No conozco país alguno que tenga un partido político como la UDI. Tampoco la propia historia de Chile conoce un movimiento político de la profundidad, la rigurosidad ideológica y el alcance de la UDI. Las dos experiencias actuales de la derecha en el poder en América Latina —México y Colombia— corresponden a fenómenos distintos, y con posiciones en materias morales y de participación del Estado en la economía que horrorizarían a la ortodoxia gremialista.
La UDI es el único partido grande, en los años de democracia, que no ha sufrido escisiones y que sus crisis internas no han terminado con divisiones y salidas dolorosas. El Partido Socialista, pese a declararse también de profundo contenido ideológico, sufrió la más dura prueba al tener en la última elección a dos ex militantes de su partido corriendo por fuera de la Concertación. La debacle municipal del 2008 terminó con la salida de los colorines de la DC. El antiguo hermano mayor de la UDI, Renovación Nacional, tiene hoy un senador ex RN y ha tenido salida de militantes hacia el gremialismo. Incluso el propio Partido Comunista ha tenido a lo largo de estos años, pese a sus camisas amarantas, deserciones de militantes importantes hacia la Concertación y otros movimientos sociales.
Como ocurre en Irán, y pasó en la España de Franco, la fórmula es una mezcla exacta de disciplina ideológica con pragmatismo y lectura fina de lo que el pueblo quiere de sus gobernantes.
Más aún, no solamente no ha sufrido los dolores de otros partidos, sino que ha aumentado su votación. En el año 90, el primer Congreso tenía solo 14 diputados UDI, que parecían en realidad restos de un legado autoritario. Hoy muerto Pinochet, y anatematizada la dictadura, la UDI, surgida para ser la expresión política de las ideas de la dictadura, y ser capaz de defender lo que llamaba la idea de democracia protegida de Jaime Guzmán, goza de excelente salud política. Posee 39 diputados y 8 senadores, con los que hace valer su peso en el Congreso. Los números de las votaciones también son admirables. En la elección de 1989, la UDI sacó cerca de 670 mil votos, y en la última superó el millón y medio de votantes, en un país con padrones que se mantienen estáticos y que en materias morales e ideológicas ha avanzado en un sentido distinto a lo que piensa y por lo que ha bregado la UDI en estas dos décadas. A manera de comparación, la Democracia Cristiana hizo el camino inverso: superaba el millón 700 mil votantes en el 89 y hoy no llega al millón.
La disciplina de sus huestes es admirable. No caben díscolos, ni disquisiciones ideológicas, ni acusaciones de ser más de derecha o de izquierda, ni tendencias o sensibilidades internas. Incluso sus generaciones políticas son llamadas coroneles, capitanes o sargentos, más como evidencia de cómo ejercen el poder interno que de remembranza de su antiguo origen de defensores del legado de Pinochet.
Piñera, pese a haber derrotado a la UDI, tanto el 2005 en la primera vuelta como en el 2009 al imponerse por el peso de las encuestas, debe coincidir en el gabinete con quien fue uno de sus mayores críticos: Pablo Longueira, quien con la fuerza que sólo puede dar la disciplinada UDI y su excepcional talento político le ha doblado la mano al propio Presidente en varias ocasiones.
Más aún, después de la propia muerte de Jaime Guzmán, la UDI, en vez de desmoronarse ha crecido más todavía. Pareciera cierto ese mito urbano que desde el más allá les habla, recomendándole pragmatismo cuando es necesario, pero una férrea defensa de los valores de lo que Joaquín Lavín, en un libro de alabanzas al régimen militar, llamó la Revolución Silenciosa.
¿Cuál es el elixir mágico, más allá de las voces de su creador, que ha hecho que este partido se haya convertido en el más influyente de la democracia chilena?
Como ocurre en Irán, y pasó en la España de Franco, la fórmula es una mezcla exacta de disciplina ideológica con pragmatismo y lectura fina de lo que el pueblo quiere de sus gobernantes.
Es más allá del acceso a los recursos y su tradicional defensa de los poderosos. El estrecho vínculo que mantiene con las élites empresariales -que le permite acceder de manera privilegiada a financiamiento de sus campañas políticas, centro de estudios y programas de formación de nuevos cuadros- no es la causa de su poder, sino el resultado de ejercerlo. Incluso los propios escarceos populistas de Longueira forman parte de esa praxis.
Lo ideológico viene por la visión de un movimiento cuyo origen fue siempre para defender posiciones, desde el gremialismo de los años 60, que pretendía defender la pureza de la Universidad contra los vientos de cambio que se infiltraban en sus aulas, o la propia razón de ser de la UDI, que en palabras de Guzmán en el año 1989 era de un firme compromiso con el gobierno militar, su expresión política y sus principales artífices. Aunque en estos tiempos le molesta a veces su rol de vigías de la llama del pinochetismo en los años 90, sigue siendo un reducto moral, que busca ir más allá de lo que está en la ola, como ha dicho varias veces otro de sus referentes, Hernán Buchi.
Por otro lado, han sabido ser pragmáticos hasta lo sorpresivo. El propio apellido popular, y validado en exitosos resultados en elecciones en reductos tradicionales de la izquierda, y tener al Ministro de Economía más duro con el empresariado que se recuerde desde los tiempos de Allende es la prueba de hasta donde son capaces de llegar.
Y en estos tiempos de confusiones, donde el Presidente de la República debe corregirse a sí mismo y la Concertación suele aparecer avergonzada de lo que hizo en 20 años de gobierno, la fórmula de la UDI es claramente mucho más atractiva y eficiente para los votantes que todo el galimatías restante.
http://www.elmostrador.cl/opinion/2012/02/01/udi-los-guardianes-de-la-revolucion-silenciosa/
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