ZITA Cabello: obtuvo justicia… pero en Estados Unidos.
El día que Armando Fernández Larios rehusó cambiar su identidad, luego de acceder a la protección del Departamento de Justicia de Estados Unidos, no imaginó que con su decisión comenzaba la cuenta regresiva -no para el estallido de una bomba, como la que mató al ex canciller chileno Orlando Letelier y a su secretaria, Ronnie Moffit, en Washington-, para una sentencia por “crimen contra la humanidad” que lo sorprendería, 16 años más tarde, en un tribunal civil de Miami.
Eran tiempos en que el ex militar y agente de la Dina se sentía seguro en Estados Unidos, tras confesar su participación en el asesinato de Letelier y colaborar en su esclarecimiento. De hecho, vivió tranquilamente en Miami durante todos estos años, sin sospechar que la hermana de una de sus víctimas había decidido obtener justicia. Zita Cabello, hermana del economista Winston Cabello Bravo, uno de los 74 opositores al régimen de Pinochet asesinados por la denominada Caravana de la Muerte, seguía sus pasos de cerca.
Esta doctora en economía dedicó casi cinco años a investigar la muerte de su hermano. Viajó diez veces a Chile desde Estados Unidos -país donde reside- a buscar evidencias que permitieron reconstruir la historia, “no sólo de la muerte de Winston en Copiapó, sino de todos los crímenes de la Caravana de la Muerte”. Reconoce que fue un trabajo de joyería, porque las evidencias y testigos que consiguió en Chile permitieron demostrar en la corte de Miami que el asesinato de su hermano constituyó un crimen de lesa humanidad.
Finalmente, como los tribunales civiles de Estados Unidos no pueden aplicar sanción penal o criminal, Armando Fernández Larios fue condenado a pagar una indemnización de cuatro millones de dólares. Se dictaminó que es “responsable legal” de un asesinato extrajudicial, torturas, crueldad física y mental y crímenes contra la humanidad. “Este juicio ha mostrado a la sociedad chilena y a la comunidad internacional lo que es posible hacer en términos de justicia. Ahora habrá que preguntarse qué tanto más es posible hacer. Es nuestro desafío”, señaló Zita Cabello a Punto Final.
DEUDA DE JUSTICIA
Usted dedicó varios años a buscar evidencias para enjuiciar a Armando Fernández Larios por el asesinato de su hermano. ¿Por qué decidió acometer esa tarea 26 años después del crimen?
“La muerte de Winston marcó para siempre mi vida. Desde el 17 de octubre de 1973 todo lo que he hecho está ligado con el dolor profundo de perder a mi hermano. Ese mismo dolor -que incluso me impidió por años pronunciar su nombre-, me llevó a preguntarme por el sentido que podía darle a esa pérdida. Concluí que era luchar contra la impunidad para que nunca más ocurrieran crímenes como los cometidos por la dictadura. Cuando se cumplían 26 años de su muerte, vi la posibilidad de obtener justicia y no dudé un instante. Ojalá esta lucha contribuya a prevenir la barbarie y a crear un mundo más humano, solidario y digno”.
¿Qué significó para su vida esta experiencia?
“Esos años fueron de los más difíciles de mi vida, pero al mismo tiempo enriquecedores. Abrí muchas puertas, que pensé permanecerían cerradas para siempre. Conversé con personas a las que siempre vi como enemigos. Conocí la generosidad del ser humano y también su crueldad. Recorrí un largo, difícil y a veces muy solitario camino, buscando evidencias y testigos para enjuiciar a Fernández Larios. Si fuera necesario volvería a recorrerlo”.
¿Cuáles fueron los costos emocionales de investigar en un pasado doloroso?
“Fueron muchos. En 1974, conocí detalles muy precisos de cómo fueron los últimos momentos de vida de Winston. Tuvo una muerte dolorosa a manos de Fernández Larios, quien lo mató con un corvo. Esta información, no la compartí con nadie. Sólo en el juicio verbalicé esa verdad y compartí con mis hermanos el secreto guardado por años. Fue muy fuerte, porque las pruebas presentadas en la Corte ratificaron la crueldad ejercida contra Winston y las víctimas de Copiapó: fueron masacrados. Por primera vez hablamos como familia del dolor que significó su ausencia y pudimos llorar delante de nosotros mismos. También reviví nuestra historia de esperanzas, de sueños y proyectos truncados. Pienso que esto a la larga fue muy beneficioso para todos”.
¿Cómo se siente hoy frente a lo que hizo y, finalmente, logró?
“Pienso que es tan grande lo conseguido, que la tristeza y frustraciones de los últimos años perdieron importancia. El juicio en sí, es un símbolo de esperanza para la humanidad, porque devuelve la dignidad a Winston Cabello y a todas las víctimas de la dictadura de Pinochet”.
“La muerte de Winston marcó para siempre mi vida. Desde el 17 de octubre de 1973 todo lo que he hecho está ligado con el dolor profundo de perder a mi hermano. Ese mismo dolor -que incluso me impidió por años pronunciar su nombre-, me llevó a preguntarme por el sentido que podía darle a esa pérdida. Concluí que era luchar contra la impunidad para que nunca más ocurrieran crímenes como los cometidos por la dictadura. Cuando se cumplían 26 años de su muerte, vi la posibilidad de obtener justicia y no dudé un instante. Ojalá esta lucha contribuya a prevenir la barbarie y a crear un mundo más humano, solidario y digno”.
¿Qué significó para su vida esta experiencia?
“Esos años fueron de los más difíciles de mi vida, pero al mismo tiempo enriquecedores. Abrí muchas puertas, que pensé permanecerían cerradas para siempre. Conversé con personas a las que siempre vi como enemigos. Conocí la generosidad del ser humano y también su crueldad. Recorrí un largo, difícil y a veces muy solitario camino, buscando evidencias y testigos para enjuiciar a Fernández Larios. Si fuera necesario volvería a recorrerlo”.
¿Cuáles fueron los costos emocionales de investigar en un pasado doloroso?
“Fueron muchos. En 1974, conocí detalles muy precisos de cómo fueron los últimos momentos de vida de Winston. Tuvo una muerte dolorosa a manos de Fernández Larios, quien lo mató con un corvo. Esta información, no la compartí con nadie. Sólo en el juicio verbalicé esa verdad y compartí con mis hermanos el secreto guardado por años. Fue muy fuerte, porque las pruebas presentadas en la Corte ratificaron la crueldad ejercida contra Winston y las víctimas de Copiapó: fueron masacrados. Por primera vez hablamos como familia del dolor que significó su ausencia y pudimos llorar delante de nosotros mismos. También reviví nuestra historia de esperanzas, de sueños y proyectos truncados. Pienso que esto a la larga fue muy beneficioso para todos”.
¿Cómo se siente hoy frente a lo que hizo y, finalmente, logró?
“Pienso que es tan grande lo conseguido, que la tristeza y frustraciones de los últimos años perdieron importancia. El juicio en sí, es un símbolo de esperanza para la humanidad, porque devuelve la dignidad a Winston Cabello y a todas las víctimas de la dictadura de Pinochet”.
MAS DE UNA MUERTE
¿Cómo era su hermano Winston? ¿Cómo lo recuerda?
“Winston era buenmozo y de espíritu alegre. Tenía una sonrisa fácil, acogedora, ojos sonrientes. A pesar de ser callado y solitario, era muy fácil hacerse amigo de él. Era muy sensible y de carácter conciliador. Mi niñez, adolescencia y los años de universidad, están muy conectados con él. Estudié economía porque Winston me transmitió su entusiasmo. Fue siempre mi protector. Hay testimonios de personas que estuvieron detenidas con él que dicen que mantuvo su espíritu en alto y que entregó a todos palabras de apoyo y esperanza”.
¿Cómo afectó su muerte a la familia?
“De pequeño, Winston fue muy cercano a mi padre. Les gustaba tocar en guitarra canciones del folclor. También compartían la afición por el ajedrez, el ping-pong y el fútbol. Con su muerte, nuestra familia no sólo perdió a un hermano, porque en espíritu mi padre también murió. Nunca más volvió a sonreír. Su guitarra enmudeció para siempre y hasta que falleció, en 1990, en su mirada triste rondaba la misma pregunta: ¿Por qué mataron a mi hijo?”.
¿Cómo logró que la justicia norteamericana enjuiciara a Fernández Larios?
“Fue una combinación de cosas. Las leyes para hacerlo han existido desde muchos años. Una desde 1789 y la otra, Torture Victim Protection Act es de marzo de 1992. Sin embargo, muy pocas personas las conocen. La primera fue creada para protegerse de los piratas. Luego fue reinterpretada en 1980 y hoy incluye los delitos de tortura, genocidio, crímenes de guerra, ejecuciones sumarias, detención arbitraria y trato cruel e inhumano. Su aplicación no requiere que los hechos hayan ocurrido en Estados Unidos. Fue gracias a estas leyes y a la ONG Centro por la Justicia y la Responsabilidad, cuyo objetivo es perseguir criminales de guerra que viven en Estados Unidos, que logré enjuiciarlo”.
La condena de Fernández Larios sienta un precedente: es la primera vez que una persona es condenada por crímenes contra la humanidad. ¿Cómo se logró esta condena y qué relevancia le asigna?
“Efectivamente es muy relevante; a partir de ahora, Estados Unidos está obligado a prestar más atención a las leyes internacionales. Además, constituye un mensaje claro al resto del mundo: si un país no quiere o no puede perseguir a sus propios criminales, ya sea por razones políticas o de otra índole, la comunidad internacional lo hará. Los delincuentes acusados de crímenes de lesa humanidad ya no podrán usar a Estados Unidos como un ‘paraíso de retiro’, como lo habían hecho hasta ahora”.
Recientemente usted realizó gestiones en Chile relacionadas con Fernández Larios. ¿En qué consistieron esas diligencias?
“Hice averiguaciones para ver si existe la posibilidad de extraditarlo, por su responsabilidad en el crimen del general Carlos Prats y su esposa. Desgraciadamente, un juicio en Chile no sería exitoso porque existe un acuerdo entre el Departamento de Estado norteamericano y este individuo, que impide su extradición a Chile. Hay que orientar los esfuerzos para extraditarlo a Argentina”.
Usted ha planteado que Chile no ha querido buscar a los culpables. ¿Quiénes son los responsables de la impunidad en nuestro país?
“Hay muchos responsables. No existe voluntad política para hacer justicia; a un porcentaje muy grande de la sociedad chilena tampoco le interesa el tema; y a las Fuerzas Armadas, por supuesto, les conviene hacer borrón y cuenta nueva. Se tiende a ver la lucha contra la impunidad como una ‘molestia o sacrificio’ que pone en peligro la estabilidad y éxito del Chile presente. En este contexto, es fácil justificar la impunidad y no procesar a los responsables de los crímenes de la dictadura de Pinochet.
Esta lucha es un problema ético, que hay que enfrentar independientemente de las dificultades. Mientras existan personas dispuestas a ‘sacrificar’ la comodidad de sus vidas presentes por un futuro más humano y digno, habrá esperanzas. El juicio a Armando Fernández Larios es un buen ejemplo: es posible hacer justicia después de 30 años, a pesar de todas las barreras”
MANUEL HOLZAPFEL GOTTSCHALK
“Winston era buenmozo y de espíritu alegre. Tenía una sonrisa fácil, acogedora, ojos sonrientes. A pesar de ser callado y solitario, era muy fácil hacerse amigo de él. Era muy sensible y de carácter conciliador. Mi niñez, adolescencia y los años de universidad, están muy conectados con él. Estudié economía porque Winston me transmitió su entusiasmo. Fue siempre mi protector. Hay testimonios de personas que estuvieron detenidas con él que dicen que mantuvo su espíritu en alto y que entregó a todos palabras de apoyo y esperanza”.
¿Cómo afectó su muerte a la familia?
“De pequeño, Winston fue muy cercano a mi padre. Les gustaba tocar en guitarra canciones del folclor. También compartían la afición por el ajedrez, el ping-pong y el fútbol. Con su muerte, nuestra familia no sólo perdió a un hermano, porque en espíritu mi padre también murió. Nunca más volvió a sonreír. Su guitarra enmudeció para siempre y hasta que falleció, en 1990, en su mirada triste rondaba la misma pregunta: ¿Por qué mataron a mi hijo?”.
¿Cómo logró que la justicia norteamericana enjuiciara a Fernández Larios?
“Fue una combinación de cosas. Las leyes para hacerlo han existido desde muchos años. Una desde 1789 y la otra, Torture Victim Protection Act es de marzo de 1992. Sin embargo, muy pocas personas las conocen. La primera fue creada para protegerse de los piratas. Luego fue reinterpretada en 1980 y hoy incluye los delitos de tortura, genocidio, crímenes de guerra, ejecuciones sumarias, detención arbitraria y trato cruel e inhumano. Su aplicación no requiere que los hechos hayan ocurrido en Estados Unidos. Fue gracias a estas leyes y a la ONG Centro por la Justicia y la Responsabilidad, cuyo objetivo es perseguir criminales de guerra que viven en Estados Unidos, que logré enjuiciarlo”.
La condena de Fernández Larios sienta un precedente: es la primera vez que una persona es condenada por crímenes contra la humanidad. ¿Cómo se logró esta condena y qué relevancia le asigna?
“Efectivamente es muy relevante; a partir de ahora, Estados Unidos está obligado a prestar más atención a las leyes internacionales. Además, constituye un mensaje claro al resto del mundo: si un país no quiere o no puede perseguir a sus propios criminales, ya sea por razones políticas o de otra índole, la comunidad internacional lo hará. Los delincuentes acusados de crímenes de lesa humanidad ya no podrán usar a Estados Unidos como un ‘paraíso de retiro’, como lo habían hecho hasta ahora”.
Recientemente usted realizó gestiones en Chile relacionadas con Fernández Larios. ¿En qué consistieron esas diligencias?
“Hice averiguaciones para ver si existe la posibilidad de extraditarlo, por su responsabilidad en el crimen del general Carlos Prats y su esposa. Desgraciadamente, un juicio en Chile no sería exitoso porque existe un acuerdo entre el Departamento de Estado norteamericano y este individuo, que impide su extradición a Chile. Hay que orientar los esfuerzos para extraditarlo a Argentina”.
Usted ha planteado que Chile no ha querido buscar a los culpables. ¿Quiénes son los responsables de la impunidad en nuestro país?
“Hay muchos responsables. No existe voluntad política para hacer justicia; a un porcentaje muy grande de la sociedad chilena tampoco le interesa el tema; y a las Fuerzas Armadas, por supuesto, les conviene hacer borrón y cuenta nueva. Se tiende a ver la lucha contra la impunidad como una ‘molestia o sacrificio’ que pone en peligro la estabilidad y éxito del Chile presente. En este contexto, es fácil justificar la impunidad y no procesar a los responsables de los crímenes de la dictadura de Pinochet.
Esta lucha es un problema ético, que hay que enfrentar independientemente de las dificultades. Mientras existan personas dispuestas a ‘sacrificar’ la comodidad de sus vidas presentes por un futuro más humano y digno, habrá esperanzas. El juicio a Armando Fernández Larios es un buen ejemplo: es posible hacer justicia después de 30 años, a pesar de todas las barreras”
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