían la muerte o sucesivas dictaduras y regímenes autoritarios promovidos por los Estados Unidos.
Nada nuevo había ocurrido en Iberoamérica. Se seguía el mismo patrón que había asolado durante décadas la región: injerencia, desestabilización, terrorismo, torturas, violaciones de los derechos humanos y golpes de estado, cuando no invasiones militares. Todos ellos ampliamente documentados en los informes de los servicios secretos. Gobernar para las transnacionales estadounidenses. Esto es lo que han hecho los mandatarios chilenos, guatemaltecos u otros muchos. Tiene más poder el embajador estadounidense que sus ministros. Es el presupuesto militar estadounidense el que sustenta a las oligarquías locales. El que mantiene una estructura social jerarquizada, clasista y tremendamente desigual. Es una transacción. Poder a cambio de convertirse en una colonia o semicolonia. Es el paradigma del libre mercado. Exportar recursos naturales a cambio de ninguna compensación para su pueblo, pero cuantiosos emolumentos para su oligarquía rentista, absentista y corrupta, e importar las manufacturas de las grandes potencias industriales.
Más tarde la propaganda continuaría su labor haciendo creer que el golpe de estado fue algo inevitable debido a la desastrosa gestión socialista de Allende. Simplemente, es algo totalmente falso cuando el mismo Allende estaba dispuesto a poner su cargo y su gestión a disposición del pueblo chileno mediante un plebiscito. Menos de una década después vendría el colapso de la economía chilena con las políticas privatizadoras y el libre mercado impuestos por el gobierno y sus asesores estadounidenses. El paro que con Allende era del 4,3% ascendía al 22% diez años después de su muerte, los salarios de los trabajadores chilenos cayeron un 40% con los militares “salvapatrias”, la pobreza pasó del 20% con Allende en el gobierno al 40% cuando Pinochet abandonó el poder 17 años más tarde. Todo lo que se privatizó, ante la quiebra financiera generalizada, tuvo que nacionalizarse. El hambre, más fuerte que el miedo – como nos cuenta Greg Palast –, sacó a la gente a la calle. El gobierno militar dio marcha atrás y tuvo que implementar un plan Keynesiano tras el colapso del PIB que cayó un 19% en sólo dos años.Todo un milagro económico el Chile desregularizado.
Sin embargo, el precio que se pagó por obtener tranquilidad absoluta y orden valió la pena. Los intereses de las corporaciones transnacionales están garantizados en la Constitución chilena redactada por el gobierno militar. La oligarquía chilena es más rica de lo que nunca fue. A cambio el pueblo de Chile renuncia al cobre o al agua. Renuncia a beneficiarse de sus recursos. Los trabajadores tienen jornadas de 12 horas por poco más del salario mínimo bajo la protección de un código del trabajo heredado de la criminal dictadura. Las medidas espurias nos cuentan que la inflación está sostenida, aunque el poder adquisitivo de la población sea muy reducido o que la renta per cápita asciende a 20.000 dólares, aunque más del 90% de los chilenos cobre poco más de 720 dólares al mes. Es el precio de la exacerbada desigualdad.
Finalmente, tras una ardua lucha. La libertad se impuso…
Nota:
Para conocer el cinismo, la catadura moral y la bajeza de ciertos “gobernantes democráticos” es imprescindible pararnos a leer la carta de condolencias que le envió Richard Nixon al presidente en funciones de Chile, Eduardo Frei Montalva, tras el mismo ordenar el asesinato del general René Schneider:
Estimado Sr. Presidente:
El estremecedor atentado contra la vida del general Schneider constituye una mancha en las páginas de la historia contemporánea. Quisiera transmitirle el pesar que me produce el hecho de que en su país haya tenido lugar tan repugnante acontecimiento. …
Postdata:
Para finalizar quiero recordar el último comunicado de Salvador Allende por radio desde La Moneda mientras el golpe de estado contra su gobierno se estaba produciendo y era consciente de su suerte final:
Seguramente esta es la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes… Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron… Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo.
Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos… Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
“¿Será el hombre moderno capaz de luchar contra su tendencia a ser pasivo, a permanecer en silencio?Tucídides decía que: Es la libertad o la tranquilidad. Tienes que elegir. Serás libre o estarás tranquilo. No puedes tener ambas cosas”.
Cornelius Castoriadis, filósofo griego, 1990.
“Cueste lo que cueste, pase lo que pase, yo intentaré sacar de la miseria a mi pueblo y darles a todos el mayor bienestar posible, basándome en los modernos cánones de la democracia”
Jacobo Árbenz Guzmán, presidente de Guatemala, 1951 – 1954.
“La propaganda fue en Chile la más socorrida de las acciones encubiertas. Era barata”
Informe del Comité Church del Senado de los Estados Unidos.
“Lo más importante es la guerra psicológica en el interior de Chile. No tiene sentido tratar de prender fuego al mundo si Chile es un remanso de paz. El combustible necesario debe provenir del interior del país. En consecuencia, el puesto santiaguino debe hacer uso de cualquier estratagema, por estrafalaria que parezca, para crear esa resistencia interna”
Cablegrama secreto del cuartel general de la CIA, 27 de septiembre de 1970.
La tranquilidad en Chile vino de la mano de un golpe de estado y una dura represión con miles de asesinados y desaparecidos. En defensa de la “patria” y al grito de “libertad y democracia” la derecha chilena empujada por EEUU derrocó el gobierno democrático de Salvador Allende. Desde antes que éste fuera investido presidente la suerte estaba echada. Richard Nixon no tuvo reparos con su habitual desparpajo en decirlo, en reunión del Consejo de Seguridad Nacional, el 6 de noviembre de 1970: “Nuestra principal preocupación en Chile es la posibilidad de que [Allende] se consolide, y que su imagen ante el mundo sea su éxito… Haremos chillar a la economía chilena”. Y la economía de Chile chilló. Más tarde, Nixon también nos deleitaría con estas palabras: “¡Qué hijo de puta! ¡Qué hijo de puta…! […] Me refiero a ese hijo de puta de Allende. Vamos a aplastarlo”. Y Allende sería aplastado.
El delito más claro de Allende y el que le condenó fue una política orientada a la independencia y la soberanía del pueblo chileno. El aumento del salario de los trabajadores, la reforma agraria y educativa, la nacionalización de las telelecomunicaciones, la banca o el cobre ponían en riesgo los intereses de las corporaciones estadounidenses y de la clase alta chilena al servicio de éstas. A partir de entonces las acciones estadounidenses se centraron según mostraron las comunicaciones secretas de la CIA y el gobierno en crear un “clima propicio para el golpe (militar)” mediante el bloqueo económico internacional: “… Haremos cuanto esté en nuestras manos para condenar al país y a sus habitantes a las privaciones y la pobreza más absolutas”; el sabotaje, el boicot productivo, la especulación y acumulación de alimentos con el objetivo declarado de crear una “gran demanda de mercancías alimenticias”; un Parlamento que hizo imposible la gestión del presidente constitucional, unas huelgas patronales financiadas con decenas de millones de dólares estadounidenses, líderes sindicales que fomentaron huelgas y acabaron siendo presidentes del sindicato único de la dictadura, etc. Pero lo peor de todo fue el terrorismo. El terrorismo de estado. El terrorismo, las violaciones y las torturas. A pesar de preguntarse: “¿Supone Allende una amenaza mortal para Estados Unidos? Resulta difícil sostenerlo”, y correr el riesgo de “… repetir los mismos errores que cometimos en 1959 y 1960, cuando llevamos a Fidel Castro a la esfera soviética”.
El programa de Allende y su Unidad Popular nunca estuvo bien visto por los poderes económicos de Estados Unidos. En 1964, según probó el Comité Church del Senado, que analizó los informes secretos de la CIA, varias organizaciones del gobierno estadounidense se dedicaron a provocar “una campaña de pavor” mediante “un amplio uso de la prensa, la radio, el cine, panfletos, carteles, […], artículos de diario. […] Asimismo, se recurrió a la «desinformación» y la «propaganda negra»” durante la campaña electoral para imposibilitar el triunfo de Salvador Allende. Más tarde, las organizaciones de la CIA continuarían apoyando al diario chileno “El Mercurio” que desempeñó “un papel significativo en la preparación del escenario para el golpe del 11 de septiembre de 1973 […]. Tanto el gobierno de Estados Unidos, como la ITT canalizaron dinero a manos de individuos asociados al diario”.
Desde el primer momento la opción del gobierno de EEUU fue dar un golpe de estado: “… El objetivo firme y vigente es el de derrocar a Allende por medio de un golpe de estado” o “… ¡intentar asesinar a Allende!”. La misión ordenada por el gobierno a los agentes estadounidenses era “estimular el malestar social y otros acontecimientos capaces de provocar acciones militares”. Había que crear el “caos” para abortar la toma de posesión de Allende aun a riesgo provocar un “derramamiento de sangre”, una “guerra civil” y una “matanza […] considerable”. Cuando los estadounidenses pudieron comprobar que el ejército chileno no daría ningún golpe de estado, que era “imposible una acción militar en ese momento” no cejaron en su propósito porque “sólo el caos económico o el surgimiento de serios disturbios civiles [podrían] alterar la postura de los militares”. La exigencia era entonces “incrementar el nivel de terrorismo [del grupo fascista Patria y Libertad] en Santiago [...]. El objetivo de esta actividad es el de provocar un contraataque por parte de la Unidad Popular y disturbios callejeros” con el objetivo de evitar la toma de posesión de Allende.
A los pocos días los servicios secretos estadounidenses apoyados por el grupo fascista que financiaban “Patria y Libertad” asesinaban en un atentado al jefe del ejército, general René Schneider, partidario de la defensa de la Constitución. En opinión de la CIA el asesinato había conseguido su objetivo: “ahora Chile está sumido en el clima ideal para un golpe de estado”. A pesar de todo el gobierno de Allende tomó posesión y en las elecciones municipales de abril de 1971 lograba un apoyo del 50%, casi 14 puntos más que en septiembre del año anterior. Pero el terror y el terrorismo no desaparecieron. En 1973, otro ataque terrorista, un francotirador, acababa con la vida del edecán presidencial, el capitán de navío Arturo Araya Peeters, el último enlace constitucionalista del presidente con el ejército chileno. El jefe del ejército, general Carlos Prats, partidario de la Constitución y del régimen democrático se veía obligado a dimitir y, más tarde, a exiliarse en Argentina donde sería asesinado por un coche bomba puesto por la CIA y la DINA transcurrido un año del golpe de estado.
Ante esta situación el presidente Salvador Allende estaba decidido a poner su cargo a disposición del pueblo chileno convocando un plebiscito sobre su persona y las reformas en curso. Este plebiscito, esta votación democrática, nunca pudo llevarse a cabo porque un golpe militar, el segundo en un intervalo de pocos meses, acababa con la vida de Allende y la democracia chilena. El miedo a que los chilenos pudieran ratificar la gestión de Allende en esas complicadas circunstancias aceleró la sedición de parte del ejército que llevaba tiempo preparando el golpe de estado. Curiosamente, se asistía nuevamente a cómo la instauración de la “libertad” socaba todas sus garantías y se llevaba por delante los Derechos Humanos. Se pueden hacer múltiples paralelismos con lo acontecido en Chile en 1973 y lo ocurrido en decenas de casos más donde el cambio social fue parado a golpe de asesinatos.
La Guatemala de 1954 bajo el gobierno de Jacobo Árbenz con un programa de corte nacionalista y socialdemócrata tenía la intención de realizar una reforma agraria y educativa, construir infraestructuras, nacionalizar los recursos naturales en manos de corporaciones extranjeras, industrializar el país, mejorar las condiciones de los trabajadores, etc. Pero la búsqueda de la justicia y el bienestar para su pueblo y la independencia económica chocó con los intereses de la United Fruit Company y los terratenientes locales. La campaña orquestada contra él fue terrible, el fantasma del comunismo resurgió. Los intereses económicos se vistieron de libertad. El sueño de progreso y avance social de Guatemala fue un amargo despertar de bombardeos aéreos, violaciones, asesinatos, aldeas quemadas, desplazados y torturas. Los trabajadores, campesinos, maestros y estudiantes que votaron por Árbenz encontrarían la muerte o sucesivas dictaduras y regímenes autoritarios promovidos por los Estados Unidos.
Nada nuevo había ocurrido en Iberoamérica. Se seguía el mismo patrón que había asolado durante décadas la región: injerencia, desestabilización, terrorismo, torturas, violaciones de los derechos humanos y golpes de estado, cuando no invasiones militares. Todos ellos ampliamente documentados en los informes de los servicios secretos. Gobernar para las transnacionales estadounidenses. Esto es lo que han hecho los mandatarios chilenos, guatemaltecos u otros muchos. Tiene más poder el embajador estadounidense que sus ministros. Es el presupuesto militar estadounidense el que sustenta a las oligarquías locales. El que mantiene una estructura social jerarquizada, clasista y tremendamente desigual. Es una transacción. Poder a cambio de convertirse en una colonia o semicolonia. Es el paradigma del libre mercado. Exportar recursos naturales a cambio de ninguna compensación para su pueblo, pero cuantiosos emolumentos para su oligarquía rentista, absentista y corrupta, e importar las manufacturas de las grandes potencias industriales.
Más tarde la propaganda continuaría su labor haciendo creer que el golpe de estado fue algo inevitable debido a la desastrosa gestión socialista de Allende. Simplemente, es algo totalmente falso cuando el mismo Allende estaba dispuesto a poner su cargo y su gestión a disposición del pueblo chileno mediante un plebiscito. Menos de una década después vendría el colapso de la economía chilena con las políticas privatizadoras y el libre mercado impuestos por el gobierno y sus asesores estadounidenses. El paro que con Allende era del 4,3% ascendía al 22% diez años después de su muerte, los salarios de los trabajadores chilenos cayeron un 40% con los militares “salvapatrias”, la pobreza pasó del 20% con Allende en el gobierno al 40% cuando Pinochet abandonó el poder 17 años más tarde. Todo lo que se privatizó, ante la quiebra financiera generalizada, tuvo que nacionalizarse. El hambre, más fuerte que el miedo – como nos cuenta Greg Palast –, sacó a la gente a la calle. El gobierno militar dio marcha atrás y tuvo que implementar un plan Keynesiano tras el colapso del PIB que cayó un 19% en sólo dos años.Todo un milagro económico el Chile desregularizado.
Sin embargo, el precio que se pagó por obtener tranquilidad absoluta y orden valió la pena. Los intereses de las corporaciones transnacionales están garantizados en la Constitución chilena redactada por el gobierno militar. La oligarquía chilena es más rica de lo que nunca fue. A cambio el pueblo de Chile renuncia al cobre o al agua. Renuncia a beneficiarse de sus recursos. Los trabajadores tienen jornadas de 12 horas por poco más del salario mínimo bajo la protección de un código del trabajo heredado de la criminal dictadura. Las medidas espurias nos cuentan que la inflación está sostenida, aunque el poder adquisitivo de la población sea muy reducido o que la renta per cápita asciende a 20.000 dólares, aunque más del 90% de los chilenos cobre poco más de 720 dólares al mes. Es el precio de la exacerbada desigualdad.
Finalmente, tras una ardua lucha. La libertad se impuso…
Nota:
Para conocer el cinismo, la catadura moral y la bajeza de ciertos “gobernantes democráticos” es imprescindible pararnos a leer la carta de condolencias que le envió Richard Nixon al presidente en funciones de Chile, Eduardo Frei Montalva, tras el mismo ordenar el asesinato del general René Schneider:
Estimado Sr. Presidente:
El estremecedor atentado contra la vida del general Schneider constituye una mancha en las páginas de la historia contemporánea. Quisiera transmitirle el pesar que me produce el hecho de que en su país haya tenido lugar tan repugnante acontecimiento. …
Postdata:
Para finalizar quiero recordar el último comunicado de Salvador Allende por radio desde La Moneda mientras el golpe de estado contra su gobierno se estaba produciendo y era consciente de su suerte final:
Seguramente esta es la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes… Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron… Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo.
Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos… Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
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