Sectores del duopolio reviven acuerdos para incumplir promesas de "nunca más” asfixiar la democracia. Algunos partidos 'izquierdistas' muestran disposición a hipotecar de nuevo las luchas populares
Arturo Alejandro Muñoz | Para Kaos en la Red |
1-11-2011 a las 22:02 |
ALGÚN DÍA los sociólogos se interesarán en desmenuzar el concepto ‘Democracia’ para acercarse a las diferentes definiciones que posee en diversos países…como en Chile, por ejemplo. ¿Existe más de una interpretación del término anotado? Por supuesto que sí, pues parafraseando a García Lorca basta con dar una larga torera por nuestra historia última para comprobarlo. Como ejemplo de lo dicho, ahí están los trágicos eventos aniquiladores de obreros, campesinos y pueblo. La matanza en la escuela Santa María, en Iquique; Ranquil; los muertos del Melado; Pampa Irigoin en Puerto Montt; los asesinatos en el mineral El Salvador; y, por cierto, las atrocidades llevadas a cabo por la dictadura militar durante diecisiete años, son pruebas inexcusables respecto a que existen versiones distintas –interesadamente distintas- del concepto ‘democracia’ en nuestro país, ya que en cada uno de los eventos mencionados hubo miles (sí, leyó bien) miles de chilenos aplaudiéndolos, y no todos eran burgueses, según la terminología marxista, pues la inmensa mayoría de esos ‘aplaudidores’ no eran propietarios de medios de producción ni acaudalados millonarios.
La conocida canción interpretada por Víctor Jara, “Usted, no es ná, no es chicha ni limoná” refleja –en gran medida- la actual realidad político-partidista del chileno medio. Aunque el tema también puede ser materia de estudio e investigación por parte de los historiadores, me permito recordar que nuestro país nació bajo la cobija del militarismo español, y no a golpe de chuzo, hacha y navaja de los aventureros, como sucedió en casi todo el resto del continente americano. Ningún ‘cazafortunas’ español, inglés ni francés quería adentrarse en este último rincón del mundo, donde escaseaban los metales preciosos y abundaba la belleza natural tanto como la maza, lanza y boleadora mapuche, por lo que don Carlos V hubo de enviar oficiales y soldados de su propio ejército a fin de preservar en manos hispánicas el entonces único paso interoceánico del Atlántico al Pacífico: Cabo de Hornos, que a pesar de los cuidados del soberano ibérico, marinos y piratas ingleses cruzaron tantas veces como se lo propusieron.
Fue así que Chile se convirtió en una larga y angosta faja de fuertes militares con pretensiones de aldeas, donde la vida cotidiana se ciñó a las órdenes y reglamentos de la soldadesca más que a las decisiones de sus habitantes, justificando la verticalidad social con el argumento aquel que señalaba el perenne peligro emanado de la dureza bélica del entorno perteneciente a la corajuda etnia mapuche, la cual defendía su territorio e historia con bravura heroica luchando sin dar ni pedir tregua contra los invasores europeos de la cruz y la espada.
Es probable que lo anterior sea insuficiente para explicar el carácter ‘disciplinado y conservador’ del chileno promedio, pero poca duda cabe que es una de las principales variables en su conformación, la que por cierto se completó a través del respeto casi irrestricto a la autoridad, sea esta digna o indigna de ser considerada como tal. Y de ese reverencial respeto se pasó a la casi religiosa obediencia al ‘patrón’, superando leyes y avances ya que ni siquiera las recomendaciones de la Organización Internacional del Trabajo han hecho mella en la acorazada epidermis del mundo empresarial ni en la obsecuente actitud de la mayoría de los chilenos en relación a sus jefaturas y mandamases, por muy temporales que esas instancias puedan ser.
Durante años (décadas, en verdad) hemos responsabilizado “al sistema” como causante de los estropicios a que ha sido sometida nuestra sociedad civil por parte de un grupo de poderosas familias enquistadas en la banca, los negocios, las fuerzas armadas, la prensa, la iglesia y la política. Cierto es…el sistema posee enorme responsabilidad en ese aherrojamiento ciudadano, pero mayor es la incidencia de nuestras raíces históricas, ya que –insisto- este país fue parido por órdenes monárquicas ante necesidades militares de un imperio europeo, y no por la creatividad, ingenio, maldad o bondad de aventureros que construyeron naciones a punta de esfuerzos, ambición, inventiva y tenacidad, como ocurrió en el resto del continente americano.
Es por ello que no era de extrañar lo que sucedió en el decenio 1935-1945 en Chile, época en la que el mundo se desangraba a bombazos y torpedos en la Segunda Guerra Mundial, mientras en nuestro país –militarizado como de costumbre- coexistían los mismos bandos que pugnaban por destruirse en el viejo continente, en el norte africano y en Asia, aunque en esta faja de tierra las cosas eran, por cierto, menos apoteósicas. Los simpatizantes de la causa nazi-fascista eran miles, como miles eran también los simpatizantes del partido comunista que formaba parte de los gobiernos de Pedro Aguirre Cerda y de Juan Antonio Ríos.
Años más tarde, otro mandatario –Gabriel González Videla (1946-1952)- traicionando sin ambages el honesto apoyo que le había brindado el partido comunista para acceder a La Moneda, publicó y aplicó a destajo la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, conocida popularmente como “Ley Maldita”, con la cual prohibió la existencia del comunismo en Chile y llevó a muchos militantes y adherentes de esa tienda política a campos de concentración, siendo el más conocido aquel de Pisagua, en el litoral del norte grande chileno.
Los politólogos, a partir de esas acciones, debieron haberse percatado ya que el fascismo era una corriente de acción que seguía presente en el país, y que se encontraba firmando acuerdos con el gobierno estadounidense en la post-guerra, puesto que a Washington le interesaba sobremanera construir un círculo de yanaconas dependientes latinoamericanos para impedir –en este continente y a como diera lugar- los efectos de cualquier propaganda comunista proveniente de Moscú. Ante ese estado de situación, los norteamericanos aplicaron una vieja máxima bélica: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, aunque este ‘amigo’ tuviese ciertas ideas muy similares a las de aquellos que pocos años antes se habían constituido también en poderosos adversarios del establishment anglo-estadounidense.
A objeto de acortar lectura, recordemos que a González Videla le sucedieron en el gobierno: Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958), Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) y Eduardo Frei Montalva (1964-1970)…un trío que se distinguió por estrechar lazos con el capitalismo y abominar de cualquier política cercana al socialismo, llegando uno de ellos (el partido demócrata cristiano, escindido del viejo Partido Conservador ultraderechista) a proponer una especie de “tercera vía” hacia el desarrollo inspirada por ideólogos cristianos, como Jacques Maritain, y también por algunas líneas y pensamientos explicitados por el Vaticano en las encíclicas papales. Y si de fascismo estamos hablando, los nenes del Vaticano llevan las banderas. ¿Qué no? ¡Pues que sí! Las llevaron en la Guerra Civil española apoyando a Franco y a Mola…como también las llevaron durante el Tercer Reich alemán y el gobierno fascista de Mussolini en Italia.
En esta historia el paréntesis se llamó Unidad Popular y Salvador Allende…quizá la única época –breve, es cierto- en la cual el pueblo tuvo verdadera libertad para informarse, opinar y organizarse. No obstante, el fascismo también estaba presente, con enorme fuerza y poder, dispuesto a desangrar el país a objeto de retornarlo rápidamente a las fauces de los predadores capitalistas. Grupos sediciosos y terroristas como ‘Patria y Libertad’ (de indiscutible condición nazi) se aliaron con los viejos partidos políticos de la derecha y del nuevo “centro cristiano pro conservador” para desestabilizar el gobierno del doctor Allende, crear el caos en la nación y, finalmente, abrir puertas al totalitarismo encabezado por oficiales ultraderechistas de las fuerzas armadas.
De ahí en más, el fascismo desató sus cordones extendiendo el terror a lo largo del territorio a través de organismos como DINA, CNI, DIPOLCAR, Comando Conjunto, y otros, abriendo un surco de sangre y horrores que la derecha política se niega a recordar porque tiene evidente responsabilidad en ello. Luego, diecisiete años más tarde cuando la gente plebiscitó con un histórico ‘NO’ la salida del dictador, surgió la Concertación portando en su seno a muchos de los antiguos sediciosos, golpistas y totalitarios de ayer, hoy casados con la democracia pero sin amarla realmente, como ha sido demostrado en estos últimos veinte años plagados de contubernios, acuerdos con los otrora dictadores y traiciones varias.
La llegada de la derecha a la Moneda, a través de Sebastián Piñera, ha provocado un reordenamiento de las fuerzas políticas existentes en las bases populares, siendo la principal característica de este fenómeno el desprecio por los bloques actuales –Alianza y Concertación- así como la frenética búsqueda de un referente que sea capaz de aglutinar mayorías y representar el pensamiento general. Reitero aquello del “desprecio por los bloques existentes”, ya que tanto la Concertación como la Alianza sufren enfermedades severas que les tienen con guarismos exiguos en cuanto aprobación ciudadana.
Entonces, una vez más, y ante la probabilidad de que patrones y mayordomos no cuenten con la voluntad popular expresada en las urnas, el fascismo ha decidido reaparecer en escena, dispuesto a jugar nuevamente su baza en beneficio del statu quo, del golpismo, del clasismo y de la antidemocracia disfrazada de nacionalismo y civilización. Como antes, ahora hay sectores de la democracia cristiana dispuestos a reeditar viejas alianzas con derechistas añejos a objeto de preservar privilegios, garantías y corruptelas. Como antes, hoy reviven acuerdos de clase para pisotear las promesas juramentadas al término de la dictadura en cuanto a “nunca más” asfixiar la democracia. Como antes, algunos partidos ‘izquierdistas’ muestran disposición a bajar estandartes e hipotecar una vez más las luchas populares en beneficio de intereses espurios y temporales.
Como antes, claro que sí, al igual que antes, de nuevo el país está enfrentado a los mismos estigmas que asfixiaron su Historia y cercenaron su desarrollo industrioso a objeto de privilegiar los horrores y las masacres, únicas formas que el fascismo utiliza para imponer sus términos clasistas y totalitarios. Y así como ayer, hoy también existen en Chile sectores significativos de sediciosos y criminales dispuestos a dar el golpe de gracia “en nombre de la patria”, sectores que durante veinte años se disfrazaron de demócratas para estructurar –desde esas trincheras- el escenario que les permitiese efectuar el mismo llamado de sirenas destinado a los oídos de los ingenuos de siempre, de los desinformados de siempre, de los cipayos de siempre… de esas amplias mayorías que nunca han sido “chicha ni limoná”, como cantó Víctor Jara.
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