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miércoles, 6 de marzo de 2013

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4 de Marzo

SIC CRÓNICAS: Sombras armadas del Presidente. Por Claudio Rodríguez Morales
-¡Váyanse! –dijo una voz desde las alturas-. Ellos ya no están, se los llevaron a las seis de la mañana.
Sentados sobre la banca de la alameda que les brindaba la panorámica completa del frontis de la Cárcel de Curicó ni Carmen, Arturo ni María pudieron distinguir el rostro del uniformado que les acababa de dirigir la palabra. Tampoco si se trataba de un militar, un policía, un gendarme o un ánima del cementerio colindante, apiadada ante semejante postal de desamparo.
Sentir que la vida de Wagner y Francisco ya no era una certeza, los llenó de escalofrío. Carmen, mujer del primero, optaría por el recuerdo y el compromiso. No podría hacerlo de otra forma, ya que del hijo que crecía dentro suyo se encargaría de mantener viva la historia de ese hombre a quien cariñosamente llamaba Wally, por más doloroso que fuera su epílogo.
María, esposa de Francisco, por el contrario, se dejó llevar por el olvido furioso. La utopía tan ansiada que hablaba del paraíso de los pobres, de la república de los trabajadores, del pueblo unido que jamás sería vencido acabó por arrebatarle a su compañero, al padre de su hijo, dejándole a cambio puro sufrimiento.
Arturo, padre de Francisco, protegió su dolor con un manto de silencio que mantuvo inalterable por largos años.
RATONES EN SUS AGUJEROS
Wagner Salinas fue cuestionado en numerosas oportunidades por intentar congeniar su militancia en el Partido Socialista y la profesión de la fe Evangélica. “Tú tienes dos dioses –le reprochó un cercano-. Dios Padre y dios Allende”.
Jamás se preocupó de ocultar su cercanía con el “Chicho”. Lamentó en el alma su tercera derrota consecutiva por alcanzar la Presidencia de la República, en 1964, en manos del demócrata cristiano, Eduardo Frei Montalva.
Su buena condición física y su metro noventa y dos le permitió coronarse campeón latinoamericano de boxeo. Paralelamente, tras obtener el cartón de técnico agrícola, se desempeñó como sereno de la Corporación del Cobre en el yacimiento de El Teniente, en ese entonces Provincia de Cachapoal. Allí conoció a su novia y después esposa, Carmen Órdenes. Junto a ella regresó a Talca para trabajar en labores agrícolas con su padre, claro que sin dejar de empuñar los guantes, ahora bajo la preparación rigurosa de Lautaro Contreras.
Ante la disyuntiva de aspirar a un título mundial o pasar más tiempo con su familia, optó por esto último. La llegada de dos retoños volvió sus incursiones al cuadrilátero cada vez más esporádicas, lo que no pareció alterar demasiado su espíritu.
Uno de los hechos que marcarían su vida –y también su muerte- sería su rol de líder en la toma de unos terrenos cercanos a la Panamericana Sur, bautizados por los propios pobladores como campamento Pedro Lenin, en homenaje a un joven izquierdista fallecido mientras intentaba ingresar clandestino a Cuba.
Mientras improvisaba un acalorado discurso sobre la tierra polvorienta, Wally pronunció aquella frase que le hizo ganarse para siempre el odio de sus adversarios políticos: “… esos ratones que se esconden en sus agujeros…”. Se trataba de una referencia evidente a un conocido comerciante talquino y militante del opositor Partido Nacional.
Junto a él, un joven alto y de risa fácil, lo vitoreaba y aplaudía a rabiar.
EL PRESIDENTE O YO 
El único medio de subsistencia con que contaba el matrimonio Salinas consistía en un quiosco de intercambio de revistas en la población Manso de Velasco. Con la llegada de Salvador Allende a la Presidencia de la República, en 1971, su hermano Daniel, diputado socialista, le ofreció a Wally la posibilidad de trabajar para el Gobierno.
Contrario a lo esperado por Carmen, fueron días de sacrificios aún mayores. Además de que la estrecha situación económica no varió ni un ápice, no obstante el nuevo trabajo de Wally “ligado a las altas esferas”, sólo podía compartir con su familia fines de semana y, para colmo de males, cada quince días. A pesar de todo, su esposa lo recuerda siempre feliz, compartiendo el poco tiempo que disponía entre los suyos y con aquellos amigos que se dejaban llevar por el desaliento pequeño burgués.
-Las cosas van a cambiar –repetía-. Para eso estamos trabajando con el compañero Presidente.
A Carmen siempre le llamó la atención el abultado portadocumentos, tipo James Bond, que Wally traía consigo. En cierta ocasión, él extrajo de su interior una infinidad de mapas. Tratando de no parecer indiscreta, ella decidió preguntarle a qué se debía todo ese papeleo.
-Lo que pasa es que yo tengo que saber adónde va el Presidente, revisar ese lugar, en que condiciones está… –le contestó su marido con naturalidad.
Palabras simples para resumir su condición de GAP -Grupo de Amigos Personales, como fue bautizado por la prensa de derecha el polémico dispositivo de seguridad de Salvador Allende- y así justificar sus frecuentes viajes a lugares remotos como Argelia, Cuba y la Unión Soviética.
Cuando su esposa le manifestó preocupación por el riesgo de que estuviera siempre al lado de un personaje que generaba amor y odiosidad en igual medida, Wally fue claro: “Mira, yo quiero que te graves una cosa: si viene una bala, si no soy yo, es el Presidente”, en alusión a los posibles atentados de los cuales Allende podría ser víctima por parte de comandos antimarxistas, especialmente de Patria y Libertad.
La noticia de un nuevo embarazo de Carmen fue tomada como una bendición. Sin embargo, cuando ella se disponía a cumplir cuatro meses de gestación, Wally realizó el último viaje del cual ni él ni Allende regresarían. Su único consuelo fue una carta de despedida escrita sobre una servilleta con manchas de café en un campo de concentración.
PIONERO
El quinto de once hermanos, Francisco Lara -Pancho para sus cercanos- aprendió a leer antes que abrocharse los zapatos. En vez de perder el tiempo en clases, prefería sentarse bajo una parra del patio de su casa a devorar literatura, sobre todo aquella que le inflamaba el pecho de compromiso social. Bienvenidos los textos de un Marx, Gramsci, pero también Verne, Salgari y Dickens, Nicomedes Guzmán y Manuel Rojas. Ya los 13 años se integró a los pioneros, querubines que cambiaron las bolitas, los trompos y los volantines para adherir a las filas del Partido Socialista. No conforme con esto, aprovechando su histrionismo y labia envolventes, se dedicó a incubar las ideas revolucionarias en cuanto muchacho tuviera por delante.
Cuando sus padres o hermanos mayores lo reconvenían para que se preocupara más por sus estudios, respondía risueño pero seguro:
-Todo lo que tenía que aprender, ya lo sé y ahora me toca ponerlo en práctica.
Junto con esta inquietud intelectual, comenzó a desarrollar, como por arte de magia, un físico portentoso, a pesar de que jamás había manifestado interés alguno por los deportes ni por nada que lo distrajera de sus intenciones de cambiar el mundo.
Ya veinteañero, con su metro 84 de estatura, ocupó un lugar destacado en la toma del campamento Pedro Lenin, además de vitorear los encendidos discurso en contra de los “ratones que se esconden en sus agujeros” pronunciados por un tal Wagner Salinas.
La admiración recíproca hizo que ambos se volvieran amigos entrañables. Salinas, identificado dentro del GAP como Silvano, no tardó en darse cuenta de que Pancho era el hombre indicado para sumarse al equipo encargado de cuidar las espaldas de Salvador Allende. Sin embargo, dado que la clandestinidad formaba parte del espíritu de la cofradía izquierdista, para su familia no pasó de ser un funcionario más del Servicio Agrícola y Ganadero.
EL 11
-Aquí vamos a ir a la pelea –dijo Pancho convencido, mientras palpaba su arma de fuego- Si no, estos huevones nos van a matar.
El día anterior le había prometido a su hermana María regarle un par de aritos con motivo de su santo. Ella jamás los había usado y estaba emocionada. Pero bajo su jovialidad y entusiasmo aparente, Pancho estaba preocupado. Presentía que algo malo estaba por suceder, si es que ya no estaba pasando en ese preciso momento. Había demasiadas amenazas de que las fuerzas golpistas acabarían por derrocar al gobierno de la Unidad Popular. La noche del 10 de septiembre decidió sincerarse con su padre.
-¿Qué me aconseja que haga?
 -Lo que su corazón le diga, mijo –le contestó.
-Si tengo que hacerle caso, me voy donde el Presidente, no más –dijo Pancho- Aunque eso significa estar preparado para lo que sea.
Por eso, a las seis de la mañana en punto estaba golpeando la puerta de la casa de Wally para emprender, junto a su socio y amigo, rumbo a la capital. Pero la patrulla de carabineros les cortó el paso y su impulso por batirse a duelo fue detenido por la mesura de Wally.
-¡No! ¡Baja tu arma!
La camioneta roja doble cabina se mantenía estacionada a un costado de la carretera en el cruce Panguilemo, mientras decenas de agentes policiales se acercaban apuntándoles con sus carabinas. Los sacaron a la fuerza del interior y los pusieron con las manos abiertas sobre la carrocería para registrarlos y confiscar las pistolas.
-¡No tienen nada más, mi capitán! –gritó un cabo que revisó el interior del automóvil.
-¿Y que andai buscando, huevón? ¿Acaso querís fruta?
La insolencia de Pancho fue respondida con un culatazo en plena cara. Wally, por primera vez, lo sintió vulnerable. Él, igual que su amigo, también había llegado a Talca alrededor de las seis de la tarde del día anterior. Tomó once con Carmen y la invitó a Maule para visitar a su padre y llevarle de paso unos regalitos, entre ellos, unas frazadas para el frío. Carmen no se sentía bien del todo por el embarazo y prefirió quedarse en la casa. Wally regresó a las 10 de la noche y por primera vez su esposa lo notó nervioso.
-¿Qué te pasa? –le preguntó Carmen.
-No nada… pero en que el cruce Maule estaban quemando unos neumáticos.
 -¿Quiénes?
 -No sé. Parece que eran milicos. A ellos les gusta hacer esas cosas…
A lo minutos, golpearon la puerta. Era Pancho. Tras discutir unos minutos, acordaron regresar a Santiago a las seis de la mañana del día siguiente. Él lo pasaría a buscar allí mismo. Carmen dejó lista la maleta de Wally para que no perdiera tiempo, la misma maleta que ahora el cabo destruía a puntapiés y culatazos.
HISTORIAL
Wagner Salinas y Francisco Lara (29 y 22 años respectivamente) fueron detenidos el 11 de septiembre de 1973 en las cercanías de Curicó. Durante su cautiverio se les sometió a sesiones de tortura que incluyó la privación de alimentos. Posteriormente, se les derivó al Regimiento Tacna, Región Metropolitana, donde fueron fusilados el 5 de octubre de 1973 por decisión del general Sergio Arellano Stark, quien en ese entonces comandaba el grupo de represión conocido como “Caravana de la Muerte”.
Gracias a la intervención del hermano de Wagner Salinas, integrante de la Brigada de Homicidios de la Policía de Investigaciones, fue posible encontrar sus cadáveres.
Por Claudio Rodríguez Morales, especial para SIC Noticias

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